Charlar, conversar, indagar en otras personas, inquirir sobre proyectos, libros, trabajos, e ilustrarse con ello, y con ellos desde esta sección de Libro de notas.
por Marcos Taracido
Cuando terminé de leer Sete palabras (Xerais, 2009; Siete palabras, Alianza, 2010) pensé que tenía que preguntarle a Suso de Toro un par de cosas, por curiosidad personal. Había algo en el libro muy perturbador, una sensación de estar leyéndolo a él, no como autor sino como persona, una desnudez extrema que, sin embargo, se enmarcaba en la estructura de una novela, con todos los materiales que para ello requiere la ficción. Cuando estaba escribiendo las preguntas, Suso publica en su bitácora que deja la literatura. Entonces, junto con el par de preguntas personales que quería hacerle, le pregunté por esa nota de despedida. Sus respuestas pedían más preguntas, así que alargamos el diálogo hasta darle una extensión de entrevista. Aquí queda:
Significa tu último post que dejas la literatura?
Me corto la coleta. No pensaba que saltase de este modo, puse un apunte en mi “especie de blog” para mí era parte de ese monólogo/diálogo que era para mí el blog: un monólogo ante un grupo de personas anónimas y desconocidas que solía oscilar alrededor de las cuarenta personas. No esperaba el efecto que desencadenó ese apunte, decía que abandono la vida profesional que he mantenido en los últimos dieciséis años y que a partir de septiembre pasaría a vivir de otra profesión. Y ello lógicamente tiene como consecuencia que debo dejar esta vida, debo reaprender una profesión, actualizarme, poner la cabeza en otras cosas.
Es el fin de un proceso largo, fatiga, dificultades, los límites de la literatura hoy día y de la figura del escritor literario, y fruto de una reflexión sobre todo ello que me vengo haciendo y vengo desde hace tiempo (Hace unas semanas publicó El País un artículo que ya data de septiembre, Qué va a ser del escritor).
No oculto que por debajo de la reflexión además de fatiga también hay cabreo, pero no es un cabreo del que pueda culpar a nadie, francamente. Y en realidad en el fondo simplemente quizá se trate de la vida misma, los años, la altura de la vida, esas cosas. Mi último libro, de hecho, es como un libro término, o terminal. En algún lugar del libro se dice algo así, “escribes como si ya estuvieses muerto, es un libro póstumo”.
Pero, bueno, al final sólo se trata de un cambio de profesión y, nunca se sabe, uno ve que hay toreros que vuelven al ruedo cada tres o cuatro años. El caso es que no falte la salud.
Sin embargo, y permíteme que te lo diga, esa decisión suena a una especie de suicidio, pues choca frontalmente con tu visión de la literatura como parte intrínseca a tu forma de ver el mundo, y de habitarlo.
Sí, es cierto, vivo la vida a través de la literatura. La literatura me enseñó a ver la vida como es, algo que tiene sentido y que sigue un argumento oculto, un argumento que no es cerrado, es móvil, pero existe. Que tenga argumento es precisamente lo que nos puede salvar de la desesperación: podemos mover el argumento, el guión de nuestras vidas. Pero parte de esa conciencia literaria es que reconozca que me ocurre algo: me siento fatigadísimo, incluso “quemado”. He escrito mucho, he actuado mucho, me he expuesto mucho. Y veo los límites de la realidad literaria y social en que me muevo. Veo los límites del mundo literario al que envío los libros que escribo, veo los limites ideológicos y culturales de Galicia, de España. Tengo la sensación de que hay demasiadas cosas que he combatido y que no tienen remedio. Fracaso es la palabra.
Me llevaría mucho tiempo hacer un relato de mí, al final ese “mí” acabó siendo un personaje caricaturizado con el que juegan al pim pam pum personas maledicentes. Siento que en la práctica todos los libros que he escrito y publicado y las cosas que dije e hice son olvidadas o tergiversadas, volví a abrir un blog precisamente porque no tenía otro modo de combatir la imagen que habían creado de mí tantas personas que por un motivo u otro necesitan odiarme.
