Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
Manuel Haj-Saleh
Editor de El cuaderno de Otis B. Driftwood
Escribo con la sensación de que el eclipse se ha retrasado un día para no perturbar la celebración de la unidad alemana (que muchos opinan que no hay nada que celebrar, pero eso sería tema de otro artículo). Ayer, día nublado y frío, los efectos del eclipse no se notaron en absoluto. Hoy, como en las películas, tengo la luz de mi cuarto encendida a las once de la mañana por la oscuridad que hay en la calle. Aquí no entra el otoño por las buenas: suele atacar con ariete, y eso que todavía no hemos llegado al cambio de horas.
Pero yo no quería hablar de esto, sino del tema que aparentemente tiene sobre ascuas a medio mundo excepto a los alemanes: quién será el próximo canciller federal. Tras la celebración de las elecciones en la comarca de Dresden, retrasadas por la muerte de uno de los candidatos, la CDU (Unión Demócrata Cristiana) se ha hecho con un escaño más, puramente simbólico puesto que sólo aumenta a cuatro la distancia con los socialdemócratas, pero que supone el punto de partida para la aceleración de las negociaciones sobre el futuro político inmediato del país. Ya están todas las cartas sobre la mesa y ahora hay que jugar.
Los resultados electorales del 18 de septiembre dieron lugar a dos conclusiones aparentemente claras: primera, que Schröder es un animal político muy convincente, dado que con la que está cayendo consiguió dar un salto de nada menos que diez puntos de las encuestas a las urnas, dejando la diferencia de votos con la coalición CDU/CSU (Unión Social Cristiana) en menos de un punto y, como decíamos, tan sólo cuatro escaños de diferencia. La segunda, que los alemanes desean un cambio pero a la mayoría no les hace ni pizca de gracia que sea Angela Merkel quien lo lleve a cabo. Las cifras cantan: antes de que el canciller convocase elecciones anticipadas, era prácticamente cantado que la coalición democristiana iba a rozar la mayoría absoluta en el Bundestag (Parlamento), lo que le daría un enorme poder, al tener ya esa mayoría en el Bundesrat (Senado) tras las sucesivas elecciones regionales del último año y medio. Tan clara estaba la cosa, que la propia Merkel no tenía reparos en “abrir su corazón político” en diferentes entrevistas y revelar, con pelos y señales, sus propuestas socioeconómicas al completo. Y quizás eso fue una de las razones de su derrota.
Y sí, se pueden extrañar de que hable de “derrota” tratándose de la candidata más votada, pero Merkel ha conseguido algo tan poco habitual como desplomarse casi diez puntos en las urnas y tirar por la borda en poco menos de tres semanas todo un caudal de capital político que le habría impulsado a ser la primera mujer canciller en la Historia de Alemania. Y todo por una serie de sucesivas torpezas que demuestran que no sólo las propuestas ni el programa valen para ganar las elecciones, ni siquiera en este país: además, hay que dar la cara y convencer. Y Merkel en ese sentido no ha hecho más que dar un tropezón detrás de otro.
Uno de sus primeros errores, del que no se habla demasiado, fue empeñarse en un único debate televisado (desde el SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) se habían propuesto de entrada tres y hasta cinco), en un país donde esos “duelos” (como les llaman en la publicidad) tienen muchísimo seguimiento y concienzudos análisis posteriores. Llegado el momento, la mayor experiencia y tablas de Schröder se impusieron y Merkel acabó, en opinión hasta de los diarios más conservadores, completamente KO ante la dialéctica del canciller. La falta de una “revancha” le impidió contraatacar, lo que posiblemente le habría venido muy bien; pero ya era demasiado tarde, la marca en las encuestas empezaba a decaer visiblemente.
El segundo error o, si prefieren llamarlo así, problema, es que Merkel no sólo luchaba contra su competidor, sino también contra su propio partido y, peor todavía, con sus socios de coalición, la CSU, formación circunscrita al populoso Estado de Baviera, donde es prácticamente hegemónica. La CSU, que sigue una política tan conservadora como la CDU pero que defiende un mayor gasto social (sin pasarse) sabe que su aportación en votos es irrenunciable si se quiere tener opción de gobernar el país, además de que son votos casi garantizados. Por eso, impone ministros, políticas y —en ocasiones, como 2002— el candidato a canciller, entonces Edmund Stoiber. Que Stoiber y Merkel no pueden casi ni verse es algo vox pópuli en este país, donde hemos presenciado cómo se le ha intentado hacer la cama a Merkel en diversas ocasiones, algo que ha podido influir también en el resultado de septiembre.
El tercero y más importante se ha dado a lo largo de la campaña electoral: la negativa inicial de Edmund Stoiber a abandonar Baviera en caso de victoria (o, más bien, una calculadísima indecisión de cara al público) ha colocado en primer plano de la campaña a otros posibles “ministrables” como Paul Kirchhof, en principio destinado a encargarse de las finanzas de la nación. Sin embargo, la brutalidad de sus propuestas económicas provocó que la propia Merkel tuviera que desentenderse públicamente de él, proyectando una sensación más que grave de desunión e incoherencia en el programa democristiano, criticada incluso desde sus socios bávaros, y esto a muy pocas fechas de las elecciones.
