Para el año ’92 tenía preparado ya el estreno de su nueva serie, claramente influida por el auge de las historias de pueblecito extraño de principio de los noventa — Twin Peaks, Doctor en Alaska … — y se convirtió en un éxito de crítica consiguiendo durante sus cuatro temporadas un total de 27 candidaturas a los Emmy, 18 de las cuáles fueron para las dos primeras, y 9 a los Globos de Oro. Ganó un Globo de Oro y 14 Emmys, entre los que destacaban dos consecutivos a Mejor Drama. Pronto, y cada vez con más rapidez, las ideas, estrafalarias también y poco comunes en prime time —algo que explicaba su baja audiencia—, iban degenerando en extraños juicios. Entre otras cosas porque durante esas dos primeras temporadas Kelley se hizo la serie él solo, escribiendo y supervisando la mayoría de los episodios, en un trabajo de constante desgaste y poco éxito con los espectadores que acabó llevándole a tener que abrir la mano en el control de la misma.
—Algo a lo que también contribuyó que en el año ’93 se casara con la actriz Michelle Pfeiffer, de quien, al escribir estas líneas, sigue aún siendo marido—
En 1994 se estrenó su siguiente serie, aunque Kelley no se sentía cómodo realizando dos a la vez. Pero en el trato por Picket Fences la CBS firmaba por tres series y exigía ya una más convencional en la que aprovechar la fama crítica de la otra, de género de nuevo, y si Doogie Howser había funcionado, ¿por qué no sobre médicos? Así nació Chicago Hope .
Lejos de ser una mala serie, en Chicago Hope se volvían a tratar grandes temas con la irreverencia marca de la casa; pero la existencia aún de Picket Fences, con la que tenía que dividirse, y la incapacidad para delegar de Kelley, más la inesperada lucha que daba otra serie que jugaba con el realismo y cierto retorcido humor, ambientada en el mundo médico, estrenada casi a la vez y llamada, claro, Urgencias, convirtió a aquélla en poco más que otro éxito de culto, otra serie que importaba más a los críticos que a la audiencia pese a que los guiones y la interpretación de los actores —otra especialidad de Kelly que suele recurrir y reutilizar, especialmente a secundarios— merecían una mayor difusión.
La creación de la serie Mixed Nuts, que no llegó a pasar del piloto —reconvertido, eso sí, en telefilm—, terminó con su acuerdo con la CBS y le permitió realizar a continuación, en 1997, otro con 20th Century Fox en el que se comprometía a realizar un mínimo de cuatro series en cinco años que irían para la FOX y la ABC; ambas tendrían al menos una serie por cadena y la primera opción en las que rechazara la otra. La serie creada para la ABC sería El abogado (The Practice).
Quizá la más seria de sus creaciones sobre abogados, de nuevo Kelley se encontraba con el reconocimiento de la crítica gracias a esta historia de un pequeño bufete de Boston que se mueve en un ambiente mucho menos idealizado que casi todas sus otras series. De nuevo fue ganadora de varios premios importantes, incluyendo el Emmy a Mejor Drama durante sus dos primeras temporadas. Tras unos comienzos flojos en cuanto a espectadores durante sus dos primeras temporadas, que cerca estuvieron de costarle la cancelación, un crossover con la siguiente y exitosa serie de David E. Kelley le dieron el empujón necesario para aguantar, consiguiendo que en su cuarto y quinto año se colocara entre las diez series más vistas de la temporada. Lamentablemente el declive llegó pronto y en su séptima temporada tuvo que realizar unos recortes drásticos entre los actores para poder garantizarse una octava temporada, en la que contrató a James Spader para empezar a mover un nuevo proyecto.
De este último hablaremos cuando lleguemos a 2004. Mientras tanto, regresemos a 1997 y al trato con la productora que permitió a FOX hacerse con los derechos de la nueva idea de Kelley, una alocada historia de abogados con los pies poco en la tierra y que se metía de lleno en campos de comedia. Se trata de una de las series más exitosas de su carrera y del mismo canal, es decir:
Perdón, quería decir:
Las aventuras de la niña-mujer abogada y, frecuentemente, las desventuras amorosas y todas sus neuras y obsesiones convirtieron a Ally McBeal en un bombazo global que lanzó a la estratosfera —mínimo— a su protagonista, Calista Flockhart, sirvió para impulsar los ratings de El abogado merced al antes mencionado crossover —uno de los rasgos del autor, que solía mezclar sus series y llegó, incluso, a intentar uno con el Expediente X de Chris Carter, abortado por la CBS— y consiguió que en el año 99 Kelley ganara el Emmy a Mejor Comedia junto con el de Mejor Drama. Lamentablemente, también sirvió para atraer la controversia.
