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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Europa setenta

[Es triste pensar que no se conoce mejor a los vecinos, pero así estamos, hablando aún de UK y España. Si mis silentes lectores quieren aportar algo sobre el resto de europa —Italia, Francia, Alemania…— aprovechen los comments ]

La diversión de la televisión sesentera en Gran Bretaña se iba a ir diluyendo durante los setenta. Las series de espías se mantendrían con las de la década anterior, aunque no se generaría ninguna nueva importante, frente a la creación en Alemania de Derrick, que duró del 74 al 98 o la mítica Der Alte, que comenzó en el 77 y aún sigue en activo cambiando personajes y adaptando nuevas situaciones.

Frente a esto los ingleses seguían con Barlow, ahora con serie propia desde su salida de Z-Cars. Mientras Z-Cars iba del 62 al 65, el protagonista fue el detective Charlie Barlow. En el 65 pasó a protagonizar Softly, Softly, del 66 al 69 — Z-Cars regresaría con otros protagonistas en el 67 y duraría en pantalla hasta el 78—, en el 69 se hizo una segunda tanda llamada Softly, softly: Task Force que duraría hasta 1976, aunque Barlow se iría en 1972 para protagonizar su propia serie con la excusa de su reciente viudedad, pasando a un equipo de crímenes especiales del 71 al 74 y, definitivamente, a Barlow del 74 al 76, terminando antes incluso que la serie que le vio nacer.

Las únicas novedades reales de cierto peso fueron The Sweeney, una serie lanzada para mejorar la popularidad de la Flying Squad londinense, especializada en robos armados, que vivía sus momentos más oscuros por las investigaciones y detenciones que habían vivido sus miembros, acusados de connivencia con los criminales y corrupción, pese a lo cuál la serie se centraba en dotar a los policías de humanidad. Los policías de The Sweeney no eran como hasta entonces infalibles sabuesos o cómicas y bienhumoradas figuras de autoridad; ahora serían humanos, falibles, violentos en ocasiones y capaces de enfrentarse entre ellos. La idea de lavar la cara de la policía fue demostrar que ellos también son humanos. Duraría, eso sí, sólo del 75 al 78.

La otra fue la nueva idea de Brian Clemens. El escritor y productor, que ya se ocupó de Los Vengadores tras la partida de Sydney Newman, pensó en crear una serie sobre un grupo de agentes de inteligencia extraordinarios; así nacieron Los Profesionales, con la que logró el éxito que le llevaba esquivando toda la década pese a series tan bien resueltas como Los Persuasores. Los Profesionales tenía a un pequeño grupo de especialistas en inteligencia para manejar amenazas de alto nivel. La serie se sostenía por la química entre dos de los tres protagonistas, Bodie y Doyle, el salvaje y el frío, ambos a las órdenes de Crowley, el cerebro del equipo. Lejos de las viejas y divertidas series de espionaje de los sesenta, esta serie, que duró del 77 al 83, entra ya en lo que sería la marca de los ochenta, con personajes bien definidos y mucha acción antes que el uso de guiones intrincados.

Quedaría por discutir la inclusión dentro del género criminal de Rumpole of the Bailey, una serie inglesa de gran éxito que entre 1975 y 1992 presentó las historias de Horace Rumpole, un abogado defensor de las clases bajas, de los delincuentes de medio pelo, y que lo mismo discute con la policía o los jueces por la fiabilidad de las pruebas que se enfrenta a criminales mayores. Es difícil colocar esta serie fuera del terreno judicial pero, a la vez, no son sólo los juicios los que mueven la serie. En cualquier caso, la popularidad del protagonista justificó una vez concluida la serie toda una serie de libros, así como algún especial de cuando en cuando.

