Libro de notas

Edición LdN
El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

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No tenía pensado dedicarle nada de de espacio y, francamente, si se hubieran filtrado pilotos a buen ritmo como antes ocurría o si esta semana no hubiera sido tan plácida y aburrida probablemente me hubiera dedicado a otros menesteres. Pero como aún es pronto para ponernos con las nuevas temporadas, y no digamos ya empezar con la nueva serie de posts para el otoño, la ventana de oportunidad permite que hable aquí de un libro que, teóricamente, debería tener que ver todo con esta columna.

Teóricamente.

Estoy hablando de Piratas de Textos de Henry Jenkins, editado por Paidos y que lleva como subtítulo: Fans, cultura participativa y televisión y como texto para convencernos de su compra este resumen de sus 384 páginas:

La aparición y popularización de las nuevas tecnologías ha propiciado una relación hasta ahora inédita entre los consumidores y los productos de los medios de comunicación. Piratas de textos ofrece una panorámica de esta situación y de las consecuencias culturales y económicas de este fenómeno.
El libro analiza las actividades de una comunidad (o de una “subcultura”) de reciente aparición: la de los “fans de los medios de comunicación”. Este grupo abarca numerosos géneros: series dramáticas norteamericanas y británicas, películas de Hollywood, cómics, películas y series de animación japonesas, literatura popular, en especial ciencia ficción, fantasía y misterio. Con ejemplos de las actividades desarrolladas por los fans de series como Star Trek o Twin Peaks, entre otras, este estudio nos explica las prácticas críticas e interpretativas de estas nuevas comunidades de creación cultural, su interacción con los productores de contenidos y la manera en la que crean su propia cultura.

Luego cuando lees el libro descubres la verdad. Pero antes de eso, hablemos un poco de Jenkins. Su mayor creación —esto es, la idea que lleva exprimiendo más tiempo— es la de la existencia de una Cultura Participativa, una especie de puesta en común que resulta en la creación de unos parámetros para crear, compartir y elaborar una, digamos, visión cultural. Esta nueva cultura sería el resultado de los esfuerzos privados de los productores —de cine, televisión, videojuegos…— más la reacción fan. Precisamente el libro que más fama le ha logrado en España es Convergence Culture: La cultura de la convergencia de los medios de comunicación publicado en 2008 prácticamente a la vez que su edición USA y en el que, básicamente, estudiaba la reacción del público a los programas de la tele. Sí, bueno, en USA esto es investigación. Su premisa ha sido siempre la misma: Internet chocará con los Medios Tradicionales para producir un nuevo medio que surja de la reacción de los espectadores a lo que emiten los medios. ¿Han notado que he metido dos veces la misma idea en este párrafo? Pues ya se pueden hacer a la idea de cómo va el asunto.

El caso es que gustó lo suficiente como para que la editorial rescatara Fans, bloggers y videojuegos: La cultura de la colaboración , un libro de 2006 en USA —2009 aquí— que volvía a la misma única idea que el buen hombre parece haber tenido, esta vez con internet y los videojuegos de fondo. Y como no hay dos sin tres este año se ha publicado el libro que nos ocupa.

Lo de que no hay dos sin tres se refiere, obviamente, a que el Convergence Culture que propugna el autor se tradujo en 2008 como Cultura de la Convergencia, en 2009 como Cultura de la Colaboración y este 2010 como Cultura Participativa.

Pero vayamos al libro en sí que para algo nos dejan leer el primer capítulo desde el que podemos ver cómo el traductor hace grandes esfuerzos por manejarse en una lengua que, sospecho, es el Español de una Tierra Paralela —y, obviamente, malvada— pero que, sobre todo, nos da algunos parámetros de cómo funciona el asunto.

Empieza Jenkins desde el famosérrimo sketch de Get a Live! de Shattner en el SNL —del que ya hablamos en su momento— y no duda en destacarlo como un ejemplo de cómo lo académico trata a lo popular. En realidad, es un sketch. Por supuesto Jenkins no es capaz de ponerlo en contexto con la tradición del _ SNL_ —que trata como una institución monolítica— que tenía a un par de personajes nerds y que ha seguido haciendo chistes con y sobre convenciones. Aquí estamos en un ensayo teóricamente serio así que como mucho podremos encontrar ideas superficiales. A saber qué hubiera pensado de haber visto el gag de Padre de Familia que invierte los términos: Stewie va a una convención de La nueva generación y todas las preguntas giran sobre los proyectos actuales de los actores, se elimina cualquier referencia a la serie trekkie que les ha llevado allí. En cualquier caso este segmento cómico le sirve al autor para construir el listado de siete puntos que desgrana el estereotipo Trekkie.

