Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Uno de los creadores ingleses con los que tenía una deuda pendiente —al menos después de dejarle deliberadamente fuera de la selección de miniseries UK— era Troy Kennedy Martin, a quién ya mencioné de pasada al hablar del Reino Unido en los años sesenta.
Por hacer un breve repaso: Se trata de un autor que entró en la BBC a finales de los ’50, empezando con una mini sobre jóvenes soldados pillados en mitad del fuego cruzado en Chipre para luego ir creando obras y adaptaciones para series antológicas. Sin embargo fue en los años sesenta cuando empezó a destacar co-creando la longeva serie policiaca Z-Cars, una serie sobre la policía más cercana a la realidad y, por lo tanto, más oscura; nada de Dick Tracy aunque aún no pudiera llegarse a lo que sería Hill Street o NYPD. TKM se desentendió pronto de su creación, ocupado como estaba en muchos más proyectos pero siempre tuvo un buen recuerdo e incluso llegó a regresar en 1978 para escribir el último capítulo.
Pero Kennedy Martin había seguido trabajando más allá de la serie que le dio reconocimiento —incluso en esta columna— y así, a principios de los setenta se encontraba trabajando no sólo para la televisión en series como la sitcom sobre funcionarios If it moves, file it, sino también para el cine, medio en el que filmó un par de guiones que quizás le suenen al sufrido lector de estas vidas de creadores —aunque sea de un libro de historia del cine, de haberlas entrevisto en la programación o algo similar—. Se trata de The italian job y Los violentos de Kelly, unas pequeñas películas que no le apartarían de la televisión.
De hecho, en los años ’80 obtuvo alguno de sus mayores triunfos, como la miniserie de doce episodios que adaptaba un libro contando la vida del gran antecesor de James Bond: Reilly, Ace of Spies. Historia de un magnífico espía especializado en la ambigüedad moral y en triunfar con damiselas no especialmente en peligro que supuso todo un éxito para Sam Neill, aún una joven promesa entonces que se vengaba así de Timothy Dalton por haberle arrebatado el papel de Bond
Desde la llegada de Margaret Thatcher al poder en el año 1979, coincidiendo además con Reagan en USA desde 1980, el clima de represión y desesperanza se había ido apoderando de la vida cultural. —Pero de eso también hemos hablado, menos mal que a esta serie de columnas le queda poco…— La guerra fría, la huelga de mineros o la lucha de la BBC por conservar la independencia hacía que la situación general pareciera desesperanzada; así, Troy Kennedy Martin comenzó a escribir una historia con vistas a hacerse serie pero pensando que jamás podría rodarse, no digamos ya emitirse: Magnox. Una historia sobre secretos oscuros, problemas radiactivos y un pequeño punto de… llamémoslo fantasía, pues hacía caso de las tesis de James Lovelock sobre la venganza de la Tierra.
Cuando Jonathan Powell, el responsable de la sección de Drama de la BBC a principios de los ochenta, echó un ojo a la versión en desarrollo decidió que aquello tenía posibilidades y que TKM debía seguir desarrollándolo. Para 1983 no sólo había una primera versión del guión terminada sino que, de hecho, había hasta un coproductor estadounidense — Lionheart International: sucesora de Time-Life Televisión, una distribuidora más conocida por llevar a USA y Canadá el Doctor Who y los Monty Python, que en este momento acababa de ser remodelada merced a un pacto que le daba su nuevo nombre y ponía al cargo junto a la BBC como socio americano a una cadena que acababa de cumplir una década: la HBO —y un director, el mismo que en Reilly, Martin Campbell, un tipo competente y sin ínfulas de autor que servía de contrapunto perfecto para Kennedy Martin poniéndole los pies en el suelo frente a sus ideas extrañas y fantasiosas.