En fin, retirarme ahora será intentar salvarme bajo los escombros. Tenía un libro empezado y lo cerré, ayer mismo guardé carpetas y demás en un armario. Si un día recupero fuerzas y vuelvo a escribir será de otra manera, sin ansiedad, sin expectativas de que te lean y te atiendan. Será ya otro autor quien lo haga, alguien que no espere nada en concreto más allá de echar una botella al mar. Aunque tengo el conocimiento de que siempre existe alguien que recoge la botella y lee el mensaje, por lo vivido sé que existen personas al otro lado del libro y eso es lo más valioso que me llevo.
Es curioso, en Andar tropezando escribes, refiriéndote a la naturaleza del escritor: «¿Qué hace de su tarea una aventura? La presencia de la muerte: el fracaso. Siempre amenaza, siempre dudamos de si estaremos ya muertos. Así es el juego.» Y a continuación: «¿Qué es el fracaso? No acertar a realizar esa tarea: traer un nuevo mensaje, enunciar una voz propia.» Supongo que tu «fracaso» va más en un sentido contextual, ¿fracaso por no adaptarte o entender el entorno?
Realmente me siento razonablemente contento sobre la literatura que escribí, la obra literaria es la fuente del autor y lo que le da sentido a todo lo demás. Escribí los libros que quise y estoy orgulloso de ellos, respondo por ellos y ellos responden por mí, ellos y yo estamos en paz. En lo que me siento fracasado es en el empeño de ser escritor como profesión y en existir como tal en la vida social. Ahí tiro la toalla.
Hace año y pico empecé a encajar los primeros envites de la crisis económica y editorial, que tienen una relación propia con los cambios tecnológicos en marcha, y que están teniendo consecuencias culturales y específicamente literarias muy profundas. Entonces me paré a reflexionar sobre lo que me ocurría y lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Empecé a hacer un examen de conciencia y un balance de lo vivido en los últimos años y entendí que había llegado a un final de camino. No digo que eso sea así para todos los autores, digo para mí, aunque los mismos problemas los padezcamos hoy más o menos de un modo u otro todos.
Pero es un fracaso que nace de intentarlo. Y de comprobar que tus fuerzas no alcanzan a romper las resistencias, los obstáculos. Creo que simplemente es un problema de poder, no puedo tanto como me haría falta para conseguir lo que pretendía. Digamos que la realidad cultural y social en que uno se mueve es más dura de lo que creí.
Intenté modificar la literatura y cultura en lengua gallega y veo que se sigue encontrando con enormes dificultades históricas para existir, tenemos por primera vez en la Xunta un gobierno que dijo que la lengua gallega era un problema. Hay que fastidiarse. Imaginemos a la ministra de cultura diciendo que el castellano es un problema, un límite y que para corregirlo hay que meter más inglés o alemán, para cuanto más una lengua que ha llegado a nosotros como ha llegado. Por otro lado me impliqué en defender una idea de España contraria a la del nacionalismo español, ahí están dos libros consecutivos, “Españoles todos” y “Otra idea de España”. Me signifiqué públicamente en posiciones políticas. No me arrepiento, creo que hay defender aquello en lo que uno cree y que hay que mancharse en la realidad. En fin, en una España cainita me gané “amigos” en todas partes.
Luego ves lo que ocurre con las editoriales y los periódicos, ves como el best seller se traga el espacio de la literatura de autor, como en las páginas de cultura se mezclan y confunden un libro o una película valiosa artísticamente con un lanzamiento puramente comercial, un artista con un modelo…Los medios de comunicación le han perdido el respeto al arte y tampoco ellos merecen nuestro respeto. La crisis y el sectarismo los está degradando y se están yendo ellos solos a la mierda, pues que se vayan.