Atentos que viene aluvión:

a) son consumidores estúpidos que comprarían cualquier producto relacionado
con el programa o con su reparto (los álbumes de DeForest
Kelly);
b) dedican su vida a cultivar un conocimiento inútil (la combinación de
la caja fuerte de Kirk, el número de la habitación de la asistente Rand,
el orden numérico de los episodios de la serie);
c) otorgan una importancia inadecuada a un producto cultural devaluado (“sólo es un programa de televisión”);
d) son unos inadaptados sociales que están tan obsesionados con el programa
que no tienen ningún otro tipo de experiencia social (“¿es que
no tienes vida propia?”);
e) son afeminados o asexuados, debido a su compromiso íntimo con la
cultura de masas (“¿has besado alguna vez a una chica?”);
f) son infantiles e inmaduros emocional e intelectualmente (la sugerencia
de que deberían salir del sótano de casa de sus padres, sus respuestas
infantiles y ajenas a las críticas de Shatner, la mezcla entre niños y
adultos con sobrepeso);
g) son incapaces de separar la fantasía de la realidad (“¿quieres decir
que tenemos que prestar más atención a las películas?”).

Tanto detalle podría hacernos pensar que iba a desmontarlo. Sobre todo proque varios de los puntos dan tanta vergüenza ajena que casi se desmontan solos. ¿Realmente se puede escribir son afeminados o asexuados, debido a su compromiso íntimo con la cultura de masas así como creyéndoselo? Pero no. No era esa la intención, claro, pues pasa a un artículo en Newsweek que incide en lo mismo. Y a continuación la queja.

Estas representaciones están ganando una amplia aceptación pública,
y los estudiantes y colegas que cuestionan mi interés por la cultura fan suelen
reproducirlas; la aceptación y circulación de estos estereotipos por parte de
los que no son fans refleja hasta qué punto estas imágenes encajan fácilmente
en un discurso mucho más amplio sobre los fans y su fanatismo.

Ahora sí que procederá a desmontarlos pensará mi silente lector. Equivocadamente, pero lo pensará. Sobre todo porque la persona de la editorial que decide hasta dónde incluir en las páginas de prueba se ha cuidado muy mucho de no incluir realmente el primer capítulo. Falta la parte en que Jenkins reconoce que algo de eso hay. Sí, indica que nadie cree estar tan mal como su parodia porque, en palabras de otro autor Todavía no he encontrado a nadie que declare ser un trekkie acérrimo. Lo que demuestra la poca gente que conocen, claro.

Jenkins pasa a explicar sus vivencias con ellos, como si fuera un antropólogo en una tribu perdida o la nueva Jane Goodall. Y lo hace confirmando la existencia e importancia que le conceden estos fans en sus convenciones a sus series favoritas. Algo sorprendente para él, porque debía pensar que una convención sobre Star Trek debía servir para intercambiar recetas de cocina o para albergar conferencias sobre el Egipto faraónico. Pero no, los fanes dedican esas conferencias a… *gasp* hablar de su serie favorita. ¡Giro inesperado!

La explicación del título, Piratas de textos , mitad responsabilidad de Jenkins, mitad de la edición española, es que estos aficionados entran al abordaje de personajes, localizaciones y tramas creados por otra gente y se los apropian. Fingen vivir en esos mundos, especulan sobre los personajes, discuten tópicos de la vida corriente surgidos del trabajo ajeno. Sí, el autor es el que podría responder —dicho sea con más optimismo de lo esperado— a todas las preguntas sobre las motivaciones de los personajes o las situaciones históricos políticas, religiosas, culturales y de cualquier campo que se le pueda ocurrir a un fan. Precisamente la gracia del sketch de Shattner se debía en buena parte a que no estaban dirigiendo las preguntas a la persona correcta. William Shattner es, digan lo que digan, un actor. Era Gene Roddenberry el que podía contestar a muchas de estas preguntas como creador del mundo. Pero pensar que el piano inventó la melodía siempre ha sido un fallo endémico a la industria del espectáculo.

