Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Quizá lo esperable para hoy era algún tipo de análisis de los Emmy. Podría hacerlo en una versión corta con aquellos tópicos manidos de más de lo mismo o han logrado quedarse en tierra de nadie pero, la verdad, la lectura más interesante entronca de manera un tanto retorcida pero no por ello menos directa con aquello de lo que tenía intención de hablar hoy.
La lucha en la distribución televisiva estadonunidense.
No, no nos pilla lejos. Y, desde luego, no es un tema muy etéreo ni en exceso empresarial. Empecemos con…
Creo que ya he explicado varias veces cómo funcionan las cadenas estadounidenses. El referente español sería el radiofónico y no el televisivo. Es decir, hay varias emisoras que pueden ser independientes o miembros de algún conglomerado de tamaño variable que deciden su programación bien asociándose con alguna cadena —que puede ser de cualquiera de los tamaños imaginables, desde las grandes nacionales a las estatales o regionales— o bien desde un puesto de autogestión que, sin embargo, sí les permite adquirir programas de los llamados en sindicación, series que han alcanzado una masa de programas suficiente como para que se pueda vender esa re-emisión.
Obviamente esta era la manera en la que las grandes cadenas estuvieron funcionando, pero hete aquí que a finales de los ’80 la llegada de las cadenas temáticas y los distintos tipos de cable fueron creando una realidad al margen. Monolítica en ese momento, eso sí. De ahí que surgieran compañías de cable por un lado y, por el otro, compañías de satélite que hacían llegar el contenido de la oferta que a los puntos más inaccesible no podía hacer llegar el cable. Tras lo cuál acabaría llegando un método más, la distribuidora por internet. El asunto es que, frente a la realidad española, allí había dos partes para producir las series y programas, por un lado la emisora contratante para su emisión original y por otro la productora que se encargaba de su realización y solía quedarse los derechos para la venta en sindicación.
Esto, por supuesto, se fue complicando. La aparición de los VHS —muy tímidamente— y los DVD —de manera masiva— favoreció un nuevo negocio de venta que, además, generaba beneficios adicionales para la productora y llamaba a las cadenas a tratar de meter mano. Que puede parecer una tontería pero ahí tenemos el Batman de Lorenzo Semple Jr. paralizado. Como era poco lío ya el paso de un formato popular pero voluminoso y caro y su transición a otro más barato y manejable vivió una revolución con la llegada de los servicios por internet ya que el coste de difusión se iba acercando a cero —utopía del todo imposible, pero más creíble en cuanto que el alquiler o descarga digital es aparentemente menos voluminosa que un DVD y no precisa de una producción física a priori sino de la demanda del momento— entrando, por tanto, en esa transformación del consumo televisivo del que ya hemos hablado varias veces en esta columna.
La posibilidad de pillar un episodios o media docena, según gustos, y elegir el momento de su visionado sin tener que pararse en acatar lo que los canales quieran ha cambiado, además, la forma de entender y entenderse con el propio aparato televisivo y de ahí las broncas entre sus intermediarios.
Hace unos meses fue DISH TV el servicio de satélite que decidió dejar de trabajar con AMC Network casa de las series muy obviamente de la AMC — Mad Men, The Walking Dead, Breaking Bad… — y algo menos de otros canales como IFC — Portlandia por poner uno— que eran el motivo central de la disputa. AMC N pedía un incremento del precio pagado por la distribuidora par seguir dentro de la plataforma, estos primeros decidieron que aunque se tratara de unos céntimos por usuario no tenía sentido sufragar los canales menos solicitados — lease el IFC antes mencionado, el WE o el Sundance — por unas pocas series en uno de los canales. La cadena contraatacó ofreciendo alternativas a los usuarios de ese servicio que estuvieran interesados en sus programas con una información que incluía desde servicios de proveedor televisivo alternativo que podían contratar en su zona hasta facilidades para suscribirse al visionado on line de las mismas.
La siguiente guerra, incluso más cruenta si cabe por el mayor tamaño de las empresas en disputa, ha sido la que ha enfrentado a otro proveedor por satélite, Direct TV, con otro conglomerado de canales, la poderosa Viacom. La ruptura de relaciones dejo fuera de las pantallas canales tan populares como Nickelodeon o Comedy Central y era, prácticamente, un calco de la anterior. Con sólo unas diferencias.
En primer lugar, a Direct TV le faltó tiempo para jugar las bazas sentimentales, haciendo saber a sus abonados que la falta de esos canales era para tratar de evitarles una subida en la factura mensual en estos tiempos de crisis, también señaló a Viacom que su posición como uno de los mayores proveedores televisivos, especialmente fuera de las zonas urbanas, significaría unas caídas de audiencia apreciables. Dio igual que Viacom tratara de negar lo primero y minimizar lo segundo, cuando empezó la discusión de despachos ya habían perdido parte del pie que tenían para apoyarse.
La primera medida seria de Viacom fue, sintomáticamente, sacar de sus webs una serie de programas que se podían seguir y que para Direct TV dañaban la oferta que estaban realizando. ¿Quién iba a querer pagar por un servicio si poco después y en cualquier momento del día iba a poder disfrutar de la serie de manera gratuita y a la carta? Este, junto con la idéntica queja de que los canales con más público estaban subvencionado los menos populares hicieron que Viacom replanteara su posición. Especialmente cuando salieron los datos de audiencia tras la primera semana de desconexión que contraponían bajadas menores de un 2% en canales como el Comedy Central con pérdidas del 25% en el caso de Nickelodeon. Se vieron forzados a sentarse, negociar y rebajar sus peticiones.
Añadamos a todo esto los extraños movimientos de HBO con Juego de Tronos, cuyas posibilidades de visionado actuales son: 1) Contratar HBO o 2) Pirateo. Y puede parecer una tontería pero a la HBO parece que le molesta menos el pirateo que la alternativa de perder el valor de su producto exclusivo. Pero esto casi lo explica mejor The Oatmeal en el siguiente cómic: