Si una casa es una maquina de habitar, la sociedad es un trasto de dar por culo. Juan Porras estudió arquitectura y ha vendido miedo por teléfono. Ahora sobrevive como comercial de fortuna. Si tiene usted algún problema y si lo encuentra, quizás pueda contratarlo.
Los hombres que miraban fijamente a las cabras era una película mediocre construida a partir de lo dicho en un libro interesante del mismo título. Entre las cosas que cuenta el libro y no aparecen en la película está la historia de Eric Olson, o más concretamente de la muerte de su padre, Frank. Frank era un bioquímico que trabajaba para el gobierno y en 1953 cayó desde una ventana (alta) del hotel Astoria de Nueva York y su hijo pasaría décadas investigando este suceso. Por constancia, suerte y pura candidez, logró acotar que:
- Su padre investigaba los usos del recién sintetizado LSD como modificador de la conducta.
- Expresó dudas de carácter ético acerca de ello y se recomendó “apartarle de la investigación”.
- Se le administró una elevada dosis de LSD y tras varios abusos físicos se estrelló contra el pavimento frente al citado hotel.
Esto no son conjeturas ni conspiranoia. Eric Olson recibió confirmación de todo esto por parte de colegas de su padre y disculpas presidenciales al respecto. Eric tiene una foto en la que el presidente Ford le da la mano y su familia recibió casi un millón de dólares como compensación extrajudicial. La CIA mató a su padre. Pero cuando Eric convoca una rueda de prensa para revelar nuevos hallazgos, la prensa no acude.
El comentario más común es “Bueno, no es noticia… Todo el mundo sabe que la CIA mata gente ¿no?”.
Lo cual sería cierto de no ser porque la muerte de Frank Olson es el único asesinato documentado de la CIA, el único que se puede afirmar a ciencia cierta que cometieron.
A comienzos de este mes, Edward Snowden empezó a revelar información concerniente al programa de interceptación de comunicaciones de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Preocupado, dice, por el cariz y la naturaleza de lo espiado, expone ante el asombrado mundo como los gobiernos americano y británico interceptan y analizan toda transmisión digital de datos posible. Solo que el mundo no estaba tan asombrado. Las encuestas demuestran que muchos lo daban por hecho y que un porcentaje significativo lo aprueba. Y las actas que la NSA recibió poderes para leer, escuchar y mirar lo que le diese la gana en una votación casi unánime de las cámaras americanas.
Por supuesto, la izquierda radical y la derecha libertaria protestaron. Ron y Rand Paul han dicho cosas ingeniosas al respecto que cimentarán su tirón entre los hippies cannabicos que encuentran simpática su particular rama de ultraderecha. Al Gore ha puesto morritos pese a que cuando el vicepresidía EEUU los paleointernautas nos divertíamos escribiendo “Bomba-Presidente-Matar” en todos los correos para chinchar a Echelon. Pero repitámoslo: la NSA no solo tiene el poder sino la obligación de realizar esas escuchas, por mandato casi unánime de los representantes electos.
¿Y Snowden? Snowden ha cometido un delito. Ha revelado información que se comprometió a no revelar al firmar los contratos 182 y 312. Y el americano es un pueblo muy rigorista en lo que a reglas y compromisos se refiere. Muchos de los mismos que se están indignando con lo revelado piden la pronta detención y encarcelamiento de Edward no porque les parezca bien que la NSA se entere de su tórrido romance con OhioMILF_1971 sino porque revelar secretos es delito y así ha sido siempre ¿no?
No. Veamos, entre 1966 y el 67 la revista Rampart de San Francisco publicó una serie de artículos desvelando la relación entre la CIA y las universidades americanas. Como la Universidad Estatal de Michigan, que había colaborado en la guerra sucia en Vietnam desde los 50 y ofrecido credenciales académicas a lo que en realidad eran asesores de inteligencia para gobierno de Diem. Esto lo reveló un profesor de dicha universidad que tras años en dichos programas entendió el peligro que suponía tamaño concubinato entre academia y servicios de inteligencia. Y no les pasó nada. Investigaron la revista, claro. Y al profesor. Pero revelar información sobre lo que hace tu gobierno en tiempo de paz no era delito.