Uno podría creer que desde ahí Jenkins reflexionaría sobre el criterio de creación, sobre lo oportuno o no de la ficción fan y el entrometimiento en el tema en sí. ¿ Hasta que punto es bueno que inventen y elaboren? No por su propio bien, que son todos mayorcitos por el amor de ROB!, sino por el bien creador. El problema eran los fans en sí, y su forma de hacer las cosas. Ttambién podría haber buscado la motivación para crear un sentimiento de comunidad a partir de una experiencia tan ajena y, desde luego, podría haber intentado descubrir por qué con una audiencia tan extensa sólo una pequeña porción militaba en la vida fan .Pero no, el problema no era de creación, de autoría o de simple interés.

Jenkins continúa analizando cómo este texto se convierte en algo real para los fanes. Explica que esa importancia absoluta de la serie que les lleva a estudiar de manera recurrente su fuente de interés, como si fueran escolásticos, es lo que hace que se burlen de ellos. Por oposición al erudito que se ocupa de la alta cultura al que sí se permite este tipo de estudios. Lo que resulta una notable estupidez como argumento no ya contando desde sketches de distintos programas sino pudiendo lanzarle a la cara una película tan magnífica como Bola de Fuego en la que se compara a estos eruditos con los enanitos de Blancanieves y se les retrata exactamente igual de ajenos al mundo real y a las bondades del otro sexo con comentarios que se podrían trasladar con tanta facilidad a este fenomeno fan de los trekkies —y sí, ya dice Jenkins que prefieren trekkers, mala suerte— que es sorprendente que no se haya hecho aún. Otro ejemplo de cómo logra no entender nada en absoluto es cuando muestra su incomprensión al preguntar a los fanes si les gusta también La Ley de los Ángeles. Si es así, ¿por qué no dedican sus esfuerzos a recrear ese ambiente, dedicarle fanzines y hacer convenciones?

Confieso que la simple idea de una convención en la que los asistentes fueran vestidos como abogados californianos me arrancó una fuerte carcajada. En lugar de notar que lo que los trekkies tenían, por encima de otros en palabras del autor, como los Fanes de Star Wars que se limitaban a reunirse de cuando en cuando para repasar las películas, o los seguidores de series como Los siete de Blake, un Universo para desarrollar y, además, el impacto de La nueva generación. Pero es que siempre será más fácil expandir, explorar e imaginar en un mundo imaginario que el Los Ángeles noventero. Algo que no parece acabar —ni empezar, la verdad- de entender. De lo contrario quizá se hubiera planteado no tanto una convención de gente vestida de Armani que intercambia tarjetas y se pone los cuernos mientras discute de párrafos del código civil sino uno de esos famosos estudios según los cuales las series de oficios mejor valoradas son parte importante para que los chavales en época de formación se decidan por una u otra ocupación. Una versión del fenómeno fan_ aplicable a nuestro mundo real llevando ese juego de las casitas de las convenciones más lejos de lo que cualquier aficionado a la ciencia ficción pueda concebir jamás. Pero eso tampoco le importa, porque tiene temas más jugosos que tratar.

Ningún desperdicio ofrecen sus palabras sobre el asunto del género que viene en el tercer capítulo, tratando la problemática —es un decir— de la serie La Bella y La Bestia. Mientras las fans, especialmente las femeninas, reclaman un mayor énfasis en la relación romántica de los personajes principales la cadena decide que lo que puede levantar la audiencia es más acción, dice Jenkins. También añade que era algo poco probable y, sin duda, enraizado en la educación que se da desde niños. La mujer, dice, es criada en el respeto ala acción y la violencia propias de los hombres con lo que deben apreciar y respetar las series de corte más masculino frente a los hombres que son criados para que rechacen el romance que gusta tanto a las féminas de modo que en un hipotético choque de intencionalidades, tramas o importancias siempre se privilegien las de ellos por encima de las de ellas. De esta manera, insiste, es imposible imaginar una historia con un contenido fantástico guiado por ideas románticas.

