Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Tom Baker acababa de superar a Jon Pertwee como Doctor más longevo. Su sexta temporada empezaba, además, con la llegada de Douglas Adams como Jefe de guionistas en sustitución de un cansado Anthony Read, mientras su otro oponente, el productor Graham Williams, se pensaba también su retiro, y, además, le habían sustituido a la actriz encargada de encarnar a Romana, en vez de Mary Tamm sería Lalla Ward la encargada de regenerarse para ocupar su lugar, algo que sucedería durante el primer serial que significaría, además, la llegada de sus más antiguos enemigos: Los Daleks.
Trayendo de vuelta a los Daleks aprovecharon para que su creador, Terry Nation, se ocupara de ello. O al revés, según se mire. Nation se encontraba muy liado con Los 7 de Blake; llegó incluso a consultar con la BBC, que emitía ambas series, la posibilidad de usar en ella a sus criaturas. De ahí salió la posibilidad de que escribiera sobre ellas para el final de temporada de Doctor Who y, viendo lo apretado de su calendario, decidieron usarlo como principio de temporada.
Nation volvería a tratar el tema de Skaro y a enfrentar a los malvados saleros mutantes a un nuevo enemigo, los Movellans, una suerte de raza de robots humanoides aunque con forma masculina o femenina —como parte de los intentos por parte de la raza de ocultar su naturaleza robótica—. Y entre ellos destaca Agella, interpretada por la actriz Suzanne Danielle, que no dudó en aprovecharse de la prensa ayudando a los productores a favorecer el rumor de que la nueva companion del Doctor iba a ser ella. Y es que la marcha de Mary Tamm se había producido fuera de escena.
Al inicio de este primer serial, Destiny of the Daleks, el Doctor llama a Romana y lo que sale por la puerta de los corredores de la TARDIS tiene la forma de la Princesa Astra — Tamm estaba embarazada, así que no podía aparecer—. A eso le sigue una escena más larga de lo esperable en la que Romana va probándose cuerpos como en otras series se probarían modelitos, entrando y saliendo del probador. Algo que tendrían que explicar los Guardianes de la Continuidad de la serie asegurando que los Time Lords pueden modificar su apariencia durante las horas posteriores a su regeneración. Tras varios intentos —una enana de color púrpura; una mujer muy alta, delgada y seria; e incluso una versión drag queen a la que despide con un No thank you, not today del que podéis pensar lo que queráis—, acaba aceptando que use la forma de Astra aunque con ropajes menos exagerados.
El presupuesto seguía siendo limitado así que el número de Daleks usados tuvo que limitarse también, igual que hubo problemas con el papel de Davros en el guión por estar su actor anterior, Michael Wisher, ocupado en Australia. Su reemplazo, David Gooderson, tuvo que lidiar con unas máscaras y maquillajes no preparados para él. Para justificarlo decidieron que Davros apareciera lo menos posible.
El serial fue un éxito, pese al tono cómico que le dio el nuevo Jefe de Guionistas, Douglas Adams, algo que suele ejemplificarse en el momento en que Baker, con su habitual sobreactuación, se sube a una escalera y empieza a burlarse de los Daleks por no poder salvar el obstáculo.
Quizá esa sea la definición más precisa de esta época, una en la que la parte seria será aniquilada mientras los juegos van creciendo. Y nada muestra mejor esa situación que el siguiente serial: City of Death. Quizá el más juguetón de los seriales de esta temporada, con una forma de entender la relación entre el Doctor y Romana que toma como referente a Nick y Nora Charles; un buen inicio para la relación de duelo de ingenios que irá desarrollándose.
De momento tenemos a David Fisher, al que encargaron que, como había hecho con El prisionero de Zenda, hiciera una versión paródica de las novelas pulp de Bulldog Drummond. Originalmente un pastiche poco sutil, ahí entraron Douglas Adams y Graham Williams a ayudar, lo que acabaría derivando en que el guión lo firmara el pseudónimo David Agnew —también participó el director, Michael Hayes, un viejo conocido del equipo—. Se había limado el parecido y la acción se había trasladado a Paris, incluso para el rodaje, tras comprobar el jefe de producción, John Nathan-Turner, que el coste del rodaje sería similar para convencer a un poco satisfecho Graeme McDonald. —No digamos ya cuando el equipo de grabación llegara el día anterior al 1 de Mayo, lo encontrara todo cerrado y tuviera que improvisar aún a riesgo de disparar las alarmas, o cuando unas lentes especiales alquiladas a una empresa española resultaran no encajar con las cámaras inglesas.—
La idea original de mostrar los bajos fondos y el mundo de las apuestas ilegales fue abandonada; en su lugar surgió la idea de una aventura igual de pulp pero centrada en la alta sociedad, con el autoproclamado Conde Scarlioni y su mujer en el centro de la trama con ayuda del Profesor Kerensky. La falta de efectivo para los experimentos de este último lleva a un plan inesperado: robar y vender la Mona Lisa, con un giro temporal. Porque, vaya, Scarloni resulta ser un extraterrestre cuya existencia se vio desgajada en el tiempo, Scaroth, el último de los Jagaroth y, presunto, salvador de su raza. Los doce fragmentos en que se dividió su consciencia estaban comunicados telepáticamente, con el objetivo de reunir todos sus jirones para poder volver a ser uno.
