Psicólogo y músico. Doctorando en comportamiento animal (Etología). Su trabajo se enfoca principalmente en el comportamiento social de los Cetáceos (ballenas y delfines) y otros mamíferos marinos. Tratará aquí, cada día 2, de cuáles son las “pautas que conectan” el comportamiento del ser humano con los demás animales, sustentando la idea de la “interrelación” entre todo lo vivo, a partir de una integración de diversas disciplinas tales como la Etología, la Psicología y la Ecología.
El pez beta es una de las especies del reino animal que más me fascinan, tanto por su maravillosa forma, como por su conducta. Con ellos pude darme cuenta de cuán automática y fija puede ser una pauta de conducta agresiva en un animal. Yo tuve varios en mi acuario y solía repetir el experimento de ponerles un espejo enfrente y observar su reacción: cada vez que lo acercaba, el pez comenzaba a amenazar y a intentar agredir su propia imagen como si fuera otro rival al que había que desplazar del territorio. El beta veía su reflejo en el espejo e inmediatamente aumentaba su tamaño corporal, expandía sus opérculos branquiales y casi embestía contra el cristal en un ritual agresivo que siempre seguía la misma pauta. Ellos me mostraron gráficamente el funcionamiento del modelo hidráulico de la agresión propuesto por Konrad Lorenz, ya que la agresión que el pez demostraba era directamente proporcional a la cantidad de tiempo que yo ponía el espejo frente a él. Yo realmente sentía que cargaba de agresividad al pez por medio de la imagen, pero no pensaba en sus consecuencias hasta el día en que lo tuve tanto tiempo que atacó luego a una hembra de su harén hasta su muerte. A partir de ese día, dejé de jugar a esto.
Desde este modelo, la agresión animal, y humana, es entendida como un mecanismo que, como si se tratara de un contenedor, va cargándose poco a poco hasta que “se llena”, momento en el cual ha de ser ‘descargado’ mediante la emisión de conductas agresivas. Pero este mecanismo no se llena solamente por estímulos del medio ambiente, como era el caso del espejo frente a mis peces, sino que puede desencadenarse espontáneamente sin ningún estímulo ambiental externo. En los tiempos en que fue formulado el modelo se realizó un experimento con gallos de pelea, a los que se mantuvo en condiciones de aislamiento hasta su madurez. Cuando fueron adultos estos animales combatieron con sus semejantes con las pautas de conducta típicas de su especie en situaciones sociales pero, y de ahí lo sorprendente, cuando no se les otorgó ninguna oportunidad de pelear, lo hicieron con su propia cola o atacaron con los espolones su propia sombra. Clara demostración de su impulso “innato” para la lucha. El modelo de Lorenz, su teoría instintiva de la agresión, no era normalmente bien recibida, siendo objeto de fuertes reacciones y críticas. Más de una vez fue increpado en sus exposiciones orales, a lo que el solía responder: “está bien, pero no es necesario que se ponga agresivo para discutirme”.
Y es que asumir que somos una especie agresiva por naturaleza no es fácil, de hecho, nos violenta bastante la idea.
El punto de vista contrario y que cae en la clásica dualidad instinto/aprendizaje, hoy genes/cultura, es el de que causa de la agresión, como la de cualquier otro comportamiento, está en el exterior. Esto es, es el medio ambiente o la sociedad quien crea, condiciona o refuerza la conducta violenta. Películas como “El experimento” y la recién estrenada “la Ola”, basadas en casos reales, muestran como, bajo condiciones ambientales muy claras y fácilmente reproducibles, la conducta violenta y “fascista” del ser humano se expresa fácilmente, de manera mucho más rápida de lo que los experimentadores y el profesor, en cada caso, pudieron haber previsto.
Entonces ¿todo el mundo puede convertirse en fanático? ¿El fanatismo estaría en nuestros genes esperando las condiciones adecuadas para expresarse de igual manera que cualquier otro comportamiento? Según los paradigmas instintivistas (Lorenz) y ambientalistas (Skiner), todos potencialmente podemos. Según otros, como el de la psicología del carácter, no. Por ejemplo Fromm, dentro de esta última linea, defiende la idea de que mientras para algunas personas funciona perfectamente el modelo hidráulico de Lorenz, para otras no funciona en absoluto. Para él, la clave de la agresividad se encontraba en la incapacidad de algunos caracteres ansiosos de soportar el malestar y la angustia que genera la duda existencial, entre otras cosas.
