Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.
Como cualquier otro ámbito laboral, el deporte es un terreno apto para que surja el amor en cualquier momento. Horas y horas de entrenamientos, largos días de concentraciones, meses y años coincidiendo en cualquier rincón del mundo… No es extraño que, cuando uno menos se lo espera, Cupido haga acto de aparición sobre los tacos de salida del tartán, a caballo entre las barras paralelas, botando al otro lado de la red o deslizándose sobre cuchillas en el gélido hielo.
Ekaterina Gordeeva nació en Moscú, capital de la entonces Unión Soviética, en mayo de 1971. Su padre era operador de teletipos del Ejército y su madre, bailarina. Con apenas cuatro años empezó a practicar patinaje sobre hielo. Al no encontrar en Moscú patines para sus diminutos pies, la pequeña Ekaterina se veía obligada a utilizar varios calcetines de relleno para llevar a cabo su afición. Fue así como empezó a desarrollar su pasión por el patinaje, el primer gran amor de su vida.
A la vista de su talento, a los 10 años fue reclutada por las autoridades deportivas del país. El método selectivo del deporte soviético era una maquinaria bien engrasada. Seleccionaban a los deportistas más cualificados desde niños, los entrenaban y los encaminaban hacia la disciplina más adecuada a sus características. Los preparadores, a la vista de la endeblez de Gordeeva para el ejercicio individual, emparejaron a la joven con Sergei Grinkov, un prometedor patinador de 14 años. Partidarios de volar libres, ninguno de los dos atletas estaba, en principio, muy convencido de la unión, pero aquella decisión supuso el principio de una feliz y fructífera relación.Los inicios de Sergei no habían sido muy diferentes a los de Katia (diminutivo con que se conocía a Ekaterina). Natural, como su compañera, de Moscú, Grinkov había nacido cuatro años antes que ella y había comenzado a patinar con cinco años. La primera gran victoria que Katia y Sergei lograron como pareja fue el Campeonato del Mundo Junior disputado en 1985 en Colorado Springs. Para entonces llevaban ya cuatro años de entrenamiento conjunto.
Un año después, en 1986, la joven pareja participó en su primera gran competición senior, el Campeonato Mundial de Patinaje Artístico sobre hielo disputado en Ginebra. Katia y Sergei consiguieron la victoria, relegando a la plata a sus compatriotas Elena Valova y Oleg Vasiliev, vencedores un año antes en el Campeonato Mundial de Tokio y oro en los Juegos de Sarajevo en 1984.
Grinkov y Gordeeva repitieron título mundial en 1987 en Cincinnati, imponiéndose de nuevo a Valova y Vasiliev. En el horizonte estaban los Juegos Olímpicos que se iban a disputar un año después en Calgary, donde serían los máximos favoritos en la modalidad de pareja.
El camino hacia los Juegos, no obstante, fue más espinoso de lo esperado. Un par de meses antes de la competición, Gordeeva cayó sobre el hielo, golpeándose la cabeza, y tuvo que ser hospitalizada. Sergei, que se sentía culpable por no haber podido asir su menudo cuerpo y evitar la caída, le llevaba flores todos los días. Ella le instó a que siguiera entrenando para mantener la forma. Dos semanas después de el incidente, Sergei y Katia volvían a entrenar juntos y poco después vencían en el Campeonato de Europa, disputado sólo un mes antes de la celebración de los Juegos.
En febrero de 1988 se disputaron en Calgary los XV Juegos Olímpicos de Invierno. En las montañas canadienses el saltador finlandés Matti Nykänen ganaba tres medallas de oro, la patinadora holandesa Yvonne van Gennip conseguía tres títulos olímpicos en pruebas de velocidad y el italiano Alberto Tomba se imponía en las pruebas de eslalon y eslalon gigante del esquí alpino. También en Calgary, Ekaterina Gordeeva y Sergei Grinkov conseguían la medalla de oro en la modalidad de parejas del patinaje artístico, por delante de Valova y Vasiliev, sus sempiternos rivales.
Dicen los entendidos que su patinaje era elegante, grácil y espectacular, que sus delicados movimientos y su exquisita compenetración rozaban la perfección. Comentan que su exacto entendimiento sobre la superficie helada era el perfecto reflejo de su amor fuera de la pista. Uno, que está lejos de ser un experto en estas lides pero que aún conserva cierta sensibilidad, no puede evitar estremecerse viendo las impecables evoluciones sobre el hielo de la pareja. Puro deleite estético. Llámenlo belleza.
La sociedad Grinkov y Gordeeva avanzaba viento en popa. Mientras los triunfos deportivos no cesaban (Campeonato Mundial de 1989 y 1990, Campeonato Europeo de 1990), entre giros y saltos surgió el amor. En 1989 su idilio era un hecho y en abril de 1991 contraían matrimonio.