Que si el personaje era un espantajo anti-feminista, que si las faldas eran muy cortas, que si su peso era aún menor y fomentaba la anorexia, que si el brillante David E. Kelley se había vendido a la generación Cosmo y mil majaderías más. Pero el caso es que con ella comenzó el declinar del autor.
Tras el éxito con los dos Emmys se intentó lanzar una versión con montaje antiguo y alguno descartado para convertirla en comedia de media hora, eliminando las partes trágicas. La idea, mucho más compleja de lo que podría parecer, no funcionó en ningún momento y fue rápidamente barrida de la mesa. El otro proyecto de Kelley fue delegar en otros una idea suya, una serie de detectives centrada en una agencia —poco convencional, claro— que no empezó mal pero que tuvo uno de los finales más extraños de la televisión americana.
A principios de temporada se colocó la serie en uno de los huecos más importantes, el de los domingos por la noche, tradicional día de consumo televisivo junto con los jueves noche —no me miren, esto es así—, logrando unas audiencias más que sólidas, lo suficiente como para que el canal ABC decidiera que a su vuelta del parón la colocaría el jueves contra el juggernaut del momento que aún era Urgencias (En paralelo, ese mismo año fue el cierre de Chicago Hope). Kelley, antes que ver la masacre de audiencia que eso hubiera supuesto firma un acuerdo con la cadena para cerrar la serie. ¿Y por qué no dejarlo en ese hueco? Pues porque las audiencias no eran malas pero podrían ser mejores para un día tan codiciado, así que la ABC ambicionaba el puesto para el gran programa de éxito de esa temporada: ¿Quién quiere ser millonario?, que estaba logrando unos registros increíbles. De manera que los 11 episodios que quedaban —firmados y grabados en muchos casos— se dedicaron al mercado exterior, Kelly reescribió el último como final de la serie y así concluyó esta extraña historia.
Por suerte para él, consiguió un acuerdo firmado tras los Emmy que extendía durante seis años su colaboración con la 20th y le convirtió en el productor mejor pagado de la primera mitad de los ’00, con unas ganancias de unos 40 millones de dólares anuales a cambio de la primera opción, fruto de la cuál llegó a la FOX en el año 2000 Boston Public o Profesores de Boston.
Una gran serie sobre la educación, los problemas de profesores y alumnos, tratando con esa particular visión de Kelley los temas más complicados y buscando ofrecer distintos puntos sobre muchas cuestiones espinosas que no solían verse tan explicadas; todo ello tratando de evitar convertirlo en un programa judicial con el director — un excelente Chi McBride— ejerciendo de árbitro de las disputas con los jóvenes o entre los profesores. Lamentablemente la sobrecarga de trabajo se empieza a notar pronto: habituado a escribir casi solo sus series y más tras el fallido experimento de delegación de Snoops, Kelley se estaba encargando en esos momentos de hacer casi setenta guiones para sus series estrella, algo insostenible en la que salió perdiendo la última en llegar.
Aún habiendo recibido el apoyo crítico al principio de la temporada las opiniones fueron siendo más tibias, carecía de repercusión en forma de premios y acabó dejándola como una serie que avanzaba más por inercia que con decisión, por lo que fue cancelada al cabo de cuatro temporadas. No podemos más que tratar de imaginar lo que podría haber sido sin la sobrecarga de trabajo, aunque sea sólo como experimento en los reinos de la imaginación.
A continuación vinieron un par de proyectos que murieron durante su primera temporada: Girls Club, una especie de Ally McBeal más serio y multiplicado por tres; The Brotherhood of Poland, New Hampshire una rarísima combinación que intentaba regresar a Picket Fences con la historia de tres hermanos, prometedores en el pasado y que ahora —siendo uno el Alcalde, otro el Sheriff y estando el tercero sin trabajo— se enfrentaban a las frustraciones de la mediana edad, a las decisiones complejas y los personajes extraños marca de la casa y, en fin, a una rápida cancelación; así que tocaba hacer limpieza.
En 2004 terminó la andadura de Boston Public y El Abogado lo que junto al final de Ally McBeal dos años antes y el cierre de sus series nuevas dejaba a Kelley espacio libre para su nuevo proyecto, que había comenzado a apuntar en la última temporada de El abogado con James Spader. Se trataba de la serie Boston Legal.