Porque a TKN se le había terminado de salir de madre el asunto, sus puntos anti-naturalismo televisivo, anti-clasicismo, eran bien conocidos por todos — es lo que ocurre cuando incluso publicas un artículo en una publicación especializada condenándolo — pero sus ideas para esta obra en particular estaban más cerca de un guión psicotrópico para Dr Who que de una oscura miniserie conspiranoica y ecologista. Entre los cambios más destacados está la mayor batalla de todas, el final, para la que hizo falta que Campbell se pusiera de lado de la persona que más realismo pedía para la serie, su actor principal Bob Peck, que le rogaba que pensara en esto como en una serie. Al final la mediación del productor Michael Wearing uniéndose a la presión logró disuadirle de su idea original para el final: Ronald Craven, el protagonista, acabaría su vida convirtiéndose en árbol —final que un año más tarde sería usado con gran éxito en David, el gnomo, todo sea dicho—. Además de esto también cambiaría el título por uno menos críptico —el Magnox es un tipo de reactor nuclear—, dándole su nombre definitivo: Edge of Darkness.
Impresionante de principio a fin, con un primer capítulo que podría ser uno de los grandes ejemplos de cómo comenzar una serie, nos presenta a un policía, Ronald Craven, y a su hija Emma, una científica y activista ambiental, para, a continuación, matarla en lo que parece un ataque de algún enemigo de su padre a la casa en la que ambos se encontraban en ese momento. Por supuesto el padre sospecha pronto que el blanco podía ser realmente su hija, que estaba investigando una extraña historia de elementos nucleares, y así Craven irá bordeando la legalidad y conociendo a personas más metidas en el juego del poder y el espionaje, especialmente gracias al agente de la CIA Darius Jedburgh. Y esto no cubre ni la mitad del primer capítulo.
Intrigas medioambientales, gobiernos a ambos lados del océano escondiendo oscuros secretos, extraños momentos que superan lo onírico y un impresionante trabajo de todo el equipo, desde los actores a los responsables de la iluminación o la música que convirtieron a esta serie, emitida inicialmente por la BBC2, en tal éxito que tuvo que ser rápidamente repetida por la BBC1, se convirtió en una de las minis inglesas más premiadas de la historia y, andando el tiempo, acabó siendo adaptada al cine por los americanos tras 25 años de nada.
En aquella ocasión el actor principal fue un fan de la serie, Mel Gibson, reemplazando a Bob Peck que había muerto en 1999 —y que había logrado su papel más famoso como Robert Muldoon en Parque Jurásico— , aunque sí que repitieron el productor y el director, Martin Campbell, que estaba ya acostumbrado a pasar desapercibido dirigiendo producciones de acción de alto presupuesto — GoldenEye, La máscara de El Zorro, Casino Royale o su último filme Green Lantern, aunque algunos prefiramos recordarle cosas como Cast a deadly spell (Hechizo letal) — y que hizo de la película no sólo una particular celebración de la mini original sino, incluso, un particular homenaje a Troy Kennedy Martin.
Porque TKM, tras la serie y pese a su éxito, siguió trabajando en un poco de todo, hasta tal punto que su siguiente trabajo sería el guión cinematográfico de Danko: Calor Rojo
Aún haría alguna cosa más, participando como guionista en el telefilme Aguas turbulentas, una historia basada en hechos reales con submarinos nucleares chocando frente a las Bermudas, que tenía un presupuesto tan alto que reunía en su cast a Rutger Hauer, Martin Sheen y Max von Sydow para hablar —una vez más— de los problemas nucleares y las diferentes posiciones morales que podían sobrepasar las ideológicas.
También participó en Bravo Two Zero adaptando el libro autobiográfico de Andy McNab sobre un grupo de soldados británicos en la 1ª Guerra del Golfo, que tiene su principal atractivo en el trabajo de Sean Bean; del mismo modo que su último trabajo, la película Red Dust, colocaba a Hilary Swank como abogada defensora en un espinoso caso de torturas en Sudáfrica. Este film incluye un notable debate sobre hasta dónde se puede o se debe olvidar nuestro pasado para favorecer la reconciliación y la integración.
Lamentablemente Troy Kennedy Martin murió el 15 de Septiembre de 2009, al día siguiente de estrenarse esta columna, y desde entonces tenía pendiente dedicarle una entrada, explicando su obra, llena de gente real que busca el entendimiento, de complejas conspiraciones y de una gran fe en los seres humanos. Finjamos todos que esta columna de hoy salda esa deuda.