Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
El primer impulso al elegir a alguien para abrir las columnas sobre la televisión UK en los años ’80 fue, obviamente, ponerme a hablar de Sí, Ministro como si no existiera mañana.
Pero incluso teniendo en cuenta que eso es, precisamente, lo que tengo intención de hacer hay otro asunto que no se puede dejar de lado para hablar de la televisión durante esa época. Y es que desde el 6 de Mayo de 1979 al 28 de Noviembre de 1990 el destino de Gran Bretaña estuvo dirigido por la Dama de Hierro, la Baronesa de Kesteven, el Gran Dragón de la Pérfida Albión: Margaret Thatcher.
El cerebral Harold Wilson no residía más en Downing street e incluso el Sunny Jim Callaghan se había marchado ya. Era su turno de poder y eso, como sus creencias, se dejaron notar en todas partes. Incluso, y por supuesto, en la televisión.
Si un campo de juegos vivió ese intento de cambiar la forma en que se percibía la imagen y la situación así como de poner en práctica sus ideas fue, sin duda, la BBC. El antagonismo entre la Primer Ministro y la cadena pública fue una historia de guerrillas y broncas, de desplantes y extrañas victorias para ambos bandos.
Quizá una de las más sonadas fue la oposición central a Doctor Who por ser un programa no apto para menores y caro para emitirse en una cadena pública. La escalada de enfrentamientos llegó a su zenit en 1988, tras las terceras elecciones ganadas por Thatcher y ante la clara visión de que la serie no duraría mucho más con ese gabinete —Y no se equivocaban, esa fue su última temporada y cerca estuvo de ser el final de la más longeva serie de Ciencia Ficción de la historia— lo que les decidió a sacar la artillería pesada: el serial en tres partes The Happiness Patrol.
El Doctor —el 7º en aquel entonces— y su companion de entonces, Ace, llegan hasta la colonia terrestre Terra Alpha para descubrir que está regida por la malvada dictadora Helen A que exige a sus súbditos que sean felices, todo el tiempo, o las Happiness Patrols se encargarán de ellos si no lo hacen cualquier otro de los métodos de la tirana. Sylverter McCoy, el 7º Doctor, aseguraría años después que habían ido a satirizar a Thatcher —y a apoyar de alguna mera la huelga de mineros del 84-85 — porque “Margaret Thatcher era de lejos más terrible que cualquier monstruo con el que el Doctor se hubiera encontrado.”
Pero esta influencia, esta visión negativa típica en la ciencia ficción de la época y especialmente en los autores británicos, influyó también en la comedia, y si la ciencia ficción avanzó hacia la distopía la comedía saltó al sarcasmo más afilado.
Quizá el programa cómico de crítica política más importante de la década, Spitting image no dudaba en presentar bajo la más cruel de las luces a la panda del partido a los que pintaba, en el mejor de los casos, como lunáticos.
En cuanto a la propia Thatcher, masculina, autoritaria y con modos que van más allá de lo autoritario hasta niveles insospechados.
Todo lo cuál nos lleva a la serie favorita de Margaret Thatcher y al problema que representa juzgarla gracias a su brillante ambigüedad que la convertía en un dulce envenenado para todo el espectro político — ¡e incluso apolítico! — a la vez que marcaba una cumbre en la comedia televisada. Estoy hablando, obviamente, de Sí, Ministro. —¿ O es que no os había dejado claro que esta era mi intención desde el principio?—
Y el motivo de que le encantara a Margaret Thatcher era sencillo: Presentaba una lucha no entre partidos sino entre estamentos, los políticos contra los funcionarios. Sí, también los medios de comunicación se llevaban su parte pero era la lucha entre estos dos grupos la que centraba el grueso de la sátira.
Las relaciones de poder eran tan complejas como sibilinas y la forma de comportarse de los personajes permitía dejar claro que no existían buenos. Ciertamente el político — el ministro del título— James Jim Hacker parecía mejor persona por el simple motivo de que le sacaban como a un completo idiota, inútil e incompetente. Como decía: representado con una luz positiva.