No porque no existe, tiene que aceptar, ya que hay toda una generación de autoras femeninas y feministas —risas— como Ursula K. Le Guin y seguidoras. También tiene que aceptar la existencia de Dark Shadows, pero, vaya por ROB!, era primero un culebrón y luego abrazó el fantástico y las tramas imposibles en las que nada era ridículo ni imposible, más por buscar algo nunca hecho y contactar con las fanes femeninas a las que siempre se les había negado esto.

Que no, insiste, que la fantasía es un campo en el que el peso de la mujer no será reconocido.

Por eso sus intentos de lograr que en Alien Nation haya una relación interespecies está condenada al fracaso a largo plazo.

Sí, vale, no puedo seguir más con esto. La Bella y la Bestia con un capítulo sólo para ella, Alien Nation y Los siete de Blake como claros ejemplos y Star Wars como algo que está ahí un poco de fondo… ¿Qué estoy ocultando?

Nada. En serio. Hago como el propio libro. Yo no oculto nada. Lo qeu pasa es que, claro, no he encontrado un hueco en el que explicar que, en fin, es un libro que se escribió en 1992.

Sí, ese 1992.

Eso es, hace 18 años.

En efecto, lo acaban de publicar ahora por primera vez.

Ah, ni idea, eso ya es cosa de los señores de Paidos. Que, en realidad, deberían estar más ocupados en otras cosas. Como que en la traducción se use indistintamente Como el perro y el gato o Dempsey & Makepeace según el capítulo, pasando del título español al inglés sin pensárselo mucho. O que unas series recurran al título español mientras otras, como Quantum Leap, aparezcan siempre en inglés. O que se diga que Dr. Who es una serie norteamericana que, ¡ruego a los dioses!, confío en que se le haya colado a los traductores y no al autor del texto.

¿Os imagináis un estudio sobre el fútbol escrito cuando Italia ’90? ¿Un ensayo sobre el cine actual preparado el año de Forrest Gump? ¿Creéis posible publicar un estudio sobre el cómic en los Estados Unidos escrita el año en que se fundó Image pero no publicada hasta ahora? ¡¡¡Eso es lo que nos han servido!!! [Tranquilos, no diré lo que cuesta el libro, ya sé que cuando uno habla de ensayos eso no se hace]

Pero volvamos al libro, que tras su visionaria demostración asegurando que el fantástico femenino no sucederá, pasa a los fanfics. No, no para reflexionar sobre lo que lleva a escribirlo o lo que tiene de problemas de autoría, qué más dará que el autor de La Bella y la Bestia esté notablemente en contra de los fanfics por motivos ideológicos y pragmáticos, al fin y al cabo este tal George R.R. Martin no es más que un guionista de la tele. Por contra Henry Jenkins es un profesor del MIT, el célebre Instituto Técnico de Massachusetts, que ha participado en las charlas TED y todo. No, no es profesor de sociología. Tampoco de antropología. Ahm… en realidad no tiene nada de Técnico, no. Bueno, vale, lo diré: Es profesor de Literatura. Sí, es profesor de Literatura en el MIT. Ya, suena tan improbable y triste como si el ESIC ofreciera una asignatura de Coolhunting pero, eh, ¡es cierto! Vale, Jenkins no entra a valorar ni siquiera en este capítulo la forma literaria, en la estructura ni en ningún otro aspecto propio de su campo, pero es que yo soy un clasista lleno de prejuicios y lo sé así que no mencionaré más el tema.

¿De qué habla en el capítulo de fanfics entonces? Pues de que los fanes están tan metidos en el mundo que hacen narraciones. Luego las divide en unos poco grupos y, tachán, ahí caben todos los fanfics. Seguido lo cuál llegamos a un capítulo entero para un tipo concreto de fanfics que yo, en mi maldad reflexiva, no puedo dejar de pensar que es de lo que todo esto iba desde el principio.

Atentos, que copio el nombre completo:

“Welcome to Bisexuality, Captain Kirk”: Slash and the Fan-Writing Communit

¡TA-DAAA!

