Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Un año más toca la columna doble con repaso al año que acabó y selección de la nueva serie que más me ha gustado, para lo cuál siempre viene bien anarrosear la explicación dada otros años:
En mi particular caso voy a centrarme un año más en una serie de arbitrariedades innecesarias: Que las series sean nuevas, que lo sean por haber sido estrenadas entre el 1 de Enero y el 31 de Diciembre del año en cuestión y, peor aún, que me gusten a mí. Sí, el subjetivismo abrazado como mantra en uno de los pocos deslices que un respetuoso de la justa valoración se permite. Si tuviera que pesar y medir en la balanza las novedades para decidir cuál ha sido la más ajustada y definitiva, sin duda el resultado cambiaría. Pero eso no me interesa, me interesa cuál es la que más me ha hecho disfrutar. Y por qué.
Siguiendo con esta —llamémosla así— tradición, en años anteriores las series que lograron el finalista fueron Misfits, Justified y Revenge, mientras que fueron Better off Ted, Louie y SPY las ganadoras.
Después de todo lo dicho podemos pasar a las dos partes importantes, primero el repaso y luego el premio, que nos conocemos.
La verdad es que no ha sido tan malo como podría pensar uno echando un ojo global. Sí, la parte estadounidense es un puro desastre y su organización amenaza con colapsar sobre sí misma, pero eso es hasta una buena noticia; no porque me alegre de que Louie se tome un año sabático, 30 Rock termine, y Greenblatt decida acabar con las series inteligentes y hacer con The Voice lo que la ABC hizo con Who Wants to be a Millionaire? (y si no conocéis la historia decidlo y os la cuento otro día); sino porque muestra que incluso —o debido a— lo mal que les van las cosas con las series, todos los canales están apostando por ellas de distintas maneras. Como decía antes, Grenblatt ha decidido estupidizar la cadena en busca de espectadores, mientras que otras han pensado en tratar de regresar a los temas importantes, esos de los que desertaron dejando abierto el camino a los canales de cable, o las construcciones complejas. A su vez, los canales de cable han descubierto los beneficios de tener producción propia pero también los riesgos de cagarla con ella, lo que ha llevado a unos extraños bailes para organizar los gastos e ingresos que han logrado que el canal de más éxito de los últimos años, el AMC, sea visto no como un lugar de libertad para el creador como fue la HBO de alrededor del año 2000 sino como una organización abiertamente author unfriendly al que sólo mandar proyectos si no queda más remedio. Los canales no sólo de pago, también de cable básico, están consiguiendo atraer espectadores y así The walking dead del citado AMC es ya una serie que compite con las grandes, igual que Sons of anarchy en FX o que los distintos docurealities (Duck Dinasty, Here comes Honey Boo Boo … ), están haciendo una competencia tal a los networks que lo único que pueden hacer esto es tratar de adaptarse dentro de lo que anunciantes y FCC les permiten.
Como ya he dicho en otras ocasiones, las series de los canales en abierto son el origen y la medida del impacto de las series de cable, pero la primera reacción que tuvo el triunfo del cable fue que mucho del talento pasó al cable por las menores restricciones y que, tras el 11/S, mucho de lo emitido en abierto se domesticó. Por suerte, el paso del modelo a los canales de cable básico —es decir, aquellos en los que los anunciantes pueden quejarse pero no hay una FCC para liarla—, creó una tierra de nadie que favoreció los intentos reiterados de las cadenas generalistas por aprovechar, dentro de sus limitaciones, estos ánimos renovados.
Dentro de este tipo de esfuerzos hemos podido ver este año Awake o Vegas, ambos proyectos fallidos pero con un transfondo y una intención más que interesantes; también los dramas serializados han estado ahí con Nashville como mejor ejemplo —lástima que no sea una serie en la que resulte sencillo entrar, debe ser algo que exige el agente de la suprema Connie Britton—, de manera que uno acaba alegrándose sobremanera cuando sale una serie tan falta de complejos como Arrow, a la que, además, le va saliendo lo que pretende hacer porque incluso con sus capítulos flojos —que los tiene— va realizando una construcción de trama y personajes que hacen tener esperanzas en que esta vez sí salga una serie superheroica decente. Suponiendo que logren llegar a la parte superheroica, claro, que de momento estamos con vigilantismo intenso a saco.
Mientras, intentan —y de momento sólo es el intento— hacer alguna buena comedia con la extremadamente irregular The New Normal y la en vías de mejorar The Mindy Project… De manera que la única comedia en abierto que realmente funciona de este año es la que tiene peor audiencia y raro es que no la hayan cancelado aún: Don’t Trust the Bitch in Apartment 23.
