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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Comfortables concurrealities comidenses

Cuando Brooke Johnson llegó a la presidencia del Food Network el canal no iba mal, simplemente iba. Tenía una buena pantilla de chefs haciendo programas de encimera, estaba empezando a explorar otras ideas como los programas que mezclaban la cocina con los viajes y parecían tener alguna idea más en la faltriquera, sobre todo por imitación con los concursos que estaban funcionando fuera de USA, especialmente en Gran Bretaña.

El problema, habitual ya desde los ochenta, era que ir bien no era suficiente. No valía con mantenerse, había que exprimir ideas y tratar de desbancar a la competencia, Johnson veía posibilidades en este canal, en sus posibilidades para futuro imperio megamediático. ¿Cómo no aprovecharlo?

La aparición y éxito de los llamados realities de competición; concursos que eran hibridados con aspectos fuera de la propia mecánica, buscando una mayor humanidad teórica y un mayor amarillismo en el fondo; abrieron también un camino que se podía seguir.

Lo primero de todo fue montar una mezcla de estos dos últimos con The Next Food Network Star, una competición a la que hay que reconocerle la honestidad desde el título. No buscaban al nuevo supercocciinero, buscaban a alguien que quedara bien en pantalla, con una buena idea para un programa. Más aún, la enorme variedad de participantes podía significar también que apareciera más de un participante que acabara teniendo su programa.

La aparición en la segunda temporada de Guy Fieri, que acabaría convertido en casi la mascota del canal, dejó definitivamente claro lo que uno podía encontrar y esperar de este programa.

Lo que no impidió que se crearan otros con ideas parecidos. Por ejemplo, el asó siguiente se creó el Food Network Challenge, que presentaba también a un grupo de cocineros, esta vez centrándoles en un tema común —que podían ser desde Galletas a Macarrones con queso pasando por Barbacoas— , lo que a su vez dio lugar a una serie de especiales sobre pastelería que acabó derivando en su propio spin-off Last cake standing

También de esta competición acabarían sacando sus conclusiones, claro, que para eso la grababan en lugares públicos o con espectadores en directo, y de ahí Ace of cakes. Pero la verdad es que el resto de programas concurso creados a posteriori no parecen tampoco mucho más originales.

El tercero en discordia en este tipo concreto, Worst cook in América disfraza una nueva versión de lo mismo con un lema de que a todos se les puede enseñar a cocinar que está muy lejos de lo que ocurría en Don’t cook, can’t cook . Aquí la competición es más importante que el que aprendan. Y no será la única vez en la que eso ocurra.

E incluso pueden coger una idea externa y reutilizarla dentro del contexto de la cocina, así The amazing race se une al chef Tyler Florence, presentador de 911 Food, para crear The Great Food Truck Race que es exactamente lo que parece. Y es que la originalidad en el nuevo y viejo Food Network de Broke Johnson ya no es una necesidad.

Chopped, por ejemplo, reúne la idea de los ingredientes desconocidos con la del desafío con poco tiempo para cumplirse, una mezcla de Ready, steady… Cook con Iron Chef. Y Chefs vs. City es, si cabe, incluso más estúpido como disfraz. Y en cuanto a Cupcake Wars, tiene un poco de todos los anteriores combinados en un sólo programa con lo que resulta entretenido de ver pero muy difícil de usar con provecho para poco más que combinar sabores…

Y ya cuando llegamos a 24 Hour Restaurant Battle nos damos cuenta que la comida es más una excusa que un interés. En este programa se trata de poner en marcha un restaurante en sólo un día: Decoración, menú, aspecto del local… ah, sí, también hay que cocinar algo, sí… Pero entra en el saco de el restaurante es lo importante que se popularizaría con otros programas como Restaurant Makeover, en el que los expertos del canal le dan una vuelta a un restaurante en decadencia —y no mencionen a Gordon Ramsey, que trabaja para FOX— y que tendría una versión casera con Kitchen Accomplished, en la que revisaban y remozaban la cocina de la gente, o Restaurant Stakeout, un documental dicen ellos, un realitie diría yo, que trata de arreglar los problemas con el personal de cocina mediante el uso de cámaras ocultas y todas esas cosas divertidas que tienen los convenios lab… ¿ah, no? Vaya.

Finalmente tenemos Restaurant: impossible en el que el cocinero cachas Robert Irvine —que haría también Dinner: impossible — es llamado para ayudar ante un gran reto que un restaurante ha comprometido hacer pero que no puede conseguir por si mismo. Es decir, está anunciando al mundo que no pudo sólo, que aceptó hacerlo sin poder y que no le importa que su cliente lo sepa… por televisión. Sí, todo un ejemplo de cómo publicitar un negocio.