Quizá lo más interesante sea como la relación de Romana y el Doctor es mostrada en espejo con la relación del Conde y la Condesa, que de nuevo se muestra como pensada con la comedia de fondo. Scarloni es un alienígena de larga vida que comparte su tiempo con una mujer humana a la que parece haber fascinado, algo que funciona como eco de la relación habitual entre el Doctor y sus acompañantes, pero va a más porque el entendimiento, sin que exista una relación íntima real — la Condesa actúa como si la discreción que necesita Scarloni se debiera a que es homosexual o, al menos, algún tipo de extraño fetichista —, pero sí una compenetración poco habitual, aunque sea basada en lo que cada uno espera sacar del otro. Liz Barr pone de ejemplo de esto, en su ensayo para Chicks unravel time, el siguiente diálogo :
DOCTOR: ¿Cuanto tiempo lleva casada con el Conde?
CONDESA: Suficiente tiempo.
DOCTOR: Suficiente tiempo. Me gusta eso. Discreción y encanto. Tan civilizado. Tan terriblemente poco útil.
CONDESA: Discreción y encanto. No podría vivir sin ello, sobre todo en los asuntos relativos al Conde.
DOCTOR: No hay nada como la discreción. Tampoco hay nada como la ceguera voluntaria.
CONDESA: ¿Ceguera? Le ayudé a robar la Mona Lisa, el mayor crimen del siglo, ¿y me llama ciega?
DOCTOR: ¡SÍ! Usted ve al Conde como un genio criminal, un tratante de arte, un hombre delirantemente rico, y se ve a usted misma como su consorte. Pero… ¿a qué se dedica en el sótano?
CONDESA: Chapucillas. Todo hombre debe tener su hobby .
DOCTOR: ¿Hombre? ¿Está seguro de eso? Un hombre con un ojo y piel verde, ¿eh? Rapiñando los tesoros artísticos de la historia para ayudarle a construir una máquina que le permita estar con su gente, los Jagaroth, ¿y usted no se dio cuenta de nada? Qué discreta, que encantadora.
Y, sin embargo, esa misma discreción y encanto era lo que se mostraba entre las acompañantes del Doctor, permanentemente recordándoles que era extraterrestre o que tenía diferencias físicas —digamos, dos corazones— porque no era humano. La Condesa se muestra, si no genuinamente enamorada del Conde, sí desde luego extraordinariamente fiel a él. Puede que sea, como asegura el Doctor, por lograr sus objetivos, pero, desde luego, es una de las relaciones más sólidas entre una pareja criminal que se verá en esta serie durante muchos años.
La BBC no era la única cadena con problemas sindicales, también la ITV tenía los suyos propios, que se hicieron notar durante la emisión de este serial, dejando algunas semanas sin competencia a Doctor Who y provocando así picos de varios millones de espectadores. Una circunstancia favorable al inicio de la temporada que acabaría demostrándose como irónica. En cualquier caso parecía que el público estaba respondiendo bien a este tono más lúdico y humorístico, que muchas veces se permitía escenas memorables como —me permitirán— esta:
Que Douglas Adams fue co-guionista de esta historia significó también que no pudo ser incluida en las novelizaciones que la editorial Target realizaba sistemáticamente de la serie —y de las que ya hablaremos— por ser demasiado caro para sus tarifas. Tampoco acabaría publicada en otra editorial; simplemente Adams pasaría a reciclar sus ideas, como solía hacer, y las utilizará para la Guía del autoestopista galáctico y, sobre todo, para Dirk Gently. Pero también de esto hablaremos más adelante en esta misma columna. De momento pasemos al siguiente serial.
The creature of the pit, aunque sea el tercero en emisión, fue, en realidad, el primer serial que se filmó de la temporada y, por lo tanto, aquel que atrajo sobre sí los primeros problemas. De entrada, los que tenía Graham Williams con su salud y su progresivo hartazgo. Trató de conseguir que su jefe de producción fuera ascendido a Productor Asociado ,pero Graeme MacDonald estaba poco dispuesto a permitirlo, así que a John Nathan-Turner aún le tocó esperar un poco.
MacDonald estaba poco convencido de la deriva humorística que había tomado la serie, sobre todo con Adams ocupándose de los guiones. Algo que el encargo del guión a David Fisher, de quien ya se había quejado por The Androids Of Tara, no hacía más que preocuparle. Hasta el punto de pedir a Barry Letts que echara un ojo a la producción aunque no tuviera oficialmente nada que ver con ella.