Son demasiadas cosas, unas de carácter general y otras que me afectan específicamente a mí, problemas comunes a todos los autores y otros más particulares. En fin, me cansé. Y no me importa reconocer el fracaso: perecer es precisamente el precio de vivir la aventura.
Sólo insisto en un aspecto más: tu abandono es, entonces, “profesional”, pero no necesariamente significa dejar la literatura, ¿o entiendes el ejercicio de la literatura sólo desde la labor profesional?
La literatura, cuando uno entra dentro de ella ella entra dentro de ti, no sólo vives literariamente, también vives siempre dándole vueltas a todo y transformándolo todo en texto, aunque no lo pases a papel. Hay que saberlo: hacerse escritor es pagar un precio, es una forma de alienación. Pero ello es posible cuando es tu actividad central, cuando tus días y tus horas se articulan alrededor de ella.
Si dejas la literatura como oficio para tener otro no puedes hacer eso, tienes que dedicar tus días y tu energía a ese oficio. Yo, al menos, así lo entiendo, porque si no serás malo en ese otro oficio y además de algún modo serás un estafador. Quedan ratos, días para la literatura si te lo permite tu vida familiar pero, francamente,no es lo mismo. Ya lo he vivido y sé que es así. Se puede ser buen escritor en vacaciones, pero sólo serás lo bastante bueno que puedes ser, sólo alcanzarás tus límites si tienes oportunidad.
De todos modos hay un lado bueno en todo ello, la literatura como profesión también tiene aspectos desagradables, y en los últimos años, en mi caso, la estaba combinando con presencia en medios de comunicación como comentarista de sociedad y política y eso va a quedar atrás y, aunque tiene su punto de diversión, será un alivio. La exposición personal en medios me resulta muy dura sicológicamente, eso tiene un coste alto.
¿Se trata de un libro biográfico? No sé bien qué palabras utilizar. Sé perfectamente que es una novela, tiene estructura novelística, materia novelística une todas y cada una de sus palabras, pero mientras leía no podía quitarme de encima la extraña sensación de estar asistiendo a una desnudez casi pornográfica, de tu vida, la sensación de que hay por debajo un inmenso trabajo de ficcionalización (perdón) que sin embargo no logra (o no quiere) tapar completamente el cuerpo.
Es un libro que narra una historia: hay un personaje principal y ese personaje tiene una tarea: investigar a un personaje fantasmal, un abuelo perdido. Una voz narradora (no sé muy bien quién es) nos cuenta los pasos de esa investigación, de ese viaje hasta que acaba el libro cuando el protagonista cree que ha cumplido su tarea. Así pues yo diría que es una novela por su extensión y que es una narración, un cuento, por su naturaleza: una narración iniciática, un viaje a la busca de conocimiento. Esa naturaleza de cuento, narración, no quita que el texto esté lleno de ecos literarios y metaliterarios.
Otra cosa es que algún dato biográfico del autor encuentre correspondencias entre personaje protagonista y autor. Aunque, en realidad, esto es frecuentísimo en literatura (aunque inusual en obras anteriores de este autor). Lo que quizá sí es inusual es la violencia del desnudamiento, yo no lo llamaría pornográfico pues la pornografía se basa en una situación en que un observador disfruta voyeurísticamente de un objeto ajeno y distante y este libro pretende que las vivencias y emociones que vive el protagonista consigan despertar ecos en quien lee, consigan avivar vivencias dormidas o olvidadas en la memoria personal del lector. Si se experimenta como pornografía entonces fracasé tremendamente. Para mí este libro fue, además del placer de tejer una narración, una aventura trascendente. Diría que una aventura espiritual.
Hay algún libro mío anterior, como “Polaroid” o “Tic Tac” que tiene lectores que aprecian en ellos una radicalidad literaria que les atrae. A mí, siendo este libro en apariencia muy distinto en cuanto al lenguaje literario, este libro último mío me parece el más radical. Escribí todos los anteriores, y son bastantes, para sentirme libre de escribir éste.