Y quizá ustedes estén esperando que en este momento yo diga que en el cable, tanto en el simple como en el de pago, la cosa estuvo, sin embargo, mucho mejor. Pues no. De hecho han tenido incluso menos ideas que los canales generalistas.
Igual que hay un intento general de hacer remakes y reutilizar personajes conocidos —algo que en 2013 puede llegar al límite de lo ridículo con las series sobre Hannibal, Sterling, los Bates, Drácula y demás… — que sólo tiene de bueno que esto no es cine, aquí no pueden pillar el dinero y correr sino que, aunque el primer capítulo funcione, hay que mantenerse y eso es lo complicado. El nombre puede ser un gancho pero hay que ofrecer algo más. Lo que acaba facilitando que sea el nombre de los creadores el que sirva para tirar del producto.
Que es precisamente lo que ha sucedido este año con Amy Sherman-Palladino en Bunheads o con Aaron Sorkin en The Newsroom, y si esto es lo más destacable de los canales por cable americanos imaginaos el nivel del año.
De manera que el siguiente movimiento, en el que ya se han mojado un poco más el dedo este año, la producción de series para internet por proveedores ligados al pago por visión empieza a parecer la forma razonable de moverse: lo demostró la mezcla de drama y comedia Battleground para HULU, y ahí estaban detrás Lilyhammer, coproducida con los noruegos por Netflix o Cybergeddon para Yahoo TV. Todos ellos amplían lo que ya se vio en los intentos anteriores — digamos The Confession, por ejemplo— y que parece que se va a ir consolidando este año con la versión americana de House of cards, la cuarta temporada de Arrested Development o la puesta en marcha de Amazon TV. Pero de todo esto ya habrá tiempo de hablar. Porque, de momento, aún estamos en los pasitos cortos.
—Por cierto, aunque no son series de ficción no puedo dejar de aprovechar para recordar y recomendar dos programas nuevos sobre comedia que han surgido este año y merecen la pena, me refiero al programa de entrevistas Inside Comedy y al magazine / podcast por la tele Comedy Bang Bang —
Por suerte, todo lo que la acción real no ha ofrecido lo ha tenido la animación que sigue con su ascensión en todas sus variedades, desde las series para niños que no son para ellos con Gravity Falls, las series para adultos como Black Dynamite o los híbridos raros como The Aquabats Super Show!. Aunque, claro, luego llegan los canadienses con Detentionaire y demuestra lo rápido y bien que están aprendiendo ellos también.
Algo que ya había quedado claro mirando la serie de aventuras Arctic Air o la de ciencia ficción Continuum, otra serie que se va construyendo, evolucionando y mejorando con el tiempo.
No sólo los canadienses; también los australianos han mostrado imaginación y ganas de hacer las cosas con series como A Moody Christmas y muy especialmente The Strange Calls y la serie de culto instantáneo Danger 5
Y entonces llegaron los ingleses, claro, con su más de medio siglo de experiencia, sus series cortas y su querencia por las buenas historias, su género negro que le permite ponerse en el lado de los policías como en la brillantísima Good Cop —lástima de ese último capítulo retrasado y, quizá, rebajado— o la no menos grande Line of duty, o ponerse del lado de los criminales con la gran Inside Men. Incluso sus pilotos de muestra años antes que salga serie, como ese enorme Bad Sugar que reúne, además, a dos de las cómicas que más talento han demostrado este año, Sharon Horgan en Dead boss y la inconmensurable Julia Davis en Hunderby, una de las más extrañas, complejas y retorcidas series de este año y, por eso mismo, una de las mejores. Un repaso a las series de época llena de ese humor negro que ha hecho famosa a la David y que aquí está totalmente desatado sin que sepamos nunca en qué momento algo es dramático o bufo. Pero no han sido las únicas comedias, claro, también hemos tenido el Agárralo como puedas de Charlie Brooker llamado A touch of Cloth y el paso a la televisión de The Midnight Beast, con su híbrido de sitcom y magníficos números musicales de coña, una serie cuyo mayor pero es ese capítulo recopilatorio final. Todas ellas dejan con ganas de ver más, en estas series o en otras parecidas.
Mención especial merece una serie que se ha quedado en puertas de ser una de las elegidas este año, el drama… ¿criminal? ¿familiar? Hit & Miss, magnífica serie con un punto de partida ya de por sí extraño que trastoca lo que en realidad era otro melodrama sobre una persona que tiene que hacerse cargo de todo un cargamento de niños, cada cuál con sus propios problemas y todos ellos magníficamente interpretados.
