Se avergonzaba de su pierna izquierda. Acudió a cuantos cirujanos existían para que le fuese amputada, y acabar así con esa angustiosa sensación de arrastrar un miembro deforme y monstruoso que nada conseguía disimular. La respuesta de todos y cada uno de los médicos fue la misma: la pierna era absolutamente normal y perfectamente simétrica a la derecha.
Entonces luchó. Durante 20 años estuvo en litigios y juzgados exigiendo su derecho a ser desmembrado. Tras la última negativa se encerró en el baño, se hizo un torniquete de unos 10 centímetros por debajo de la ingle y cuando notó adormecida la pierna, comenzó el penoso y duro trabajo de sajarla con una cuchilla de afeitar. Separado el último epitelio, llamó a urgencias y se entregó al desmayo. Estuvo 3 meses entre la vida y la muerte. Después, hasta fallecer de un paro cardiaco, vivió los diez años más felices de su vida.