El cuarto no es un error, sino un hecho que nadie se atreve a admitir públicamente: aún en países tan avanzados socialmente como Alemania, existen todavía muchas reservas a que una mujer, que además proviene del Este, ocupe el máximo cargo político del país. Los posibles paralelismos con Margaret Thatcher tampoco han ayudado a la imagen de Frau Merkel, todo hay que decirlo.
Sea como fuere, lo cierto es que en estos momentos una situación de interinidad no resuelta en la República Federal, y que ahora se empiezan a mover las fichas de forma frenética: descartado cualquier pacto de izquierdas, sólo posible si entrara la formación “Die Linke”, los excomunistas agrupados con Oskar Lafontaine [1] (lo que es virtualmente imposible, dada la manifiesta enemistad entre éste y Gerhard Schröder), y una vez apartada la “Coalición Jamaica” (CDU/CSU, Verdes y FDP) o la del “Semáforo” (SPD, FDP y Verdes) como coloridas bromas, queda claro que ninguno de los dos grandes partidos puede formar mayoría en el Bundestag, y que incluso una coalición de izquierdas iba a ser sistemáticamente entorpecida por la mayoría democristiana en el Bundesrat.
Así pues, la “Grösse Koalition” aparece como la única opción posible para la estabilidad política del país, y todos, políticos y ciudadanos, asumen este hecho como algo perfectamente normal. Ahora sólo queda el pequeño detalle de ver cómo se organiza, empezando por quién será el canciller. Merkel quiere serlo a toda costa, y Schröder pretende continuar en el cargo, y en ningún caso formará parte de un Gobierno en el que él esté por debajo de la candidata conservadora, ni siquiera como vicecanciller. Su enroque inicial ha sido suavizado al insinuar una posible retirada de sus aspiraciones, así como de las tareas de gobierno, si bien el SPD insiste en que Schröder es su candidato y no hay más que hablar. Es lógico, nadie quiere tener el marrón de la cancillería en uno de los momentos más difíciles para el país en su reciente Historia, y la confianza ciudadana se deterioraría sensiblemente si, por ejemplo, Franz Müntefering (presidente del SPD) asumiera el gobierno o el vicegobierno. El Süddeutsche Zeitung fue claro a este respecto: “Müntefering es hombre para el partido y para el grupo parlamentario, pero en ningún caso para el Gobierno”. Es una sensación muy extendida.
No es la única opción que se baraja, en cualquier caso. Bajo cuerda se habla mucho de una gran coalición en la que ni Frau Merkel ni Herr Schröder estuvieran presentes. Se ha hablado, por ejemplo, de Christian Wurff (CDU), presidente del Estado de Baja Sajonia, como posible canciller, algo que los socialdemócratas estarían dispuestos a aceptar. Casi cualquiera menos Merkel (o, eventualmente, Stoiber), quizás en la creencia de que un canciller que no haya tenido tanta proyección pueda ser más abierto al diálogo. En la coalición de derechas existe gran impaciencia sobre el resultado de las conversaciones, pues consideran –y estoy de acuerdo – en que hay que moverse ya.
Todo este jaleo, que en España habría ya hecho arder las emisoras de radio y las redacciones de prensa como la yesca, se toma aquí con una sorprendente calma. Preguntando por ahí, lo que se nota es una cierta perplejidad entre la gente por lo que ha pasado hace quince días, pero al mismo tiempo un convencimiento de que se va a alcanzar una solución satisfactoria. Nadie o casi nadie se plantea otra cosa que la gran coalición, si bien por lo que he podido oír y leer, a muy pocos les atrae la idea de Merkel como canciller, y existe un cierto alivio con que el FDP no entre en el Gobierno, una vez dejan claro que su programa pretende desmantelar el estado social en la medida de lo posible. En cualquier caso, aquí no las tienen todas consigo sobre el futuro de la gran coalición, y la sensación que me queda es que todos asumen que no se agotará la legislatura y habrá elecciones anticipadas; eso sí, una vez aplicadas las reformas previstas para la reactivación de la economía. Noto también un cierto escepticismo sobre la actuación de una gran coalición, pero nadie encuentra una alternativa mejor, y lo que sí hay es incertidumbre por lo que pasará con el estado de bienestar, especialmente en lo que afecta a Sanidad y Educación.
En definitiva, nadie sabe qué va a pasar, pero nadie hace una tragedia de ello, no hay titulares apocalípticos en la prensa u otros medios, no se habla de desmoronamiento y todos coinciden en una cosa: hay que ir hacia adelante. Me sorprende la confianza que se tiene en que se va a encontrar una solución satisfactoria. Un conocido mío me dio la clave: “habrá un acuerdo porque tiene que haber un acuerdo”... lapidario, directo, alemán. Lo que venga después, la política que se aplique y sus consecuencias serán otro cantar, y ahí empezarán las críticas y las discusiones. El alemán suele confiar en sus políticos, pero jamás les da carta blanca.
