Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Ciertamente la importancia de los Estados Unidos en la ficción televisiva es imposible de soslayar pero no fueron los primeros.
Cierto es que hasta los años ’50 no hubo una base real para considerar la importancia real de la televisión más allá de ocasionales re-emisiones de seriales o emisiones de poco menos que teatro en directo. Pero no hay que olvidar que todo esto empezó en los años ’20. Que si la televisión USA logró comenzar a emitir mediante la CBS y la NBC en 1930 la BBC llevaba funcionado desde 1927, y que si los americanos tuvieron algo así como emisiones regulares desde 1939 —por aprovechar la Exposición Universal— los ingleses llevaban desde el 36. [Podemos, sí, discutir el quién fue primero y cómo medirlo pero, así en simplificación esto fue lo que pasó]
Ciertamente la segunda guerra mundial fue un problema para la consolidación y la regularidad de las emisiones pero, a la vez, sirvió para que cuando emergió en los ’50 ya estuviera todo más que preparado y probado. Hasta el punto de que los ingleses decidieron que necesitaban una televisión privada para no depender sólo de la pública ya en esa década estrenándose la ITV en 1955, es decir, un año antes de que TVE comenzara su emisión en pruebas. Saquen sus conclusiones. La importancia de la televisión inglesa es doble, por un lado influye en la europea, por otro en la americana y, así, en la europea de regreso.
Ciertamente me agradaría poder contarles aquí cómo fue por toda Europa, que creadores eran realmente influyentes y por dónde salieron pero me temo que la importancia, el impacto, como siempre, fue para los anglosajones. El resto rara vez pasa de influir en su propia tradición —y eso cuando no son olvidados antes— de manera que aunque me encantaría poder hablarles de lo que había en Francia, Alemania o Italia, no digamos ya de oriente o Australia, tendrán que aceptar mi limitación a Reino Unido y España. —Salvo realmente excepcionales excepciones.— Espero, eso sí, que si mis silentes lectores tienen algún nombre o sugerencia para ampliar mis conocimientos lo dejen caer en los comentarios.
De TVE poco se puede contar, tras la inaguración en el 56 el resto de la década lo pasó con emisiones de documentales, noticieros y programas de espectáculos creados y protagonizados por las figuras de la época desde En mi barrio a las diez de Mariano Ozores a La Goleta comandada por Manolo Morán y con Tony Leblanc o Gila como invitados. Como la televisión es España tampoco tenía por qué cambiar demasiado en apenas 50 años ya en 1957 se estrenó un programa llamado Cotilleo al aire libre. Ah, la evolución… esa puta que nos da de lado.
En cualquier caso sí tuvimos dos series en su aspecto más previo, por un lado Diego Valor , un serial que adaptaba la radionovela de la SER que adaptaba la radionovela británica —¿ven?— que adaptaba el cómic Dan Dare.
Pero sí hubo un creador que tuvo la oportunidad de acercarse a la televisión, sólo que su trabajo es demasiado variado y en demasiados medios como para centrarnos en la televisión sólo, me refiero a Jaime de Armiñán que en 1959, con sólo 32 años, presentó la serie Galeria de Maridos en la que, cada semana, los jóvenes Adolfo Marsillach y Amparo Baró interpretaban a un matrimonio generalmente en crisis debido al marido, que cada semana reflejaba un modelo de hombre. El éxito provocó una secuela al año siguiente, * Galería de esposas*, que jugaba a lo mismo con modelos de mujer en esta ocasión y con la actriz uruguaya Margot Cottens en el papel principal.
Jaime de Armiñán se convirtió así en el primer profesional de la ficción televisiva de relevancia en España y una figura a estudiar que, francamente, logra hacerlo mejor y con más profundidad Catalina Buezo en este estudio desde estos primeros intentos aún en los ’50 como Érase una vez o Cuentos para mayores hasta su mayor éxito televisivo, la más que notable Juncal. Durante las décadas Armiñán iría alternando su faceta como dramaturgo con la de guionista para televisión y cine o la de director. Un creador con sentido del humor, irónico, sutil, interesado en el alma humana, especialmente la femenina, y en los problemas de las relaciones humanas.
en cuanto a Reino Unido, los cincuenta fueron unos años de consolidación, la BBC vio nacer a su competidora privada y comenzó la mezcla de prueba / error y la importación de novedades americanas. Fueron probando poco a poco con los género, con The Grove Family estrenando los culebrones y John Hunter Blair creó uno de los mejores y más antiguos programas que se pueden encontrar en la televisión de cualquier país: Blue Peter; un programa para niños entre cinco y doce años divertido, didáctico y cuidadoso, una pequeña joya que nos ha permitido, por ejemplo, conservar fotogramas del Doctor Who de las primeras épocas. Otro autor imprescindible daba sus primeros pasos en 1955 ideando un programa que puede parecer poco revolucionario pero que acabaría arraigando en los corazones de todo el mundo, me refiero a la que fue primera encarnación de El show de Benny Hill
No fue el único, también estuvo Ted Willis, creador de la serie policiaca británica que más tiempo ha permanecido en pantalla, Dixon of Dock Green , una historia sencilla con crímenes menores y un pequeño sermón final sobre la familia, la bondad o cualquier otra cosa, ejemplo perfecto de la inocencia que caracterizaba la ficción durante los cincuenta, convirtiéndose en un programa de enorme popularidad y gran calado entre el público. Lo que no evitaba otro tipo más clásico de policiaco desde series de detectives como Shadow Squad a ejemplos claros de locas perversiones televisivas como el caso de la serie —con participación americana— El tercer hombre que contaba las aventuras internacionales solucionando problemas de… ¡¡¡ Harry Lime !!!