El siguiente golpe, la revelación de que la Asociación Nacional de Estudiantes actuaba como brazo de la CIA en las universidades americanas, fue más demoledora. Con más de 3 millones de afiliados, la cúpula de esta organización reportaba directamente a la CIA. Informaban sobre las opiniones de profesores y alumnos especialmente vocales, se movilizaban contra organizaciones “indeseables” y ofrecían un contrapunto a la oposición creciente contra la guerra. Cuando Ramparts lo desveló el entramado se derrumbó, enfureciendo a Richard Helms, flamante director de la CIA, que encargó la creación de una unidad especial encargada de vigilar a la revista. Dicha unidad pocos años después ya mantenía bajo vigilancia a cientos de miles de americanos e inauguró el uso de acuerdos de confidencialidad para su personal. La unidad, estanca del resto de la agencia, se identificaba curiosamente con el combate al terrorismo internacional pese a que su único fin era investigar a americanos en suelo americano.
Pese a su mala prensa, Nixon se resistió a afrontar el asunto e ilegalizar la revelación de secretos pero Reagan no. Muy querido y con una cómoda mayoría, propuso una ley al respecto en 1981 con la inesperada ayuda de la Asociación de Defensa de las Libertades Civiles, que se movilizó a su favor a condición de que se excluyese a los periodistas. Al chivato que le jodan, al periódico que vende y se lucra de la noticia que no nos lo toquen. La Ley de Protección de Identidades de Inteligencia entró en vigor hace solo 32 años con el apoyo de, por ejemplo, Ron Paul que ahora se opone a su aplicación. Joe Biden, vicepresidente del gobierno que quiere encarcelar a Snowden, fue de los pocos que votó en contra.
Resulta paradójico que el derecho a tener secretos sea lo que mueve ambas posiciones. El estado reclama para si ese derecho y se lo niega al ciudadano, que a su vez exige saber lo que traman sus representantes y que se respete su privacidad. Desde el 11 de Septiembre hay una cita de Benjamin Franklin que rutinariamente se usa para cuestionar el aumento de competencias de los cuerpos de seguridad:
Aquellos que cederían libertades esenciales para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad.
Como cita resulta preciosa pero a solo dos meses de el atentado de la Maratón de Boston a buena parte de la población americana las palabras de su padre fundador les resultan una peligrosa mariconada. Al fin y al cabo, en 1776 no había adolescentes chechenos con problemas de integración ni conexiones ADSL a Dagestan. Las revelaciones de Snowden, a diferencia de las de Bradley Manning, no afectan a la sacrosanta seguridad de las tropas. Se enfrenta a unos diez años de prisión tal como están las cosas. Pero desde su libertario y patriota corazón se le ha tenido que helar un poco la sangre en las venas al ver que apenas la mitad de los americanos comparten su preocupación por la erosión de sus derechos. Quizás porque son derechos que nunca han sabido que tuviesen, igual que siempre han sabido que la CIA mata gente.
2013-06-29 18:58
El problema es que Snowden ha ido visitando lo peor de la Tierra: Hong Kong, paraíso fiscal, donde se esconden fortunas de dinero negro provenientes del tráficos de drogas, trata de blancas, diamantes de sangre, dinero público de países corruptos (España), luego visita Rusia, que cumple todo lo anterior más tener un presidente exactamente igual o peor que los americanos, pero no se sabe si irá a China (dictadura) o a Cuba (dictadura). Además el tal Snowden no tiene nada de genio, era un securata que pillaron y formaron para dedicarse a lo que no se dedicaría alguien con estudios. Luego de 10 años y mucho dinero amasado en base a prometer su silencio decide irse, ahora? Obviamente para vender lo que sabe a otros (Rusia, China, etc…).
Eses vuestro héroe. Este no es Maning.
2013-07-01 13:12
Claro, Señor Llaga, ¿dónde pretende que se esconda? ¿En una provincia del Imperio? ¿En Malasaña?
Menuda tontería, como si hubiera muchas opciones para ocultarse siquiera parcialmente de EEUU.
La cita de B. Franklin debería estar prohibida por maledicente. Ahí estoy de acuerdo con la CIA y con el resto de los Harkonen.