De este modo el canal que creó Feed Your Family for $99 a Week se pasó a cosas más interesantes, como Date plate, un programa en el que dos candidatos a una cita ciega creaban un plato cada uno para que el tercero en discordia decidiera con cuál de los dos la tendría a través sólo de lo que le había preparado. (Efectivamente, la locura de La cocina del amor viene de esta otra rareza)

En ocasiones incluso parece que no se ven su propio canal y así tenemos a Adam Gertler, concursante de la cuarta edición de The Next Food Network Star haciendo Will work for food en el que presenta los más extraños trabajos relacionados con la cocina que sufre en sus propias carnes antes de tratar de preparar un lo-que-toque epatante con el resultado, concepto no muy lejano del de Glutton for punishment en el que Bob Blumer tiene cinco días para aprender los recovecos secretos de algún extremo desconocido de la cocina antes de entablar batalla culinaria con un experto o intentar romper un récord.

En cuanto a los programas que explican de dónde vienen los alimentos o cómo se procesan, a los que ya hubo en tiempos podéis unirle Follow that food, The story of…, How’d that get on my plate? y, si sois más de dulces, Kid in a Candy Store. Incluso Food that changed the world tiene su punto de semejanza con todas ellas.

Aunque lo más curioso es que casi siempre acaban tratando de comida concreta, o de procesos simples, no parecen interesados en descubrir cómo hace el señor Mayer las frankfurts en su casa, o qué llevan los nuggets de McD. Ahora, explicar cómo va lo del queso, eso las veces que queráis.

Quizá el motivo real sea la facilidad para empatizar con estos alimentos simples. No podemos olvidar que otra de las máximas del canal fue abrazar la comfort food, una idea que no es propia suya —sólo faltaría— pero que sí han sabido explotar como nadie.

A finales de los setenta se empezó a usar para referirse a la comida que reconforta al que la come bien por sus lazos nostálgicos, por alto contenido en calorías o su sabor extremado que la convierte en algo excepcional y, por tanto, depende de la indulgencia o autoindulgencia del que la toma, o —por qué no— de una combinación de todas las anteriores. De manera que si el plato además de recordarte a la infancia, aunque se pueda ser nostálgico de más cosas, tiene un punto de autorecompensa al margen de lo adecuado que resulte comerlo entonces estarás más cerca de poder salir en el Food network.

Aunque sea sólo porque esta comida activa todos los mecanismos posibles de interés haciendo que a los espectadores les resulte más fácil engancharse, subiendo así el número —y bajando la edad por extraño que parezca— de los mismos.

Ya dijimos al hablar de cocineros como Paula Deen que su extraña forma de acabar metida en este saco es parte de la estratega del canal. Aunque no es la única, en Feasting on Asphalt (y sus variantes) o Big Daddy’s House también se utiliza. E incluso en esa extraña mezcla de teatrillo con programa de cocina que es Bitchin’ Kitchen.

Puede parecer una locura pero poner a una cocinera con aires de cómica —en el sentido de invitada cómica de Buenafuente más que otra cosa— y una serie de, ahm, personajes secundarios… sirve para preparar platos y, teóricamente, entretener al respetable.

Yo reconozco estar lejos del target de Nadia G. y, quizá, un punto horrorizado. Será que con los años parezco más una abuela. Por eso cuando veo este programa, o el de otro fichaje estrella del FN como es Brian Boitano, al que le han dado un espacio llamado What Would Brian Boitano Make?

O el que su propio travelogue por el mundo, tras haber desterrado el de Bourdain. La diferencia es que en Have fork, will travel tienen de presentador a un cómico que en lugar de explicar o integrarse se dedica a hacer tontos chistes y quejarse de la cocina extranjera. Para que luego An idiot abroad nos parezca una serie original.

Me pregunto si no será que la cocina no les importa demasiado en realidad. Clro que luego crean un programa para encontrar la mejor receta de algo en concreto de todas las que han emitido. Bueno, en realidad esa es más la excusa porque The perfect 3 no deja de ser un programa de clips, de restos de otros programas procesados y presentados como un programa nuevo.

Miremos incluso algunos realities más. Desde el más documental de Family style sobre dos hermanos compartiendo y peleando en el negocio de la comida a las Cooking school stories que ofrecen realmente lo que prometen, aunque con un tono menor incluso al de Restaurant stakeout o el eternamente infame Private Chefs of Beverly Hills, uno de los más controvertidos en todos los aspectos: por el rechazo de parte de su público y crítica, por la pobre calidad de la serie en si e, incluso, por la demanda que tuvieron que afrontar por robo de idea. Sin embargo en algún momento les pareció una buena idea.

De tal manera estaban metido ya los programas de competiciones, los realities, todas esas variaciones, en fin, sobre lo que se puede hacer con la comida como excusa, que casi no se dieron cuenta de que el número de programas en los que se aprendía algo real había bajado. Sí, por las mañanas seguían reinando los programas de encimera pero cada vez eran más los segundos programas de expertos, jueces, presentadores y demás fauna nocturna.

De todas formas Brooke Johnson tenía una idea. Si la audiencia no paraba de subir y sus revistas pasaban a ser un éxito de ventas en un mercado en apariencia saturado, si no parecía haber límite en la voracidad empresarial de la misma… ¿para qué cambiar Food Network? Con lo bien que iba era más sencillo crear otro canal: Cooking Channel. De esta manera se podía ir desangrando a esa nueva especie que parecía haber salido de entre los vapores de aceite de las cocinas televisivas… los foodies.

Jónatan Sark | 30 de abril de 2012

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