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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Jugando Diosdado

Durante los años ochenta dos mujeres dejaron una huella profunda e indeleble en la televisión española desde detrás de las cámaras. Una de ellas, Pilar Miró, dejó tras de sí una herencia difícil, controvertida y quién sabe si más santa o pecadora. La otra, que simultaneaba ambos lados del espejo, tuvo un paso breve pero tan bien aprovechado que hizo más caldo que otras carreras más dilatadas. Logró no sólo adelantar el reloj de la ficción española hasta pasarlo al horario adulto, sino que además fusionó la calle con la ficción con una clase tal que no se sabía si las conversaciones sobre lo ocurrido eran el principio o el final de los capítulos. Antes guionista que actriz, antes dramaturga que guionista, antes escritora que dramaturga, pero antes que nada: Ana Diosdado.

Era esperable que saliera todo un teatro de una niña que mamó tantas tablas: Hija del actor Enrique Diosdado y de la actriz Isabel Gisbert, nacida en Argentina por azares del destino y la guerra, tuvo por madre a la segunda esposa de su padre, Amelia de la Torre, y por madrina a nada menos que la gran Margarita Xirgú. Vivió y trabajó en el teatro aunque siempre se ha definido como escritora, cuando colgó la carrera de Flosofía y Letras en la Complutense para dedicarse a escribir relatos y novelas (un par de las cuales acabaron rondando el Planeta) y también cuando triunfaba adaptando obras extranjeras o creando las propias, fruto de las cuales conseguiría el premio Fastenrath de la Real Academia, demostrando su pedigrí más allá de cualquier rastro de duda.

La primera vez que escribió para la televisión en realidad no lo hizo. O, en realidad, es más una historia del medio que el medio para una historia. Teóricamente en 1972 realizó una primera versión de Yo, la jueza, serie sobre una mujer comprometida con la justicia que pendula entre esta y un guapo galán. Es de suponer que el galán en cuestión era Carlos Larrañaga pero, ay, en ese momento se supone que aún no lo conocía. En cualquier caso, este proyecto seguiría yendo y viniendo. El director Pedro Masó parecía preparado para rodarla en 1991 pero pronto desapareció de la vista. En 2006 sería Masó el encargado de traerla de vuelta a la pista central contando una extraña historia con Pilar Miró y Ana Belén, en el que el nombre de Ana Diosdado no se mencionaba. En cualquier caso, a día de hoy seguimos sin saber nada de este “guión fantasma”.

Lo que sí sabemos es que en 1974 se estrenaba Juan y Manuela, una serie aparentemente amable que bebía del éxito juvenil de Diosdado gracias a la obra de teatro Suenan los tambores, en la que se enfrenta con Jaume Blanch para lanzar una vaselina discreta y alegre a favor de la juventud. Porque mientras parece que está metiendo una trama tranquila aquí, como en el resto de su obra, la autora demostrará una capacidad para la dureza , un posibilismo explicando la sociedad de manera que trasmita una dureza inédita, no por tragable aterciopelada.

Lo que nos lleva a dos cosas, a que se muera Franco, primero, y a que le dejen estrenar entonces su siguiente proyecto: Anillos de oro
.

Preocupados los gerifaltes públicos por lo que podía suceder con esta serie sobre la Ley del Divorcio aprobada en 1981, no sería hasta 1983 que se consiguiera estrenar. Y en ella podríamos comprobar la gran capacidad actoral de la autora y de un jovencito Imanol Arias, mientras que la dirección de Pedro Masó y la labor de Gil Parrondo terminaban de redondear una trama en la que se examinaban todos los aspectos del divorcio.

Y, de paso, matar a Xabier Elorriaga.

Cierto, junto con el divorcio se trataba también el adulterio, el aborto o la homosexualidad. Pero era casi más impactante que se quitaran de en medio al marido de la protagonista o que la serie terminara con uno de los abogados cambiándose de país.

Para su siguiente proyecto decidió volver a esa juventud que le había valido tantos éxitos para ofrecer otra visión, realista y creíble, fundada en temas más importantes y en un acercamiento inteligente y, por supuesto, duro. Siempre buscando una forma de poner el dedo en la llaga no dudó en abrir una llaga o en poner a actores prometedores en situaciones… Vean a Jorge Sanz.

Efectivamente, ése es el espíritu. El que se podía encontrar en Colegio Degrassi o el que David E. Kelly pondría en marcha en Boston Public, lo que se veía, en resumen, en Segunda Enseñanza.

La forma de operar de Diosdado la lleva a ser de nuevo una de las figuras centrales, la contraposición de los profesores con los alumnos —bien es cierto que ofreciendo una imagen generalmente más suave de los mismos— buscaba no tanto crear el efecto de contrarios como ayudar a la historia, estableciendo los problemas que padres y educadores podían tener para entender lo que les pasaba, sacando falsas conclusiones cuando no, directamente, entendiendo al revés la situación.

En cualquier caso, y pese a un cierto éxito en el extranjero, la serie tampoco continuó y la carrera de Ana Diosdado volvió rápidamente a centrarse en el teatro y la literatura. Especialmente con las vueltas literarias de Los ochenta son nuestros, primero obra de teatro, después novela de cierto éxito y entonces, de nuevo y con cierto más interés, obra otra vez. Como anécdota, en 2010 fue recuperada de nuevo, quién sabe si por un —tardío— entendimiento del regreso ochentero o por pura nostalgia.

Junto a sus triunfos se unió una nueva circunstancia en 2001 cuando fue nombrada presidenta de la SGAE en 2001, cargo en el que estaría hasta 2007. Si bien desde el principio ella aseguró estar allí más por representatividad, tampoco dudó en respaldar la gestión del momento frente a las voces contrarias, como la de Loquillo.

En la actualidad sigue moviéndose, creando, preparando proyectos y puede que su larga separación del medio televisivo facilite que nos olvidemos de ella y de lo que supuso, pero sin su forma de conjugar historias reales con una visión ética y una opinión que no eliminaba las partes más duras que venían unidas a ellas, sin esa manera que —vista con la perspectiva de los años— quizá pecara de algo de bondad y de una cierta idealización pero que, con todo, sirvió como una vara que ayudaba a desarrollarse nuestra ficción.

Que luego ese crecimiento se parara o se malinterpretara ya es algo completamente alejado de sus culpas y responsabilidades; porque si algo podemos decir de Ana Diosdado y la ficción española es que proporcionó en su momento más dulce un gran modelo a seguir.

Ya podría volver al medio.

Jónatan Sark | 18 de julio de 2011

Comentarios

  1. Hoteles Santa Marta 
    2011-07-19 00:26

    Excelente post.


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