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El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

Arvydas Sabonis

Los más jóvenes lo recordarán con la camiseta de los Portland Trail Blazers, moviéndose con dificultad sobre la cancha, soportando el peso de su maltratadas articulaciones, supliendo con suma inteligencia allá donde el físico ya no alcanzaba. Los que tengan más años guardarán en su memoria la imagen de un gigante esbelto, de bigote rubio y agilidad inusitada, con la camiseta verde del Zalgiris de Kaunas o la roja de la extinta Unión Soviética, maltratando a los pívots españoles, más bajos, más lentos, invariablemente más torpes. Seguramente alguno se acuerde de aquella vez que, jugando con su selección el Torneo de Navidad del Real Madrid, destrozó el tablero al colgarse del aro, ante la inútil y pueril resistencia de Alfonso Del Corral. Otros recordarán su cuerpo, ya castigado por las lesiones, enfundado en la purpúrea camiseta del Fórum Valladolid, recibiendo asistencias de Corbalán y doblando el balón para el tiro exterior de Homicius o Tikhonenko. Y muchos, seguro, se acordarán de la temible pareja interior que formó con Joe Arlauckas en el último Real Madrid campeón de Europa, justo antes de iniciar su tardía aventura americana. A buen seguro que todos lo recordarán como uno de los mejores jugadores que hayan visto jugando al baloncesto, un prodigio de potencia, elegancia, técnica e inteligencia.

El baloncesto mundial conoció a Arvydas Sabonis en el Mundial de Cali, donde la Unión Soviética ganó la medalla de oro. Entonces Sabonis era un enorme y espigado chaval de 17 años y poco más de 2,10 de estatura (aún estaba creciendo hasta los 2,20 que llegaría a alcanzar) que empezaba a despuntar en las filas del Zalgiris. Su aportación en Cali no fue excesiva, relegado al final de la rotación de pívots de Aleksander Gomelski tras Tkachenko, Mishkin, Tarakanov y Belostenny. Jugó minutos residuales en algunos partidos y ni siquiera saltó a la cancha en otros. Sólo frente a Colombia, la selección anfitriona, Gomelski concedió tiempo a Sabonis y en 23 minutos consiguió 28 puntos, 13 rebotes y 5 asistencias. El joven lituano no estaba en Cali para ser protagonista —aún no— sino para crecer y aprender, pero ya dejó la carta de presentación de su inmenso talento.

arvydas

Poco después del Mundial disputado en Colombia, la selección soviética participó en una gira de 12 partidos por Estados Unidos, jugando contra diferentes equipos universitarios. En esos encuentros, ante la ausencia de Mishkin y Tkachenko, Sabonis formó pareja titular con Belosteny. Obtuvo una media de 18 puntos y 9 rebotes en toda la gira y se enfrentó a Ralph Sampsom, el pívot de la Universidad de Virginia que un año después sería elegido por Houston Rockets como número 1 del draft. El norteamericano se quedó en 13 puntos mientras Sabonis se iba hasta los 21. Los periodistas americanos que lo vieron quedaron asombrados. Empezaba a fraguarse la leyenda.

Ha nacido una estrella

En 1983 Sabonis hizo doblete con su selección. Por un lado, participó en el Mundial junior disputado en Palma de Mallorca. A pesar de sus 31 puntos y 8 rebotes en la final, no pudo evitar la derrota contra Estados Unidos y la URSS se tuvo que conformar con la plata. Por otra parte, formó parte del equipo senior que participó en el Eurobasket de Nantes. Allí Sabonis se hizo con un puesto en el quinteto titular y comenzó a convertirse en el eje de los esquemas de Gomelski. Su participación no era ya testimonial, como un año antes en Cali, sino que comenzaba a resultar decisiva, siendo el máximo anotador del equipo y uno de los más destacados del campeonato. Aunque Sabonis consigue 26 puntos y 13 rebotes en la semifinal ante España, la Unión Soviética cae derrotada (95-94) en un partido memorable de los Corbalán, Epi, Sibilio, Martín y compañía.

El boicot soviético a los Juegos de Los Ángeles nos privó de comprobar si una selección con Valters, Sabonis, Iovaisha, Homicius y Tkachenko hubiera podido hacer frente a los Jordan, Perkins, Ewing y Tislade. Cualquier aficionado lamenta el hecho de no haber podido contemplar el probable duelo entre un Sabonis de sólo 19 años, pero convertido ya en jugador determinante, y un Patrick Ewing que, con 22 años, estaba a un paso de convertirse en estrella de la NBA. La formidable actuación del equipo de la Unión Soviética en el Preolímpico, donde sí participa y arrasa a todos sus rivales, animan a pensar que el duelo entre norteamericanos y soviéticos hubiera resultado apasionante.

