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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Sesenterismo teleuropeo

La Batalla de Montecassino cambió el destino del humor y, por tanto, de la televisión moderna.

En 1944 en Salerno, Italia, el ejército aliado trataba de atravesar la Línea Gustav y tomar Roma. Fue una batalla realmente dura, muchos hombres se quedaron allí, y entre los que lo hicieron otros padecieron terribles secuelas que les transformaron para siempre, no sólo físicas, también mentales. Uno de esos veteranos, herido y bajo un gran shock emocional, fue declarado no apto para el servicio activo y transferido al Army Welfare s General Pool of Artists , es decir, la rama del ejército encargada de elevar la moral de las tropas. A partir de ahí se fue tejiendo una red de gente mentalmente inestable que encontraría una forma completamente nueva de combatir al terror y cuya pieza central sería, precisamente, ese veterano: Spike Milligan.

Entre su paso por el ejército y su posterior trabajo en el Grafton Arms, un pub frecuentado por excombatientes talentosos, esta red le permitiría conocer a Harry Secombe, un tenor y humorista que empezaba a darse a conocer, y al también cómico primerizo Peter Sellers, juntos crearon un programa para la radio conocido como Crazy People que a partir de su segunda temporada tomaría, Milligan mediante, el nombre de un secundario de Popeye, así nació The Goon Show.

Entre 1951 y 1960 este programa de Milligan, Secombe y Sellers, en el que también participó durante sus primeros años Michael Bentine, poniendo en marcha uno de los programas míticos de la radio inglesa y del humor en general. Multitud de escritores cómicos pasarían por él para hacer méritos o para ayudar a Milligan, que seguía sufriendo de problemas nerviosos, en la realización del show. Fue exportado con gran éxito fuera de Gran Bretaña y reemitido en Australia o Estados Unidos, siempre con gran éxito, cimentando una leyenda que dura hasta hoy

Su paso a la televisión sería, sin embargo, lento. Durante los años ’50 realizaría algunos especiales: The Idiot Weekly o A show called Fred y Son of Fred, ambos dirigidos por Richard Lester, si bien no sería hasta los sesenta que empezara a participar Milligan en una serie de diversos programas de los que, sin embargo, no vamos a hablar… aún.

Hablemos, en su lugar, de los emigrantes. La emigración facilita que una persona nacida en el país X termine trabajando en el país Y, tanto da que exista un océano entre ellos, si las posibilidades existen y el trabajo lo vale acabará asumiéndose como propio de un país algo que, en realidad, le es externo.

Algo que le pasó a nuestros dos siguientes creadores: Un canadiense y un uruguayo.

El uruguayo será el primero por ser el más importante creador —y el único del que hablaremos esta semana— de la televisión española en los años ’60. Hijo de gentes del teatro, de padre español y madre argentina, acostumbrado al teatro y la literatura, doblador del conejo Tambor en la primera versión para España y América Latina de Bambi, realizó interpretaciones y pronto estaba escribiendo sus propias obras, un poco después estaba preparando programas de teatro sobre textos originales y series para la televisión argentina en compañía de su padre. En 1963 es contratado por Televisión Española para realizar adaptaciones de clásicos, allí comprueba que el público responde mejor ante el terror, el misterio y la ciencia ficción, este hecho marcará su carrera durante los próximos años consiguiendo que asociemos las historias más imaginativas al nombre de Narciso “Chicho“ Ibáñez Serrador.

El programa Mañana puede ser verdad que realizaba en argentina será adaptado de nuevo, con el mismo nombre, a España para, a continuación comenzar en 1965 con un nuevo programa sumergido ya en el terror total Historias para no dormir. Precisamente con uno de los capítulos de esta serie, El Asfalto, interpretada por su padre, el gran Narciso Ibáñez Menta, y basado en un realto de Carlos Buiza —autor también del relato sobre el que se realizó Un mundo sin luz— la alegoría de un hombre atrapado en el asfalto sin que nadie se moleste en hacerle caso o ayudarle logró grandes críticas internacionales y premios como la Ninfa de Oro en el Festival de Montecarlo que se convertía así en el primer reconocimiento internacional para la televisión española.

En el ’67 une fuerzas con Jaime de Armián para realizar La historia de la frivolidad que pasa de manera semioculta por las pantallas españolas pero que trae de nuevo premios internacionales para al cadena estatal. la idea le salió redondo al Director General de RTVE que quería mostrar en el exterior una idea de España menos pacata con este especial sobre la evolución del erotismo y los problemas de la censura para lo que no dudó en usar a sus dos mejores creadores, todo un águila este tipo, Adolfo Suárez.