Por contra los funcionarios aparecen como pusilánimes como el ayudante del ministro, Bernard Woolley, o como brillantes manipuladores, especializados en resistir a los intentos de hacer la burocracia más sencilla y accesible, capaces de auto-perpetuarse y evitar cualquier innovación por parte de los políticos. Todo ello representado en la grandísima personalidad de Sir Humphrey Appleby.
Uno de los momentos más recordados es un diálogo en el que Hacker asegura que los dos partidos están en el mismo bando, que el enemigo es el funcionariado. Ese tipo de declaraciones, esa luz positiva —en apariencia— para los políticos, ese demostrar que la función y el trabajo de los mismos era más complejo de lo que podía parecer a simple vista y que existía una gran oposición a hacer un cambio —pequeño, grande, mediano— era lo que la convirtió en un favorito de la Dama de Hierro.
La verdad es que presentar la serie así no deja de ser limitar una pequeña maravilla de la televisión. Con un reparto extremadamente reducido y apenas un par de decorados lograba algunas de las más cómicas situaciones posibles usando exclusivamente la conversación. Los diálogos, maravillosamente escritos, tenían el justo tempo cómico y la rapidez necesaria para marcar un estándar en comedia de calidad.
No sólo se ponían sobre la mesa problemas prácticos de política, también se demostraba las distintas maneras de cagarla con ellos, e incluso cuando Sir Humphrey se salía con la suya no podía demostrarse que eso fuera a concluir con los problemas.
Si en las primeras temporadas parecía limitado el campo de acción de Hacker el paso lógico a Yes, Prime Minister les permitió abordar todo tipo de temas y problemas políticos en distintas variaciones de los problemas inamovibles y en el juego del gato y el ratón que realizan de forma superlativa Paul Eddington (Hacker) y Nigel Hawthorne (Sir Humphrey) mientras Derek Fowlds (Bernard) quedaba para hacer el papel de inocenton o de pared apra que ambos actores pudieran demostrar su elocuencia.
Tres ejemplos de su bilis, sus opiniones sobre…
Los lectores según sus periódicos:
La política del Foreign Office:
Oriente medio e Israel:
Los motivos europeos para crear la Comunidad Económica Europea:
Y podría llenar esto de frases igual de ingeniosas hasta completar las cinco temporadas entre Yes, Minister y Yes, Prime Minister pero hay algo que no podemos olvidar. el apoyo de la jefa permitió que la serie durara tanto sin que nadie se hiciera muchas preguntas. Por ejemplo, en la forma de desenmascarar el cinismo del sistema político y los dobles pensamientos que soportaban. Muchos de los cuales eran propios de los nuevos responsables.
De nuevo, como en ‘Till death do us part, la creación de unos personajes que expresaban unos puntos de vista determinados permitían incluir otros mensajes no precisamente complacientes ante las mismas narices de quienes creían que estaban validándolos. Esa es parte fundamental de la grandeza del humor.
Lo que responde a la afirmación inicial: ¿Cómo podría no pasarme horas hablando de Sí, Ministro y Sí, Primer Ministro si sólo con esta serie se explica e identifica no sólo el humor político sino toda la la ideología de la principal enemiga del canal —público— que lo emitía?
Demostrar que los políticos al dilucidar un problema están escogiendo entre dos opciones que acabarán favoreciendo a alguna empresa privada, explicar cómo la principal ocupación de un político es hacer carrera y tratar de no quedar mal entre los medios — la divulgación del término Spin debe mucho a esta serie— y tratar de lograr sino la victoria sí la derrota del adversario.
Así que lo único que se puede decir cuando se nos recuerda que al ser preguntada por su serie favorita Margaret Thatcher respondía que era Sí, Ministro es, obviamente:
Yes, Prime Minister