Por si no fueran suficientes problemas, pronto se demostró que, como venía pasando en las últimas temporadas, el presupuesto se quedaba corto para las ideas que tenían los guionistas. Y en 1979, con la inflación desbocada, era complicado lograr más dinero.
Así que lo peor que podías hacer era cagarla en la concepción del monstruo —y en este caso se jugaba con la idea de que las cosas no son lo que parecen, de modo que el monstruo no es tal y el culpable de todo es una mujer… lo que al guionista le parecía que resultaría más sorprendente. Se ve que no se había visto su propia serie porque ya habían jugado esa carta, y mucho mejor, antes. —, como pasó en este caso, debido a dos factores que empeoraban todo por ser previsible. En primer lugar el tamaño del bicho ya había causado estragos y problemas de producción en The Power Of Kroll el año anterior, y explicarle a MacDonald que habían vuelto a tropezar en la misma piedra no debió ser nada fácil; en segundo lugar, el diseño del bicho… cómo explicarlo… Puede que vistos a tamaño completo resultara algo sorprendente pero cuando nos centrábamos en sólo una parte y su apéndice, entonces el resultado era… bien distinto. Las diferentes historias que se han escrito sobre la serie suelen recoger que hubo cierto revuelo cuando MacDonald pudo ver por primera vez al monstruo, pero es difícil de asegurar que no fueran Nathan-Turner o Williams los primeros en percatarse de los aspectos fálicos de la criatura —que, para colmo, se llama Erato, como la Musa de la Poesía Romántica y, ehem, Erótica. Claro que con otro personaje del serial llamado Organon casi que aún tuvieron suerte— de manera que se decidió que el monstruo tenía que salir lo menos posible, y lo más en sombras, en pantalla. Así que el director del serial, Christopher Barry, tuvo que apañárselas con problemas de presupuesto y la necesidad de modificar la historia, todo ello mientras se buscaba una nueva voz para K9 y Lalla Ward se quejaba de que su papel se hubiera escrito como si aún estuviera interpretado por Mary Tamm. Si tenemos en cuenta el flojo resultado final, no es de extrañar que ni Barry ni la BBC quisieran volver a colaborar en la serie.
Hay que reconocerle, sin embargo, un mérito. Y es que como inicio de producción ponía la marca de cómo lograr lo que Graham Williams llamaba un reescalado de la serie. Tras restaurar el orden en todo el universo al final de la temporada 15 y durante toda la 16, con la misma existencia dependiendo de él, se buscaba un intento de regresar a historias más pequeñas, incidentales, a las que el Doctor llegara casi por casualidad. O, teniendo en cuenta que esa era parte de la idea del randomizer que instaló para evitar al Dark Guardian, completamente por casualidad.
Por algún motivo que no parece sensato se pensó en una historia que inicialmente estaba relacionada con las drogas como cuarto serial, Nightmare of Eden, sólo para que la BBC convenciera a su guionista, Bob Baker, de que tenía que tener más claramente incluso un mensaje: Las drogas son malas. Sí, estamos ante un episodio anti-drogas en Doctor Who. Menos mal que no era un Episodio Muy Especial…
Baker, la mitad de los Bristol Boys que habían entregado durante muchos años guiones para la serie, envió la propuesta original a Adams, que opinó que la relevancia del tema en ese 1980 que empezaba bien merecía centrar un serial del Doctor. Lamentablemente ni Williams ni Ward estaban muy convencidos de que hubiera que representar a la droga como algo deseable en ningún momento de la historia. Y Baker… Tom Baker estaba demasiado ocupado tratando de imponer su autoridad sobre el director elegido, Alan Bromly, que llevaba sin trabajar en la serie desde hacía seis años y que tenía un método chapado a la antigua de trabajar, muy autoritario. Las broncas entre ambos fueron subiendo de nivel hasta que se hizo necesaria la presencia de Williams para interceder entre director y actor, de manera que se pudiera grabar el serial. De modo que el último día de rodaje el director acabó hartándose y dimitiendo; pasó a ser tarea de Williams rodar las escenas restantes y realizar la producción del material rodado.
A veces se sorprende uno de que lograran seguir con la serie adelante, pero este capítulo fue importante para todos. Baker decidió dejar de colaborar con la serie, pasó a escribir para otros estudios y su nombre se puede encontrar, por ejemplo, en varios cortos de Wallace & Gromit, incluso en el largo Wallace & Gromit in The Curse Of The Were-Rabbit. Su única relación con la serie fueron sus intentos de lograr un spin-off de K9, del que ya habrá tiempo de hablar.
En cuando a Graham Williams, éste fue el serial que le llevó a decidir que estaba harto de Doctor Who, especialmente de su actor principal, y que lo mejor que podía suceder era terminar la temporada y dedicarse a otra cosa. Y así se lo comunicaría a MacDonald, recomendándole contratar a John Nathan-Turner para su puesto en cuanto terminaran de grabar los seriales que quedaban para dar por concluida la temporada.