Tanto reconocimiento sirvió para que Chicho decidiera dar el salto al cine con La Residencia, una aventura que le sirvió para ganar algún premio más —pero que no le impidió regresar en 1972 para crear el famosísimo Un, dos, tres. Tal fue el éxito que centró sus posteriores esfuerzos en programas de divulgación o concurso antes que en la ficción a la que volvió sólo en contadas ocasiones, la última de las cuales fue la casi maldita Películas para no dormir. Su influencia, sin embargo, ha sido tan importante en el medio televisivo que a finales de 2010 se le concedió el Premio Nacional de Televisión a toda su carrera.

Pero volvamos al extranjero, aunque no a Reino Unido sino a la lejana Canadá, en donde nos encontraremos con el otro exitoso expatriado. Nacido en Toronto, hijo de un inmigrante ruso que trabajaba como zapatero, sus pasos se encaminarían muy pronto al mundo artístico dedicándose a la fotografía o la publicidad, dibujando carteles o lo que se le pusiera por delante.

Su nombre era Sydney Newman.

La fuerza de su trabajo le hizo ganar una oportunidad en Disney, pero la 2ª Guerra Mundial cambió la situación y terminó en su lugar trabajando como editor en Canadá. Allí le dieron la oportunidad de realizar, editar y producir la propaganda bélica. Al final de la guerra había adquirido una gran destreza aunque juzgaba las capacidades técnicas canadienses limitadas, motivo por el que decidió viajar a Estados Unidos a conocer de cerca la NBC , allí aprendió todo lo que pudo antes de regresar a poner en marcha series y programas con las nuevas ideas, incluyendo algunas obras filmadas que ponto llamaron la atención al otro lado del Atlántico. En 1958 se le ofreció un cargo en la inglesa ABC, un competidor y subcontrata a la vez de la privada ITV, que aceptó de inmediato. Lo primero que notó al llegar es que poco se había avanzado en el contenido de las series siendo fundamentalmente obras de teatro grabadas, sólo algunos intentos aislados como las series del ciclo Quatermass parecían tratar de cambiar esta situación. Newman se trajo a algunos compatriotas con los que había trabajado en Canadá —lo que provocó la controversia de que algunos le acusaran de causar el empobrecimiento de la televisión canadiense por esta fuga de cerebros— y les puso a realizar diversos proyectos entre los que se encontraba una serie de obras de teatro sobre la clase media y baja en comparación con las de la clase alta que se estilaban.

Su otra gran idea fue introducir un serial policíaco centrado en un investigador médico asociado a la policía, Police Surgeon que presentaba a Ian Hendry como el doctor del título. No cuajó en absoluto y hubo que darle una vuelta completa al concepto. En esta nueva serie sería un médico ayudado por alguien que parecía pertenecer a alguna extraña agencia de espionaje, un individuo misterioso, junto al que resolverá el asesinato —fortuito, claro— de su prometida por una organización de contrabando de drogas. Una vez resuelto el crimen decidieron seguir colaborando para que todos esos crímenes olvidados por las autoridades no quedaran impunes y para que todas las víctimas quedaran resarcidas, para algo eran: Los Vengadores

Esta vez las audiencias fueron mejor, gracias a la presencia de Patrick Macnee como Mr. Steed, pero Hendry estaba harto de televisión y decidió dejar la serie para volver al cine. Estaba claro que el foco debía centrarse en Steed pero ahora Sydney Newman y el coproductor Leonard White no se ponían de acuerdo en las opciones. White consideraba que había llegado el momento de sacar a una mujer fuerte como compañera, Newman pensaba que quizá era demasiado radical como cambio. El punto intermedio fue realizar una segunda temporada con tres compañeros, un doctor que recordaría el personaje de Hendry y dos mujeres, una cantante ingenua que podría tener sus propios números musicales y una auténtica mujer de acción. La aparición de esta mujer se debió a Newman que leyó la historia de una granjera de Mau Mau que había logrado salir de una revuelta llevando a su bebé en una mano y una pistola en la otra evitando terminar colgada como su marido y su hijo mayor. Blackman decidió que su personaje también hubiera vivido las revueltas keniatas, además decidió reunir en ella detalles de la vida de dos Margaret, la fotógrafa Bourke-White y la antropóloga Mead, el personaje resultante fue Ms. Catherine Gale, antropóloga de cierto prestigio, criada en áfrica y mujer de acción, experimentada judoca a la vez que entusiasta de vestirse de cuero. Decidieron que fuera treintañera para contrastar con la juventud de las jovencitas acompañantes que solían servir para distraer la mirada o ser raptadas, aquí se estaba creando un personaje duro.

