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Metaversos por Ángel Arroyo y Óscar Calvo

Ángel Arroyo y Oscar Calvo son integrantes del grupo de investigación AICU del departamento de Sistemas Inteligentes Aplicados en la UPM. Su investigación se centra en el estudio de modelos coevolutivos en los que el comportamiento inteligente global emerge a partir de interacciones entre las unidades autónomas constitutivas del entorno. Metaversos es una columna de opinión que se publica todos los 18 de cada mes con el objetivo de analizar las posibilidades tecnológicas y las implicaciones sociales de este tipo de entornos virtuales (un ejemplo actual es Second Life).

Playa coma

He de dejar claro desde el principio que escribo estas palabras por dos razones: primera para explicar lo que ocurrió desde mi punto de vista, y segunda porque es mi obligación como profesional. También debo decir que no alcanzo a entender aquellos hechos.

Todo empezó hace dos años. Aquella mañana estaba muy nervioso porque era mi primer día de trabajo. Lo primero que hice fue ir al despacho del jefe, donde me hicieron la entrevista, para que me contase qué tenía que hacer. No hacía falta, ya lo sabía, pero era un trámite obligatorio.

Mi jefe, el señor H…. tenía un despacho enorme y con todos los detalles. Plantas por las esquinas, muebles caros, juguetes extravagantes. Me senté en un sofá de orejas que se ajustó instantáneamente de manera que él quedaba centrado en mi campo de visión. Vestía un traje oscuro y sobrio, sin corbata. Sus facciones estaban relajadas, los brazos descansando desenfadadamente entre el sillón y la mesa. Tal como lo vi, sentado, rodeado de lujo, con un aspecto impecable y un rostro perfecto hice lo que hago siempre en estos casos. Lo imaginé en el mundo real: un tipo gordo y sin afeitar. En calzoncillos y camiseta blanca sentado en un sillón sudado y con restos de patatas fritas. Sus manos llenando de grasa las pulidas superficies especulares de los controles y el casco sensor ajustado en su cabeza. O puede que no, pero al menos ya me sentía menos intimidado.

Comenzó a contarme el discurso estándar de entrada, de lo contentos que estaban, de las esperanzas que tenían puestas en mi, de la gran familia que eran. Mi actitud era la correcta, atención respetuosa, seguramente la llevase seleccionada de casa. Mi avatar no estaba mal, lo había creado un amigo diseñador, y el traje era de los medianamente caros. Tampoco demasiado formal, al fin y al cabo no iba a ser más que un cuidador y no quería aparentar demasiado.

Una vez terminó la charla de bienvenida me proporcionó la acreditación como miembro del personal y nos desplazamos hasta la zona de cuidados intensivos. La acreditación permitía a mi avatar volverse invisible, y así lo hice cuando me lo indicó H… . No pude evitar pensar en Ebenezer Scrooge siendo conducido por uno de sus fantasmas navideños. Nosotros podríamos ver a los enfermos, pero ellos a nosotros no… a no ser que lo deseáramos.

El señor H…. me había contado un rato antes lo que iba a encontrar: personas que estaban en el hospital N…. dentro de la unidad de cuidados intensivos. Ya era habitual utilizar tecnología inmersiva para ayudar en el tratamiento de enfermos, pero aquel hospital era pionero al introducirles en el metaverso. Los enfermos eran colocados en gigantescas regiones privadas donde los familiares podrían ir a visitarles, darles ánimo o acompañarles en largos paseos. Desde principios del siglo XXI se habían demostrado científicamente los beneficios físicos y sicológicos de estas técnicas, eso fue una de las cosas que más me atrajeron de este trabajo.

No todos los enfermos estaban en el mismo sitio ni se comportaban igual. Los menos graves compartían espacio, charlando tranquilamente o jugando al ajedrez. Los más graves solían pasar mucho tiempo durmiendo o flotando suavemente. Pero los que más me conmovían eran los pacientes en coma. Les habíamos diseñado una playa para ellos solos, con atardeceres rojizos y palmeras, el rumor de las olas era el único sonido que allí existía. Me gustaba mucho aquel sitio. Solo teníamos a tres en este estado porque no estaba muy claro hasta qué punto que les hacía efecto aquella terapia. Muchos creían que era inútil, yo mismo era de esa opinión. Pero después de aquello, ya no se qué pensar.

En los siguientes meses me dediqué durante turnos de ocho horas a revisar que los enfermos estuviesen bien. Durante estas largas jornadas permanecía allí, pero casi siempre invisible, para no perjudicar la sensación de libertad de los enfermos. Cuando les miraba no podía evitar imaginarles tumbados en la cama del hospital, entubados y débiles aunque a mis ojos parecían la salud personificada (los diseñadores de metaverso del hospital tenían orden de proveerles con avatares especialmente agradables).

