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El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

El niño que dejó a España sin Mundial

Muchos aficionados al fútbol, sobre todo los más veteranos, conocerán la historia, pero es posible que a otros el nombre de Franco Gemma no les diga demasiado. Aunque no fallara un gol a puerta vacía, ni fracasara en su intento de atajar un escurridizo balón, ni errara un penalti decisivo, ni anulara incomprensiblemente un gol legal, hay una página dedicada a Franco Gemma en la historia negra de la selección española, junto a las de Cardeñosa, Arconada, Eloy, Salinas, Raúl, Al-Ghandour y Joaquín. Una historia negra que hasta hace bien poco era el pan nuestro de cada día. Ahora que España es campeona del mundo y de Europa, envidia de todo el orbe futbolero, no conviene olvidar tiempos peores.

Situémonos en antecedentes. En el Mundial de 1950, disputado en Brasil, la selección española había conseguido una meritoria cuarta plaza. El famoso gol de Zarra contra Inglaterra clasificó a España para la segunda fase del campeonato, asegurando un lugar entre los cuatro mejores del mundo. Aunque en la ronda final se encajaría un 6-1 ante Brasil y sólo se lograría arrancar un empate contra Uruguay (a la postre campeona), la hazaña ya estaba lograda. El éxito del equipo de Zarra, Panizo, Gaínza, Basora y compañía significó una efímera alegría para un pueblo que intentaba salir de una dolorosa posguerra y andaba necesitado de ilusiones. Tampoco fue desaprovechada la victoria ante la perfida Albión por la dictadura franquista, que la utilizó para hacer un canto patriótico a la excelencia de la raza española.

Zarra

España no había participado en un Campeonato del Mundo desde 1934, cuando cayó ante la anfitriona Italia en cuartos de final. Debido a la Guerra Civil no jugó en 1938 y después la II Guerra Mundial interrumpió la celebración del torneo hasta 1950. La vuelta a la máxima competición, por tanto, se podía considerar todo un éxito.

El siguiente Mundial se disputaría en 1954 en Suiza y había esperanzas en emular lo logrado cuatro años antes en Brasil. Para jugar la fase final, la selección española, entrenada por Luis Iribarren, debía primero superar una ronda de clasificación a doble partido contra Turquía, un equipo, en teoría, bastante inferior. En el cuadro español ya no estaban figuras como Zarra y Panizo, pero sí una de las estrellas del fútbol mundial del momento, Laszlo Kubala. El húngaro había llegado al F.C. Barcelona en 1951 y, tras un par de años de espera, había logrado la nacionalidad española. Era la tercera camiseta que Kubala defendía como internacional, puesto que ya había jugado con la selección de su Hungría natal y con la de Checoslovaquia, la patria de sus antepasados.

El primer partido de la eliminatoria contra Turquía, disputado el 6 de enero de 1954, tuvo como marco el madrileño estadio de Chamartín (que poco después pasó a llamarse Santiago Bernabéu). Por problemas burocráticos, Kubala no pudo ser de la partida. La FIFA había acordado aceptar la alineación de jugadores nacionalizados en partidos oficiales siempre que llevaran al mínimo tres años en el país de acogida (como era el caso de Laszlo), pero la norma no entraría en vigor hasta el mes de febrero. Por tanto, el debut oficial del futbolista del Barcelona, que ya había jugado tres partidos amistosos con la camiseta roja contra Argentina, Chile y Suecia, tendría que esperar al partido de vuelta en tierras turcas, fechado para mediados de marzo.

Cuentan las crónicas de la época que el partido de Chamartín fue aburrido y de fútbol rácano, con una selección turca encerrada atrás, dispuesta a mantener su puerta a cero para intentar decidir en el partido de vuelta en Estambul, y una España roma y sin chispa. A pesar de ello, no tardó en abrir el marcador la escuadra española en un remate del veterano jugador del Athletic Venancio, tras un centro de su compañero Gaínza. Corría el minuto trece. El gol fue contrarrestado en el minuto 31 por el turco Recep, batiendo de disparo cruzado al guardameta oviedista Argila, que jugó aquel día su único partido internacional.