Cuando hablo de desnudez casi pornográfica me refiero a la intensidad del desnudo, a que leyendo el libro tenía muchas veces la misma sensación que cuando ves jugar a un hijo con sus muñecos, fabulando abiertamente ante ti, jugando sin rubor alguno, tan entrañable y tan reconocible, y tan lejano a un tiempo. Hay cierto patetismo en el personaje y creo que eso es fundamental: el personaje es el autor, Suso de Toro, por lo que el lector lee lo que le sucede al autor, a Suso de Toro, y todo lo que se cuenta es absolutamente verosímil, y eso lleva al lector a convertirse en un pequeño Quijote creyéndose cada palabra como palabras que afectan a Suso de Toro, y por eso la intimidad que se rebela del personaje es recibida por el lector como intimidades del autor, de ahí lo pornográfico y patético.
Patetismo puede que sea, efectivamente, la palabra exacta. El libro es novela, relato, también una operación sicológica que podemos, o debemos, llamar espiritual. Incluso religiosa, pues tiene mucho de ritual. Como dice la voz narradora en algún lugar del libro, me parece recordar, el autor lleva tiempo escribiendo “requiems”.
¿Es, cierto modo, este libro es el mismo libro que Hombre sin nombre? La reconstrucción de una vida pasada desde el presente.
No creo que explique poéticamente todos mis libros anteriores, pues son diversos y hay varias líneas, pero explica bastantes novelas, como “No vuelvas”, “Calzados Lola”, quizá “Trece Campanadas”, “Hombre sin nombre”…En el fondo es alguien que peregrina a su pasado, un pasado que es anterior a su misma vida, pero que es suyo. Alguien que baja al mundo de los fantasmas para hacer preguntas. Es curioso que este libro sea la investigación de alguien que, efectivamente, no tiene nombre. La diferencia es que el de aquella novela era un personaje monstruoso, bizarro, una mezcla de vampiro y Fausto, alguien dueño de su vida increíble, aquí en cambio es lo contrario, un esclavo, un nadie que acaba náufrago y ahogado. O devorado por los tiburones.
Mientras lo leía no podía dejar de darle vueltas a la segunda persona del narrador, tan poco habitual. Claro, al llegar al final del libro cobra todo su sentido de una manera redonda, pero sigo pensando que otro motivo para haberla elegido es la distancia, alejarse del personaje que lleva el nombre del autor y crear un espacio, un hueco, entre autor, narrador y personaje, permitir que corra el aire y rebajar la tensión.
Verás, escribir un libro tan personal me daba mucho miedo. Miedo a ser pedante y a que fuese una egolatría gratuita. Inicialmente pensé en alternar dos personajes y así empecé a escribirlo, pero luego preferí crear una voz narradora que no sé decir muy bien quien es. Se parece a un doble irónico, cuestionador y un poco, o bastante, cabrón que acompaña al personaje diciéndolo. Lo acompaña hasta el final y justo en el último párrafo lo abandona y lo deja solo. No sé decir quien es, si es un doble, si el protagonista está tronado y vive desdoblado o si es un ángel de la guarda o un “daimon”. El libro comienza con una especie de muerte y acaba saliendo de un cementerio, a lo mejor esa voz se quedó en el cementerio.
Quería eludir el final para no desvelar nada, pero ya que lo tocas lo haré yo también: como te dije, no dejé durante toda la lectura de indagar sobre la naturaleza de ese “tú”, de esa segunda persona del narrador. Y cuando llegué al último párrafo y leí que el «tú» que entraba en el cementerio se convertía en un «yo» vi el sentido de todo: el personaje no es hasta que no encuentra el sentido de sus raíces, momento en que nace.
No sé si nace exactamente, desde luego parece emerger desde el mundo de los fantasmas, de los muertos. Pero ésa es mi impresión, como tú tienes la tuya. El libro es más abierto de lo que parece.