Pero los jefes de la cadena no acababan de tenerlo tan claro, ¿podría realmetne funcionar en pantalla alguien así? Newman decidió jugársela del todo presentándola en los primeros episodios en guiones pensados originalmente para el Dr. Keel de Hendry, Gale asumiría así un rol masculino activo desde el principio y Steed no se andaría con tonterías con ella —como contraste con el personaje de la cantante, Venus— y convirtiéndose en un éxito inmediato.

En la tercera temporada de la serie, la última con Sydney Newman a cargo, se decidió incluir un leve flirteo entre Steed y Gale y potenciar las tramas de espionaje porque aunque The Avengers llegaron primero el éxito de la adaptación de unas novelas británicas de espionaje de los años ’50 obtenido por Dr. No.

Newman fue contratado por la BBC ante el vapuleo que estaba recibiendo por parte de la ITV, en parte gracias a la labor del propio Sydney en la ABC que servía tanto como unión de emisoras como proveedor de contenidos para la famosa privada.

Obviamente su marcha no significó el final de la serie que aún duraría seis temporadas más hasta el final de la década y vería, posteriormente, algunas nuevas encarnaciones. Permanecería Macnee como Mr. Steed y la idea de las acompañantes femeninas fuertes, pero se cambiaría la naturaleza de Steed que pasaría a ser en modales y vestimenta un perfecto gentleman británico a la vez que la serie derivaba poco a poco hacia un surrealismos camp por motivos estrictamente argumentales. La fuerte presencia de Honore Blackman vistiendo distintos modelitos en cuero y practicando artes marciales contrastaban perfectamente con un Patrick Macnee suave y flemático, pero ambos no quedaban creíbles rodeados de gente de manera que tenían que acudir a localizaciones poco transitadas o, directamente, a localizaciones cotidianas vacías, de manera que no quedara tan claro lo extraño del asunto. De forma que los villanos tenían que ser cada vez más extraños.

En el camino de la serie se metió, sin embargo, James Bond. Habiendo tenido un éxito fenomenal con Dr. No seguido por Desde Rusia con amor la franquicia Bond reclamó a Honor Blackman para que interpretara a la fiera Pussy Galore en Goldfinger, una oportunidad que la actriz no podía dejar pasar aunque significara su desaparición de la serie.

El cambio de actriz no fue la única novedad, también pasaron a rodarla en color, multiplicaron los elementos abiertamente fantásticos —dentro de lo que se conoció como Spy-Fi — y su popularidad se disparó. En parte porque los originales trajes de cuero de Ms. Gale dieron lugar al añorado mono de Mrs. Emma Peel —cambiando así de ser una mujer independiente a una presunta viuda— quién no dudó en enfundarse el traje de Queen of Sin durante el controvertido episodio del Hellfire Club que jamás fue emitido en América [Y uno se pregunta, ¿cómo lo vio entonces Chris Claremont? Cof, cof]


La popularidad de la serie soportó incluso que Mrs. Peel se fuera de la serie cuando Diana Rigg, su intérprete —miembro de la Royal Shakespeare Company hasta su ingreso en la serie— decidió que estaba harta: de la fama que traía la televisión, de la forma en la que la trataba la ABC (pagándole menos que al cámara, tratando de encorsetar a su personaje…) y, en general, de todo el mundo salvo, claro, Pat Macnee. Lo peor no fue tanto su marcha como que volvieran a dejar la serie por James Bond, aunque fuera pasando por la vicaría: Diana Rigg interpretaría en 1969 a la Condesa Teresa di Vicenzo o Tracy Bond durante todo el tiempo que siguió a la boda en Al servicio secreto de su Majestad junto al Bond Lazenby.

La tercera en discordia, Linda Thorston, interpretaría a Tara King, una agente novata. Se inició un giro hacia la normalidad —pero dentro de un orden— y el agentismo casi más cercano a Man of U.N.C.L.E. que a lo que fueron los tiempos gloriosos de Ms. Gale y Mrs. Peel y así la audiencia fue retirándose pues aunque existieron grandes episodios todavía la sensación de crepúsculo rondaba la serie que fue cancelada al final de la temporada, en 1969. Eso no quiere decir que no se mantuviera en nuestros recuerdos, y cualquier serie que pueda soportar no sólo el paso del tiempo sino a una adaptación fílmica como la que esta tuvo demuestra claramente su grandeza.