Empezando por The Horns Of Nimon, un serial menor del que sólo puede salvarse algún diálogo afortunado entre el Doctor y Romana pero que podría resumir gran parte de los problemas que tuvo durante toda esta temporada la serie, sobre todo los guiones. Viendo los problemas de los guionistas clásicos, muchos de ellos ya con sus propios proyectos — Robert Holmes, Terry Nation, Dave Martin y ahora Bob Baker— y los problemas con otros más recientes como David Fisher*´, se puede entender que *Williams y Adams prepararan para esta temporada una renovación de guionistas, mejor dicho, la entrada de sangre nueva para ofrecer otras perspectivas. El resultado, como el de casi cualquier cosa intentada esta temporada, fue desalentador. Ni guionistas de otros medios, ni antiguos colaboradores como Philip Hinchcliffe, ni prácticamente nada salvable salió de esa criba. De manera que hubo que tirar rápidamente de los habituales, en este caso del antiguo Jefe de Guionistas, Anthony Read, que entregó una historia basada muy obviamente en la historia del Minotauro.
Y por muy obviamente quiero decir que los atenienes (Athens) pasan a ser Aneth, Cnosos (Knossos) pasa a Skonnos y la ciudad de Corinto (Corinth) pasa a ser Crinoth. ¿Para qué meterse en más honduras?
Así que Douglas Adams le dio un pequeño repaso al guión, incluyó algún diálogo ingenioso y cambió el nombre del laberinto en que se escondía este nuevo minotauro de Complexity a Power Complex para poder dedicarse a hacer chistes con el concepto. Y se quejó de que su trabajo no estuviera saliendo como él esperaba. En lugar de crear o supervisar estaba encontrándose —irónicamente, como a le había pasado a Anthony Read, su antecesor en el cargo— con que le tocaba reescribir las historias con muchas prisas y más ojos puestos en el presupuesto que en la historia en sí. Así que decidió que en cuanto terminara la temporada, de cuyo final se iba a encargar él mismo, lo dejaba.
Y es que en ese final de temporada estaban puestas muchas expectativas. Williams confiaba en que fuera una gran historia y no le importó dejar Nimons —en vez de Minos, por si no lo habíais pillado antes— con menos presupuesto para compensar lo que ya se habían gastado de más tanto en el anterior serial como en Destiny Of The Daleks y City Of Death, y lo que sospechaba que se iban a gastar en el siguiente. Este tenía una historia poco inspirada, realizada con rapidez para rellenar el hueco y que todos esperaban que fuera olvidada con rapidez porque para eso tenía detrás un enorme final de temporada: Shada.
Cuando Williams decidió largarse pensó en hacerlo por todo lo grande, de modo que cuando llegó la idea original de Douglas Adans —un serial en el que el Doctor decidía retirarse pero no dejaban de surgir situaciones que le obligaban a regresar a la acción, un nuevo eco a El hombre delgado— pensó que no era suficiente. Quería algo más grande.
Para cuando Douglas Adams decidió que él también se largaba parecían haber encontrado una respuesta. Iba a explorar la sociedad gallifreyana, más concretamente su posición sobre la pena de muerte. Pero a Williams le parecía que se había dado demasiada información sobre la organización de los Time Lord en los últimos años. Dándole unas vueltas decidieron que la historia, originalmente llamada Sunburst y para la que se había terminado contando con el director del anterior guión de Adams, debía ser llevada lejos del planeta Gallifrey, a otro planeta que sirviera como prisión para sus más graves criminales, pero con escenas al principio y final del serial en la Tierra.
El Doctor, Romana y K9 irían a visitar a un viejo amigo Time Lord autoexiliado en la tierra, disfrazado de profesor universitario en Cambridge. Tras sufrir un ataque descubrirían que el científico criminal Skagra necesita el conocimiento de su amigo, el Profesor Chronotis, para llegar hasta el planeta prisión y al recluido Salyavin, un Time Lord de enorme poder mental que le serviría para imprimar con su mente a todos los seres pensantes del universo.
Así que habría exteriores universitarios —durante la grabación de los cuales se rodaría una escena entre el Doctor y Romana que homenajeaba una de las grandes escenas de Los secretos de Oxford (Gaudy night) protagonizada por una de las más notables parejas de investigadores con relación cómico-amorosa, Lord Peter Wimsey y Harriet Vane —, un planeta-prisión y, sobre todo, una gran persecución nocturna.
Y entonces llegaron, un año más, las broncas reivindicativas de los trabajadores técnicos de la BBC. Y si los dos últimos años se había podido evitar, éste estaban decididos a cobrarse el final de temporada de Doctor Who como muestra de poder. De modo que se ocuparon de que no se pudiera grabar por la noche, cuando el guión fue cambiado se ocuparon de que no se pudiera trasladar el equipo necesario para la grabación fuera del estudio, a continuación obstaculizaron los exteriores previstos… El tiempo pasaba, las reuniones se sucedían entre los responsables de la serie y todo parecía ir a peor, sobre todo cuándo la huelga persistió lo suficiente como para amenazar también a los especiales navideños. Porque estos sí que no tenían sustitución ni arreglo posible. De manera que la BBC apostó por mantenerlos, condenando a Shada a la desaparición… O casi.