Nada más reanudarse el encuentro, dos goles de Gaínza y Miguel decidían prácticamente el partido. De ahí hasta el final, poca historia. Un tanto más, obra de Alsua, certificaba una victoria contundente pero poco convincente en cuanto al juego. 4-1 y a pensar en el partido de vuelta.

Dos meses después, la selección viajó a Estambul dispuesta a firmar la clasificación para Suiza en un partido que ya sí podría disputar Kubala. España necesitaba al menos un empate para conseguir el pase, puesto que entonces la F.I.F.A. no contemplaba el gol average. Por tanto, una victoria turca, fuera cual fuera la diferencia de goles, enviaría la eliminatoria a un desempate en campo neutral. Aunque los turcos habían demostrado en la ida ser un grupo animoso, duro y resistente, la evidente superioridad técnica de España hacía inevitable seguir considerándola favorita indiscutible.

Habían pasado 15 minutos desde que el balón echara a rodar en el estadio Midhat Pachá de Estambul cuando llegó el gol turco, en un remate del interior izquierdo Burham. A pesar del jarro de agua fría que había supuesto el tanto, el equipo de Iribarren tenía una hora y cuarto por delante para intentar recuperarse e igualar el marcador. España, sin embargo se vio desbordada durante el primer tiempo y, aunque en la reanudación se hizo con el control del juego, fue incapaz de crear peligro ante unos turcos que suplían con ardor su carencia de talento. La prensa no escatimó críticas ante el decepcionante juego de la selección. “Una derrota vegonzosa”, titulaba La Vanguardia su crónica. “Solo los defensas cumplieron como futbolistas y como españoles”, subtitulaba elocuentemente ABC, dejando claro que centrocampistas y delanteros no se habían comportado como españoles de bien. Tampoco se libró el seleccionador: “Iribarren, sumido en un mar de confusiones”.

La victoria turca hacía necesario un partido de desempate, que la F.I.F.A. decidió que tuviera lugar tres días después en Roma.

Con el ánimo decaído por la derrota, la delegación española viajó al día siguiente directamente a la capital italiana desde Estambul, previa escala en Atenas. La superioridad presupuesta ya no era tan evidente, aunque España continuaba siendo favorita. Jugadores y cuerpo técnico tenían 90 minutos por delante para sacar el pasaporte a Suiza e intentar mejorar el logro que Zarra y compañía habían conseguido cuatro años antes. La alternativa era quedarse en España conociendo los resultados del Mundial por la radio o el NODO.

Poco antes de comenzar el encuentro de Roma sucedió algo que aún hoy no se ha esclarecido por completo. La delegación española recibió un telegrama remitido por la F.I.F.A. con un enigmático texto: “Attention equipe espagnole situation jouer Kubala”. La Federación Española interpretó el escueto mensaje como una prohibición de alinear al futbolista hispano-húngaro y éste, que ya se encontraba vestido de corto y presto para saltar al campo, tuvo que presenciar el partido desde la grada, ocupando su lugar en el once el valencianista Pasieguito.

Kubala

Mucho se ha escrito sobre aquel telegrama y nada hay claro. Parece que existía una denuncia sobre la situación de Kubala por parte de la federación húngara, que años antes había suspendido al jugador a perpetuidad. Por parte de Turquía no hubo protesta alguna y la F.I.F.A., más tarde, negó que ese telegrama hubiera sido obra suya. Un asunto turbio que, mucho nos tememos, jamás verá la luz. Posteriormente Kubala no tuvo problemas para seguir jugando con la selección, cuya camiseta defendió hasta 1961.

Lo cierto es que el equipo español saltó al campo del Olímpico de Roma sin su jugador más determinante, lo cual, merma futbolística aparte, suponía un golpe psicológico importante. No obstante, los jugadores empezaron dominando el partido, decididos a solventar cuanto antes, y a los 11 minutos Arteche adelantaba a España en el marcador. A partir de ese momento Turquía fue ganando la iniciativa, hasta que un tanto de Burham devolvió las tablas en el minuto 26.