Lo que realmente funcionó en Reino Unido durante la primera mitad de la década de los setenta fue el humor. Mucho del cuál salía de la gente que trabajó entre 1966 y 67 en The Frost Report, un programa con sketches que duraría sólo dos temporadas, pero en el que se reunieron los mejores cómicos, bien como colaboradores o como guionistas, todos alrededor de David Frost, que aún no era el artífice de la famosa entrevista a Nixon. Cierto es que, de las dos series que habían aparecido a finales de la anterior década, nada tenía que ver con una de ellas: Dad’s army se convertiría en una referencia y duraría casi diez años, de 1968 al 77. Pero sí con el otro programa, reuniendo a sus integrantes como guionistas y colaboradores y uniéndoles antes del que pasaría sin duda alguna a la historia. Me refiero, claro está, al Monty Python’s Flying Circus

El éxito, importancia o trayectoria de los Monty Python no parece ni necesaria de exponer ni propia de un post compartido. Su humor absurdo y su capacidad para unir registros con una finalidad cómica, toma elementos de The Goon Show y del trabajo de Spike Milligan para convertirse en uno de los más importantes grupos cómicos que jamás viera la televisión, un referente inapreciable y un trozo imprescindible de la historia de la televisión. Y me quedo corto.

La llegada del programa vino de la mano del director de comedia de la BBC, Michael Mills, que decidió reunir a los integrantes del grupo que el consejero de comedia Barry Trook había logrado juntar. Durante cuatro temporadas cambiarían definitivamente el panorama de la comedia televisiva haciendo por la tele lo que Milligan hizo por la radio. Tras la tercera temporada dejaría la serie John Cleese para probar nuevos cambios —que se materializarían en su propia serie: Faulty Towers, que tras una primera temporada en 1975 quedaría a la espera de una continuación hasta 1979, en que se emitiría la segunda y última temporada—, si bien su marcha no impediría la existencia de una cuarta serie que terminó con la presencia televisiva del grupo, cuyos componentes darían el salto al cine de diversas maneras y con distintas suertes. Pero para entonces su trabajo estaba hecho.

El programa de Frost contaba con escritores del talento de Marty Fieldman, tendría también a Ronnie Barker y Ronnie Corbett —posteriormente los miembros del popularísimo programa de humor The Two Ronnies, que estuvo entre los más vistos en Inglaterra del 71 al 87—, así como a Bill Oddie y Tim Brooke-Taylor, que junto con Graeme Garden formaría el también popular grupo The Goodies que, junto a otros muchos proyectos, realizaron The Goodies television series entre 1970 y 1982.

Pero los sketches no fueron los únicos éxitos de la comedia inglesa de los años setenta. Quizá la más exitosa serie en el sentido clásico fue*_Are you being served_*, comedia centrada en el departamento de ropa de unos grandes almacenes y creada por David Croft —co-creador de Dad’s Army con Jimmy Perry— esta vez junto a Jeremy Lloyd. Tras un comienzo irregular de nuevo tuvieron un bombazo entre las manos, pese a que —o quizá precisamente porque— su humor se basaba principalmente en malentendidos sexuales, juegos de palabras y algo de slapstick.

Croft tendría aún un superéxito más en su carrera, de nuevo con Lloyd y, de nuevo, con dobles sentidos y situaciones vodevilescas: me refiero a Alló, Alló!. Aunque frente a las 9 temporadas que duraría la serie sobre la Home Guard o las 8 de los grandes almacenes, ésta se quedaría en 6 temporadas. En cualquier caso, eso convierte a Croft en el más exitoso de los creadores a la antigua de la televisión británica de los años ’70.

Sólo se le acercaría Brian Cooke, creador de series como Keep in the family en los años ’80 pero, sobre todo, co-creador junto a Johnnie Mortimer de toda una institución entre las sitcoms: nada menos que Man about the house

Efectivamente, Un hombre en casa. Una historia tan sencilla como tres compañeros de piso, dos chicas y un chico, sus impresentables caseros y todas las combinaciones posibles de equívocos sexuales y juegos de puertas que se puedan imaginar. Duró sólo de 1973 a 1976 pero les dió tiempo a hacer 6 temporadas y, por supuesto, a sacarse de la manga un par de spin-off, el primero sobre el chico cuyo nombre permite todos los errores iniciales: Robin’s Nest, en el que el personaje vive con su novia y abre su propio restaurante con la imprescindible ayuda del padre de ésta, la necesaria fuente de conflictos, duraría del 77 al 81 durante 6 temporadas y terminaría con Robin casado y con gemelos llevando con éxito su restaurante.