La salida de Graham Williams de la serie sabría incluso más a derrota que la de Douglas Adams. Al fin y al cabo Adams se marchaba para ocuparse de su propia creación y había estado poco menos de un año en el puesto. De hecho, como era habitual en él, reciclaría parte del material no utilizado en Doctor Who; algunas cosas en la Guía del autoestopista galáctico, mientras que otras le servirían de inspiración para un nuevo personaje: Dirk Gently.
Pero Graham Williams… había llegado para sustituir a Philip Hinchcliffe y, si bien la audiencia se había mantenido e incluso aumentado, los constantes enfrentamientos con Baker, que había logrado aumentar su contrato otro año, y con Graeme MacDonald, que también tenía noticias para el equipo, junto con todos los problemas con los actores, el personal técnico y el artístico, habían logrado convertir los tres años que había durado su estancia en un ejemplo de todo lo que puede ir mal en una serie de éxito y, desde luego, lograron quitarle las ganas de seguir mucho más tiempo trabajando en televisión. Sobre todo tras este gran fracaso final de encontrarse con la primera historia del Doctor tumbada durante su grabación. De modo que hizo todo lo posible para que Shada se quedara y se le diera salida de alguna manera, y así se lo aconsejó a su sucesor.
Graeme MacDonald tenía algo que comunicar al equipo: Seriales, su departamento, iba a pasar a ocuparse tanto de los dramáticos como de los cómicos. Eso era más trabajo y, por tanto, no podría estar tan encima como había estado los últimos años. Por eso tenía la intención de buscar a un productor experimentado en lugar del candidato de Williams. Hasta que se dio cuenta de que sus apuestas no querían el puesto y, por tanto, accedió a dárselo a la persona sugerida por Williams: John Nathan-Turner. La carrera de Nathan-Turner había empezado con pequeños papelitos en la BBC mientras iba recorriendo todo el árbol de puestos hacia arriba. Su llegada a la producción de Doctor Who parecía la consecución de una carrera, al menos de momento.
Pero MacDonald seguía sin fiarse de JNT por su inexperiencia, así que aprovechó que ya tenía extraoficialmente a Bryan Letts echando un ojo a la serie —Con brillantes resultados, como parece obvio— para pedirle que se uniera en el rol más oficial de Productor Ejecutivo y así mantuviera vigilados a los muchachos. También quería traer de vuelta como Jefe de guionistas a alguien que hubiera trabajado para la serie en el pasado; su candidato principal era Robert Banks Stewart, pero de nuevo le dijeron que no, aunque en esta situación recomendándole contratar en su lugar a un guionista sólido aunque ajeno a la serie: Christopher H. Bidmead.
En cuanto John Nathan-Turner tomó el poder, trató de buscar una salida para Shada. Primero grabándolo para el año siguiente, después remontándolo para un especial navideño y, finalmente, ante la imposibilidad de lograr nada con ello, guardándolo para usarlo en alguna mejor ocasión.
Mientras tanto tenía otros problemas en mente. El principal, que le había llevado a rechazar la idea de grabar lo que quedaba de Shada para emitirlo en su temporada, la necesidad de abandonar ese tono cómico en la serie, librarse de K9 y, para disgusto de Lalla Ward —que, como parecía más que obvio para los espectadores, en esos momentos mantenía una relación menos secreta de lo esperable con Tom Baker—, quitársela también a ella de encima en el transcurso de la temporada. No tanto por su relación o por preferir un tono cómico para las aventuras como por considerar que ellos tres formaban un grupo demasiado poderoso y sólido como para que el espectador llegara a temer por ellos o por sus objetivos. Así que la idea era ir añadiendo nuevos acompañantes en la temporada, despedirse de los antiguos, buscar un tono más realista y aventurero, más serio, y, desde luego, buscar nuevos guionistas.
Además de lo cuál, John Nathan-Turner había decidido dedicar su primera temporada, con la complicidad de Bidmead, a una idea concreta: Traer de vuelta la ciencia a la ciencia ficción de Doctor Who. Aunque para eso primero debía lidiar con la falta de guiones y de nuevos guionistas para la nueva temporada. Así que para iniciarla recurrieron de nuevo a David Fisher. El problema es que ahora JNT no quería saber nada de los elementos cómicos que tanto habían apoyado Read y Williams. Como de costumbre con él, el guión era un pastiche sobre elementos preexistentes, en este caso las películas de gangsters. JNT y Bidmead cambiaron parte de esto aunque mantuvieron la localización en una suerte de campamento para veraneantes y aumentaron la parte científica amplificando la importancia de un mecanismo llamado Tachyon Recreation Generator en la historia.
