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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Posttriscaidecafobia

La organización de una serie en capítulos es algo arraigado en la concepción de la ficción televisiva de cada país, ciertamente. Por eso están tan alejados los modelos ingleses y españoles, que van de los seis episodios que le dan un aire de perenne miniserie a todo a la locura absurda del apócrifo lema español hasta el infinito y más allá . Entre medias quedan otros modelos como el que se ha convertido en la referencia: el USAca .

El formato habitual de serie de unos 22 episodios por temporada ha vivido una auténtica revolución en las dos últimas décadas. Aunque resultaría más romántico considerar que se debe todo a la madurez del género que ha pasado a la casi total desaparición de series antológicas —entiéndaseme; serie que reúne diferentes historias a modo de antología de un tema, como la reciente Masters of Horror , no en el sentido de serie tan buena que merece ser recopilada— y de un sistema general de historia de la semana en casi todos los géneros (misterio, comedia, aventuras) a aplicar las tramas por arcos o por temporadas como forma —y fondo— recurrente.

Parece que los dos puntos fundamentales de este cambio serían el acercamiento a la madurez el cable —que se articula en un modelo habitual de 13 episodios— que lleva a los creadores a apartarse del modelo autoconclusivo y las ideas empresariales que pretenden lograr un mejor resultado económico. Sorprendentemente es lo contrario.

La irrupción de teorías capitalistas de alto fuste siguiendo los sucesivos planes de recortes de los años ochenta y noventa han llevado a las series a tener que estar a prueba desde casi el primer día. Frente a una clásica orden de 22 episodios las cadenas vieron que salía más a cuenta empezar con un número bajo —habitualmente unos 9— que poder estirar hasta 13 en cualquier momento para, una vez demostrada la calidad de la misma, pasara a la cifra clásica —o sobre pasarla, incluso— de manera que si una serie empieza bien pero la caga a partir de un cierto episodio se la puedan sacudir de encima, como ocurrió con Commander in chief , la serie en la que Geena Davis interpretaba a la primera presidenta de Estados Unidos que arrancó con los mejores números para terminar cancelada.

¿Cómo es esto posible? Pues debido a la maldición del número 13 (Insertar sonido de truenos) que es el resultado de querer tenerlo todo. Si en una serie autonconclusiva tradicional añades capítulos sólo tienes que meter una serie de of the week más, si lo haces en las actuales tienes que modificar todo el sistema de tramas y arcos. Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que lo de antes fuera superior. Ni que los arcos no puedan ser un claro error.

El problema fundamental es que las series, especialmente aquellas en su primer año, tienen pensadas trama y desarrollo para esos primeros 13 episodios. Por eso cuando consiguen temporadas completas sufren una brusca falta de rumbo. Es más sencillo que los creadores de una serie sepan cómo va a ser la segunda temporada que la segunda mitad de la primera y, obviamente, tendrán más tiempo para desarrollarla y mejorar.

Son muchos los problemas que pueden producirse en una serie y todos tienen un punto de partida claro, el 13 marca un final lo que significa que el 14 tiene que ser otro principio. O, como poco, una continuación razonable:

En 24 quedaba todo tan cerrado —familia rescatada, malos detenidos, organización desarticulada— que el giro metido en el capítulo siguiente resultaba poco creíble, el pistoletazo de salida para los diferentes tirabuzones que irían enloqueciendo progresivamente la historia.

En el caso de Supernatural no fue tanto el hecho puntual de ese capítulo con el encuentro entre los protagonistas y su padre —un claro ejemplo de ruptura con respecto a las series antiguas, nadie se imagina que El Fugitivo encontrara al Hombre con un Sólo Brazo a mitad de la primera temporada, salvo, quizá, J. J. Abrams — tanto como el paso de distintos Monsters of the Week centrados en leyendas urbanas a una trama demoníaca general que se iba colando entre esos capítulos —sustituyéndola en ocasiones— mientras estos pasaban a ser tan poco interesantes que parecían los rescatados de la papelera.

El ejemplo más reciente, y uno de los más sangrantes, es el de Glee que volvió tras un espléndido capítulo que cerraba casi todas sus tramas y lo hizo poniendo las fichas en la primera casilla. Esquemas repetidos, más cabos sueltos y una cierta desgana con aire de sobreexplotación de los actores/cantantes que han logrado quitarle las ganas de seguir a parte del entregado público que la convirtió en serie revelación.

En el extremo opuesto se encuentra Community , auténtica comedia del año, que vio aumentada en varias ocasiones su número de episodios, en un claro ejemplo de avaricia empresarial, llevándolas hasta la alocada cifra de 25 capítulos en su primera temporada. Circunstancia de la que supieron sacar partido con dos trucos, el abandono de arcos y tramas convirtiéndolos en líneas generales de actuación, y la mezcla de capítulos. Los episodios 23 a 25 no se colocaron como estrambote del final, se reubicaron en distintos momentos del final de temporada —casi todos antes de los tres últimos— eliminando cualquier mención a la continuidad y preparando historias que no fueran a tener impacto en los siguientes episodios. Relleno improvisado de un nivel más bajo, sí, pero por lo menos no hacía descarrilar la serie.

Lo que demostraría que no es tanto un problema de los guionistas como del choque entre ambos sistemas, el de planificación de tramas y el de planificación económica. Y si bien es lógico pensar que una televisión quiere evitarse problemas como encargar 22 capítulos de Happy Town para que terminen en la basura o en Europa uno no puede dejar de pensar en lo mucho más sensatos que parece la idea de que el número de episodios —cada vez más variable, lo que ha provocado que en otras series el punto de ruptura pueda ser el 9 o el 15— dependiera de lo que la serie tuviera para contar —admitamos, por ejemplo, que a Harper’s Island le sobraban, entre otras cosas, varios capítulos de los 13 que tenía— del mismo modo que nadie impone 250 páginas o 500 para un libro.

Pero, claro, también seria deseable que la duración de los informativos se adaptara a la existencia de noticias, no al revés, y aquí estamos, viendo cantar a gatitos.

Jónatan Sark | 14 de junio de 2010

Comentarios

  1. lablanco
    2010-06-14 13:01

    Un ejemplo sangrante de lo que comentas fue Prison Break. En cuanto prorrogaron la primera temporada de trece a veintitantos capítulos, se jodió la serie (por no hablar de las siguientes tres temporadas, epílogo incluído).

  2. Anónimo Veneciano
    2010-06-15 07:51

    Los mejores los ingleses, como siempre. Por ejemplo, IT Crowd: seis episodios(o los que salgan), una temporada con guiones milimetrados. Te ríes lo que no está escrito con sus demencias y no te obligan a ver quince o veintitrés rebajados con la mitad de gags potentes por episodio.


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