Psicólogo y músico. Doctorando en comportamiento animal (Etología). Su trabajo se enfoca principalmente en el comportamiento social de los Cetáceos (ballenas y delfines) y otros mamíferos marinos. Tratará aquí, cada día 2, de cuáles son las “pautas que conectan” el comportamiento del ser humano con los demás animales, sustentando la idea de la “interrelación” entre todo lo vivo, a partir de una integración de diversas disciplinas tales como la Etología, la Psicología y la Ecología.
“Un Científico Descubre Por Una Broma Familiar Que Tiene El Gen Del Asesino” “Descubren El Gen Del Despotismo”. “Los Genes: Responsables De La Mala Conducta En Los Niños”. “Descubren El Gen Que Nos Hace Gordos”. “Descubre Genes Que Detonan Violencia En Jóvenes De Escasos Recursos”. “El Gen Del Guerrero Dirige La Conducta De Algunos Jóvenes”. “Descubren El Gen Que Provoca La Depresión Posparto”. “Descubren El Gen De La Inteligencia”. “Descubren El Gen De La Depresión”.
Ejemplos como estos son cada vez más comunes. Cada cierto tiempo nos anuncian que se han encontrado genes específicos para una gran diversidad de características humanas: el gen de la inteligencia, el de la depresión, el de la tendencia política hacia la derecha o a la izquierda, e incluso el gen que nos lleva creer en Dios. Estamos en la moda del gen, eso está claro. Pero lo que hasta cierto punto es razonable ya que su descubrimiento, y la de-codificación posterior del material genético, ha sido una de las más grandes revoluciones científicas de los últimos tiempos, junto a la teoría de la evolución por selección natural, también entraña sus peligros.
Algunos de estos estudios en genética de la conducta, fundamentales e importantísimos, por cierto, están siendo difundidos al público en general de manera tal que han provocado que hoy muchos entiendan y asuman que todo está “determinado” genéticamente. Así, cada vez es más común que la gente no sólo asuma el determinismo genético de toda nuestra biología, sino que lleve este mismo tipo de razonamiento a nuestra psicología, poniendo el determinismo genético en a la conducta o en rasgos como la personalidad o la inteligencia al mismo nivel que el del color de ojos o la posesión de ciertas enfermedades.
Si bien en última instancia todo lo que somos se sustenta en una estructura biológica, como no podía ser de otra forma –como dice Noam Chomsky, si no existiera una estructura para cada conducta o proceso mental, sería simplemente “magia”– creo que estamos confundiendo el componente (el gen) y la estructura (el sistema nervioso, el perceptivo, etc.), con el mecanismo y, finalmente, con la conducta o el proceso emergente final, subestimando, e incluso obviando en muchos casos, el papel del contexto (ambiente) en el que todo el material genético se desarrolla y tiene lugar: seguimos en el eterno debate naturaleza versus ambiente. Es como si abriéramos el televisor y creyéramos que la imagen está en sus componentes. La película no está dentro del televisor, mi pensamiento no está tal cual dentro de mi cerebro.
Todos nuestros procesos biológicos y psicológicos se sustentan en estructuras biológicas y hoy más que nunca, con el descubrimiento del código genético, las estamos descubriendo, distinguiendo, especificando y modificando. Pero los genes se expresan siempre en un ambiente determinado; sin ambiente no hay expresión de genes y la información del ambiente, por tanto, también es determinante en el resultado final. Podríamos pensar en los genes como si de una película fotográfica se tratase, según su SENSIBILIDAD (ISO) la película es más adecuada para sacar fotografías con poca o mucha luz o con poco o mucho movimiento, pero el resultado final depende, de igual forma y en la misma medida del REVELADO. Los genes serían a la ISO cómo el ambiente es al proceso de revelado.
Qué mejor ejemplo que el de los perros. Los perros son lobos genéticamente modificados de forma artificial por los humanos. Su estudio genético ha revelado que las más de 400 razas que existen provienen, supuestamente, de unas pocas lobas grises euroasíaticas (se ha sugerido que incluso solamente de dos), las madres o evas ancestrales de todos los perros. Cada una de las razas constituye un experimento genético adaptado a nuestros gustos y necesidades. Y así, tenemos perros de diferentes tamaños, formas y rasgos temperamentales: perros guardianes en los que se ha seleccionado los rasgos agresivos necesarios para la caza, pastores en los que se han seleccionado los rasgos cooperativos, perros de compañía en los que se han seleccionado, además del tamaño pequeño, los rasgos más dóciles. De esta forma, tenemos razas con una dotación genética especialmente seleccionada para ser como queremos o necesitamos que sean. Pero ¿podríamos decir que independientemente de la crianza el perro tendrá el carácter que su raza dictamina? Un criador de perros Akita (perro guardián de origen japonés y uno de los más agresivos que existen) me comentó en una ocasión que se les puede criar de forma que fueran muy dóciles y tranquilos, pero si alguna vez son atacados por otros perros es muy probable que se le “despierte” “el programa genético de su agresión” y se vuelva, a partir de este evento, muy peligroso. Para este cuidador parece clara la importancia tanto de los genes como del ambiente en la conducta y el carácter resultante del Akita. En su trabajo de educador de perros, Cesar Millán, el famoso “encantador de perros” considera que la clave está en tener presente que el perro, cualquiera sea su raza, es un lobo genéticamente modificado, y que su salud mental se basa en que se le trate como perro y no como humano, es decir, que se le trate de acuerdo a su pre-programación genética. Su terapia, en el fondo, trabaja sobre la información genética que los perros ya traen pero, al mismo tiempo, su programa es un programa de modificación ambiental, que toma como marco el lenguaje natural (es decir, el genético o instintivo) del perro, e intenta otorgarle un ambiente en congruencia con éste. Por ejemplo, una clara necesidad para la salud mental del perro es que éste tenga un líder de manada claro en la familia. Esta necesidad es claramente una predisposición genética heredada de sus antepasados lobos, pero representar el papel del líder de la manada por alguno de los dueños es una modificación “ambiental” necesaria para el perro. La eficacia de sus terapias avalan tanto la importancia del ambiente en la conducta de los perros –sus intervenciones modifican el comportamiento–, como la importancia de la predisposición genética a la hora de responder a ese ambiente.