A pesar de su juventud, Sabonis se iba afianzando en su club y en el equipo nacional y convirtiéndose en uno de los jugadores dominantes del baloncesto europeo. En el campeonato soviético el Zalgiris había formado en los últimos años un equipo poderoso, con Vladimir Garastas en el banquillo y Kurtinaitis, Iovaisha, Homicius y el propio Sabonis en la cancha. En aquellos años, mediados de los 80, el Zalgiris vivió una época dorada, con victorias en la liga soviética en 1985,1986 y 1987. Fueron épicos los duelos con el CSKA de Moscú, el equipo del ejército soviético y tradicional dominador del baloncesto doméstico, entrenado por Aleksander Gomelski, responsable también de la selección. En aquellos partidos destacaba la lucha debajo de los tableros entre Sabonis y Tkachenko, los dos techos del basket europeo de la época. A pesar de no ser un prodigio de velocidad y agilidad, Tachenko se había convertido, gracias a su altura (2,23 según la wikipedia) y a su tremenda envergadura, en el gran dominador bajo el aro del baloncesto soviético y europeo. Su sola presencia hacía temblar a sus rivales, convertidos en endebles pigmeos a su lado. Hasta que llegó Sabonis. Arvydas era un poco más bajo y menos corpulento, pero le ganaba en agilidad, técnica, coordinación, rapidez de movimientos y visión de juego.

Tachenko

La feroz pugna entre Sabonis y Tkachenko —amigos, por otra parte, fuera de la pista— se transformaba cada verano en una sociedad invencible. En su selección ambos formaron durante algún tiempo una pareja interior imponente e irrepetible.

Esplendor en el parquet

En el Europeo de 1985, disputado en Stuttgart, Sabonis es ya la indiscutible referencia de su selección. La Unión Soviética realiza un campeonato impecable, perdiendo solamente el partido contra España en la primera fase. En la final pasan por encima de Checoslovaquia (120-89), que había derrotado contra pronóstico a Yugoslavia en cuartos de final y a España en la semifinal. La colosal actuación de Arvydas Sabonis a lo largo del torneo le sirve para ser nombrado mejor jugador del Eurobasket.

El fantástico campeonato del pívot del Zalgiris enciende las alarmas de los ojeadores de la NBA que ya llevaban tiempo siguiendo sus pasos. Hablamos de una época en que las franquicias de la liga norteamericana empezaban a abrir los ojos y mirar hacia el baloncesto FIBA en busca de perlas. No es raro pues que fueran varios los equipos que se fijaran en un jugador tan apetecible. Porque Sabonis no sólo era un pívot dominante debajo de la canasta, sino que también era capaz de asistir o tirar desde lejos. Desde su posición en el poste bajo dominaba los partidos a su antojo, como si de un base se tratara. Hoy estamos acostumbrados a pívots altos y ágiles pero, a mediados de los 80, un gigante de 2,20 que corriera el contraataque, botara el balón con destreza y se aventurara a lanzar desde la línea de 6,25 era una hermosa y estimulante anomalía.

En el draft de 1985, el mismo en el que Phoenix Suns eligen al bulgaro Georgi Glouchkov (a la postre el primer europeo en aterrizar en la NBA sin pasar por la universidad) y Cleveland Cavaliers al gigante alemán Gunther Benkhe, Arvydas Sabonis es seleccionado por Atlanta Hawks en cuarta ronda, aunque la NBA anularía la elección a posteriori por no tener cumplidos los 21 años. Al año siguiente, ya con la edad necesaria, es escogido por Portland Trail Blazers, pero la política obliga a retrasar su marcha a la NBA. La Unión Soviética, en las postrimerías de la Guerra Fría, se resiste a dejar marchar a sus deportistas.

A la espera de poder obtener el permiso para jugar en la mejor liga del mundo, Sabonis participa en el Mundobasket disputado en España en 1986, un hito más en su ascendente trayectoria. Su selección pierde con Estados Unidos (87-85) en una vibrante y apretada final disputada en Madrid, pero Sabonis vuelve a dar lecciones de baloncesto en cada partido.

