Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.
Todos los aficionados al deporte —y muchos que no lo sean tanto— guardan la imagen en un rincón de su cerebro. Tommie Smith, atleta estadounidense de raza negra, en lo más alto del podio, descalzo, calcetines negros, cabeza gacha, el brazo derecho levantado al aire con el puño cerrado enguantado en negro. A su izquierda, en el tercer escalón del podio, su compañero John Carlos, también descalzo, la mirada fija en el suelo, el puño izquierdo enguantado en alto. Los dos atletas norteamericanos protestaban así, en la entrega de medallas de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México, contra el racismo y a favor de los derechos de los ciudadanos negros en su país.
La instantánea, una de las más célebres y representativas del siglo XX, se convirtió al instante en un símbolo del black power. Smith y Carlos pasaron a la historia —no ya a la historia del deporte, sino a la historia de la humanidad— por este reivindicativo gesto. Pero en esa imagen aparece, acompañando a ambos, en el segundo escalón del podio, un tercer atleta, de raza blanca, que, a primera vista, parece un simple convidado de piedra en el episodio. ¿Quién era este tercer hombre y qué papel jugó en toda esto? ¿Se limitó a aguantar estoicamente en el podio durante la escenificación de los estadounidenses o intervino de alguna manera? Hagamos un poco de historia.
Situémonos en octubre de 1968, fecha en que se celebran en Ciudad de México los Juegos de la XIX Olimpiada de la era moderna. En abril de ese mismo año había muerto Martin Luther King, asesinado a tiros. La tensión en Estados Unidos era cada vez mayor debido al creciente clamor a favor de los derechos civiles y la muerte de Luther King no había hecho más que avivar el fuego. El cambio que promulgaba en 1964 Sam Cooke en su canción A change is gonna came parecía cada vez más cercano, pero aún eran muchos los americanos que se resistían a otorgar a los negros los mismos derechos que tenían los blancos.
En esta situación llegan los Juegos de México y el equipo de atletismo de Estados Unidos está formado en su mayoría por atletas de raza negra. Hombres que no son ajenos a la situación social que se está viviendo en su país. Personas que son considerados ídolos cuando vuelan sobre la pista, pero se convierten en ciudadanos de segunda en cuanto abandonan el tartán. Gente que no se conforma con ganar medallas para un país que no los considera ciudadanos de pleno derecho. Era necesario gritar al mundo esta vergonzosa situación. Durante meses se especuló con la posibilidad de un boicot a los Juegos por parte de los atletas negros, pero esta opción terminó descartada por falta de consenso. En cualquier caso, estaba claro que algo había que hacer. Alguien tenía que hacerlo.
16 de octubre de 1968. Se disputa la final de los 200 metros. Los máximos favoritos son John Carlos y Tommie Smith, que habían ganado sus respectivas semifinales, sin excesivos problemas, pocas horas antes. La extraordinaria salida de Carlos en la calle 4 le sitúa en cabeza a los 50 metros, mientras a Smith le cuesta seguir su estela desde la calle 3. A la salida de la curva, Carlos se destaca en cabeza mientras Smith recupera distancia. En los últimos 50 metros, Smith alcanza a su compatriota y lo supera. Va lanzado a por el oro. Carlos se da cuenta y parece que se deja llevar un poco, resignado a colgarse del pecho la medalla de plata. Entonces irrumpe un atleta blanco, con la camiseta de Australia y, en un tremendo sprint final, adelanta a Carlos sobre la misma línea de meta. Tommie Smith se proclama campeón olímpico con un tiempo de 19.93 segundos, batiendo así el récord del mundo que él mismo poseía y siendo el primer hombre en bajar de los 20 segundos. Su compañero John Carlos se tiene que conformar con la medalla de bronce, mientras el australiano Peter Norman se sube al segundo cajón del podio con un tiempo de 20.06, batiendo el récord de su país.
Los dos velocistas norteamericanos habían decidido dejar patente su queja en la ceremonia de entrega de medallas. Se lo comentan a Peter Norman y éste, ante el asombro de los dos estadounidenses, les comenta que no sólo le parece bien el gesto, sino que tienen todo su apoyo. El velocista australiano entiende que no es un gesto local, sino universal, ya que en su propio país los aborígenes son excluidos sociales. Es el propio Norman quien les sugiere que, puesto que Carlos ha olvidado sus guantes en el hotel, utilicen un guante cada uno. Además, les pide a los norteamericanos una insignia del OPHR (Olympic Project for Human Rights) igual a la que ellos llevaban, para portarla en su pecho durante la entrega de medallas, uniéndose así formalmente a la protesta.