Pero si tengo que quedarme con un creador —por tratar de evitar la locura que fue la primera entrega de este pequeño repaso— sería, sin duda, Nigel Kneale. Ganador del premio Somerset Maugham de escritura, había realizado estudios dramáticos incluyendo actuación y tuvo algunos éxitos tempranos para la radio junto a historias cortas para televisión y revistas siendo uno delos primeros guionistas interinos de la BBC. Sin embargo, su mayor éxito fue en parte producto de la casualidad.
Kneale había coincidido con el respetado director austriaco Rudolph Cartier en una de las obras que preparaba la BBC, pronto congeniaron, especialmente cuando Kneale comenzó a quejarse de lo limitados que resultaban los formatos y emisiones que la BBC realizaba, como teatro filmado, sin contar con las enormes posibilidades del medio. Ya había habido coqueteos con el género fantásticol, claro, así El Hombre invisible o la adaptación de los cuentos de Carter Dickson en Colonel March of Scotland Yard en el que un Boris Karloff parcheado resolvía crímenes en las fronteras de lo sobrenatural. Pero nunca habían ido más allá. Precisamente la presencia y apoyo de Cartier animaron a Kneale a completar, enviar y defender un guión que estaba llamado a convertirse en historia de la televisión y cuya repercusión resonaría no sólo en este medio sino también en el cinematográfico por todo el mundo. Era 1953 y la historia se llamaba The Quatermass Experiment —en España El experimento del doctor Quatermas y diría que claro si lo normal fuera traducir bien los títulos.—
Todas las coincidencias fueron ayudando a convertir este movimiento inicial en un éxito significativo, el primero fue que la BBC quedó tan encantada con el guión que decidió gastar todo el dinero asignado para producción propia en esta serie. La segunda que la compañías asignadas para realizar las tareas de producción fuera una empresa especializada en recortar presupuesto aprovechando localizaciones reales en lugar de construir caros decorados, de manera que fuera menor el gasto y pese a estar especializadas sobre todo en seriales policiacos y de género negro acometieron la empresa con entrega y energía, su nombre era Hammer.
La emisión fue todo un éxito, realizada en formato de miniserie contaba el enfrentamiento entre un científico y una criatura parasitaria extraterrestre. La historia resultaba sugestiva, distinta, demostrando las posibilidades para la fantasía del medio, y el personaje principal, interpretado por Reginald Tate, iba más allá del clásico héroes de acción. Su pasión pro el conocimiento y la ciencia propiciaron que cuando la productora decidiera reconvertirla en película, confiada en poder distribuirla luego a los Estados Unidos gracias al acuerdo con el productor americano Robert Lipper que se trajo al director Val Guest y a un compatriota para protagonizar la historia, Brain Donlevy.
Él éxito a ambos lados del atlántico fue tal que pronto se buscó una continuación, independientemente de la muerte de Tate, animando a la Hammer a seguir en esa dirección comenzando desde el año siguiente cuando decidieron que el director al que habían contratado en 1953 para realizar la película The last page, un tal Terrence Fisher, podía tener talento como para dirigir The Curse of Frankestein.
No sólo de esta manera la influencia del título y sus continuaciones fue tremenda, desde series británicas como Dr. Who o Sapphire and Steel a películas americanas como Alien o La Cosa de carpenter. director que le idolatra y para el que co-escribió, con menor fortuna Halloween III: Season of the witch. Aún hoy se la reverencia como un pilar fundamental de la ciencia ficción.
Pero no fue lo único ni lo último que hizo Kenale pues al año siguiente tuvo preparada con Cartier una adaptación con Peter Cushing del clásico 1984 que no dudó en reflejar toda la crudeza de la novela original.
Su carrera fue larga y provechosa, más allá de su amistad y colaboración con Rudolph Cartier, dando lugar a telefilmes como The Stone tape o la primera adaptación del libro —y, más aún, de la obra de teatro— The woman in black así como la serie de horror Beasts. Puede que ninguna de ellas alcanzara el éxito internacional y, por tanto, la repercusión de Quatermass, adaptado y continuado en cine y televisión, pero eso no debe hacernos olvidar lo grande que era Nigel Kneale.
De esta manera Gran Bretaña comenzaba a marcar tendencia, algo que no podía sino ir a más en los años sesenta, sobre todo teniendo en cuenta que entretanto, en Estados Unidos, se ponían de moda gracias a Gunsmoke los western y los argumentos rurales.