Sabonis tenía 22 años y se encontraba en la cúspide de su carrera. Era la estrella de la selección más potente de Europa y la gran figura del baloncesto continental junto a Drazen Petrovic. La NBA suspiraba por incorporarlo a sus filas. Su evolución parecía no tener techo. Fue entonces cuando vino a visitarlo el infortunio en forma de rotura del tendón de Aquiles. Es posible que tantos años al alto nivel, jugando en invierno con el Zalgiris y en verano con la selección, 40 minutos por partido, sin apenas descanso, pasaran factura demasiado pronto. Lo cierto es que tuvo que pasar por el quirófano y estuvo muchos meses retirado de las canchas. “Sabonis ahora está al 10% de su antigua capacidad física, pero no va a mejorar”, fue el negro presagio del médico que lo operó. Parecía una quimera que volviera a jugar al más alto nivel. La opción NBA ya ni se contemplaba.

Volver a empezar

Sabas volvió, aunque ya no era el mismo. Mermado físicamente, hubo de aprender a potenciar sus virtudes. Casi se podría decir que tuvo que aprender a jugar de nuevo. Tras un año y medio inactivo, participa en los Juegos de Seúl y, a pesar de sus evidentes limitaciones físicas, su aportación en la victoria de la URSS resulta inestimable. Los soviéticos eliminan en semifinales los Estados Unidos de David Robinson, Danny Manning, Hersey Hawkings, Dan Majerle y Mitch Richmond, lo cual significó que los estadounidenses empezaran a plantearse seriamente la opción de enviar jugadores NBA a las competiciones internacionales. En la final, la poderosa Yugoslavia de Petrovic, Kukoc, Divac y Radja sucumbe ante Sabonis (20 puntos) y compañía, que vencen por 63-76. La Unión Soviética conseguía su segundo título olímpico, tras la polémica victoria de 1972.

En 1989, los vientos de cambio más allá del telón de acero permiten a Sabonis abandonar la Unión Soviética. Mientras la primera camada de jugadores europeos (Marchulenis, Volkov, Divac, Petrovic y Paspalj) aterriza en la NBA, Sabonis hace lo propio en España. El Fórum Valladolid, que intentaba formar entonces una escuadra que compitiera con los grandes del baloncesto español, hace una oferta al lituano y éste acepta, buscando en tierras castellanas superar el calvario de las lesiones y reencontrar el placer por el juego. Junto a Sabonis llegan a Valladolid su compatriota Valdemaras Homicius (sustituido un año después por Tikhonenko) y Juan Antonio Corbalán, retirado dos años antes y rescatado para el proyecto vallisoletano.

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En sus tres años con la camiseta del Fórum Valladolid, Sabonis consigue liderar al equipo hasta los playoffs. El club pasa de pelear en la parte baja de la clasificación a luchar en los puestos de cabeza. En Valladolid, Sabonis va restañando heridas y recuperando sensaciones, dosificando sus minutos en la cancha. Ya no posee la velocidad y explosividad de antaño, pero suple sus carencias físicas con una inteligencia superlativa y un conocimiento del juego cada vez más profundo.

En 1992, después de conseguir la medalla de bronce en los Juegos de Barcelona con la recién constituida selección lituana, Sabonis fichó por el Real Madrid. El club blanco, sumido en una etapa depresiva desde la marcha de Petrovic a la NBA y el fallecimiento de Fernando Martín, buscaba recuperar la hegemonía perdida en España y Europa.

Formando pareja interior con Ricky Brown primero y con Joe Arlauckas después, la contribución del pívot lituano fue fundamental para que el club blanco volviera a ingresar en la aristrocracia baloncestística continental. En su primera temporada de blanco (1992/93) el Madrid gana la Liga ACB, después de siete años, y la Copa del Rey. La siguiente temporada los blancos repiten título de Liga y en 1995, con Obradovic en el banquillo, vencen en la Final Four, consiguiendo la Copa de Europa quince años después.

En su periplo español, Sabonis había conseguido volver a la élite del baloncesto europeo. Había vuelto a resultar decisivo, a sentirse importante y a ser feliz jugando. Entonces tomó una decisión controvertida y arriesgada: marchar a la NBA.

Todo por un sueño

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Con 30 años, una década después de su primera elección en el draft, Sabonis por fin se iba a codear con los mejores jugadores del mundo. La mayoría, para qué engañarnos, pensamos entonces que era demasiado tarde, pensamos que imposible que triunfara, que su maltratado cuerpo no resistiría el ritmo de competición de la NBA. Pensamos que Sabas no pasaría, en el mejor de los casos, de ser un accesorio actor de reparto durante un par de años, antes de volver a Europa con el rabo entre las piernas. Cuánto nos equivocábamos.

Durante su primera temporada en Portland Trail Blazers, Sabonis jugó 73 partidos y promedió 14,5 puntos y 8,1 rebotes en 23,8 minutos por partido, siendo elegido en el quinteto de mejores rookies del año. Un debut sobresaliente. Ese verano participó en sus terceros Juegos Olímpicos. En Atlanta ganó un nuevo bronce con el combinado lituano.