La otra continuación se llamó George and Mildred y se centraba en la vida de los caseros, los Roper y se convirtió en un éxito tan grande que parecía poder desbancar a la serie madre. Cinco series del 76 al 79, más la tradicional película. Sí, en UK se puso de moda realizar una pequeña obra con las series de éxito, y salir con ella y con los actores de la serie, a hacer unos bolos; si la obra tenía éxito, entonces se rodaba una película adaptándola. Estaba en preparación la sexta temporada cuando sobrevino la desgracia: Yootha Joyce, la actriz que interpretaba a Mildred Roper, murió inesperadamente en 1980. Así se terminaba una serie que había hecho del no-amor a la pareja, la vida tirada y la mediana edad sus banderas.

Obviamente el éxito llevo a la serie por todo el mundo, la serie original tuvo como una decena de adaptaciones; la más conocida, claro, la americana: Three’s company o Apartamento para tres, adaptado por idea del malvado Fred Silverman del mismo modo que George and Mildred se adaptarían como Los Roper y Robin’s Nest sería Three’s a crowd, no se les fueran a despistar los espectadores.

Hubo, por cierto, una serie entre el 74 y el 79 llamada Two’s company que no compartía creadores, actores ni más lazo que el título con la serie original. De hecho, la serie trata sobre una escritora americana de thrillers subidos de tono que vive en Londres y su relación de constante lucha con el mayordomo inglés que contrata para llevarle la casa. Se convirtió en un éxito —menor, pero éxito— y vio incluso una corta adaptación estadounidense.

La extraña forma de planificar las series en Gran Bretaña se nota viendo cómo funcionó una de sus comedias minoritarias y queridas, Open all hours, una tienda de ultramarinos llevada por un tío con ayuda de su sobrino; no hay grandes planes para hacerse rico como en Steptoe and son ni muchas vueltas románticas para la serie, sólo comentarios de la actualidad y buenas maneras.

El piloto de la serie salió de Seven of One, un evento en 1973 mediante el cual la BBC presentaba a su público siete pilotos diferentes con la espera de encontrar algo que le gustara al respetable. Es algo relativamente habitual en UK, desde el Comedy Playhouse del 61. Uno de los favorecidos fue este Open all hours, pese a lo cuál la primera temporada no estaría lista hasta 1976. No contentos con eso, la segunda temporada se retrasaría a 1981, y si bien la tercera ocurriría en 1982, tendrían que esperar a 1985 para la cuarta y última. Durante el camino fue perdiendo no tanto el humor como las críticas referencias políticas; el thatcherismo no estaba para esas cosas.

El cerebro tras la serie era Roy Clarke, más conocido por Last of the summer wine, serie de indudable vitalidad que duró desde 1973 hasta… 2010.

Cuando su anterior éxito, una serie dramática llamada The Misfit demostró poder contener pequeñas perlas cómicas dentro, el jefe de comedia del momento, Duncan Wood, le encargó una comedia dramática y así nació Last of the summer wine, una serie centrada en tres amigos de avanzada edad, solteros, viudos, separados, jubilados o desempleados; es decir, señores ancianos con la posibilidad de comportarse como unos adolescentes. Y eso es precisamente lo que tendrán, con mucho cambio de protagonistas —obviamente— y que es toda una institución en la comedia inglesa; tanto que uno no entiende cómo no han saqueado la idea ya en España.

La otra serie que fue escogida del Seven on One fue Prisoner and Escort, serie sobre un prisionero que es acompañado a un traslado de prisión por dos guardas hasta que logra fugarse y cómo después estos policías le dan caza. Realmente no hay tanto parecido cuando fue reconvertida con los debidos ajustes a Porridge, serie sobre Norman Stanley Fletcher, un criminal habitual que pasará una temporada en una prisión de nivel C junto con su novato compañero de celda y enfrentándose a sus dos guardias. La serie fue un éxito sorprendente, extendiéndose no sólo durante toda la condena del protagonista sino, incluso, un año de su libertad, eso ya en una nueva serie, Gong straight. Parecía que sería la obra más importante de sus creadores, Dick Clement e Ian La Frenais, hasta que decidieron adaptar al cine una novela de Roddy Doyle: The Commitments.

