Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
por Roger Colom
Soy uno de esos que cada vez que ve una reproducción de la famosa foto del Che, obra de Korda, sale corriendo en busca de terrenos menos míticos. También soy de esos que piensan que el mantenimiento, muchas veces oficial, de esos mitos sirve para hacer menos en el terreno de lo real. Mitos como el del Che o el de Evita, en la Argentina, sirven para mantener en pie una fe religiosa de corte católico, con todo lo que ello implica de postergación hacia un futuro paraíso de las recompensas, y por lo tanto trabajos, que deberían de llegar más en esta vida que en la otra.
Pero la otra noche, cuando llegamos a casa mi compañera y yo con medio kilo de helado del bueno y encendimos la tele, lo que echaban y nos quedamos viendo era “Los diarios de la motocicleta”, que cuenta el viaje que hizo Ernesto Guevara con su amigo Alberto Granado por Argentina, Chile, Perú y Colombia hasta Venezuela en 1952, viaje que se dice que estuvo en la raíz de la conciencia revolucionaria del Che. Hacia el final, cuando los dos amigos argentinos se despiden del personal médico del leprosario de San Pablo, Ernesto habla de las divisones fronterizas de los pueblos latinoamericanos, que él considera artificiales, fruto del colonialismo (tiene razón, aunque la cosa es más complicada, ya que las divisiones se hicieron durante el proceso de independencia, no siempre manteniendo las mismas que durante la colonia); bueno, al final el Che brinda por el Perú y por América unida. Y ahí no pude más que emocionarme: América unida, ¿cómo lograrlo?
¿Cómo lograrlo en vista de la enorme diversidad de intereses nacionales, regionales, locales y particulares? Parece una tarea imposible, y probablemente lo sea, excepto si se aborda por partes. Se ha hablado en los últimos tiempos de crear un banco sudamericano de desarrollo. No es mala idea poder decidir desde el terreno, en lugar de hacerlo desde Europa o el Norte, dónde y para qué se invierte. Ese banco sería una herramienta para la independencia y la unidad.
Pero se nos coloniza desde otros ámbitos menos visibles a primera vista que el financiero. El que me interesa comentar aquí es el farmacéutico. Las multinacionales farmacéuticas nos tienen literalmente agarrados de las gónadas con sus patentes y la carestía exhorbitante de sus productos. Esto provoca que muchos tratamientos no sean más que un sueño en las zonas más pobres de América. Aunque, claro, si uno pertenece a la clase media y vive en Buenos Aires, lo más probable es que tenga acceso, por un precio bastante módico, a médicos de primera y tratamientos de calibre óptimo. El problema es el resto de la población, en primer lugar, y en segundo, el chantaje de las multinacionales, que está elevando el precio de los tratamientos a niveles insostenibles, por exprimir al máximo sus derechos patentados. Entonces, ¿por qué no crear una especie de banco de investigación biomédica y biofarmacéutica para toda América Latina? Cerebros no nos faltan; lo que necesitamos es infraestructura y financiación.
En un artículo aparecido en el New York Times estos días, se comenta la compra de una multinacional farmacéutica, Wyeth, por otra, Pfizer. La razón principal por esta operación es que Wyeth lleva años trasladando buena parte de su producción, tanto industrial como investigación, hacia la biomedicina: de las drogas moleculares, químicas, que todos conocemos, a las drogas biológicas, como las vacunas y otros tratamientos. Pfizer se ha visto rezagada en este campo, gracias al típico conservadurismo de estas compañías, pero ha visto que el camino abierto por Wyeth conduce a mayores ganancias en el futuro, mientras que el camino tradicional tiene todas las de perder en cuanto expira la patente: es mucho más fácil reproducir una droga química que una biológica.
En otro momento interesante del artículo, uno de los expertos entrevistados indica que montar una planta de producción e investigación biológica cuesta unos mil millones de dólares y tarda unos cinco años. Parece mucho dinero y mucho tiempo pero en realidad no es tanto. ¿Qué pasaría si un consorcio compuesto por los gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil y Venezuela (¿y por qué no Cuba?) se lanzara a una aventura como esa? Montar una planta de producción e investigación biológica especializada en las enfermedades que más afectan a los latinoamericanos y en los tratamientos que pueden ayudar a todo el mundo teniendo en cuenta la enorme riqueza botánica y animal del continente: eso sería trabajar para la independencia.
El consorcio podría montar esa planta de producción e investigación en uno de los países (propongo Brasil) y laboratorios y centros de investigación en los demás países. Los países miembros del consorcio tendrían acceso gratuito a los fármacos producidos, mientras que el resto de los países latinoamericanos lo tendría a precio reducido y los del llamado Primer Mundo a precios de mercado.
Cada país aportaría sus universidades, sus investigadores, sus recursos naturales. Aunando esfuerzos se podría llegar a la capacidad de las multinacionales en poco tiempo.
Las investigaciones etnofarmacéuticas llevadas a cabo por universidades y empresas extranjeras quedarían suspendidas, claro, marcando abiertamente que nuestros recursos son precisamente eso, nuestros, y que seremos nosotros quienes los explotaremos. Así defenderíamos a nuestros países de un tipo de colonización encubierta que nos excluye de la toma de decisiones y nos roba los recursos, el mayor de todos, el conocimiento.
2009-01-30 18:41
Roger, eso se llama agarrar el 2009 como debe ser. Una iniciativa similar puede y debe provenir de quienes tienen ese inventario, porque milenariamente lo han conocido: Los Indigenas y esta idea tuya podría perfectamente ser el esquema para partir.
Felicitaciones.
2009-01-31 00:14
En efecto, Juan José. Me alegro de que lo hayas recalcado. La participación de todas las culturas latinoamericanas en un proyecto así debe ser el punto de partida. Las distintas comunidades deben entrar como socios, aportando su capital intelectual: conocimientos, tradiciones, etc. Y deben disfrutar de un porcentaje de las ganancias, claro. Faltaría más.
En América tenemos la posibilidad de aunar muchas clases de conocimiento. Y el mejor momento para empezar siempre es ya.
Saludos
2009-02-03 22:10
Me ha gustado mucho tu carta, Roger. Y comprendo que la escribieras tras ver Diarios de Motocicleta. Realmente, yendo incluso más allá, resulta repulsivo que los conocimientos científicos no sean libres, no beneficien a toda la humanidad y su difusión y aprovechamiento este regulada en función del beneficio de algunos.
2009-02-04 23:43
Gracias, Santiago. Se publicó aquí en LdN una nota recomendando un artículo que resulta ideal para abordar la cuestión del beneficio de algunos. Probablemente ya lo leíste, pero de todas maneras lo encontrarás con este enlace.
Saludos
rc
2009-05-17 10:38
Roger y amigos del pensamiento abierto. Estamos renovando un proyecto al integrar a él un Museo virtual en nuestra web y deseamos invitarlos a su apertura.