Os ahorro la descripción de lo que va dentro porque, total, ¿para qué? Jenkins decide que el slash es un gran tema. Media docena de pequeños apuntes de posibles causas sobre qué llega a alguien a escribirlos —que se resumen con un pensamiento cercano a El público femenino necesita ver llevadas a cabo sus ideales románticos, algo apoyado por los fanes ambiguos — para pasar enseguida a dividirlos y catalogarlos, después de explicar las partes más habituales de uno de estos relatos. En serio. Y lo mejor es que dado que el siguiente capítulo es de canciones creadas por fans y vídeomontajes, muchos siguiendo con estas ideas, otros desde un punto de vista de fuerza musical inducida o pura oralida desenfrendada, Jenkins aprovecha para repetir el repaso y listado de los mismo. Mucho mejor que que algo que parezca mínimamente interesado en preguntarse cómo o por qué pudiéndose centrar en el más limitado por dónde, que unido el encadenado de temática en los últimos capítulos, no dejo de considerar que quizá llegar a la página 384 era un reto propio o una apuesta a la que llegó en un club masculino. Eso o dar la vuelta al mundo en 80 días. El caso es que las siguientes páginas de relleno nos va conduciendo a las conclusiones finales.

Él explica el mundo de los fanes desde su punto de vista, no entendiéndolo como el uso de sus conocimientos y capacidades para analizarlo sino de lo que ha ido y ha visto. Para él la vida real es lo que se escribe en internet, hablando de cómo los miembros de las comunidades interneteras consideran si están influyendo en el desarrollo de Twin Peaks. Y eso en la época del PODER NEWS!, más cercano a Jumpin’ Jack Flash que a La Red. Aunque tiene la parte buena de ver que en internet todo es más o menos igual. También le sorprenden las argumentaciones y reflexiones de los zines. Fanzines sobre todo, pero también prozines, ezines y algunas otras publicaciones. Este hombre va de sorpresa en sorpresa. Y concluye que lo que ve en las convenciones parece haber sido absorbido por su pasión por la serie. Pero de manera alegre, pop, casi como una reivindicación de la cultura popular. A mí particularmente me preocuparía más que un tipo fuera disfrazado de trekkie a comprar el pan que a una convención pero como no conozco a los trekkies para qué discutirle. La narración de la emisión de unos episodios de La Bella y la Bestia inéditos en USA grabados en Quebec, con doblaje francés, en una convención sin nadie que supiera francés —ni que pudiera llamar a alguien que lo supiera, aparéntemente— que llevaba a los organizadores a pedir a los asistentes que si entendían alguna palabra o frase lo dijeran en voz alta. Pero el autor se limita a exponerlo como un ejemplo de la entrega fan, sin darse cuenta de lo divertido que tuvo que ser, ni comprender las dificultades de su propia época. —¡Por el amor de ROB!, usaban VHS!— y añadiendo un par de líneas sobre una práctica habitual en los aficionados al manga y el ánime japones, que carecen de subtítulos y tampoco entienden el idioma de emisión que resultan difíciles incluso de calificar.

Sus conclusiones, en fin, os sorprenderán: La existencia de una Cultura Participativa, una especie de puesta en común que resulta en la creación de unos parámetros para crear, compartir y elaborar una, digamos, visión cultural. Esta nueva cultura sería el resultado de los esfuerzos privados de los productores —de cine, televisión, videojuegos…— sumada y enfrentada, a la vez, la reacción fan.

Sí, lo de siempre. Pero aquí aún era nuevo.

Esto es todo lo que logra rascar. No entra en otras consideraciones, se limita a consignar lo que ve. No se preocupa tanto por los distintos tipos de fans ni lo que los poduce, que sería mucho más interesante, tanto como porque hay fans entregados, fans críticos, fans enogados y fans mujeres que quieren romance, las pobres.

La verdad es que sí da que pensar un par de temas: ¿Podría yo engañar también a alguien para que me edite? ¿Soy tan superficial? ¿La idea es tan buena que se puede estirar veinte años o podría coger cualquiera para dedicarme a no dar palo al agua? ¿Quién será el público objetivo de este Piratas de Textos ?

Pero, sobre todo: ¿En qué está pensando un editor español cuando decide darle salida a esto? Así, con sus errores, su desfase y sin molestarse en actualizar nada.

¿Serán realmente san fáciles los seguidores de series?

Jónatan Sark | 13 de septiembre de 2010

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