Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Ya ha pasado otro año desde que comenzara esta columna en Libro de Notas, y se van desarrollando con normalidad los temas a tratar. Columnas de novedad por un lado, con reflexiones sobre asuntos actuales o los Pilotos Deathmatch, mientras que las columnas de fondo van desgranando e indagando en diferentes aspectos televisivos.
Precisamente son estas últimas columnas las que más se prestan a ser organizadas para poder tratar los temas con la debida profundidad y extensión, o al menos intentarlo, pues siempre queda la sensación de que se podría haber hablado con mayor detenimiento y hondura de cualquier tema, en lo que reconozco que espero sean unas series temáticas interesantes.
Con eso en mente y todo un listado de temas es simplemente cuestión de encontrar la entrada adecuada para tratar los diferentes cuestiones, por ejemplo en la serie de columnas que empieza ahora la excusa era The Newsroom.
Con la separación tradicional Ficción / No-Ficción uno de los temas obvios para tratar en la No-Ficción es la imprescindible Información. Cómo llegó, se desarrolló, se convirtió en entretenimiento o se reflejó en la Ficción… Un tema siempre interesante para quien esto escribe, consumidor de información en grandes dosis y bastante cínico —que le vamos a hacer— con lo que nos presentan. La forma en que se trata y explota no sólo es algo fascinante sino, además, algo que deberíamos tener en mente a la hora de aceptar o analizar la información que recibimos.
Convertido en referencia inexcusable en la televisión y con una serie, El Ala Oeste, que se ha convertido por derecho propio en el paradigma de la ficción política española, Aaron Sorkin parecía tener casi todos los triunfos en la mano para tratar el mundo de la información, algo que ya había tocado desde fuera en la serie antedicha y desde dentro aunque de manera tangencial en la estupenda Sports Night. Las dos candidaturas consecutivas a los OscarTM, ganando la primera por La Red Social, parecían demostrar que pese al tropiezo menor que acabó siendo Studio 60 —serie que, por otro lado, tenía ideas interesantes— podíamos seguir confiando en él. El resultado, sin embargo…
The Newsroom ofrecía unos pros y contras en su piloto que se han ido concretando durante toda la primera temporada y, con pesar lo digo, han ahondado más en los aspectos negativos que ya se podían ver en el piloto. El tratamiento de las relaciones románticas en historias absolutamente prescindibles, la escasa relevancia y calado de los personajes con una sección femenina compuesta de mujeres torpes, de pocos conocimientos y necesitadas siempre de rescate, se enfrentaban a unas contrapartidas masculinas que tenían su intento de igualar las tornas en un protagonista más idiota a cada capítulo —cuyo punto más bajo sería la escena de los pantalones— y un chaval aún más tonto encargado de otra de las bestias negras de Sorkin: Internet.
Por difícil que parezca, la forma de hablar y tratar lo que internet nos muestra y consigue es tratada siempre con desprecio y odio, odio hacia el anonimato, odio hacia la posibilidad de una información sin fuentes o —peor aún— a tener que dialogar con gente poco educada intelectualmente.
Sin embargo el peor aspecto lo daba precisamente su forma de tratar la información. En principio parecía que era porque la idea de meterse en el mundo real limitaba su fuerza. Y es cierto. The Newsroom jamás podrá contar con los personajes reales o influir en el resultado. Eso es algo que limita tremendamente lo que nos ofrece Sorkin o el crecimiento y movilidad de los personajes. Pero pronto vimos que no era lo único.
Aaron Sorkin disfrutaba jugando con las cartas marcadas. Más aún, el público al que iba dirigido, tan culto e informado como es de presumir, sabía a qué personaje se podía apoyar y quién decía sólo tonterías: Los buenos tenían una presciencia más que notable siendo capaces en todo momento de entender por dónde iba a seguir la noticia.
