Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.
“Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una final europea”. Esa fue la fatal sentencia pronunciada por Bela Guttman justo después de abandonar el puesto de entrenador del Benfica por desavenencias con la directiva. Evidentemente, la frase de Guttman no fue tomada en serio por nadie. ¿Cómo iba a serlo si el club lisboeta acababa de ganar su segunda Copa de Europa consecutiva y contaba con un plantel extraordinario, con Eusebio, la inolvidable Pantera Negra, como líder con tan sólo 20 años? Hace ya medio siglo de aquello.
Un trotamundos
Guttman, nacido en Hungría cuando el siglo XIX agonizaba, formó a principios de los años 20 en las filas del MTK Budapest de su ciudad natal, con el que logró dos ligas en 1920 y 1921 jugando de centrocampista. Dado su origen judío en 1922 decidió trasladarse a Viena, huyendo del creciente antisemitismo del régimen del almirante Miklos Horthy, para enrolarse en el Hakoah Viena, un club fundado en 1909 y formado exclusivamente por futbolistas judíos con el fin de difundir el sionismo.
En aquellos tiempos, el Hakoah realizaba giras enfrentándose en cada lugar a equipos autóctonos y suscitando gran interés en las colonias judías locales. En uno de esos viajes, Guttman y sus compañeros jugaron contra el West Ham, endosándoles en Londres un humillante 0-5, en la que se dice fue la primera derrota de un equipo inglés en su país. En abril de 1926, el equipo de Guttman cruzó el charco para jugar una serie de diez partidos en Estados Unidos. Terminada la gira, el futbolista austrohúngaro, junto a algunos de sus compañeros, decidió quedarse en Estados Unidos. Allí jugó con los Brooklyn Wanderers, los New York Giants y los New York Hakoah, un equipo formado por antiguos jugadores del Hakoah Viena. En 1932 colgó las botas y regresó a Europa para emprender su carrera como entrenador.
Si como jugador Guttman había ejercido de trotamundos, su carrera como entrenador resultó aún más movida. Sus primeros pasos en el banquillo los dio en el Hakoah vienés, donde había pateado balones una década antes, para viajar después a Holanda a dirigir al Sportsclub Enschede (germen del actual Twente tras fusionarse con el Enschedese Boys). Volvió a su Budapest natal para, al mando del Ujpest, vivir sus primeros éxitos al ganar en 1939 la Liga y la Mitropa Cup (competición donde participaban equipos de Europa central y precursora en cierto modo de la Copa de Europa). En ese momento estalló la II Guerra Mundial y la carrera de Guttman, como casi todo en el Viejo Continente, se vio paralizada. Se dice que Guttman escapó a Suiza, pero no está claro su paradero durante los años que duró la contienda.
Terminada la guerra, entrenó al Vasas húngaro, al Dinamo de Bucarest rumano y de nuevo al Ujpest, para terminar fichando por el Honved, club en el que jugaba Ferenc Puskas y que estaba dirigido por el padre de éste. Tras un roce en un partido con Puskas hijo (se dice que Ferenc se opuso a un cambio ordenado por Guttman y éste no realizó la sustitución pero se pasó el resto del partido fumando y leyendo tranquilamente una revista), el entrenador abandonó el club húngaro y recaló en Italia. Allí entrenó al Padova y a la Triestina antes de tomar en 1953 las riendas del gran Milan de Schiaffino, Liedholm y Nordahl. El técnico húngaro fue cesado en su segunda temporada siendo el equipo líder de la Serie A, dando lugar a otra de sus famosas y polémicas frases: “He sido cesado a pesar de no ser un criminal ni un homosexual. Adiós”.
Tras un efímero regreso al Honved y un breve paso por Brasil, donde entrenó al Sao Paulo, Guttman aterrizó en 1958 en Portugal para hacerse cargo del Oporto, equipo al que condujo a la victoria del campeonato de Liga 1958/59. Para entonces el entrenador de Budapest ya era reconocido por haber instaurado el 4-2-4, una revolucionaria táctica que sería llevada a la perfección por el arrollador Brasil del 58. El buen trabajo de Guttman en el banquillo portuense no pasó inadvertido para los directivos de su máximo rival, el Benfica, que lo ficharon con el objetivo de recuperar el título de Liga, algo que conseguiría en su primer año.
La edad dorada del Benfica
La Liga obtenida daba derecho al club lisboeta a competir en la Copa de Europa en la siguiente temporada, la 1960/61. Creada en 1955, la máxima competición continental no había conocido otro vencedor que el Real Madrid en las cinco ediciones celebradas. Era la segunda ocasión en que el Benfica iba a disputarla, tras la derrota en primera ronda frente al Sevilla en la campaña 1957/58.