Creer en el papel de los genes como responsables únicos de cómo somos o actuamos tiene importantes consecuencias. En primer lugar, nos hace preguntarnos sobre el porqué o necesidad de la terapia psicológica humana o de la psicología ambiental. ¿Hay algo que hacer si alguien ya viene como viene? Para algunos, nada o muy poco. Para mi, mucho. Y esto no quiere decir que me olvide de los genes. Obviamente la información genética nos ayudará en la terapia para asumir que somos como somos por nuestros genes, pero esto no quiere decir que el ambiente no importe, también somos como somos por nuestro ambiente, lo que permitiría modificar o controlar el ambiente en la medida de lo posible en concordancia con nuestras características genéticas particulares o la de los demás. Que no sea labor fácil no quiere decir que sea imposible.
Uno de los estudios más importantes e influyentes en la genética de la conducta es el estudio en relación a la depresión, en el que se descubrió que si alguien tiene una variante específica de un gen llamado 5-HTT, esta persona tendrá más riesgo de padecer depresión. Hasta antes de este estudio ya se pensaba que la depresión constituía un trastorno bioquímico relacionado con un neurotransmisor llamado serotonina. Este estudio demuestra que hay un gen que codifica una proteína que determina cuánta serotonina se comunica entre las neuronas. ¡Eureka! ¡Hemos descubierto la causa de la depresión! Esto claramente lleva a concluir que si tienes el gen “equivocado”, tendrás depresión. Pero la segunda conclusión del estudio resulta igualmente sorprendente e interesante, quizá más que el descubrimiento del propio gen, ¿acaso resulta que si tienes la versión incorrecta de este gen vas a padecer depresión? ¡Para nada! De los portadores del gen, un porcentaje considerable no desarrollan la depresión. ¿Qué pasa entonces? ¿No es el gen el que determina la depresión? Parece que además de poseer la versión incorrecta del gen, estar expuesto durante el período de crecimiento a un entorno estresante es lo que da lugar a que alguien desarrolle esta enfermedad. Para que este gen conduzca a la depresión, es necesario un entorno concreto, de lo contrario, no cambiará nada. Así, este estudio constituye el ejemplo perfecto para entender que no se trata del gen de la depresión, sino de un gen que hace que seamos más vulnerables a la depresión en determinados entornos estresantes. Es decir, fácilmente uno podría concluir por la primera parte del estudio que todo son genes, pero en su segunda etapa el estudio arroja resultados contundentes y claros de que los genes no determinan nada, los genes se desarrollan en entornos concretos y es este desarrollo en entornos concretos lo que determina cómo somos y cómo nos comportamos. Los genes, en realidad, son manuales de instrucciones para fabricar proteínas pero no crean comportamientos directamente. Como diría Robert Sapolsky, “los genes explican los potenciales y las probabilidades, pero no el destino”.