Pero antes de pasar a las que sí van a tener el honor, creo que es un buen momento para hablar de algo que se suele tocar menos: Las más fallidas. Aquí entran series que se mueven en los dos mundos, siempre a un paso de salir bien y a otro de caer en el completo ridículo, como Hunted, de proponer un buen punto de partida que destrozan por completo como The Mob Doctor o Revolution, series que tenían intención de ser una cosa y acaba funcionando más como choque de trenes de lo que jamás habría podido funcionar, como ese enorme desastre que es Beauty and the Beast… Y luego ya están las series que con simplemente malas ideas realizadas de la manera más pobre, como Citizen Khan, series realizadas de cualquier manera como el remake de Care Bears, series absolutamente fallidas, e incluso espantosas, como Parents, o más aún Outland, o la tremendamente cutre y pésimamente guionizada Holliston, o ese auténtico despropósito animado que es Full English y, por supuesto, esa serie que merece ser vilipendiada por usar la mala situación laboral actual para crear una versión especial de la cámara oculta, bien que sea de la manera más leve, The Work Experience. Pero si tuviera que elegir una serie que falla en todo lo fallable, que está mal ya desde el punto de partida, empeora por sus guiones, tiene una realización ramplona y unas interpretaciones de auténtica lástima, entonces no tendría duda alguna, porque por muy malas que hayan podido ser las series antes citadas ninguna llega a acercarse al absoluto desastre que es Work It.
Y ahora, tras asomarnos al nadir del año vamos hacia lo que mi propio gusto ha decidido en reunión consigo mismo que sea declarado su zenit.
Sark Tv de Plata
Bullet in the face, aunque sé que habrá quien piense que se ha dado demasiado bombo a una serie que no era para tanto, dentro del magnífico verano que tuvimos lleno de programas a mitad entre el drama y el humor. Dentro de todos ellos, para quien esto escribe, Bullet in the face fue algo especial porque no sólo rescataba a Alan Spencer, creador de la mítica Sledge Hammer, para construir una guiñolesca y magnífica farsa en la que los actores están inconmensurables, no sólo los clásicos Eddie Izzard, Eric Roberts y Jessica Steen que están inmejorables, también por los casi-debutantes Kate Kelton y, sobre todo, el supremo arte de Neil Napier como payaso serio, con momentos de auténtica brillantez en algo tan difícil como ser el poste casi inmóvil que recibe los chistes, especialmente en sus intercambios con el protagonista, Max Williams, que interpreta a Gunter Vogler, con la más convincente interpretación del Joker que jamás haya visto superando incluso a César Romero. Sólo un cierto descontrol en los últimos episodios —fruto quizá de los problemas que la emisora tuvo con la simple idea de emitir esta serie— reduce el nivel de esta enorme farsa.
Sark Tv de Oro
Moone Boy, por su parte, es una de las cosas más maravillosas que se han emitido en la televisión en los últimos años. Sobre todo porque frente a las fórmulas normales de enfrentarse tanto a la nostalgia como al humor, lo que se nos presenta es una versión completamente libre y no la mezcla de Aquellos maravillosos años y Calvin y Hobbes que uno podría llegar a temerse. Por contra, lo que nos encontramos es una propuesta que no rehuye mezclar la dulzura aparente con dosis de mala leche soterrada, refleja no sólo al niño protagonista, también a su familia, amigos e incluso todo el pueblecito, en apenas unos minutos. Un trabajo en el que Chris O’Dowd destaca gracias a saber quitarse de enmedio. Cierto es que cada vez que entra roba el plano y que suyos son algunos de los momentos más memorables de la serie, como ese club para antiguos amigos invisibles, pero sus apariciones funcionan precisamente porque están limitadas, ha aprendido que lo mejor que puede suceder a una serie es tener muchos protagonistas y muy interesantes, de manera que se reparta el juego. El centro, en su lugar, es Martin Moone, —maravillosamente interpretado por otro de esos magníficos niños actores ingleses que algún día descubriremos dónde crían en cautividad — David Rawle. El resumen global: Una auténtica gozada.
Si pensamos que Moone boy era una de las series que más estuve esperando del pasado año —como, por cierto, se podía ver en el resumen de pilotos que enlacé la semana pasada— y que hay varias series prometedoras para 2013, especialmente Cult, espero poder hablar más y mejor de lo que hayamos visto.