Ni todo es ambiente ni todo son genes, aunque yo más bien diría que todo es ambiente y todo son genes. En especies con plasticidad genética como la nuestra, y en gran medida las de los grandes simios y otros mamíferos sociales, estamos sólo parcialmente constreñidos por nuestra biología, lo que permite y potencia las diferencias individuales en el modo de satisfacer estos impulsos.
En la especie humana, al menos, los distintos modos de satisfacer nuestros impulsos biológicos se sustentan en la capacidad de representación mental de éstos. Nuestra mente, gracias en gran parte al poder del lenguaje, puede recrearse cualquier realidad, puede enfocar el mismo problema de infinitas maneras (por lo que nunca es el mismo problema) y dependerá de la flexibilidad o el apego que cada uno de nosotros tenga a estas representaciones la violencia con que las defenderemos, lo heridos y atacados que nos sintamos cuando las veamos cuestionadas o bajo amenaza y la poca capacidad de empatía que tengamos con las representaciones de los otros, es decir, con la capacidad de ver la “realidad” de los demás. Para mí aquí esta el meollo del problema de nuestra excesiva violencia como especie (o de cualquier otro comportamiento): en nuestra capacidad de representación mental. Atribuyamos a mis peces beta la capacidad de “pensar” sobre su propia realidad. Imaginemos que les hubiera dado por pensar que el supuesto pez (realmente su propia imagen) creía que el acuario le pertenecía por derecho animal o divino. Si sumamos el poder de este pensamiento a su impulso innato a cargarse de agresión cada vez que ve la imagen de otro macho y atacarlo, imaginemos el tremendo efecto, su capacidad de retroalimentar y aumentar esta carga agresiva. Si, además, el pensamiento se rumia constantemente y se suma al pensamiento de las hembras de su harén, con capacidad de comunicárselo y compartirlo, cargándolo aún más de agresión; si además, les otorgamos una buena memoria, que podría almacenar batallas en las cuales el otro macho mató a una de sus crías, etc., etc., no hace falta que les describa el nefasto final. Cuando esta pre-programación biológica de una agresión adaptada a las necesidades de defensa y, por ende, supervivencia, se une a la representación mental, ya sea individual o colectiva, de un enemigo y de una recompensa a cambio de la defensa de mi grupo (sea honor, vírgenes en el paraíso, la tierra prometida, el reino de los cielos, la gloria de Dios o lo que sea), tenemos el caldo de cultivo para el fanatismo extremo. Cuando uno comulga con una idea, y detrás de ésta, con un grupo o líder carismático de la idea, disminuye el miedo a las incertidumbres de la existencia, encuentra un lugar de pertenencia, unas categorías mentales que le permiten organizar su mundo y sus ritos de interacción. Cuanto más cerrado y sectario sea el grupo, más seguro será, y generará más seguridad y “felicidad” a quien se adscribe. De esta forma, todos los mecanismos innatos de la agresión en defensa de nuestra idea y nuestro grupo se dispararán contra quienes supongan una amenaza. De ahí que el racismo, el fanatismo y la intolerancia provoquen euforia y tengan un efecto unificador, basado en el amor a los iguales y odio a los diferentes. “Tienes el mismo enemigo que yo, gracias al odio, nos amaremos”. Por eso el fanático también es un gran altruista y lo mismo nos echa los brazos al cuello porque nos quiere, que se lanza hacia nuestra yugular si demostramos ser irredentos. “En cualquier caso echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto”. En la misma linea, Cyrulnik, etólogo y psiquiatra experto en la reparación de traumas de guerra, explica cómo hoy el Medio Oriente está lleno de héroes y kamikazes, quienes tienen la función de reparar la identidad de un grupo humillado y por lo tanto están sometidos a un discurso social y prestos a morir por la realización de esta utopía. El tema es que con su muerte el héroe no sólo reparará a su pueblo humillado, sino que será aún más amado y vivirá eternamente en la representación de su pueblo gracias a su sacrificio heroico.