Mientras se terminaba de arreglar el guión, Nathan-Turner se puso con el siguiente punto de su lista: modernizar la serie y hacerla más vendible. Para lo primero empezó por pedir un nuevo logo realizado como si fuera de neones, así como un nuevo arreglo musical y un cambio en la cabecera sustituyendo el clásico tunel espacial por un universo de estrellas. Lo que ,según él, resultaría menos confuso y más agradable de ver.
En cuanto a lo otro, decidió que el Doctor y sus acompañantes debían vestir de una manera no sólo reconocible sino, siempre que se pudiera, llevando las mismas ropas, como una especie de uniforme. Algo que llevó a protestar inmediatamente a Ward, cuya posición había empeorado en la producción, no sólo por su salida prevista, sino porque tras el final de temporada Baker y ella habían decidido dejarlo. Lo que contribuyó, además, a que el carácter de Baker se volviera aún más errático. Algo que daría problemas en cuanto empezara la grabación de este The Leisure Hive.
La dirección del serial recayó en Lovett Bickford, un director al que John Nathan-Turner conocía de cuando trabajó en el gran éxito de la televisión inglesa All the creatures great and small, pero que vio en ésta su oportunidad de realizar un trabajo más complejo… y lo que logró fue enfrentarse a los actores, los productores, disparar el presupuesto y que no le volvieran a llamar más.
Algo a lo que tampoco ayudó que este comienzo de temporada lograra unas cifras de audiencia inusitadamente bajas. Parecía que el año anterior el programa había tocado techo y desde entonces estaba bajando, pero es que los resultados de éste hacían regresar a la serie a los momentos más bajos, desde la temporada cuarta, convenciendo definitivamente a JNT de que hacía falta un cambio mayor.
De momento fueron produciendo el siguiente serial, obra de dos guionistas novatos a los que estaban probando, John Flanagan y Andrew McCulloch, así como a un director acostumbrado a rodar series con grandes efectos especiales, Terence Dudley. La idea del serial, que acabaría siendo conocido como Meglos tras probar multitud de otros nombres, trataría de la llegada del Doctor y sus acompañantes a un planeta dividido entre científicos y religiosos. Además, su fuente de poder se está agotando y no parecen estar muy ocupados tratando de investigar a qué se debe, precisamente por el obstruccionismo de los clérigos. A lo que se une, encima, la aparición de un alienígena mas-o-menos cambiaformas, el Meglos del título, el último de los Zolfa-Thurans, que está decidido a hacerse con la fuente de poder aunque sea haciéndose pasar por el Doctor, lo que permitirá que Baker interprete al héroe y el villano, como ya habían hecho Hartnell y Throughton.
Dentro de las ideas de JNT estaba recurrir a la propia historia de la serie, y una muestra de eso sería la recuperación de la magnífica Jacqueline Hill para realizar un papel secundario como Lexa, la líder de los religiosos —en lugar de repetir el de la inolvidable Barbara Wright como hubiera sido esperable—. Al final del capítulo el Doctor recibe una llamada de Gallifrey para que acudan de inmediato, así que el Doctor quita el aleatorizador de la TARDIS y se dirige hacia allí.
Este final de episodio entraba en los planes de relanzamiento de JNT desde que decidiera profundizar en la propia serie, tras ver el crecimiento y utilidad de las agrupaciones de fans, además de considerar que así se podría centrar más el tono. Para lograr esto acudió a Ian Levine, un fan y coleccionista al que acabaron nombrando fan advisor. Suya fue la idea de realizar arcos argumentales entre seriales. Nathan-Turner, que había estado presente durante el quebradero de cabeza que supuso la temporada de Key to Time, tanto en lo que limitaba la historia como en la dificultad para enlazarlas, decidió usar la idea de otra manera. Empezando por ligar el final del capítulo y usar la fórmula mágica de prometer a los espectadores una aventura en Gallifrey para, en el siguiente serial, hacer que la TARDIS pasara por un extraño fenómeno espacio-temporal al que llamó Charged Vacuum Emboitment que la hizo entrar en un universo paralelo de bolsillo con sólo un par de planetas en él; una localización imposible con coordenadas negativas a la que el Doctor llamaría Exo-Space o Ecto-Space, es decir: E-Space. Con esta historia planteaba quitarse de en medio a Romana y K9 y traer a un nuevo acompañante pensado para atraer a un público más joven y ofrecer unos personajes más vulnerables, aunque las últimas revelaciones digan otra cosa. De modo que presentarle fue lo primero que se hizo en la serie.
Full Circle les llevó al planeta Alzarius, en el que conocerían a la joven promesa matemática e incordio general Adric, miembro de la clásica raza en lucha con otras por el control del planeta. Sólo que aquí todos pertenecen a la misma especie con distintos puntos de evolución. Esta demostración de las diferentes etapas de la evolución es de un más que notable evolucionismo, concepto fundamental por encima de la lucha tribal.
