Manuel Haj-Saleh decidió un día poner sobre el papel esas eternas discusiones en las que se meten cinéfilos y cinéfalos cuando acaban de ver y disfrutar una mala película, plagarlas de lugares comunes e inundarlas de erudición vana para darles fuste. El resultado se llama Cine a Topicazos y podrán encontrarlo aquí exactamente cada diecisiete días.
Mentiras y Gordas (Alfonso Albacete y David Menkes, España, 2009) es una de esas películas que, si veo, será de tapadillo, amparado por la nocturnidad y con propósitos pajilleros de treintañero aburrido. En cualquier caso, si me preguntan lo negaré todo y afirmaré sin rubor que aquella noche estaba viendo un documental eslovaco.
En estas últimas dos semanas, en las que la remodelación ministerial ha provocado, cual reacción en cadena, un aumento inusitado de la gilipollez todológica, me ha hecho mucha gracia ver cómo tanto simpatizantes como detractores de la recién nombrada Ángeles González-Sinde ponen, como demérito de ésta, el guión que ha escrito para la susodicha película, por comparación con otras obras suyas. He de decir que, sin haber visto un sólo film de la guionista y directora, semejante afirmación demuestra una estupidez inquietante sobre el negocio del cine.
Porque, queridos espectadores, el cine sigue siendo un negocio, aunque a veces pueda usarse como coartada para hacer arte. Creación, distribución, exhibición: las tres patas que sostienen ese banco; si falla una, se cae estrepitosamente al suelo. Hay que llenar las salas, hay que vender deuvedeses, hay que engatusar a las televisiones y —cada vez más— hay que potenciar las descargas (legales, legaaaaaales… la definición de legalidad se la dejo como ejercicio). Y la Sinde, con ese guión, ha sido participante activa de ese negocio por la parte más lógica: ¿cómo sacar dinero con una película? La respuesta, que les aclarará además el sentido del primer párrafo: Tetas, culos y pollas. Hormonas, en definitiva.
Hablemos de sexo, que es de lo que se trata. Desde que la llegada de la democracia, las películas de Ozores y las películas “S” (básicamente erotismo con pretensiones) hicieron que la efusión seminal alcanzase un pico de masa crítica durante los años setenta y buena parte de los ochenta, el cine ha dedicado buena parte de sus producciones a un sector del público muy concreto, muy amplio, y, además, muy fiel: la juventud hiperhormonada. Y los negociantes lo tienen clarísimo, entonces y ahora; esto es lo que vende y esto es lo que llena las salas de gente, más allá de los efectos especiales, las explosiones y el dolbysurraunproleches (que todo eso también, ojo). Pero es que en España tenemos mala memoria o mala conciencia, o ambas cosas. Se nos olvida que durante más de un lustro la película más taquillera en Estepaís fue Cristóbal Colón, de oficio descubridor, de Ozores y con Pajares; que antes de ella, lo fue No desearás al vecino del quinto, landista a más no poder. Y que sólo la superó Almodóvar en 1988 con *Mujeres al borde de un ataque de nervios, que, a su vez (si no me fallan los datos), permaneción ahí arriba hasta la dupla Torrente/Airbag. ¿Hace falta decir más?
Pues diremos más: se nos olvida también que durante la década de los ochenta pagamos entrada por ver horripilancias como Teen Wolf, de pelo en pecho (Rod Daniel, 1985), Admiradora Secreta (David Greenwalt, 1985), Porky’s (Bob Clark, 1981, con secuelas incluidas), Regreso a la Escuela (Alan Metter, 1986), El Pelotón Chiflado (Ivan Reitman, 1981) y muchas, muchas otras similares. Condición imprescindible era que salieran tetas en pantalla (nos la habían contado) o, al menos, la posibilidad fundada de que salieran (habíamos visto el trailer). ¿Quieren un dato más contundente? Una de las películas más aburridas de la historia del cine reventó taquillas en 1986, encumbró a su protagonista femenina durante una década y se convirtió en mítica, todo ello gracias a una única escena. La película, claro, es 9 Semanas y Media (Adrian Lyne, 1986). La escena… no hace falta que les diga cuál es, ¿verdad? Eso.