Sergei y Katia formaban una pareja insólita pero encantadora. Él, tan alto, tan fornido y esbelto, tan apuesto. Ella, tan menuda, tan delicada, tan aparentemente frágil con su escaso metro y medio y sus 40 kilos de peso, con esa belleza vaporosa, dulce y etérea, esa cautivadora sonrisa y esos ojos profundos y levemente melancólicos. Sobre el hielo solían lucir una sonrisa natural, nada forzada, que mostraba su placer. Se les veía felices en la pista y se les adivinaba aún más felices fuera. Eran dos deportistas jóvenes, que transmitían fuerza y vitalidad. La pareja perfecta.
En 1991 decidieron abandonar el patinaje amateur y pasarse al mundo profesional. Eso les reportaría beneficios económicos, pero significaría no poder volver a competir en unos Juegos Olímpicos. Después de un lustro en la alta competición, con cuatro Campeonatos Mundiales, dos Campeonatos Europeos y un oro olímpico en su palmarés, Grinkov y Gordeeva pensaron que era el momento del cambio, la ocasión de buscar tranquilidad y seguridad de cara al futuro. Él tenía 24 años; ella, 20.
Empezaron entonces a girar por Estados Unidos y Canadá con Stars on Ice, un espectáculo itinerante muy famoso en Norteamérica. En septiembre de 1992 nacía Daria Sergeyevna Grinkova, la hija de Katia y Sergei.
Para los Juegos Olímpicos de Invierno 1994, que se habían de disputar en la localidad noruega de Lillehammer, el C.O.I. decidió permitir la reconversión de los deportistas profesionales en amateurs. De esta forma, Grinkov y Goordeva pudieron volver a participar en unas Olimpiadas y ganar un nuevo oro. Conseguida la segunda medalla olímpica que redondeaba su palmarés, Ekaterina y Sergei resolvieron volver al profesionalismo, enrolándose de nuevo en la gira Stars on Ice. La vida transcurría plácida para ellos hasta un aciago día de noviembre de 1995.
La pareja se encontraba realizando uno de sus rutinarios ensayos en Lake Placid (Nueva York) cuando Sergei elevó al cielo el cuerpo de Katia como había hecho cientos, miles, acaso millones de veces antes. Fue entonces cuando el patinador ruso perdió el conocimiento y su cuerpo cayó sobre el hielo. Las maniobras de reanimación fueron infructuosas. Sergei Grinkov fallecía víctima de un ataque al corazón a la edad de 28 años. La autopsia del cadáver reveló que sus arterias se encontraban obstruidas. Un posterior análisis de sangre reveló una anomalía congénita que lo hacía propenso a sufrir un infarto.
Tras unos meses en los que no tuvo ánimos para calzarse los patines, Katia, animada por sus compañeros, decidió volver a la actividad. Había perdido a su gran amor, pero aún le quedaba el refugio del hielo: “Me di cuenta de que el trabajo es lo único que puede curar a la gente. Al menos era lo que me podía ayudar a curarme. Todavía tenía el patinaje. Yo era siempre primero una patinadora, y perder ambos, a Sergei y el patinaje, era más de lo que podía soportar”.La patinadora moscovita volvió a participar en el espectáculo Stars on Ice, pero, salvo en contadas ocasiones, no volvió a patinar acompañada. “Al principio estaba perdida en el hielo sin él. Tan sola. Estaba acostumbrada a agarrarme a él todo el tiempo, apoyarme en él, sentirlo cerca. Ahora tengo que sentir mis pies debajo de mi todo el tiempo porque no hay nadie ahí para agarrarme”.
Ekaterina Gordeeva siguió girando regularmente con Stars on Ice hasta el año 2000. Después lo volvió a hacer de forma puntual. En 2001 dio a luz a su segunda hija, Elizaveta Ilinichna Kulik, hija del también patinador y campeón olímpico Ilia Kulik, con el que contrajo matrimonio en 2002.
Más información:
Ekaterina Gordeeva y Sergei Grinkov
Wikipedia (Ekaterina Gordeeva y Sergei Grinkov)
La perfección existe… al menos en el patinaje
La triste historia de Katya y Sergei
Vídeos de Ekaterina Gordeeva y Sergei Grinkov en youtube
2012-02-15 20:55
Ella parecía una niña, no solo por su cuerpo sino por su sonrisa, sus gestos, sus ojillos. Esa expresión corporal tan positiva siempre le sumaba unas décimas.
A su lado Sergei parecía muy corpulento, no lo era tanto, aunque sí un buen mozo.
Pese a tener tan distinta masa y envergadura, su compenetración era sorprendente en giros y saltos, tanto al inicio como al final. Lo hacían tan bien que realmente parecía una parejita de adolescentes enamorados en una película rosa. Nada de eso: eran muchas horas de trabajo y mucho tobillo dolorido.
Dijeron que se hicieron profesionales del espectáculo para poder vivir como un matrimonio normal porque los ensayos para la competición eran agotadores para ambos.
2012-02-16 04:03
Muy buena nota. Gracias.
2012-02-21 21:20
Qué historia tan bonita. Y yo que pensaba que la canción “Calgary 88” de Antònia Font era el límite de la cursilería en el patinaje…
2012-02-23 01:31
Aunque no podría asegurarlo al 100%, estoy bastante convencido de que la canción de Antonia Font está inspirada en la historia de Katia y Sergei.