El equipo portugués se coló en la final de la competición despues de deshacerse con facilidad del Hearts escocés, del Ujpest, club viejo conocido de Guttman, del Aarhus noruego y del Rapid de Viena. En la final, a disputar en Berna, se enfrentarían al poderoso F.C. Barcelona, que había derrotado al pentacampeón Real Madrid en un intenso y polémico duelo en octavos de final. El cuadro catalán contaba con una temible tripleta húngara formada por Kubala, Kocsic y Czibor, amén del brasileño Evaristo y el gallego Luis Suárez, que acababa de ser galardonado con el Balón de Oro y estaba a punto de emigrar a Italia para vestir la camiseta nerazurri del Inter.
Fruto del mayor dominio azulgrana durante el inicio del encuentro llegó en el minuto 20 el tanto de Kocsis, neutralizado pronto con dos goles consecutivos de Aguas (minuto 30), aprovechando una defectuosa salida del meta Ramallets, y Gensana en propia puerta (minuto 31), tras un desdichado cabezazo que cogió desprevenido al portero blaugrana. En el minuto 9 de la reanudación, un zapatazo raso de Coluna desde fuera del área puso el 3-1 en el marcador y obligó a los blaugranas a un ataque continuo aunque infructuoso. El gol de Czibor en el 75 no fue suficiente y el 3-2 definitivo envió la Copa camino a Lisboa.
La segunda temporada de Guttman en el Benfica había resultado extraordinaria, sumando a la Copa de Europa ganada en Berna el título de Liga, logrado con cuatro puntos de ventaja sobre el Sporting de Lisboa. El reto para el año siguiente era aún mayor y para ello el Benfica se reforzó con un entonces desconocido futbolista africano que habría de marcar una época en el fútbol portugués y europeo. José Bauer, que había jugado bajo las órdenes de Guttman en el Sao Paolo, había quedado impresionado de un joven futbolista mozambiqueño al que había conocido en una gira por el país africano entrenando al Ferroviária de Araraquara. Bauer recomendó al Sao Paolo el fichaje, pero el club brasileño lo desestimó. La leyenda habla de un encuentro casual en una barbería de Lisboa entre Guttman y Bauer, donde éste le hablaría a aquél de su prodigioso descubrimiento. Sea o no verdadera la anécdota de la barbería, lo que sí parece cierto es que Bauer compartió su hallazgo con Guttman, que no tardó en ordenar localizar a aquel jugador. Así fue como el mozambiqueño de 19 años Eusebio da Silva Ferreira se trasladó a Portugal y fichó por el Benfica.
La incorporación del jugador africano potenciaba a un equipo que ya contaba con jugadores extraordinarios como José Augusto, el angoleño José Aguas y los mozambiqueños Mario Coluna y Costa Pereira . Aunque la temporada 1961/62 no fue tan brillante para el Benfica en el campeonato doméstico, finalizando en tercer lugar tras Sporting y Oporto, en la Copa de Europa se volvieron a plantar en la final, donde esperaba un Real Madrid que volvía a su hábitat natural tras el traspié del año anterior. En el conjunto blanco aún jugaban algunos de los héroes que habían participado en la victoria de las cinco Copas consecutivas (Di Stefano, Puskas, Gento, Santamaría), reforzados con la sangre fresca de Vicente Miera y Luis Del Sol. En el Estadio Olímpico de Amsterdam se iban a enfrentar los dos únicos campeones de Europa hasta el momento: el pentacampeón contra el vigente poseedor del título. La expectación era máxima.
El partido no pudo empezar mejor para el Madrid, pues a los 23 minutos ya había perforado la meta lusa en dos ocasiones, ambas por mediación de Puskas. No se hizo esperar la reacción del Benfica, que recortó distancias en el minuto 25 con un gol de Aguas e igualó la contienda nueve minutos después por mediación de Cavem. La primera parte se extinguía y las cosas estaban como al principio.
