Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Por fin ha regresado el Doctor. Una afirmación tal podría provocar múltiples reacciones —máxime en alguien tan seguidor de las obras y estructuras de la televisión británica— pero que me ha llevado a una obviedad: ¿cómo ha terminado relacionándose las distintas relaciones de proximidad?
Es lógico pensar que la producción propia coparía varios de los primeros puestos de emisión de ficción, resulta inevitable que la ficción estadounidense esté detrás dando guerra pero, ¿cuál es entonces el problema con el resto de ficciones en inglés? La anglofilia parece lo esperable, pese a lo cuál las aproximaciones no ya canadienses o australianas sino, directamente, inglesas, parecen reducidas para respecto a lo que la experiencia y el hecho de ser parte del Mercado Común podría indicar.
Señalemos, de entrada, que el principal hecho en contra son los packs que facilitan, aún de forma disimulada, que series como El Payaso o Alerta Cobra se muevan siguiendo la estela de Rex. Es ese éxito que permite colar ficciones menores o, incluso, alguna otra manifestación — telefilmes , por ejemplo— uno de los principales problemas pues la simple emisión se convierte en algo necesario desde el momento en que resuelven la ecuación: material disponible entre ahorro económico. Pero precisamente eso era lo que cabía esperar de una localización geográfica que crea a su alrededor un mercado artificial, ¿por qué entonces deja de funcionar cuando las series no son anglosajonas?
Retrotrayéndonos a los años ochenta, la presencia de un gran número de producciones y co-producciones de Europa del este amenizó las tardes de los colegiales españoles por años. Eran producciones que seguían el formato de mini-serie y que derrochaban una audacia difícil de ver hoy día hicieron más por dar a conocer la cultura y obras polacas —por poner un ejemplo— que todos los intentos educativos escolares. Un ejercicio de intercambio real de series parece un gran método para dar a conocer a los escolares —y sus no menos necesitados de respaldo padres— el resto de estados de la unión. Incluso considerando que las series más exportadas suelen ser de género policíaco con más o menos componente de aventuras.
Estos paquetes, o esta regulación a partir de paquetes, hace también dudar de lo que parecería un mercado a explorar y una exportación / importación lógica: ¿Cómo es que no hay una mayor presencia de latinoamérica en las parrillas españolas? Suponemos que no sólo tienen culebrones y, sin embargo, cuando la ficción se acerca a España casi invariablemente se prefiere producir una versión —no siempre superior— con actores de nuestro país. ¿Realmente el idioma común nos separa tanto? ¿Sólo es admisible por parte de gentes que quieren disfrutar de culebrones?
Más complicado aún parece el mercado interno. No sólo existe, obviamente, una segmentación por autonomías, es que existe un organismo llamado FORTA que regula los canales autonómicos y que, sin embargo, no ayuda a que la ficción andaluza, vasca o catalana pueda llegar en igualdad de condiciones al resto de España. Incluso reconociendo que los intentos hayan fracasado estrepitosamente: ¿No debería la FORTA haber tratado de asesorar para que se crearan series que pudieran ser asumidas entre distintos miembros?
Al final todo parece reducirse a la forma en que las empresas de gestión y movimiento de contenido tengan de mover los diferentes packs y de cómo la regulación limite la aparición de material extranjero. ¿Serviría de algo tratar de burlar al mercado tratando de facilitar un intercambio europeo? ¿Por qué cuando se compran series españolas lo que realmente hacen es comprar la idea y adaptar? ¿Será que sólo aceptamos la ficción de un número determinado de países?
Mucho me temo que esta semana la columna tiene más preguntas que respuestas y más reflexiones que respuestas, tendré, por tanto, que establecer como conclusión final algo tan triste como evidente —y por tanto evidentemente triste— como que la curiosidad del espectador español acaba centrándose en lo que conoce o tiene facilidad para conocer dejando de lado cualquier cosa que por múltiples obstáculos mínimos —desconocimiento del idioma, de los referentes o de la misma existencia— requiera de ellos una actitud no pasiva.