Pero volvamos a nuestro canadiense del momento. En 1962, tras establecer a Ms. Peel como compañera regular de Mr. Steed Sydney Newman había aceptado el cargo de la BBC y se había puesto a la mejora de la cadena de manera inmediata.

Otra de sus ideas fue encontrar un programa que pudiera contentar a los seguidores de los deportes con el público joven del programa de música así que, ¿por qué no una serie que uniera a los aficionados a la acción con el público joven? ¿Por qué no una que tuviera, además, un fondo de divulgación, algo histórico? Se podría poner a un niño, para que el público más joven se sintiera representado, a dos adultos —¿profesores?— que explicaran diferentes momentos históricos y sirvieran para los momentos de aventura futurista en los roles de héroe de acción y doncella en apuros y, claro, un personaje mayor, misterioso, cuya finalidad sería tener la facultad de moverse en el tiempo.

Muchas reuniones, muchos cambios, mucho después, estaba todo preparado salvo, quizá, que asesinaran a Kennedy el día de antes. Quizá no el mejor de los augurios pero aún así siguieron con el plan y de esta manera el 23 de Noviembre de 1963 vio la luz el primer capítulo de una serie destinada a hacer historia: Doctor Who

Podría hablar sobre ella muy largo y muy tendido pero si a mis silentes lectores les parece bien creo que lo dejaré para otra ocasión en que pueda extenderme como se merece.

Por supuesto la labor de Newman no se quedó ahí; volvió a demostrar su idea de un necesario acercamiento a as clases populares aceptando la serie ‘Til death do us apart de un joven creador inglés: John Speight

Speight venía de trabajar como guionista de series y programas ajenos, colaborando de manera activa con, por ejemplo Spike Milligan con quien trabajaría de nuevo en una sitcom creada en 1969, Curry and Chips, una vuelta de tuerca a lo que representaba ‘Til death… en la que el genial Milligan interpretaba a un personaje tan odioso que casi ni consiguen terminar la temporada… y eso que eran sólo seis capítulos. Pero volveremos a Milligan más adelante, regresemos a lo que nos interesa, a los temas de Til death do us apart.


En ella se retrataba la vida de un inglés de clase media, Alf Garnett, y opiniones xenófobas y racistas que sólo se interesa por el fútbol y la política y eso aün sin comprenderlo. La rutina genral solía ser algún tipo de lío durante el cuál se trataba un tema importante satirizando los pensamientos y opiniones de Alf y presentándole en continua discusión conservadora frente a su yerno, un joven de pensamiento socialista. Las discusiones no eran ya entre distintas maneras de pensar sino, incluso, entre lo viejo, tradicional y conservador frente a esos nuevos tiempos que encarnaban los jóvenes como Mike (Interpretados por Anthony Booth) que convirtieron la serie en un tema de debate en sí y un éxito instantáneo.

Los problemas no tardaron en llegar, aunque por caminos tortuosos ya que los primeros en poner quejas fueron los espectadores que creían que no deberían presentarse estos planteamientos sin notar que eran parodias. Es cierto que el estilo natural con el que Warren Mitchell interpretaba a Alf, demostrando una humanidad más allá de su cabezonería y forma de ser, algo que hizo que algunos espectadores consideraran que el programa apoyaba más que satirizaba, de la misma manera que algunos espectadores conservadores escribieron para felicitar al show por decir las cosas claras y crear un personaje tan normal, sensato y que piensa lo que la gente corriente.

Por si fuera poco se encontraron de frente con Mary Withehouse, una mujer que —como cara visible de Clean Up TV— estaba intentando una suerte de Liga de la Decencia para la televisión británica. Ente sus objetivos estaba limpiar el lenguaje de Alf, tan llano y realista como el propio protagonista, y su costumbre de añadir la —para ella— malsonante bloodin’ en sus frases. La comedia demostró su agilidad al incluir a Alf leyendo el libro de Whitehouse y haciéndole defenderla ante las quejas de su yerno con un: She’s concerned for the bleedin’ moral fibre of the nation!

El programa sobrevivió durante una década, conoció diversas continuaciones e intentos de revivirla y dio lugar a todo tipo e adaptaciones por todo el mundo de las cuales la más famosa fue All in family que lo cambiaría todo en los Estados Unidos de los años setenta, tal y como explicaremos largamente en un par de semanas.