Puede aducirse en contra: Los setenta fueron los años del cambio. Los ochenta fueron los años de la movida. Vale, pero… ¿y los noventa, entonces? ¿Los de Clinton y Lewinsky? Que sí, que Instinto Básico (Paul Verhoeven, 1992) es un thriller magnífico, pero la gente iba al cine a lo que iba, no precisamente a ver el fofo culo de Michael Douglas, y a Sharon Stone no pararon de ofrecerle papeles de lo mismo durante años. Naturalmente, no siempre ha funcionado la cosa: el propio Verhoeven intentó repetir la jugada, esta vez más descaradamente, con Showgirls (1995), aprovechando la semi-popularidad entre los adolescentes de su protagonista tras haber participado en una sitcom de instituto. El golpetazo fue de órdago, como saben. Otros tuvieron más suerte y consiguieron la fama solamente con insinuaciones, eso sí, jugosísimas. Y si no, díganme por favor cuál es la escena que mejor recuerdan de Abierto Hasta el Amanecer (Robert Rodríguez, 1996) y quién la protagoniza. De España, por otra parte, ya hemos mencionado un par de ejemplos arriba, Torrente, el brazo tonto de la ley (Santiago Segura, 1998) y Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997), comedias disparatadas en las que la ración de carne está más que sobreentendida. De hecho, no hay director español que se precie que no incluya escenas bien repletitas, desde la explicitez marca de la casa firmada por Vicente Aranda hasta las pequeñas gamberradas de Fernando Colomo, barnizadas de cierta seriedad cuando el que rueda es Fernando Trueba o Emilio Martínez Lázaro. Sí, definitivamente los noventa no se quedan cortos… de hecho, el colofón en EEUU, aprobado por aclamación en nuestros lares, podría muy bien llamarse American Pie (Paul Weitz, 1999) que a más de uno le hizo gastar el “play/pause” del DVD cuando salía Shannon Elizabeth.
Y estamos ya, a lo tonto, terminando la primera década del siglo XXI, con la convicción de que nada cambia. Es lógico: las edades hormonales son las que son y el sexo en ese sector del púsblico está muy presente. Y, a pesar de que internet cobra un protagonismo indudable en que la generación “post-Naranjito” se alivie convenientemente sin tener que acudir a los cines, lo cierto es que los chavales van, si se les ofrece algo atractivo. Esto es así porque, a fin de cuentas, las fantasías eróticas siguen existiendo y los comedores de palomitas esperan con ansia (literalmente) ver a ese actor o esa actriz que les pone enseñar cuanto más mejor. Los creadores de Mentiras y Gordas lo han hecho, perdónenme la idiotez, “de cine”, escogiendo a las sensaciones erótico-televisivas del momento; un grupo de chicos y chicas que triunfan en series como El Internado (Antena3-Globomedia, 2007), que a usted y a mí posiblemente no les dicen ni fu ni fa, pero que a sus seguidores les despiertan algo más que el interés por las historias que cuentan. No hay más que googlear un poco y pasear por los foros que aparecen para darse cuenta de ello, y tampoco hace falta ser un lince para adivinarlo. Además, en España hay dos diferencias sustanciales con el cine para adolescentes que se hace en los Estados Unidos: la primera, que la calificación por edades es sólo orientativa, no prohibitiva, lo que amplía el número de potenciales espectadores. La segunda, que en España se pueden mostrar sin problemas (o casi) desnudos masculinos, incluso frontales, mientras que en EEUU se trata de algo casi tabú, incluso en películas para mayores, si no está debidamente justificado. De hecho, enseñar el culo en pantalla fue durante años casi un monopolio de Mel Gibson, antes de su etapa de catolicismo preconciliar. En España siempre ha sido más fácil: en los ochenta el culo del actor era lo replus; en los noventa, media polla. En el nuevo milenio ya la polla entera, si bien casi siempre de forma fugaz y nunca en primeros planos, pero que no se diga, eh. Y sin esos matojos deshilachaos que llevan mostrando los franceses desde los sesenta, aburridos ellos. ¡Dupliquemos la asistencia atrayendo a ambos sexos, naturalmente! Porque si la calidad interpretativa de un Eduardo Noriega, de un Jordi Mollà o de un Hugo Silva es perfectamente discutible, lo que no admite discusión es qué es lo que llevará a muchas féminas a comprar una entrada en el multisalas. Juego, set y partido.
Así, concluimos esta nada breve digresión con la idea de que la película de Albacete y Menkes, firmada por la nueva ministra, lo único que pretende es aprovechar el instinto más primario del ser humano (sobre todo del que empieza a criar acné) con el noble propósito de hacer caja. Y, a la vista de los resultados en las primeras semanas, con un rotundo éxito. Exactamente igual que pasó con producciones análogas (que no similares: hasta el instinto sexual tiene matices diferentes con cada generación) de los setenta, ochenta y noventa, que nos llevaron a muchos a pasar tardes gamberras con los colegas ante una pantalla de cine. A la Sinde se le pueden criticar muchas cosas, pero seguro que hay mil formas mejores y más argumentadas de ponerla a caldo que acusarla de haber escrito esta película, que ya le debe de estar reportando pingües beneficios. Piensen en las cosas que ustedes (o sus conocidos) iban a ver cuando eran jóvenes y se darán cuenta de que, en este caso concreto, la ministra apostó a ganador.
