Psicólogo y músico. Doctorando en comportamiento animal (Etología). Su trabajo se enfoca principalmente en el comportamiento social de los Cetáceos (ballenas y delfines) y otros mamíferos marinos. Tratará aquí, cada día 2, de cuáles son las “pautas que conectan” el comportamiento del ser humano con los demás animales, sustentando la idea de la “interrelación” entre todo lo vivo, a partir de una integración de diversas disciplinas tales como la Etología, la Psicología y la Ecología.
Caminante no hay camino, se hace camino al andar
Antonio Machado
Recuerdo que una vez mi hermano pequeño preguntó a un rabino qué es lo que quería decir que el hombre había sido creado a “imagen y semejanza” de Dios. El rabino contestó que la diferencia del ser humano con el resto de la creación es que, a éste, Dios lo había creado con el “don del libre albedrío” y era justamente esta cualidad la que marcaba la gran diferencia con el resto de las especies y la que, finalmente, nos asemejaba con el creador. Esta no es solamente una de las interpretaciones de la religión judeo-cristiana. Al menos en nuestra cultura occidental, independiente de la religión a la que uno se adscriba, muchos asumen que es el libre albedrío, incluso más que la propia conciencia, aquella cualidad única y exclusiva del ser humano y la que nos separa inexorablemente del resto de los animales. Nuestra especie siempre se ve a sí misma esencialmente libre, aunque esta libertad esté limitada muchas veces por las circunstancias. Nos percibimos a nosotros mismos y nuestros congéneres como seres intencionales capaces de hacer planes y llevarlos a cabo de forma voluntaria sin que nadie nos obligue a ello (bueno, en muchos casos) o al menos esto es lo que intentamos mientras las condiciones nos lo permitan. Así el “libre albedrío”, entendido como la acción voluntaria elegida deliberadamente, sin que sea la consecuencia inevitable de uno o varios factores causales, es un ingrediente esencial de la autoimagen humana. A diferencia de los animales, máquinas biológicas autómatas, los seres humanos nos autodenominamos animales “racionales”, seres “biológicos y espirituales”, que gracias a nuestra razón y/o a nuestro espíritu, a nuestra capacidad de discernimiento y a nuestro libre albedrío, podemos elegir nuestras acciones, tomando a voluntad el camino del bien o el mal. Esta postura dualista fue de hecho adoptada incluso en los albores de la ciencia actual, ya en el siglo XVII, cuando Descartes sostuvo que la conducta humana tenía su origen en la mente, siendo ésta voluntaria y libre y que, por lo tanto, no se regía por las leyes naturales propias de la realidad material (a excepción de los reflejos innatos, desencadenados por el mundo físico, pero de escasa relevancia en las personas).
Pero al parecer la biología no hace ni a los animales tan esclavos ni a nosotros tan libres como se suele pensar. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud dio un golpe bajo a nuestro autoconcepto cuando afirmó que gran parte de nuestro comportamiento estaba movido por motivos “inconscientes”. El fisiólogo ruso Sechenov, por su parte, en los orígenes de la psicología experimental, enfatizó el peso que tenían los reflejos en nuestro comportamiento, señalando que muchas veces pequeños estímulos pueden desinhibir los mecanismos que desencadenan conductas variadas y complejas. En la misma línea, Pavlov, a principios del siglo XX con su “reflejo condicionado” demostró cómo a través de la experiencia, por asociación, se podían aprender muchas otras reacciones reflejas. Posteriormente, y con base en este descubrimiento, se dio paso al conductismo de Skinner, que concebía el comportamiento humano, fuese simple o complejo, como producto del condicionamiento, es decir, determinado en su totalidad por asociaciones de estímulos y respuestas que ocurrían en la interacción del organismo con el ambiente.
A partir de ahí, tanto la evidencia experimental (de la mano del conductismo), como la clínica (de la mano del psicoanálisis) apoyaron la idea de que que muchas veces la conducta humana no responde al supuesto de libre elección personal y autocontrol que se suele atribuir. La evidencia dejaba claro que en muchos casos la acción individual viene desencadenada por factores internos y/o externos que en ocasiones incluso pasan inadvertidos y cuyos efectos, en cualquier caso, resultan incontrolables. Pasamos, por tanto, de una concepción cartesiana o dualista de la mente humana, en la que se independiza la realidad física de la mental (lo que Antonio Damasio en 1999 señaló como “el error de Descartes”) a la instauración del determinismo en la psicología, que barrió de alguna manera el concepto del libre albedrío en el ser humano al afirmar que todo lo que sucede en el mundo se debe a una serie de “causas” o condiciones antecedentes naturales que conducen de forma inexorable a un “efecto” particular. Para cada actitud, sentimiento, motivo, pensamiento, recuerdo, acción o decisión hay condiciones antecedentes, conocidas o desconocidas, que hacen que las cosas sean como son y que no podrían haber resultado de otra manera (si hubieran sucedido de otra manera simplemente es que habrían cambiado las causas que las antecedían y que, por tanto, las determinaban). Ante este panorama, si todo esta determinado de antemano por las causas que preceden a nuestras decisiones y actos ¿qué papel quedaba para la voluntad y, en última instancia, para nuestra libertad personal?
