Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Independientemente de lo cursi que sea el desarraigo musical que nos establece en la tele y lo torticeros y sucios, de una oscuridad opaca en su desarrollo y una progresiva estupidización en el reflejo iluminado que muestran en nuestras pupilas, hay momento en que uno no puede más que alegrarse de su existencia. Sí, estáis de suerte, esta semana no hay diatriba enmascarada a la realidad, esta semana ha venido un amigo a casa y me ha encendido el televisor así que por fin he podido ver lo que allí echan y, si lo llego a saber, no acepto el puesto de comentarista, para esto podría haber estado en opinión todo el tiempo. Pero tranquilos, la agradecida situación estival, con todos esos cuerpazos incitándonos al consumismo, ha servido para aplacar mis ánimos y para que llegue a descubrir que aún a estas alturas siguen existiendo esos concursos de musiquitos.
La estomagante realidad se enfrenta cara a cara y no puede salir huyendo, el ahora despeinado y alcohólico de la situación, la garra de las mujeres que no dudan en retorcerse, enroscarse y ofrecer a cámara todo lo que pueden o todo lo que tienen, juntado con la falta de una verdad moral tras la música, lejos de Chet, lejos de Birdie, de la jodidamente inmensa música de Nueva Orleans, lejos de todo el mundo real, de toda la música con alama, servida por clones mecanizados que no saben más que mostrarse como turbias muñequitas que tratan de golpearnos como engendros tentadores surgidos de la artificial, inteligente y conmovedora AI, ese regalo que el niño Spilberg nos legó a la humanidad para redimirse de los tremendos tostones edulcorados que suele defecar.
Escuchandomente que te escucha pesada y magistral la televisión escupe que los americanos, esa gente tan lista, han decidido meter en uno de estos programas a Jennifer López, la proclamada portadora del mejor culo del mundo. Y, en realidad, otra muñequita de plástico sin alma. Qué horror tocar ese culo, penetrarlo, jugar con él. Qué metáfora tan perfecta de la situación de la música en televisión, reducido a la mínima expresión y el máximo rendimiento, mostrando como todo el desgarro que puede causar acaba limitándose a la bien delineada hendidura vertical, mezcla de melocotón y de producto de la señorita Pepis. La turbia voz de una señora llamada Ella o los extraños coqueteos de Edith Piaf no les importaría tanto a estos señores como la posibilidad de lucir un culito más limpio y falso que el de una Barbi. Y es una pena. Una pena para la música, una pena para la televisión y una pena para mí, que no sé cómo se apaga el televisor.
2010-08-16 13:33
Tener un artículo boyeresco aquí es PARTICULARMENTE OFENSIVO para mí.
2010-08-16 14:55
El culo de Yei-Lou, en su magestuosidad, asoma ya por 3 post.
¿Trauma u obsesión?