Cayetano Lupeña sueña una realidad única y cambiante. Pueden construirse una opinión recabando datos sobre este autor. Seguro que se equivocan. Les invita a construir sus propias realidades, sus íntimos sueños. Navegnado… se dejó de actualizar en enero de 2005.
Juntos en esta mañana de Otoño. Apenas la luz aparece por la ventana. Oigo el calor de tus caderas, miro el delicado sonido de tu respiración, veo en mi memoria la primera vez en que agarré tu mano, recuerdo ese día, una tarde de Otoño. Ahora, en este preciso instante, un finísimo hilo une nuestras miradas y se (sabemos los dos) qué rememoro: Una tarde con la luz apagándose, bajo un roble pintado de fuego. Mas tarde, esta mañana, nuestros labios se han rozado.
Instante eterno que precede a la soledad: Es tarde, tengo que marcharme.
Despacio, inevitablemente, el calor de tu cadera pegado a mi mano izquierda se va: Di-Sol-Viendo. Como la luz de aquella tarde de Otoño. No estás. Lo sé por mi mano fría, por mis labios secos, por mis pupilas libres de las finas hebras que tejen los gusanos de la memoria. El Sol camina en círculos entre los colores de este día de Otoño. Ese Sol que dibuja el mínimo bosque que veo a través de mi otra compañera, amable y silenciosa: Soledad.
Mano fría, silencio, serenidad. El Sol marca sus últimas horas y observo su tranquilo paseo por la última Luz. Tejo un paño de finas hebras y lo tiño con los tonos de cada uno de los instantes de tu ausencia. Acaricio el recuerdo, ahora frío, de esta cadera reconstruida con yeso sobre la tela pintada: Figura blanca, sólida y sin alma. Contemplo sereno la tenue luz . El Sol, lentamente: Es tarde, tengo que marcharme.
Apareces tú, nuestros labios se han rozado.
Juntos, en esta noche de Otoño, mi mano se alimenta del calor de tu cadera.