Hasta 2003 militó Sabonis en las filas del equipo de Oregón (con un breve paréntesis en la campaña 2001/02, en la que se tomó una especie de año sabático, retirado en Torremolinos), enfrentándose de tú a tú con los mejores pívots de la liga (David Robinson, Tim Duncan, Hakeem Olajuwon, Shaquille O’neal, Dikembe Mutombo, Alonzo Mourning). Jugadores más jóvenes y en plenitud física a los que el lituano les buscaba las cosquillas con su talento e ingenio. En 2003, con 38 años, regresó al Zalgiris de Kaunas, donde jugó una temporada más antes de abandonar el baloncesto. Si alguno pensaba que buscaba un plácido retiro dorado, se equivocaba: con 39 años, fue nombrado MVP tanto de la temporada regular de la Euroliga como del Top 16, donde promedió 18,2 puntos y 11,5 rebotes.

Aunque es un ejercicio inútil, resulta inevitable elucubrar con lo que pudo haber sido y no fue. Cualquier amante del baloncesto mentiría si negara que no ha fantaseado alguna vez con un Sabonis en plenitud, a mediados de los 80, peleando contra Pat Ewing, Hakeem Olajuwon, Robert Parish, Moses Malone o Kareem Abdoul Jabbar. Mejor quedarnos, en cualquier caso, con lo que Sabonis sí fue: un jugador extraordinario (sin duda, uno de los mejores europeos de todos los tiempos) que supo adaptarse a las circunstancias y deleitarnos con su juego durante más de dos décadas. Un deportista capaz de ganarlo todo con las dos selecciones en que jugó (tres medallas olímpicas, campeón del mundo y de Europa) y los cuatro clubes cuya camiseta vistió (dos ligas soviéticas, dos ligas españolas y una Euroliga). Un jugador que tuvo la virtud de hacer mejores a todos los equipos que tuvieron la suerte de contar con él. Un mito.

El pasado mes de septiembre lo vimos por la tele, sonriente y con unos cuantos kilos de más, presenciando en directo partidos del Eurobasket que se celebraba en su Lituania natal. Poco después supimos que, mientras disputaba una pachanga de baloncesto, había sufrido un infarto del que, afortunadamente, se recuperó. El percance no le impide realizar vida normal, pero los médicos le prohibieron seguir practicando el baloncesto. No debe de ser algo fácil para alguien que vivió durante tantos años por y para este deporte. Por suerte, como él mismo bromeaba a la salida del hospital, aún le queda el sexo.

Fuentes de información:

El Foro ACB
The Sabas Network
Hemerotecas de ABC y El Mundo Deportivo

Javi Martín | 15 de marzo de 2012

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2012-03-15 13:52

    Sí, yo recuerdo aquella rotura del cristal en el pabellón de La Castellana, es mi imagen indeleble de Sabonis; pero tampoco creo que “pueril” sea el calificativo adecuado para el intento de tapón de Del Corral, “suicida” o “inútilmente heroico” quedan mejor.

    Respecto a Arvydas, era impactante verlo correr y saltar. Las otras supertorres que teníamos de referencia, como Tkachenko, Manute Bol e incluso Romay, eran visiblemente lentas, buenos jugadores defensivos por su capacidad para taponar y capturar rebotes, pero subían mal, si iban a zona contraria corrían siempre el riesgo de “quedarse a vivir” en ella y luego, claro, no tenían tiempo para bajar de nuevo a defender su tablero.

    Pero Sabonis era un armario ropero motorizado, subía la cancha en cuatro zancadas y se elevaba sobre el parqué como si su masa corporal no estuviese sujeta a la gravedad terrestre.

    Hoy eso es casi normal, supongo que los métodos de entrenamiento han evolucionado y los baloncestistas de más de 2.10 se mueven con impredecible soltura, pero en aquella época, un europeo blanco no hacía “mates” ni rompía tableros.

  2. lablanco
    2012-03-16 09:54

    Tampoco hay que olvidar su carácter que a veces le jugaba malas pasadas, como aquella final de Copa de Europa del 86 donde acabó tan harto de las provocaciones de Petrovic y compañía que acabó expulsado por propinar un guantazo a Ivo Nakic y allanando el camino a la Cibona.

    El mejor pívot que se ha visto por Europa con mucha diferencia.

  3. Javi
    2012-03-17 13:59

    Tenía carácter Sabonis, pero también es cierto que Petrovic y compañía hubieran sacado de quicio al mismo Job.


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