En cualquier caso, la serie fue otro ejemplo de como la nueva generación venía pisando fuerte más allá del omnipresente espionaje, realizando quejas, retorciendo el humor y uniendo ideas nunca antes vistas como el cambio que supuso la aparición de Garry Anderson.

Tras su participación en un par de proyectos infantiles llenos de acción y vehículos como Supercar, Firebal XL5 o Stingray y desarrollar las supermarionation el paso siguiente a tanto esfuerzo técnico parecía, obviamente, hacer una de espías.

Gerry y su primera esposa Sylvia idearon una serie de programas de marionetas llenas de acción, enfocadas a un público joven pero ya adulto que pudiera entender las tramas y las construcciones técnicas realizadas. El fruto fue por un lado Thunderbirds

y, por el otro, el Capitán Escarlata.

Series ambas llenas de grandes ideas para cualquier tipo de show pero que fueron filmadas con marionetas, causando un mayor impacto por su grado de elaboración, haciendo a la vez más complicado entrar en las series pero más plausible cualquiera cosa que sucediera.

El paso de los años fue deteriorando el matrimonio de Anderson pero aún les dio tiempo a realizar grandes series ya en el campo de la acción real, así, a principios de los ’70 realizaron UFO aprovechando la fiebre OVNI, a continuación hicieron Los Protectores retomando a Robert Vaughan tras Man of UNCLE y metiéndose en todo tipo de líos por medio. Finalmente la creación de Espacio: 1999 demostró su capacidad para realizar el tour de force de hacer una serie espacial casi sin presupuesto.

Anderson demostró que la imaginación no estaba reñida con la forma y que incluso en los productos más aparentemente infantiles podría vivir el estilo de las grandes aventuras, un recuerdo de toda la década que supo administrar con mucha clase.

Una lección que también pudo dar el guionista George Markstein, porque si a Anderson le tocó lidiar con Vaughan por dos temporadas a Markstein le tocó bailar con uno de los más inquietos y explosivos actores de la televisión británica de la década: Patrick McGoohan.

McGoohan era un actor muy comprometido, buscando siempre la perfección en sus papeles y una manera diferente de abordar los problemas, por ello no le importó discutir todo lo posible por el papel que le lanzó a la fama en Danger Man, serie que iba de —¡sorpresa!— espías. McGoohan quería que fuera más reflexiva, con menos peleas y besos, quería un héroe más creible y un mundo más complejo. es decir, estuvo discutiendo tanto que cuando acabó decidiendo largarse el productor, Lew Grade, le ofreció hacer realidad su propia serie.

Patrick McGoohan no se lo pensó y, en compañía del guionista George Markstein decidió dar rienda suelta a su sentido surrealista y alucinado del espionaje creando una de las series más impactantes y perfectas de la historia de la televisión: El Prisionero

Originalmente pensada para durar siete episodios, que se terminaron convirtiendo en diecisiete, la historia de Número Seis, un antiguo espía que se encontraba recluido en una isla alucinada, pasará a la historia por muchos motivos. El principal es su deriva no ya hacia lo fantástico sino, directamente, hacia lo onírico, lo imposible más allá de la realidad, con frecuentes broncas que hicieron que Markstein se largara a media temporada y que McGoohan convirtiera la serie en su campo de juegos, en parte forzado por el productor que quería más episodios, en parte convencido de que su campo de experimentación tampoco duraría mucho más. La verdad es que lo que consiguieron fue algo excepcional, cautivador y de una capacidad casi hipnótica, una muestra de hacia dónde se podía llevar un género tan aparentemente sobre-explotado como el de espionaje cuando detrás había gente con ideas y pasión.

Hablando de lo cuál: Terminamos con Spike Milligan, nuestro hombre en la comedia, actor y actante fundamental en la forma de entenderla durante las décadas posteriores, de darle una vuelta a temas y conceptos, que en el último años de la década presentó un programa de sketches llamado Q5 que fue posteriormente incrementando su número. Un programa en el que iban a intervenir algunos otros escritores y humoristas, en este programa las ideas saltaban y los skethes se podían interrumpir en cualquier momento, incluso con un ¿He escrito yo esto? inspirando a otros humoristas a seguir, mejorar y amplificar este camino. Pero de ellos hablaremos cuando toque tratar los ’70, dentro de un mes, de momento vamos a ver algunos extractos de Q5 porque ya habrá tiempo de hablar de sus hijos reconocidos, sus herederos indudables, los Monty Python.




Jónatan Sark | 28 de febrero de 2011

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