2009-04-17 11:36
Lo que hizo Sinde escribiendo ese guión es sacarse los cuartos para comer (y dudo mucho que sean, como tú dices, pingües los beneficios: escribir no da para tanto en España). Pero es que eso lo hacemos todos. Ya me gustaría a mí escribir sólo lo que yo quiero y vivir a cuerpo de rey a cuenta de ello, pero la vida es así de injusta y yo pongo los garbanzos encima de mi mesa (cuando los pongo, que esa es otra) escribiendo todo lo que me ofrecen. Todo significa todo. Incluso cosas literalmente vergonzantes. Pero es que hay que comer tres veces al día. Incluso dejándolo en dos, hay que comer.
Conozco gente que ha escrito relatos porno porque pagaban bien. ¿Querían escribirlos? No. ¿Habría que juzgarles por ello si fueran nombrados ministros? Tampoco.
Y que viva el cine S. Que a toda una generación nos educó sexualmente la mar de bien.
2009-04-19 15:20
Sin entrar a machacar con el acierto o no de la elección de la ministra quisiera añadir, como curiosidad, que el mayor producto audiovisual español que más ingresó el año pasado fue Pocoyó: http://blogs.cincodias.com/la-nueva-cultura/2009/04/pocoyó-sí-se-merece-una-cartera-ministerial.html.
La industria audiovisual tiene muchas ramas, algunas más jóvenes pero con mayor poder industrial que el cine. Pero esto es harina de otro costal.
Buen artículo, Manuel.
2009-04-19 21:28
Marina, y haciendo un producto de calidad excelente.
No tengo nada en contra de ese tipo de películas, pero si se consigue más o igual con más calidad, pues salimos ganando todos, no sólo los jóvenes con las hormonas revueltas. Y se puede hacer.
2009-04-20 18:43
Creo que el autor del artículo pasa superficialmente por las razones que llevan a muchos a criticar el nombramiento. Lo que se está criticando no es que alguien haga una película como esa (que quizás también sería criticable, pero vamos a dejar aparte esa cuestión para no entrar en temas de elitismos y que otros digan que “de todo ha de haber”, etc). La cuestión es que de todas las personas que hay en el país (pintores, escritores, músicos, actores, funcionarios, economistas…) se escoja a una persona del mundo del cine de cuyos éxitos en su profesión, el que más haya destacado últimamente haya sido colaborar en el guión de esa película. En un momento en que arrecian las críticas contra nuestro cine y sus muy discutidas subvenciones, en un momento en que los directores subvencionados se ceban contra quienes descargan sus películas de la red y éstos contraatacan echándoles en cara que viven del cuento y que sus películas no tienen la calidad suficiente para merecer ninguna subvención, este nombramiento no hace más que echar más leña al fuego.
Claro que el cine también es negocio, pero si vamos a eso, ¿por qué no nombramos a Santiago Segura ministro? No sería descabellado nombrar al autor del pérsonaje más rentable del cine español de los últimos años. Pues no; si algo así se hiciera, se criticaría, y yo creo que con razón. Pero no porque Segura (o cualquier otro) no esté en su derecho de crear un personaje como Torrente (que sin duda también debe tener su lugar y su momento), sino porque esa no es probablemente la dirección que deseamos para nuestro cine y nuestra cultura, en general; y porque en un momento en que arrecian las críticas sobre las subvenciones y sobre la falta de calidad de nuestro cine, sólo nos faltaba eso. Como si no hubiera más personas para colocar en el puesto.
2009-04-21 18:55
Manuel, permíteme que discrepe. ¿Estás diciendo que cualquiera, sea cual sea su pasado, puede ser ministro? ¿Que únicamente podemos valorar su acción posterior al nombramiento sin esperar nada de él (o ella) en el momento en el que se le nombra?
Si así fuera, ¿qué criterio deberíamos seguir en unas elecciones? ¿Por qué votar a Zapatero o a Rajoy (por ejemplo) si sólo debemos juzgarles por lo que hacen después de haber sido nombrados? Puestas así las cosas, yo también podría presentarme y la gente no podría decir nada hasta que yo llevase unas cuantas semanas en el cargo.
Pues no: El pasado cuenta y nos muestra de qué palo es cada astilla. O por lo menos lo intuímos. ¿Que podemos equivocarnos y que después sea una excelente ministra? Sí, por supuesto, pero de entrada sabemos qué podemos esperar y qué no.
Pero bueno, si el objetivo del artículo era hacer un repaso del cine ricamente hormonado, entonces ya está bien así.