Matthew Waterhouse, que interpreta a Adric, tenía 18 años al comenzar las grabaciones y tardaría poco en llevarse mal con los otros actores. Tampoco es que entre ellos Baker y Ward se llevaran mejor, puesto que Baker se había repensado la ruptura y había tratado de volver, encontrándose con la negativa de Ward, lo que convirtió los primeros rodajes en un auténtico problema por las fricciones ente ambos y ciertos problemas de Baker con el alcohol como consecuencia. La llegada de Waterhouse sirvió para que se unieran un poco, pues mientras éste les encontraba intimidantes ellos pensaban que era un fastidio que discutía con los otros actores y el director, convencido de saber mejor que ellos lo que funcionaba. Otro desastre en ciernes.
Mientras tanto, John Nathan-Turner compartió con la prensa la marcha de Romana y K9, así como la llegada de Adric. La respuesta inmediata fue un revuelo alrededor del perro-robot, que tantos problemas daba a guionistas y responsables de efectos especiales pero que encantaba a los niños. Incluida una campaña de salvamento que acabó cuando la BBC sacó una nota diciendo que aparecería en varios episodios de la actual temporada. Es decir, lo que estaba previsto desde el principio, pero que al no ser de dominio público los defensores del roboperro tomaron como un triunfo o, cuando menos, una consolación.
La siguiente historia, parte central de la trilogía del E-Space, State Of Decay, supuso la recuperación del guión que Terrance Dicks estaba escribiendo para Robert Holmes para la temporada quince y que fue eliminado por MacDonald al considerar que era una historia de vampiros demasiado cercana a la producción de Drácula que estaba preparando entonces la BBC. De modo que, aunque JNT quisiera ofrecer historias serias más cercanas a la ciencia ficción que al terror de la época de Philip Hinchcliffe, sirvió para su propósito, sobre todo aprovechando la idea original de Dicks de que esta historia de aspecto medieval sobre tres oscuros personajes que viven y aterrorizan a un pueblo desde su castillo fueran en realidad extraterrestres viviendo en su nave espacial. Sin embargo los intentos de Bidmead de apartar a Dicks y al director, Peter Moffatt, de darle un aspecto similar al de aquella época y, por descontado, al de la Hammer, abrió una brecha entre los dos grupos. JNT respaldó en todo momento a Bidmead, pero el jefe de guionistas estaba viendo claro dónde se había ido a meter y empezó a considerar la posiblidad de largarse.
Como parte de esa nueva forma de caracterizar personajes Nathan-Turner había pensado que Adric tuviera luces y sombras, con un comportamiento cercano en momento al del Artful Dodger de Oliver Twist, y su primera demostración iba a ser este serial en el que parecería durante parte del mismo que se encontraba alineado con los vampiros. Sin embargo, pronto fue dada de lado la idea, limpiando su personalidad de sus comportamientos delictivos para centrar los aspectos negativos en su personalidad como listillo. Mientras tanto, Ward y Baker, que se habían reconciliado finalmente, habían decidido ir un poco más allá y anunciar al equipo que se casarían al final de 1980.
El final de la trilogía estaba pensado para ofrecer una historia de manos del maestro de la ciencia ficción Christopher Priest. Sin embargo, el paso de narración a guión no acababa de funcionar y, al final, tuvieron que desestimar su colaboración. En su lugar contaron con Stephen Gallagher, un fan de Doctor Who y escritor de radionovelas que había mandado algunos ejemplos, uno de los cuáles se consideró un buen Plan B por si hubiera problemas con alguno de los seriales de esta temporada y, si no, se hubiera producido en la siguiente.
De modo que tiraron de él, con ayuda del director del serial, Paul Joyce, realizando algunas reescrituras no acreditadas, ofreciendo un espacio en blanco y múltiples conceptos sacados directamente de películas de Jean Cocteau —especialmente La bella y la bestia y Orfeo—, así como ideas de narraciones de Bester (El hombre demolido) y Halderman (La guerra interminable). Al final de éste, Romana y K9 deciden quedarse dentro del E-Space para ayudar, mientras el Doctor se marcha con Adric destino a esa llamada que habían recibido de Gallifrey. Y así, unas historias —incluso una trilogía— ofrecen un motivo para seguir adelante.
Sin embargo el rodaje no fue sencillo. Ward no estaba del mejor de los humores y se peleó con Baker, también lo hizo con Joyce por considerar su despedida de la serie poco emotiva, muy fría, algo en lo que tuvo que intervenir John Nathan-Turner para asegurar que la idea era ofrecer algo adulto, no un culebrón. Y, para colmo de males, Joyce estuvo discutiendo con los técnicos, especialmente con el jefe de iluminación, acabó poniéndose enfermo y casi logró ser despedido. Tras recuperarse ofrecería una disculpa al equipo y una carta asumiendo sus responsabilidades a JNT. Nunca volvería a dirigir un serial, pero demostró una clase que no tuvieron otros profesionales.
