Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.
En nombre de todos los competidores, yo prometo que tomaré parte en estos Juegos Olímpicos, respetando y cumpliendo con las reglas que los gobiernan, en verdadero espíritu de deportividad, para la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos.
Juramento Olímpico (Barón de Coubertain)
“Algo no va bien”, pensó el británico Jim Fox al comprobar que el punto subía al marcador pese a estaba seguro de que la espada de su contrincante, el soviético Boris Onischenko, no había llegado a alcanzar su cuerpo. Era extremadamente raro que el sensor dispuesto para contabilizar los tocados fallara, más si cabe en una competición del nivel de unos Juegos Olímpicos, pero el atleta británico no tenía duda de que algo anormal acababa de suceder.
No era la primera vez que Fox y Onischenko, practicantes ambos del pentatlón moderno, se veían las caras. Al contrario: ambos eran dos veteranos asiduos de las competiciones internacionales y se habían enfrentado en un gran número de ocasiones. Se puede decir que incluso el roce había despertado en ellos una relación, si no de amistad, sí al menos de cierto cariño, respeto y admiración mutua. En más de una ocasión habían incluso compartido algún trago y un rato de conversación durante las concentraciones de los campeonatos.
Boris Onischenko había nacido en 1937 en una pequeña localidad de la región ucraniana de Poltava (cabe recordar que entre 1922 y 1990 Ucrania formó parte la Unión Soviética). Siendo adolescente empezó a practicar diferentes deportes. Empezó con la natación, pero finalmente sus pasos se encaminaron hacia el pentatlón moderno, una disciplina olímpica que consta de cinco pruebas: tiro con pistola, esgrima, natación, salto ecuestre y carrera. Fue instaurada por el propio barón Pierre de Coubertain (creador de las Olimpiadas modernas) en los Juegos de Estocolmo en 1912, inpirándose en las cinco modalidades que un soldado debe dominar.
En 1968, Boris Onischenko disputó, con 31 años recién cumplidos, sus primeros Juegos Olímpicos. En México, en los Juegos que vieron a Bob Beamon volar hasta 8,90, Onischenko se colgó su primer metal olímpico, la medalla de plata en la prueba masculina por equipos del pentatlón moderno. Cuatro años más tarde, en Múnich, el equipo soviético, con Onischenko en sus filas, alcanzó la medalla de oro, pero en esta ocasión el atleta de Poltava hizo doblete, ganando el plata en la competición individual. Al volver de Múnich , Onischenko fue agasajado y galardonado con la Orden de la Bandera Roja del Trabajo.
En 1976 Onischenko se presentó en Montreal, con 38 años, con el objetivo de reeditar el éxito logrado en Múnich. Sus tres medallas olímpicas le convertían en uno de los atletas más respetados de la especialidad y uno de los grandes favoritos, tanto en la prueba por equipos como en la individual. Al terminar la primera jornada, dedicada al salto ecuestre, la Unión Soviética se encontraba en octavo lugar y Onischenko en un discreto vigésimo tercero. Nada excesivamente preocupante, si tenemos en cuenta que se trataba de la disciplina en la que peor se desenvolvían los soviéticos. En 1972, cuando Onischenko y la URSS habían ganado plata y oro, su clasificación en salto había sido aún peor: 42º y 13º, respectivamente. Quedaba por delante mucha competición y las pruebas favoritas del equipo soviético estaban por llegar.
El segundo día se disputaba la modalidad de esgrima, consistente en combates de tres minutos donde cada deportista pelea contra el resto de participantes, siendo adjudicado automaticamente el punto a aquel que logra tocar al adversario. Si al cabo de los tres minutos ninguno de los contendientes ha conseguido alcanzar al otro, no puntúa ninguno de ellos. Onischenko era el gran favorito con la espada, por lo que a nadie le extrañó que sus primeros cuatro combates se saldaran con victoria. También el quinto, contra Jim Fox.
Antes de enfrentarse a Fox, Onischenko había derrotado al también británico Adrian Parker y al equipo británico ya le había parecido que la espada de Boris no había llegado a rozar a Parker. Por esa razón, al confirmar Fox en carne propia la misma sensación, la delegación británica pidió que fuera revisara la espada, pensando que existía algún fallo técnico en la misma que provocaba tocados arbitrariamente. La realidad fue más sorprendente aún.
Los jueces requisaron el arma de Onischenko y al examinarla descubrieron un intrincado mecanismo electrónico consistente en un cable oculto y un botón que al ser accionado por el pentatleta soviético marcaba tocados a voluntad. En un principio, Onischenko negó que el arma utilizada fuera suya, pero el débil argumento no convenció a los jueces, que inmediatamente lo descalificaron a él y al equipo soviético. A sus dos compañeros, Pavel Lednyov y Boris Mosolov, sí se les permitió continuar en la prueba individual, donde Lednyov terminó colgándose la medalla de plata. El oro por equipos acabaría en manos británicas.
Esa misma noche, Onischenko abandonó la Villa Olímpica en dirección al aeropuerto y al día siguiente la Federación Soviética de Pentatlón Moderno publicó una nota condenando su acción y expulsándolo del equipo. Jamás sabremos qué es lo que empujó a un campeón olímpico, a una leyenda del deporte que a sus 38 años participaba en sus últimos Juegos, a recurrir a la trampa, cuando su demostrado talento le hubiera valido seguramente para luchar por los puestos de honor. Rivales, compañeros y analistas coincidían en que era el mejor con la espada. Tampoco conoceremos si diseñó él solo el ardid, sin conocimiento de ningún otro miembro del equipo soviético. De Onischenko poco más se supo después. Al volver a la URSS fue desposeído de todos sus honores deportivos y expulsado del ejército. Según algunas informaciones, acabó trabajando de taxista en Kiev. Otra leyenda, de veracidad más que dudosa, apuntaba que había sido enviado a purgar su pecado trabajando en unas minas de sal en Siberia.
Un día después de que el Olimpismo viviera uno de sus días de mayor gloria, con la rumana Nadia Comaneci logrando el primer 10 en la historia de la gimnasia olímpica, tenía lugar uno de los momentos más aciagos de la historia de los Juegos. La grandeza y la miseria del deporte se daban cita en unas pocas horas. Lo sublime y lo mezquino.
Más información:
50 stunning Olympic moments No18: Boris Onischenko cheats, GB win gold
Great British Olympians: Jim Fox
SR – Olympic Sports: Boris Onischenko
Pentatlón Moderno