De vez en cuando me notificaban que iban a intervenir a alguno de ellos, entonces yo les llevaba a una zona especial de inducción a la anestesia y volvía a recogerlos más tarde. En general mi labor era sencilla: debía intentar que se sintiesen tan a gusto como fuese posible dejándome ver lo menos posible. Si se aburrían yo iniciaba las rutinas de juegos o cambiaba algún parámetro del entorno. Si ocurría cualquier cosa que se saliese de esta paradisiaca rutina tenía que dar aviso para que una enfermera le visitase en el mundo real. Al cabo de unos meses me acostumbré al ir y venir de pacientes. Muchos sanaban y eran colocados en planta. Alguno empeoró y nunca volvió de la región de preanestesia.

El día que trajeron al señor Val le llevaron directamente a la playa coma. Me dijeron que llevaba así muchos años. Increíble que aquel avatar musculoso y joven representase a una persona tan enferma.

Ocurrió aproximadamente año y medio después. Un robot sensor me advirtió de movimiento en la zona coma. Me trasladé allí y pude verle. De pie mirando a su alrededor sin absolutamente ninguna expresión en el rostro. De pronto caí en la cuenta: de todos los enfermos con los que había tratado, este era el primero que no sabía que aquella no era la realidad, sino una ilusión tecnológica. Lancé el aviso al mundo real, me coloqué fuera de su campo de visión y volví mi avatar visible. Caminé lentamente hasta que pudo verme.

- Hola, ¿donde estoy? – en su voz no había miedo ni inflexión ninguna.
– Hola, me llamo R…. verás, has estado enfermo y te estás recuperando. – respondí titubeante. No sabía qué debía decirle y qué no.

Mientras tanto no paraba de lanzar el aviso para que el equipo médico se ocupase del señor M. Val. Una y otra vez llamaba, pero no tenía respuesta por audio de la enfermera. Mientras tanto él caminaba muy lentamente, observando como los dedos de sus pies se mojaban con la espuma de las olas. En un instante estaba frente a mi, mirándome directamente a los ojos. Habló.

- Verás, no recuerdo muy bien donde estaba antes, pero recuerdo esta playa, cada grano de arena, el ruido de cada ola, el color exacto del sol. Recuerdo a estas otras personas dormidas, a esas extrañas gaviotas silenciosas. Y te recuerdo a ti, recuerdo tu esencia, tu persona aunque no recuerdo tu cara.
– Pero algo recordarás de antes de estar aquí – ¿qué ocurría con las enfermeras? ¿porqué no contestaban? – Recordarás tu casa, tu familia, tu cuidad ¿no?.
– Solo recuerdo la sensación de estar encerrado.

El chasquido del intercomunicador de la enfermera diciéndome que ya estaban atendiendo a M. Val y por eso habían tardado.

- Recuerdo el olor nauseabundo de la carne y el sudor.

Me sigue diciendo que ya no pueden hacer nada por el. Que ha muerto. El Señor Miguel Val deMar acaba de morir. Todavía no lo han desconectado del interfaz neural de metaverso, pero el EEG está en “flatline”. Ahora lo apagan. Ya está. Enseguida se lo van llevan al depósito.

- Recuerdo la enfermedad, el dolor, la decadencia.
– ¡NO! ¡NO! – grité en ambos mundos – ¡no apaguen, no desconecten!, ¡está vivo!. – grité sin poder evitarlo.
– Claro que estoy vivo. Más vivo que nunca.- dijo el señor Val.

Me quité el casco y marqué desesperado el teléfono del hospital. Mis dedos apenas acertaban las teclas. Les dije que no le desconectaran, que le había visto moverse, que debía tener actividad cerebral. Un error del EEG. Pero había llegado demasiado tarde. Una enfermera me dijo que en ese momento un celador empujaba por el pasillo su cama con el cadáver tapado por una sábana. Volví a enfundarme el equipo, con la absurda ilusión de volver a ver su avatar de pie en la playa, mirándome lleno de vitalidad.

Pero no estaba, todo lo que quedaba del avatar de M. Val deMar era una bruma resplandeciente que se disolvió en pocos segundos.


Resultado de mezclar a Poe, Gibson, Stephenson y este vídeo

Oscar Calvo | 18 de mayo de 2009

Comentarios

  1. angel
    2009-05-19 15:54

    Bonito relato Oscar y bonito vídeo el que enlazas de Bruce Branit. Es una lástima que todavía no se pueda construir tal y como lo hace el protagonista del vídeo :)

  2. Paco
    2009-05-24 21:03

    Buen artículo, Óscar; por algún motivo misterioso no me llegó al rector de feeds hasta hoy. Quizá M. Val, o quizá su “flatline” estaba reteniendo el mensaje después de su muerte, o como propone Greg Egan en Cuidad Permutación realmente había dejado de ser necesario el sustrato original del avatar.


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