Es entonces cuando llega el momento para la eternidad, el gesto que todos tenemos en mente: la entrega de medallas, el himno, la mirada al suelo, los puños al aire y los abucheos del público.
El hecho de que un australiano de raza blanca se solidarizara con sus dos rivales encerraba una importancia simbólica crucial. Ya no se trababa sólo de una reivindicación interna del pueblo negro estadounidense, sino que incumbía a cualquier persona —fuese cual fuese su origen— que creyera en un mundo más justo y libre. Tommie Smith lo resumió en una frase: “aunque él no levantó el puño, nos echó una mano”.
Peter Norman había crecido en Coburg, un suburbio de Melbourne y fue educado bajo la rígida moral del Ejército de Salvación. Trabajó como aprendiz de carnicero y posteriormente se convirtió en profesor y compaginó el atletismo con la práctica del fútbol.El gesto tuvo consecuencias tristes para todos los participantes en aquella ceremonia. El presidente del C.O.I., el reaccionario Avery Brundage, consideró inaceptable la protesta, argumentando, hipócritamente, que la política no tenía lugar en los Juegos Olímpicos. En 1936, siendo miembro del C.O.I. y presidente del U.S.O.C. (Comité Olímpico Estadounidense) no había tenido problema con permitir los saludos nazis. Smith y Carlos fueron expulsados de la Villa Olímpica al día siguiente, mientras que Norman recibió una reprimenda pero pudo continuar en los Juegos.
La vuelta a casa de Smith y Carlos no fue dulce. Aunque fueron recibidos como héroes dentro de la comunidad negra, pronto comprobaron que su vida no iba a ser fácil después de lo ocurrido. Problemas para encontrar trabajo, amenazas de muerte, ruptura de sus familias… ambos pagaron caro su valiente acción. No volvieron a competir a alto nivel.
Norman, por su parte, también fue fuertemente criticado en su país. La opinión pública australiana conservadora no entendió por qué se sumó a una protesta que no le incumbía. No entendieron que él solamente defendió algo que le parecía justo. “Creo que todos los hombres nacen iguales y deben ser tratados como tales”, explicó el velocista australiano.
Norman fue marginado en Australia. Aunque su marca le permitía acudir a los Juegos de Munich en 1972, Norman no fue seleccionado, siendo poseedor entonces de la quinta mejor marca mundial. Australia no envió ningún velocista a aquellos Juegos. Se cree que la fama de problemático que arrastraba desde el suceso de México tuvo que ver con ello. Después de esto apenas volvió a competir. Su compromiso, finalmente, le había pasado factura. Se dedicó al fútbol, primero como jugador y más tarde como entrenador. En 1985, corriendo una prueba benéfica, sufrió una lesión muy grave en el tendón de Aquiles. Estuvo a punto de perder el pie y finalmente quedó en una silla de ruedas. A partir de entonces, la depresión y el alcoholismo hicieron mella en él.
Norman fue el gran olvidado en la los Juegos de Sidney. A pesar de celebrarse en su país, no fue invitado por las autoridades australianas. Sí acudió, sin embargo, homenajeado por la delegación de Estados Unidos.
Peter Norman murió de un ataque al corazón el 3 de octubre de 2003. Portando su féretro, mientras sonaban los acordes del tema central de Carros de Fuego, estuvieron Tommie Smith y John Carlos, sus dos rivales en la pista aquella tarde de septiembre en Ciudad de México, y amigos desde entonces.
Tuvieron que pasar 11 años para que alguien batiera la plusmarca de Smith. Fue el italiano Pietro Mennea, que detuvo el cronómetro en 19.72, también en la altitud de Ciudad de México, en 1979. El récord nacional que Norman batió permanece 33 años después. Algún día también caerá, pero lo que perdurará para siempre será el gesto de tres hombres —dos norteamericanos negros y un australiano blanco— que ayudó, sin duda, a alterar el estado de las cosas. Un gesto que probablemente sirviera para remover más conciencias que centenares de discursos. Un importante grano de arena en la inestimable e inacabada lucha por la libertad y la igualdad.
Más información:
¡Black Power! Tres hombres dignos
Peter Norman
The other man on the podium
Obituary: Peter Norman
Wikipedia: Peter Norman
1968: Olympics Black Power Salute
2011-08-15 22:40
Una preciosidad el artículo, ¡muy emocionante!
2013-08-18 03:25
Bonito y merecido homenaje.