Y si no lo tienen claro siempre recibirán llamadas providenciales de implicados directos a los que conocen de primera mano en casi todos los casos y en los que confían plenamente. Algo aceptable en una narración para hacer avanzar la trama por motivos de tiempo pero que, vaya, no encaja en una filípica sobre la información actual.
Porque ese es otro de los graves problemas de The Newsroom. Los periodistas no investigan. Oh, sí, recogen datos y sacan citas, navegan (siempre por fuentes oficiales o medios de comunicación, claro) y telefonean, pero siempre con resultados directos, sin tener que desenmarañar ningún hilo o descubrir ninguna doblez —total, ya sabemos cómo avanzará la historia así que ¿para qué esforzarse en ello pudiendo meter más minutos de espantosos melodramas sentimentales?— haciéndolo tan fácil que uno casi entendería que se enfadara tanto con los periodistas de la realidad…
…Si no fuera porque todos esos datos que tan sencillamente encuentra son las investigaciones de los periodistas de verdad. Todo aquello que les llevó semanas encontrar, unir, relacionar y montar hasta ofrecer una información seria y fiable a sus clientes. Es decir, las quejas de Sorkin no incluyen ninguna información adicional. De manera que al final parece que no odia tanto la calidad de la información o sus resultados como que no sucedan las cosas más rápidas. Algunas de las veces con informaciones que se han dado y difundido principalmente por Internet, aunque aquí se deje bien claro que sólo se tienen en cuenta cuando son respaldados por un gran grupo demostrando que no ha entendido cómo la política de bloques mediáticos se puede combatir con más facilidad desde fuera de esos canales de distribución de la información.
Quizá odia también el rumbo hacia el entretenimiento, pero no reflexiona sobre ello de una manera real sino que se queja ofreciendo un ideal informativo que inevitablemente polarizaría a sus espectadores debido a que en otro de los tics de dinosaurio de Sorkin se encuentra obviar el paso de las tres grandes a una multitud de cadenas que incluyen algunas especialistas en información. De manera que la gente pasa de tener tres posibilidades sólo a poder informarse no donde mejor información se dé —y, seamos francos, tampoco parece que el programa de McAvoy esté muy mesurado, parece más que esté no muy lejos de un programa estilo Limbaugh— sino donde se le dice lo que quiere oír.
De manera que, pese a todos los esfuerzos de Aaron Sorkin, lo único que ha logrado es un repaso por algunas de las noticias más importantes —y no menciono ya el asunto de que en un grupo de personas teóricamente inteligentes y progresistas no haya ni uno sólo que considere erróneo asesinar a otro ser humano o permitirle un juicio, pero se ve que eso no interesaba— y un cierto sentimiento de superioridad moral por ser los que están en el lado correcto —incluso cuando luego se ven tonterías como su propia cobertura del asunto Casey Anthony y su ridículo intento de debate con McAvoy leyendo la cartilla a los niños y sin dejarle hablar, algo que, por cierto, contrapone manipulando el auténtico debate— en lugar de la reflexión o las posibilidades de exponer los distintos puntos de vista de una noticia. Incluso el proceso para llegar hasta ella.
En lugar de eso olvida Lou Grant y saca de su radar The Newsroom —la canadiense— o Dreap the dead donkey (que era capaz de tratar noticias de la misma semana), series valientes, interesantes y que trataban la actualidad de manera más directa incluso la que no lo llamaban por su nombre. Por contra, recicla sus anteriores series con alegrías —el capítulo del psiquiatra es muy parecido a otro de El Ala Oeste, por poner sólo uno de los ejemplos más claros— y también obras ajenas como la enorme y clarividente película Network. Película que ordeña en varios momentos sin molestarse en reconocer la deuda —algo que, por contra, sí hizo en el primer capítulo de Studio 60 y sí, hablo de esta misma película—, dejando claro el declinar de Sorkin.
A la vez que demuestran, con enorme claridad, la importancia del tema. Motivo más que sobrado para que le dediquemos nuestra atención hasta final de año. O, al menos, eso me parece.