Había otro modo de pasar a la televisión: adaptando una obra de teatro. Así lo hizo Eric Chappell cuando decidió convertir su obra The Banana Box en Rising Damp, serie que partía del mismo punto para llegar a desarrollos distintos. En la obra original el conflicto central era el casero Rupert Rigsby, un tipo agarrado, antipático, suspicaz ante lo distinto, dueño de una casa inglesa en la que tiene alquilado cada piso a un inquilino diferente, dos de ellos de larga duración: el estudiante de medicina Alan Guy Moore y la jovencita Miss Jones. La llegada de un nuevo inquilino: Philip Smith, un muchacho de raza negra que asegura ser el hijo de un jefe africano, se convertirá en una fuente de complicaciones para los limitados modales de Rigsby. La serie tiene presentes estos conflictos y Rigsby sigue siendo su figura central, pero la relación con Miss Jones y los distintos inquilinos que entran y salen del cuarto piso en alquiler junto con las historias domésticas diarias lo conertirán en una mezcla de Un hombre en casa y Till death us do part.

Por otra parte estaba el dúo de Esmonde y Larbey, creadores de una gran cantidad de series entre las que destacaban Please, Sir!, sobre un colegio que duraría del 68 al 72 o Get some in!, sobre un campamento de la RAF durante la segunda guerra mundial, que duró del 75 al 78. Pero sin duda la mejor de sus series fue The Good Life.

Tom Good acaba de cumplir 40 años y está harto de su trabajo como químico en una fábrica así que decide dedicarse a la autogestión, convertir su casa en una granja y criar animales, además de cultivar vegetales. Incluso para la electricidad. Tom y su mujer Barbara, junto con sus vecinos, Jerry y Margo Leadbetter —contraste normal de los Good—, haciendo de sus excéntricas vidas y de las influencias entre unos y otros todo un éxito y lanzando las carreras del cuarteto protagonista. No mucho la del actor principal, Richard Briers, que ya estaba bastante lanzada, pero sí la de los demás, permitiendo, por ejemplo, que Paul Eddington pasase de Jerry Leadbetter al Ministro Jim Hacker.

Termino el repaso con una de las comedias inglesas que mejor recuerdo dejó a los españoles en su emisión. De 1976 a 1979 tuvo lugar la adaptación de las novelas de David Nobbs por su propio autor, experto escritor de televisión que había realizado labores de guionista en, por ejemplo, The two Ronnies. La historia trata también de una crisis de la mediana edad, pero en esta ocasión la solución no pasa por una granja sino por algo más sencillo: Morirse.

Bueno, morirse, morirse… no. Fingir la muerte. Pero sin irse muy lejos. Igual que en series posteriores trataría de hundir su propia empresa o fundar una comunidad utópica. Y, como sin duda sabrá ya mi silente lector, la serie a la que me refería era Caída y Auge de Reginald Perrin

No es el único programa revolucionario. Hay otro con una de las más magníficas aperturas que jamás haya tenido un programa:

Efectivamente, The Muppet Show es inglés. Desde 1969 Jim Henson estaba realizando Barrio Sésamo para la PBS —aunque nació como proyecto para la NET, la televisión educativa— pero sentía que eso le estaba encasillando en proyectos infantiles, cuando el arte de las marionetas podría aplicarse a un público adulto. Así que se movió hasta lograr una participación en el primer SNL. Fue una época… ahm… de la que, cuanto menos hablemos, mejor. En cualquier caso, eso sirvió para que aceptara la oferta de la ATV, retransmitido por la ITV para todo Reino Unido y por la CBS de rebote. Todo ello, tras dos pilotos y el No escribo para fieltro de Michael O’Donoghue en el SNL, sirvió para afinar un proyecto.

Poco hay que se pueda decir de esta serie que no incurra en el sacrilegio o que no resulte redundante con lo que Raúl Minchinela examinó para Elitevisión. Digamos, simplemente, que demostró que se podía hacer comedia para adultos con un punto infantil, pero, sobre todo, para un público inteligente que sumarle al público de un nivel más básico. Una joya que duraría de 1976 a 1981 marcando de una forma nueva la firma Henson.