Así, preguntarse si un comportamiento está determinado por los genes o por el ambiente realmente carece de sentido, ya que todos los comportamientos de los seres vivos resultan de la interacción de la información de los genes almacenada en el organismo en desarrollo y en las propiedades del medio ambiente en el que este desarrollo se lleva a cabo. Pensar en los genes como planes rígidos que determinan el desarrollo de los organismos es erróneo. Una analogía mejor es pensar en ellos como una “receta de cocina” que junto a los ingredientes, la temperatura de cocción etc., (ambiente) determinarán el plato final que saldrá del horno. Así que somos 100% genes y 100% ambiente. Finalmente, la información genética es aprendizaje en el tiempo, es el aprendizaje del gen a través de la evolución. Esto no supone negar que diferentes características varían en la forma en que son sensibles a las diferencias ambientales. Por lo que en vez de preguntarse si tal o cual conducta es genética o aprendida sí tendría sentido preguntarse si las diferencias observadas en un comportamiento o rasgo específico se deben a diferencias genéticas o a las diferencias en el medio ambiente, o alguna combinación de estos factores. Así, algunas características no son muy afectadas por los entornos en que normalmente ocurre el desarrollo de los seres humanos. Por ejemplo, en todos los ambientes posibles todos (o casi todos) nacemos con dos ojos y una nariz. Otras características, por el contrario, son mucho más sensibles a diferencias ambientales. El efecto de la nutrición, por ejemplo, puede hacer que personas iguales genéticamente, gemelos idénticos, terminen con tamaños corporales muy diferentes dependiendo de la nutrición y el estado de su salud durante la infancia, por mucho que venga de progenitores altos, si no obtengo de mi entorno la alimentación y los nutrientes adecuados no llegaré a la altura que me permiten mis genes. En el primer extremo, la enfermedad denominada fenilcetonuria (caracterizada por un retraso temprano del desarrollo motor y mental), se sabe que es debida a que se produce un problema en un solo gen, pero este gen es tan importante que permite o evita que las toxinas entren en el cerebro, por lo que si alguien tiene el gen equivocado su cerebro se enfermará gravemente a la edad de dos años. Ninguna modificación del entorno puede revertir la enfermedad, aunque una dieta controlada de un modo determinado sí puede alterar, en gran medida, las condiciones en las que se “soporta” esta enfermedad.
Pero el peligro del que hablaba al principio es que la “era del gen” hace pensar en todos los rasgos humanos situados al mismo nivel. Y claramente no podemos llevar a la inteligencia o a la personalidad al mismo nivel que el color del pelo o de una enfermedad biológica como la fenilcetonuria. En la personalidad, además del nivel de activación hormonal (algunos llamarían temperamento), influyen muchos otros factores, desde la cultura en la que nos desarrollemos a las experiencias particulares que tengamos a lo largo de la vida.
Las palabras terminan creando realidades y hablar del “gen de” nos lleva a confundir lo que realmente ocurre en el desarrollo de nuestra maquinaria biológica en el medio en que vivimos. Creo que todo se entendería mejor si a la luz de esta ola de descubrimientos que aluden a una determinación genética a nivel del lenguaje, cambiamos la palabra determinación por la palabra predisposición o mejor aún, influencia.
Fukuyuma escribió en el “el fin del hombre, consecuencias de la revolución tecnológica” sobre las implicaciones de la alteración de la naturaleza humana a través de la biotecnología incluso en los aspectos más simples de la vida cotidiana, por ejemplo, cómo serán las conversaciones en la escuela de un futuro cada vez más próximo: “oye, ¿sabes que los ojos de Pedro no son naturales, sino que es un humano genéticamente modificado?” Me temo que hoy en día no nos extrañaríamos en afirmar de la misma manera, “lo que ocurre es que la personalidad de Pedro es así porque tiene genes nativos”. Yo creo que en vez de hablar de algo tan extremo como el fin del hombre es mejor llamarlo “el cambio del hombre”, ya que afortunadamente el ser humano también es un ser cultural por naturaleza biológica. La noticia de la descodificación de la totalidad del genoma humano hizo pensar que los científicos habían dado con la base genética de la vida, pero apenas hemos logrado la transcripción de un libro cuyo idioma sólo se entiende parcialmente sin la integración del ambiente y, dentro de éste, de la cultura y las propias experiencias. El ser humano le teme en parte a la clonación humana porque cree que los clones serán 100% iguales a uno mismo, pero esta claro que esto no será así. Por mucho que me clonen, mi clon diferirá de mí en gran medida porque, además de ser un clon y, por tanto, nacer en un mundo con alguien “supuestamente” igual a él, se desarrollará en otro ambiente, dependerá de las experiencias que tenga, de cómo lo críen, de la cultura en la que se críe, probablemente ambos seamos creyentes si portamos (si es que existe) el gen de dios pero quizá yo me vuelva cristiano y el budista, yo sea heterosexual y el bisexual, si ambos portamos el gen de la depresión y yo sufro experiencias estresantes y el no, yo seré depresivo y el no, y si a ambos nos gusta el arte o la música quizá disfrute del rock and roll y yo del jazz , quien sabe. Y es que, como dijera Konrad Lorenz, “vivir es aprender”.
2010-02-02 22:26
Lo de los clones, la genética y el control del ambiente me recuerdan a la interesante película Los niños del Brasil, que sería perfecta como complemento de este artículo. Si no la han visto, ¡háganlo!
2010-02-03 13:20
Me ha gustado mucho el artículo, y, por supuesto, estoy de acuerdo; y digo por supuesto porque no estarlo sería ir contra toda evidencia. Eso no quita que hoy en día sigamos oyendo cosas como “yo no creo en que el ambiente…, bla, bla..” o “yo no creo en la psicología”, y no hablo precisamente de gente lega en la materia. Es curioso que se perciba tan diferente hablar de genes y de ambiente, y que cuando se señala “algún dato cerebral” se le de más “valor” que a algún “factor psicológico”. Autores como Baxter ya señalan cambios en el metabolismo de la glucosa en el nucleo caudado en pacientes con trastornos obsesivos “simplemente” tras terapia cognitivo conductual. Y es que el cerebro traduce “el ambiente” en su lenguaje, pues no podría ser de otra manera.