La llamada de Gallifrey terminaría siendo una misión en The Keeper Of Traken, obra de Johnny Byrne, excolaborador de Spike Milligan, trabajador de Space: 1999 y conocido de JNT por All Creatures Great and Small. Pero no era un asunto de amiguismo, porque desde Robert Holmes a Douglas Adams, los distintos responsables de guiones de Doctor Who le habían pedido que les enviara algún guión. Eh, incluso se le llegó a ofrecer el puesto de Jefe de guionistas como reemplazo de Douglas Adams, un puesto que había terminado recayendo en Bidmead. Precisamente a él le tocó reunirse, con la mediación de JNT, para convencerle de que les mandara algún guión.
Tras la partida de Ward, Tom Baker decidió que él tampoco iba a durar otra temporada. Tras negociar un aumento de sueldo y no lograrlo decidió que esa sería su última temporada; con lo que, siete años después, por fin estaba preparado para dejar el personaje.
De momento el Doctor acude a Traken a petición del Keeper, el jefe de los Cónsules, entre los que se halla infiltrado el malvado Melkur. E igual que algunos se iban, otros llegaban, así que Nyssa, la hija de uno de los Cónsules, muerto durante el serial, decidía unirse al Doctor. También se había considerado la posibilidad de sacar a K9 para demostrar que el Mark I que se había quedado allí con Leela estaba disponible, pero con el cambio de planes —y de localización— acabaron pasando. Decidieron, eso sí, traerse a un viejo enemigo.
Porque Melkur es, en realidad, una personalidad falsa creada por un maestro en infiltrarse y trazar planes, es decir: The Master. ¿Pero no estaba muerto? Es decir, ¿no estaba muerto otra vez? Pues no. Porque después de verle francamente desmejorado, buscando una manera de eludir el plazo de la duodécima regeneración, del cuerpo número trece, se nos presenta aquí habiendo usado el poder de La Fuente para transferir su consciencia a otro cuerpo y reiniciar así el ciclo de regeneraciones. El elegido para encarnarlo de nuevo sería Anthony Ainley, que realizaría una versión de la magistral interpretación de Roger Delgado con un tono más malévolo, menos humorístico.
Por su parte, Bidmead avisó a JNT de que se largaba también él a final de temporada, así que le tocaba buscar uno nuevo e intentar que esta vez durara más de un año. Algo a lo que parecía ayudar la renovación que iba a suponer la temporada 19. Como de costumbre no encontraron a nadie, así que decidieron contratar a un escritor en plantilla de la BBC, Antony Root.
De momento Christopher Bidmead y JNT tenían que terminar con la temporada y darle a Tom Baker la salida que se merecía. Motivo por el cuál sería el propio Bidmead el encargado de escribirlo. A lo que había que sumar una nueva acompañante surgida de la publicidad. Bueno, no exactamente. Pero resulta que Doctor Who se vendía al exterior, y se vendía bien, y si en USA estaba funcionando bien en Australia estaban tan contentos con ella que la cadena ABC australiana estaba pensándose apuntarse a la BBC para coproducirla, de manera que Graeme MacDonald instó a sus muchachos a que incluyeran a una acompañante australiana. Así, aunque hubieran metido ya a Adric y Nessa y aún a riesgo de convertir la TARDIS en un autobús, incluyeron a la azafata australiana Tegan Jovanka, un personaje que procura no mostrar su falta de seguridad con una personalidad alegre arrolladora. Por si os lo preguntáis: Dio igual, la ABC decidió no invertir en Doctor Who.
Logópolis, la ciudad de las palabras, pese a su nombre está hasta arriba de conceptos científicos, más allá de la excusa argumental habitual. No es que sea Hard SciFi pero resulta un final perfecto para esa temporada más centrada en la ciencia. En este caso con claras referencias a la informática, la arquitectura computacional y la termodinámica, entre otras . La trama vuelve a partir de The Master, que ha logrado crear la entropía en el planeta. Algo que irá amenazando a todo el planeta, sobre todo con la aparición de un misterioso personaje, The Watcher. Alguien que no se nos mostrará en los primeros capítulos y que tardará en saberse si es parte del plan de The Master.
Todo en esta historia está ahí para recordarnos lo gran personaje que es el Doctor y exprimir un poco más esa forma casi maníaca en la que Tom Baker interpretaba al personaje, lleno de energía, simpatía y confusión, con un enmascaramiento de su brillantez en una mezcla de dulzura, de Jelly Beans, y de atolondramiento. Todo rizos, bufanda y abrigo, incluso aunque John Nathan-Turner decidiera cambiar sus colores y pasar de los naranjas al borgoña, y de utilizar una lógica paralela, al margen de, precisamente, esa ciencia más rígida que representa Logópolis. Un bello homenaje con un final aún mejor.
Ian Levine sugirió, además, que antes de la reencarnación se emitiera un montaje con distintos amigos y enemigos del Doctor llamándole por su nombre. Un acierto que sirvió de resumen emotivo de los siete años que Tom Baker había estado interpretando al personaje.