En cuanto a la ficción dramática… Por un lado vivió la revalorización de las miniseries como algo propio; al fin y al cabo, la televisión inglesa había sido durante años la casa del teatro filmado, la reconstrucción histórica y la adaptación televisiva. Y todo ello se reactivó gracias a la serie dramática regular que parecía una miniserie. Una serie que marcaría una época al mezclar la reconstrucción histórica con las tramas melodramáticas construyendo, además, un doble nivel entre las vidas de los señores y de sus criados.

Porque esa serie es

Si Arriba y abajo marcó toda una época fue por las multiples lecturas y los diferentes intereses a los que apelaba, había un poco para todo el mundo.

Imaginado originalmente por Jean Marsh y Eileen Atkins, dos actrices que ocasionalmente hacían sus pinitos como escritoras, animadas pensando en una comedia en el periodo victoriano sobre dos criadas que sirven a una familia adinerada. En cuanto lo llevaron a Sagitta Productions, los responsables —John Hawkesworth y John Whitney— decidieron que funcionaría mejor como drama, en una casa incluso mayor y en la época eduardiana. Entonces se lo mostraron a Stella Richman de la LWT, que fue la que movió todo lo que pudo para que se estrenara en conjunción con la ITV, tras una profunda revisión por parte de Alfred Shaughnessy que acabó de pulirlo.

El resultado final fue un melodrama, más drama que otra cosa, sobre las dos familias de la casa, la de los señores y la de los criados. A lo largo de cinco temporadas, que empiezan en 1903 y terminan en 1930, asistimos a los avatares de la vida de la familia de arriba así como los cruces y peripecias de la servidumbre.

Entre los temas que tratarían y los sucesos abordados se incluyen amores, infidelidades, violadores, homosexualidad, algún chantaje, varios suicidios, todas las tropelías que se os puedan pasar por la cabeza y, por supuesto, el hundimiento del Titanic. —Sí, Downton Abbey, Los Simpsons lo hicieron antes—

Dejando de lado lo folletinesco del asunto —podían haber usado los guiones de Coronation Street a Amar en tiempos revueltos—, la reconstrucción histórica y la construcción de personajes es magnífica, los actores demostraron ser de esa especial raza británica y todo el conjunto proporciona una armonía que demuestra que el más folletinesco de los guiones podía ser una producción Clase A.

Obviamente la serie tuvo repercusiones inmediatas, la BBC no dudó en poner en marcha, de un tema similar, The duchess of Duke Street, que no duraría más de dos temporadas.

Sin embargo la mini serie que dominaría a todas las demás, quizá la mejor que se haya hecho jamás en televisión, nos lleva más atrás en el tiempo. Mucho más.

Es difícil decidir por dónde empezar con Yo, Claudio. Basado en un libro de Robert Graves, adaptado por Jack Pulman, con un reparto de ensueño que incluye en su papel principal a Derek Jacobi y uno de los más interesantes periodos romanos que van de la muerte de Marcelo a la entronización de Claudio.

Pináculo de la ficción televisiva, cualquiera que sostenga que las series de calidad son un invento reciente y que la televisión era la caja tonta antes de ayer debería reaccionar ante la simple imagen de esta serie vomitando de vergüenza y prometiendo no acercarse a una página en blanco para repetir sandeces.

Hablando de creaciones extraordinarias, ya antes se mencionó en esta columna a Denis Potter y la próxima vez que se haga será para dedicarle una entera, en ningún caso debemos o podemos obviarlo al hablar de la televisión británica y de esta época. Suyos son los guiones de Casanova, El alcalde de Casterbridge y, sobre todo, Pennies from heaven. Su carrera, comenzada en los sesenta, se encontraba aquí en el disparadero. Pero, como decía antes, tiempo habrá para examinarle más a fondo.