Termino con dos ideas propias: primera, estas elecciones, apuesta o más bien desafío personal de Gerhard Schröder, servirán para que Alemania aprenda a construir política desde la necesidad de una estabilidad. Por el momento, el tira y afloja entre los dos grandes partidos, incluyendo la propuesta de retirada por parte de alguien como Schröder, conocido por su arrogancia (en palabras de alemanes), muestra que cuando se quiere dialogar se puede y que no es necesario escupirse a la cara en público para imponer la posición de cada uno. Vamos, que hay que convencer, además de vencer.
La segunda idea es que ahora se está demostrando la diferencia entre un país civilizado (políticamente hablando) y España. El mejor ejemplo: la noche electoral, tras conocerse los primeros resultados, los cuatro candidatos principales aparecieron juntos en un programa de televisión, frente a frente, para comentarlos ante sus electores. Yo no sé ustedes, pero a mí me da auténtica vergüenza reconocer que eso, en nuestro país, es no sólo imposible sino simplemente inimaginable.
Serán cuadriculados, serán demasiado serios, es posible que incluso sean fríos y poco amables. Pero en ciertas cosas nos queda muchísimo que aprender de ellos. Por ejemplo, a intentar resolver los problemas que realmente importan.
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[1] Oskar Lafontaine fue miembro histórico del SPD, presidente del estado del Sarre y parte de la oposición más dura durante la época de Helmut Kohl. Perdió el puesto de cabeza visible socialdemócrata ante Gerhard Schröder y fue durante algunos meses ministro de Hacienda cuando éste llegó al poder. Diferencias personales e irreconciliables con Schröder provocaron su dimisión como ministro y, en mayo de este año, su salida del SPD y la formación de un nuevo partido de izquierdas, que se coaligó con los ex-comunistas del PDS para formar “Die Linke” (la izquierda). Esta coalición obtuvo en las elecciones de 2005 un notable resultado, con el nueve por ciento de los votos.
[2] Partido Liberal de Alemania. Ha conseguido uno de los mejores resultados de su historia, con el 10 por ciento de los votos.
2005-10-05 17:11 ¿No se plantean como posibilidad volver a convocar elecciones? No me acaba de entrar en la cabeza como puede salir adelante una gran coalición entre dos partidos de signos opuestos… es como si no hicieran falta elecciones, gobernamos todos con todos… no sé, me suena rarísimo…
2005-10-05 17:45 Ah, Fanshawe, estás demasiado chapado a la española y, por supuesto, a la italiana. Que hervor nos hace falta a los dos.
A mí, todo esto que ha pasado me da una envidia enorme. No es que me ilusionara ver como mi partido tiene que repartir el poder con su máximo oponente, pero sí que me alegraría comprobar un buen día como los líderes de los dos bandos mayoritarios son capaces de sentarse a dialogar las veces que haga falta para gobernar el timón de forma adecuada.
Pero claro, yo soy español y aquello es Alemania. Yo vivo en un país que aún no ha cerrado las heridas de la más vergonzosa guerra fraticida (la guerra civil) mientras que ellos tienen muy clarito que la democracia bien aplicada es el mejor camino conocido.
Envidia, grandísima envidia me dan estos cabezacuadradas.
[...] la noche electoral, tras conocerse los primeros resultados, los cuatro candidatos principales aparecieron juntos en un programa de televisión, frente a frente, para comentarlos ante sus electores. Yo no sé ustedes, pero a mí me da auténtica vergüenza reconocer que eso, en nuestro país, es no sólo imposible sino simplemente inimaginable. [...]
Pues a mí no me da vergüenza, ¿qué quieres que te diga? Es que no se puede concebir. Aquí cada político va a lo suyo, fiel reflejo de esta sociedad española.
Winston Churchill decía que cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece.
2005-10-05 20:29 A ver, la posibilidad de elecciones anticipadas sólo se plantea como último y extremo recurso, por dos razones: primera, porque para convocar elecciones fuera de plazo hay que justificarlo muy bien (por eso hubo tanto jaleo con esta convocatoria, a la que el Presidente Federal, de la CDU, en principio se negaba). La segunda es que no les gusta perder el tiempo, de modo que intentan buscar antes una solución que evite que los alemanes tengan que tragarse una nueva campaña electoral y acudir de nuevo a las urnas pasado tan poco tiempo.
La coalición de los dos grandes partidos ya se dió hace décadas, con no demasiado buenos resultados. Creo que se conoce como “pacto a la griega”. En Austria es algo que se ha producido en varias ocasiones, por ejemplo. Tiene un riesgo, que es el hacerlo por sistema. Ello puede provocar el hastío del electorado y el surgimiento de partidos extremistas. Nuevamente, el ejemplo es Austria. El FPÖ de Haider experimentó un fuerte ascenso por esa razón, entre otras.
Saludos