2010-04-30 18:06
Me ha gustado la entrevista y aprecio y respeto a Suso de Toro. No obstante, un par de comentarios:
El problema de Suso de Toro es básicamente el de todo el mundo: que vende poco. Con un agravante: que ve cómo otros (gente venida de no se sabe dónde y que escribe muy mal) vende mucho. Mucho no: muchísimo.
Los best sellers, que se les llama ahora. En realidad, hablamos de ellos como si fueran un fenómeno nuevo, pero los best sellers siempre han estado ahí. Desde siempre, la literatura popular se ha vendido infinitamente más que la literatura culta (o de autor, como la llama de Toro). Es así desde los tiempos de los pulps o de las novelas de a duro. En España, los grandes autores en cuanto a ventas en el siglo XX no son Delibes o Cela, sino Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado. Y no sólo lo son: es que lo son a enorme diferencia del resto.
No nos extrañe, pues, que Ruiz Zafón venda muchísimo. Siempre ha sido así y siempre lo será.
¿Cuál es el problema? Que antes los ámbitos estaban diferenciados. Que unos estaban en las librerías y otros en los quioscos. Y que unos no se pisaban el terreno a otros. No se solapaban y, así, Corín Tellado podía vender decenas de miles de unidades de un título sin que nadie se lo tomara en cuenta.
¿Qué pasa ahora? Que la literatura popular ha tomado al asalto las librerías. Y ha desplazado a la literatura de autor, culta o como quiera llamársele. ¿Es esto bueno o malo? A juicio de Suso de Toro, obviamente malo, pues él no puede competir comercialmente con, por ejemplo, Santiago Posteguillo o Matilde Asensi. Simplemente, no puede. Para cuando se vende un libro de de Toro, el librero ha vendido cien de Posteguillo. La ecuación es sencilla…
Yo, en principio, podría estar de acuerdo con Suso de Toro si lo desplazado fuera de calidad muy superior a lo que desplaza. Él dice que todo se va a la mierda, pero, sinceramente, no lo creo. Y no lo creo porque se parte de una falacia: que lo que había era mucho mejor que lo que viene. La verdad desnuda es esta: Ruiz Zafón escribe con el culo, pero mucha gente de la que publica en editoriales de prestigio (y que pasa por ser literatura de autor o libro literario), también. Al final, yo casi prefiero a Zafón. O a Pérez-Reverte, que al menos tiene la dignidad de afirmar que él no es un artista, sino un artesano de los libros. Al menos, así no hay que aguantarle el divismo a cualquier tonto con ínfulas que se cree artista y que lo único que hace es escribir y publicar unos libros que resultan un coñazo y que no interesan absolutamente a nadie.
En fin, que entiendo el desencanto de Suso de Toro. Pero, sin acritud, tengo que decir que lo único que pasa es que no tiene lectores suficientes como para mantenerse. Mala suerte, de verdad lo digo. Pero la realidad es así de cruda.
Y mi segundo cometario: un millón de gracias a Suso de Toro por defender la dignidad del oficio de escritor.
Cito: Una sociedad inmadura, infantilizada, carece de responsabilidad para sostener una cultura propia, así todos opinan sobre los derechos que tienen los creadores sobre su propia obra. Nadie discute los derechos de inversores, pensionistas, funcionarios y trabajadores en general, sólo los de los creadores. No es falta de aprecio, es desprecio.
Parece mentira que a estas alturas alguien tenga que poner esto por escrito, pero hay lo que hay. Ahora todo el mundo se siente con capacidad para cuestionarnos. Y siempre, por supuesto, para insultar. Como ya he repetido muchas veces, hay que reivindicar sin complejos la dignidad de esta profesión. Y hay que reivindicarla, como lo hace Suso de Toro, frente a todos aquellos que nos tienen (nos tenéis, porque también hay alguno rondando por aquí) que decir a qué tenemos derecho y a qué no.