¡¡¡DENNY CRANE!!! Digo, no, espera… De nuevo Kelley, con menos relumbrón pero más sorna, más capacidad para la autoparodia y la metaficción, nos habla de abogados, logra que pensemos que William Shatner pudo haber pasado por la Universidad y recupera a todo un icono ochentero, Candice Bergen, para la televisión. Su repercusión en premios fue algo menor, pues aunque se mantuvieron los de actores, los de escritura y serie desaparecieron casi hasta de las candidaturas.
Con cuatro temporadas y media, es decir, con una quinta temporada que sólo es media para superar los 100 capítulos necesarios para poder vender la serie en sindicación1 y, por motivos obvios, acabó con Kelly escribiendo prácticamente todos los guiones de esta última media temporada.
El futuro no parecía muy prometedor, en 2005 creó un reality llamado The law firm sobre un bufete de abogados —la cabra, el monte— que no funcionó, entendiéndose como tal que tuvo que ser retirado tras sólo dos episodios —el resto se emitieron por cable—. Su siguiente serie, The wedding bells, sobre planificadoras de bodas duró sólo siete episodios. Legally Mad, una comedia legal despendolada —pero mucho, incluso para los baremos de Kelley rozando lo lisérgico o Cop Rock; para entendernos, a su lado Ally McBeal era Ley y Orden — que habría de estar protagonizada por la enorme Kristin Chenoweth, sufrió uno de los más extraños episodios de pasillitis aguda cuando, tras ser confirmada para la temporada de 2010, fue dejada ir por la cadena por lo que llamaron “conflictos con el calendario”, que llevaron a no emitir jamás ni siquiera el piloto.
Llegados a este punto, Kelley se puso a trabajar echando una mano en la versión americana de Life on Mars y a intentar adaptar a serie Hollywood Station junto a su autor Joseph Wambaugh. Finalmente lo dejó y se puso con una nueva serie, Harry’s Law.
Ya hablamos por aquí de ella en el Pilotos Deathmatch de turno: Lejos de los brillantes giros argumentales de Kelley, más centrada en apelar a los sentimientos que a la ley en letra o espíritu, es una serie agradable de ver para un público mayor que, en fin, está muy lejos de ser el de la cadena que la emite, la NBC y parece que sólo ha tenido una segunda temporada por mantener ocupado a David E. Kelley.
Se suponía que este año iba a tener una de las grandes novedades, una de las series más esperadas, el problema es que un cambio en la cúpula de la cadena junto con opiniones negativas del público que lo había visto y el hecho indudable de que el piloto no vale un pimiento hundieron su nuevo proyecto: Wonder Woman, adaptación libre y extraña, como un Batman a pecho descubierto —cof— que… más sencillo, si os sentís con suerte y fortuna echadle un ojo:
La elección de Kelley parecía extraña desde el principio, aunque quizá una persona tan particular con una forma de ser tan marcada, acostumbrado a escribir casi todos los guiones y a delegar poco, a usar sus series para hablar de asuntos complejos y a introducir un humor extraño y retorcido en sus series además de a realizar pequeños saltos en las tramas, que podían llevar a largos arcos argumentales que iban empezando y terminando sin ninguna duración programada o esperable, hubiera podido ofrecer un punto de vista nuevo para un superhéroe —quizá incluso sin meterlo en un despacho de abogados— pero, por desgracia, el intento de realizar una versión seria y estereotipada del mismo, lejos incluso del encanto de la de Lynda Carter, lo hicieron caer antes incluso de poder dar los primeros pasos.
Por supuesto David E. Kelley, uno de los más galardonados creadores de televisión americana, uno de los favoritos de los Emmy —¿entienden ya que estemos hablando hoy de él?— no ha dejado de trabajar, ni tiene intención de ello. De momento sigue con Harry’s law, aunque parece poco probable que logre una tercera serie pese a los cambios drásticos que está realizando; mientras tanto esperaremos a ver qué nuevo y alocado proyecto piensa en montar, convencidos de que alguien como él no tardará en volver a agarrar el stick.
1 Creo que lo he explicado ya pero vuelvo a hacerlo: alcanzado el capítulo 100 se abre la posibilidad a las series de ser vendidas a cadenas pequeñas para que la emitan, normalmente al ritmo de un episodio diario de lunes a viernes, lo que rellena 20 semanas, casi medio año, sin problemas. El dinero que se puede hacer con la sindicación suele significar que las series que se encuentran cercanas a esta cifra se renueven hasta, por lo menos, alcanzarla, como pasó en este caso.