La biología y la psicología actual nuevamente arremeten y cuestionan esta idea determinista, y no solamente en el ser humano, sino incluso en los demás animales. Este mes acaba de publicarse un artículo en la revista Proceedings of the Royal Society, “Hacia un concepto científico de la voluntad libre como un rasgo biológico: acciones espontáneas y toma de decisiones en los invertebrados” en el que se afirma que hasta las moscas de la fruta, que siempre nos han parecido animales tan simples y carentes de espíritu, manifiestan de alguna manera una conducta con libre albedrío. Su autor, Björn Brembs, afirma que el comportamiento de las moscas, aunque no es completamente libre, no está completamente constreñido. El trabajo aporta evidencia obtenida de cerebros de moscas, cerebros considerablemente más pequeños que el nuestro, pero que sin embargo parecen estar dotados de flexibilidad en la toma de decisiones. El científico se atreve a señalar que la capacidad de elegir entre diferentes opciones de comportamiento, incluso en la ausencia de diferencias en el medio ambiente, sería una capacidad común a la mayoría de los cerebros, si no de todos, por lo que los animales más simples no serían autómatas totalmente predecibles. Así, hasta las sanguijuelas parecen comportarse, según dicen científicos que las han estudiado, como “les da la real gana” ante un mismo estímulo eléctrico, eligiendo entre moverse nadando o reptando. Esta decisión ocurre en las neuronas que se encuentran en algún lugar de los ganglios de la sanguijuela, por lo que el estímulo que marca la diferencia de movimiento es “interno”, y no externo.
Ya en el año 1967 Seymour Benzer, uno de los fundadores de la Neurogenética se había dado cuenta que al poner moscas al final de un tubo y una luz en el otro extremo de este, algunas moscas volaban a la luz y otras no. Si luego se separaban en grupos, las que habían ido a la luz y las que no, y se volvía a repetir la prueba, en ambos grupos se volvían a comportar de las dos maneras en el mismo porcentaje que la vez anterior, y si se repetía el test sucesivamente seguía sucediendo lo mismo una y otra vez. Así que las moscas parecían tomar su “propia decisión”. Diez años después Quinn y colaboradores hicieron prácticamente el mismo experimento, pero esta vez utilizaron, en lugar de luz, un aroma particular, encontrando el mismo resultado. Estos y otros experimentos sugieren cierta ”flexibilidad “en los comportamientos de las moscas debida a factores “internos”. Por ejemplo en otro tipo de experimentos en los que a las moscas se les exponía a situaciones sensorialmente ambiguas se ha comprobado que éstas pueden cambiar activamente su foco de atención, restringiendo sus respuestas conductuales a sólo ciertas partes de todo su campo visual. Y la atención selectiva, como sugiere Martín Heisenberg, supone el tipo de libertad fundamental que se requiere para un concepto moderno de lo que es el libre albedrío.
Así que, si el comportamiento de una “simple” sanguijuela o una mosca no está completamente constreñido, entonces ¿podemos retomar la idea de libre albedrío? Eso sí, habrá que seguir buscando elementos distintivos para el ser humano porque parece que el libre albedrío tampoco es algo tan exclusivo. En este sentido la biología le contestaría al Rabino que quizás todos los animales estamos creados en algún grado a imagen y semejanza de Dios.
2011-05-29 08:45
vayaa! no tienes idea de cuanto, este pequeño ensayo, me ha ayudado para mi pieza fotográfica.
Gracias
2013-10-10 15:57
nada mas aburrido que un científico determinista, que es evidentemente incapaz de entender el significado de NATURALEZA HUMANA porque jamás la ha estudiado, y que postula desde su cosmovisión cientificista lo que cree acertado. LIBRE ALBEDRÍO se aplica a los actos libres, no a los reflejos. ESTORNUDAR O BOSTEZAR no son actos libres. Además que los estudios estudian, no prueban. Estudiar un evento también interfiere con el evento, en física cuántica lo tienen claro. Ahora miraré al matamoscas como un elemento suicida… deberían obligar a los científicos a estudiar filosofía, para que entiendan por qué hay cosas que postulan que resultan irracionales.
Si lo dice la ciencia debe ser verdadero…lástima que la ciencia ni pretende postular verdades absolutas, que si no te creía…
suerte que no ha hablado de música. Habría puesto a Mozart o Beetohoven al nivel de una mosca (como lo hace en este estudio).
2013-10-15 22:05
La humildad es el ingrediente básico del que adolece la ciencia actual.
Y mucho más aún del que adolecen los talibanes a ultranza, más papistas que el Papa.
Newton tenía humildad, y Einstein, y Galileo y Bohor y Aristóteles.
Por eso fueron lo que fueron, no por dogmatizar, y sentar cátedras radicales.
Pues si, creo que existe la posibilidad de que una mosca tenga libre albedrío.
Porque si partimos siempre de negar sistemáticamente “posibilidades”, podemos acabar por no ver una verdad que tenemos delante de los ojos, por el simple hecho de que “no puede ser”.
De ahí a la quema de brujas hay una linea finísima.