En quien sí podemos profundizar es en el último creador británico de este mes, Terry Nation, conocido mundialmente por sus dos hitos en el campo de la ciencia ficción británica: Ser el creador de los Daleks en su etapa de guionista de Doctor Who y haber creado Los Siete de Blake

En un futuro distópico y, por ende, jodido, en el que el estado está controlado por un dictador y a los renegados se les lava el cerebro, Blake es un prófugo que ha logrado armar un grupo de fuera de la ley para ayudarle a oponerse al régimen. Con un punto de vista adulto, mucho humor sardónico británico y un subtexto más que complejo gracias a personajes como Vila, Avon o la personificación del ordenador central de la nave ZEN, la serie, creada por uno de los principales guionistas de la primera etapa de Doctor Who para enfrentarse a ella, pasaba de la idea distópica extrema de la anterior serie de Nation, Supervivientes, para acercarse a una idea más cercana a la soap opera pero no por ello más sencilla. La serie, ambigua y compleja, tuvo un final a la altura de su leyenda con uno de los más inesperados cierres que se le puedan dar a una serie.

Su impacto fue tal que periódicamente se habla de revivirla, rehacerla o buscarle alguna vuelta. De momento, eso sí, de manera infructuosa.

Mientras, en España, se hacía… bueno, se hacía lo que se podía.

Perdido Chicho Ibáñez Serrador_ para la ficción tras el éxito del Un, dos, tres y con el gran Jaime de Armiñán centrado en su carrera cinematográfica —*_Mi querida señorita_*, El amor del capitán Brando— y con menos presencia en la tele, tan solo Tres eran tres, serie para el lucimiento de Amparo Soler Leal, Julieta Serrano y Emma Cohen, así como Suspiros de españa, mini serie a mayor gloria de Antonio Ferrandis, Irene Gutiérrez Caba y Juan Diego, había que buscar por otros lados.

El primer lugar en el que se mira siempre es en la literatura, por eso pronto empezamos a ver clásicos adaptados como Cañas y Barro y El Camino (1978) o La Barraca (1979) así como series inspiradas como El Pícaro.

Incluso la aparición de una serie como*_Plinio_* podía unir el mundo literario con la serie negra, un policiaco que, por ser realizado aún en vida de Franco, quedó suavizada en sus aristas.

De hecho, la época de cambios que se estaba viviendo se vio poco reflejada en la televisión, bien controlada y centrada en hablar de casi cualquier otro tema.

Gracias a ello se pudieron realizar series como Crónicas de un pueblo, del joven valor al alza Antonio Mercero, que presentaba a todo un grupo de excéntricos aunque plausibles aldeanos. Por lo menos desde 1971 hasta 1974.

Entre las series aprobadas justo a continuación de la muerte de Franco hubo más continuismo, que representaron La Señora García se confiesa o La saga de los Rius, aunque la joya de la corona fue, sin duda…

Historias de bandoleros por diferentes directores con lo más granado de la profesión actoral de la época. Una serie aventurera y divertida que permitía hablar de… otras cosas… y daba un papel primordial a un personaje renegado. Pero renegado contra los franceses. Todo cambia para seguir igual, vaya.

Si hubo un género que logró un aumento y expansión notable fue, sin embargo, el infantil. Aunque relegado en muchas ocasiones a programas contenedores o meras escenas de transición entre series, desde los programas de Torrebruno o de Los Payasos de la Tele a series como La Mansión de los Plaff o Un globo, dos globos, tres globos, el público infantil empezó a ser cuidado por TVE, algo que se incrementaría durante la siguiente década.

Jónatan Sark | 28 de marzo de 2011

Comentarios

  1. JCC
    2011-04-02 20:15

    Hace algún tiempo y gracias al youtube vi ese principio del Caída y Auge o el de Ésto se hunde.

    No voy a poner el enlace con el anuncio de Kodak de Don Draper, pero es increíble el proceso químico que se pone en marcha en el cerebro en estos casos, un “dejà vu” con hueco en la memoria incorporado: recuerdas los personajes, los decorados…pero no, faltan muchas cosas.

    En cambio de la escena del bebé en La Barraca me acuerdo perfectamente aunque nunca he vuelto a ver la serie. No sé si un crío debía tener acceso a cosas de éstas, pero se lo perdono a mis progenitores por Victoria Vera, simple que es uno.


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