Esto concuerda con la idea de Fromm de que a las personas muy ansiosas les cuesta soportar la incertidumbre y pueden estar más predispuestas a caer en actitudes agresivas y fanáticas si se dan las circunstancias ambientales adecuadas. Por lo tanto la convivencia con la incertidumbre y la duda resultan fundamentales a la hora de que caigamos o no en una actitud fanática. Al contrario de lo que mucha gente podría pensar, si nos acostumbráramos a vivir más en la duda y en la ambivalencia habría más cuestionamientos, discusión y debates, lo que nos permitiría tomar más en cuenta la opinión de los demás. ¿Dónde está el bien, dónde está el mal? Esto no estaría tan claro. ¿Son los Palestinos o los Israelíes quienes tienen razón? Eso depende. Según Oz ,“los judíos israelíes quieren exactamente la misma tierra por exactamente las mismas razones que los palestinos”, por lo que la paz llegará al medio oriente solamente cuando tanto palestinos como judíos se entreguen a un doloroso proceso en que dejen de lado sus sueños e ilusiones proyectadas en la tierra santa que ambos defienden y dejen de elegir entre Israel o Palestina, y por el contrario elijan, por encima de eso, estar en favor de la paz. Es a partir de esa actitud desde donde deberían nacer los acuerdos y los compromisos entre ambas partes y no desde el fanatismo, cediendo ambos de una manera justa para ambas partes y sufriendo en el proceso”. Como dice Oz , “no hay acuerdos felices”; “un acuerdo feliz es una contradicción”.
Pienso que independiente de nuestra herencia genética, nuestras circunstancias ambientales y nuestro carácter, podemos aprender a convivir con la duda y podemos aprender a discutir críticamente nuestra propia concepción del mundo y las distintas realidades que nos rodean. La clave está en aprender a convivir y hacerse amigo de esta “angustia existencial”. Desde ahí, podremos ver la realidad de los demás y relativizar las diversas realidades que hoy en día dividen a la humanidad. Los que entre nosotros no adquieran un mecanismo para tranquilizarse y controlar la angustia existencial, sufrirán hasta el momento en que algún líder o idea les aporte, al fin, la verdad, y se convertirán en fanáticos. Entonces, y coincidiendo e integrando el punto de vista de Lorenz, Skinner, Fromm, Cyrulnik y Amos Oz, creo que solamente la aceptación de la naturaleza genética y ambiental de la agresión junto a la duda, la convivencia con la ambivalencia, el miedo a la incertidumbre y una actitud crítica y flexible, nos salvará del fanatismo que sigue afectando a nuestro mundo. En el fondo se trata de olvidar la perfección de una muerte heroica y preferir aprender a convivir con las experiencias ordinarias y las imperfecciones e incertidumbres de la vida, extirpando así a la violencia y al fanatismo de la misma manera en que se extirpan remanentes evolutivos como el apéndice o la muela del juicio, los cuales hoy en día no cumplen ninguna función adaptativa.
2009-02-02 17:52
Excelente artículo. A mí me recuerda a la propuesta de Pinker que viene a decir algo así como que es necesario un humanismo realista y biológicamente informado.
Pero es curioso que no sólo los implicados en un conflicto vean sólo una parte y se cargen de agresividad sino que parece que los observadores se ven “obligados” a tomar partido (supongo que será también adaptativo). Me produce curiosidad saber si existirán experimentos u observaciones de este tipo de conducta de otros animales.
2009-02-14 23:30
Un ejemplo de tomar partido podría ser el que describe el etólogo Frans de Waal en su estudio titulado “La política de los chimpancés” en el cual relató como en el grupo de chimpancés que estudiaba había tres machos adultos enfrentados en una permanente lucha por el poder. Luit era el macho alfa, Nikkie el beta y Yeroen el gamma, por lo que Luit dominaba a cualquiera de los otros dos individualmente, pero no podía hacer frente a una coalición entre ellos; Nikkie, por su parte, podía dominar a Yeroen, pero no a Luit y por último, Yeroen siempre era el ultimo de la jerarquía. Así Yeroen era obligado a tomar partido por uno o por el otro, pero según el partido que tomara realmente era él quien podía decidir cual sería el líder del grupo (paradójicamente el mas bajo en la jerarquía era el más influyente de los tres, ya que tanto Luit como Nikkie tenían que ganárselo como aliado si querían alcanzar el poder). Finalmente,el «débil» Yeroen decide dar su apoyo a Nikkie, pero amenazando siempre con abandonarle y establecer una coalición con Luit. En palabras de Frans de Waal “esto es un claro ejemplo de la «dictadura del tercero»: cortejado y agasajado por los otros dos, él es, realmente, quien manda, quien domina a los otros; a uno, con la amenza de destronarle; al otro, con la coquetería de la mujer deseada que, sin acabar de entregarse, promete, no obstante, dulzuras sin fin”.