A los 17 minutos de iniciarse la segunda parte se adelantó Turquía por mediación de Suad. Los otomanos habían dado la vuelta al marcador y la sombra de la eliminación empezaba a planear sobre el combinado español, que tenía algo menos de media hora para arreglar el desaguisado. Era preciso igualar la contienda cuanto antes y España inició un ataque angustioso contra el reloj que culminó con el gol de Escudero, aprovechando un rechace tras un saque de esquina. El 2-2 no se movió hasta el minuto 90 y el partido se fue a los 30 minutos de prórroga, que tampoco sirvieron para alterar el marcador.

En aquellos tiempos la F.I.F.A. aún no contemplaba la posibilidad de recurrir a una ronda de penaltis para resolver los empates, por lo que la decisión quedó en manos del azar, en un desenlace lleno de emoción y dramatismo. Los federativos españoles intentaron forzar un segundo partido de desempate, pero el reglamento de la FIFA en este caso era tajane: “Si el tercer encuentro, con prórrogas de dos tiempos de quince minutos cada uno, no decide el resultado, el vencedor será designado por sorteo al terminar el partido, en presencia de un delegado de la Comisión organizadora”. Media hora después de concluida la prórroga, mientras los jugadores aguardaban expectantes la resolución en los vestuarios, en la sala de prensa del Estado Olímpico tenía lugar el sorteo: dos papelitos bien doblados, un recipiente de cobre a modo de urna y una mano inocente, la de un niño que pasaba por allí, hijo de un trabajador del Estadio Olímpico. El bambino, de nombre Franco Gemma, con los ojos vendados, introdujo la mano en la improvisada urna y sacó uno de los papeles. En él había escrita una palabra: Turquía.

Franco Gemma

Las críticas ante la inesperada derrota frente a una selección de segunda fila aceleraron la marcha, pocos días después, de Sancho Dávila, presidente de la Federación, y del seleccionador Iribarren, cuyo pobre papel al frente de la selección había sido muy censurado.

La mano inocente de Franco Gemma había dejado a España sin Mundial. No volvería a disputar uno hasta 1962, en Chile. El cuarto puesto de 1950 fue durante décadas la mejor actuación lograda en un Campeonato del Mundo. Hasta que una noche de julio en Johannesburgo un tal Andrés Iniesta mandó de un zapatazo al limbo una historia negra que ya olía a rancio.

Nota: Para la elaboración de este texto he contado con la inestimable ayuda de las hemerotecas de los diarios ABC, La Vanguardia y El Mundo Deportivo, así como de la web de estadísticas Sportec.

Javi Martín | 15 de noviembre de 2011

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2011-11-15 11:19

    Qué raro se me hace llamar “Laszlo” a Kubala. ¡Ladislao!, siempre fue Ladislao, como “Ladisleo” Messi ;)

    Por cierto, y ya que jugamos con nombres: Supongo que la prensa de la época tendría mucho cuidado para no dar pie a chistes fáciles con eso de que el chaval se llamara Franco.

  2. Dadan Narval
    2011-11-15 14:46

    Gran historia. Por cierto, llámame ignorante, pero desconocía por completo la historia del telegrama, que me parece fascinante.
    ¿No se sabe nada? ¿No se podía investigar la procedencia?

  3. Javi
    2011-11-15 19:58

    Kubala nació en Hungría como Laszlo, se convirtió en Ladislav en Checoslovaquia y terminó siendo Ladislao en España ;-)

    Supones bien, Miguel, no he encontrado ningún chiste en la prensa de la época sobre la coincidencia de nombres. Ni siquiera una ligera mención.

    Dadan: A mí también me fascinó la historia del telegrama cuando la conocí. He intentado indagar en las hemerotecas, pero nada. Hay datos vagos y contradictorios, pero nada claro, aparte de lo que ya indico en el texto.


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