De nuevo fue Puskas quien, al filo del descanso desniveló el marcador, colocando el 2-3. El Benfica salió en el segundo tiempo convencido de la remontada y pasado el cuarto de hora un disparo seco y potente de Coluna desde fuera del área volvía a igualar el partido. Poco después, un penalti señalado por el árbitro holandés Horn era transformado por Eusebio, adelantando por primera vez a los portugueses. Para entonces el Real Madrid ya jugaba mermado por una inoportuna lesión del defensa Casado, que aguantó en el campo visiblemente cojo, reubicado por Miguel Muñoz en la posición de extremo derecho (en aquellos tiempos aún no se contemplaban los cambios). El Benfica estaba lanzado y a 12 minutos del final una falta desde el exterior del área era sacada en corto por Coluna y pateada por Eusebio al fondo de la red. El definitivo 5-3 enriquecía las vitrinas del club lisboeta con una segunda Copa de Europa.
La maldición
Fue entonces, con el Benfica en el paraíso del fútbol europeo, cuando sucedió lo impensable. Las negociaciones de Bela Guttman con el Benfica para prolongar su contrato no llegaron a buen puerto y el técnico decidió marcharse. Parece ser que el club no accedió a las peticiones económicas del entrenador y el diálogo se rompió, propiciando que éste pronunciara su famosa frase, la boutade que entonces nadie tomó en serio.
Marchó Guttman a Uruguay a entrenar al Peñarol y el Benfica entregó la dirección al chileno Fernando Riera, con el que volvió a jugar la final de la Copa de Europa al año siguiente, esta vez ante el Milan del gran Gianni Rivera. A pesar de que Eusebio adelantó con un tiro cruzado a su equipo cuando apenas se habían disputado 18 minutos, el Milan remontó con dos goles de su delantero Altafini, rompiendo así el duopolio Madrid-Benfica.
En la temporada 1963/64 el equipo portugués cayó con estrepito en los octavos de final de la Copa de Europa contra el Borussia de Dortmund, tras encajar un 5-0 en tierras germanas. Un año después, en cambio, volvió a clasificarse para la final, en esta ocasión ante el otro equipo de la ciudad de Milan, el Inter de Suárez, Mazzola, Peiró y Facchetti, con Helenio Herrera en el banquillo. El resultado fue una nueva derrota de los portugueses por un escueto 1-0 en un campo anegado por la lluvia. La mala suerte se cebó con el cuadro portugués, que tuvo que jugar casi toda la segunda parte con 10 jugadores por la lesión del meta Costa Pereira, ocupando el defensa Germano su lugar bajo los palos. No fueron mejor las cosas tres años después, en la final de la campaña 1967/68, esta vez ante el Manchester United de Bobby Charlton y George Best. El empate a uno al término de los 90 minutos fue roto por el equipo inglés en la prórroga. El resultado final, 4-1 y un nuevo fracaso del Benfica.
El equipo lisboeta, con Eusebio como gran estrella, estaba viviendo una etapa dulce en la década de los 60, ganando prácticamente año tras año la Liga portuguesa y alcanzando cinco finales de Copa de Europa en sólo ocho años, pero el resultado en las tres últimas de esas finales había sido adverso. Justo tras la salida de Guttman, justo desde que éste emitiera su sentencia. Había quien empezaba a tomarse el asunto en serio.
Tardó 15 años el Benfica en volver a disputar una final europea, en este caso la Copa de la UEFA. Fue en 1983 contra los belgas del Anderlecht en una final disputada a doble vuelta. El 1-0 en el partido de ida en Heysel no pudo ser contrarrestado en la vuelta en Lisboa, donde un empate a uno volvió a dejar al Benfica, entrenado entonces por Sven-Göran Eriksson, con la miel en los labios.
Dos finales de Copa de Europa más disputaría el Benfica en los siguientes años. La primera, jugada en 1988 contra un PSV que venía de eliminar el Madrid de la Quinta del Buitre en semifinales, terminó sin goles tras los 120 minutos de partido. El sueño de alcanzar la tercera Copa de Europa se esfumó tras el fallo de Antonio Veloso en la tanda de penaltis. Dos años después, fue el potente Milan de Sacchi el que dinamitó las ilusiones lusas, merced a un tanto de Rijkaard. En la previa de la final, aprovechando que ésta se disputaba en Viena, ciudad donde se encontraba enterrado Bela Guttman, fallecido en 1981, una delegación del club comandada por Eusebio llevó flores a su tumba, en un desesperado e inútil intento de conjurar la maldición.
Aquel partido contra el Milan era la sexta final europea (última disputada hasta hoy) perdida por el equipo lisboeta desde la victoria en Amsterdam contra el Madrid en 1962. La sexta final que se esfumaba desde que Guttman abandonara el club y enunciara la frase que resuena desde entonces en la cabeza de todos los aficionados del Benfica: “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una final europea”.
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