Libro de notas

Edición LdN
El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

El sueño checo roto por el gol de oro

El hijo pródigo

“Fotball’s coming home”, cantaban Lightning Seeds en el estribillo de Three Lions hace quince años. Y así era: el fútbol, cual hijo pródigo, volvía a casa después de muchos años. Desde el lejano Mundial de 1966 no se había celebrado una competición futbolística de selecciones de alto nivel en la tierra donde el balompié vio la luz. Inglaterra era una fiesta en junio de 1996. El país se disponía a recibir a las mejores selecciones del continente para la disputa de la Eurocopa y la estupenda canción del grupo de Liverpool serviría como himno oficial para animar al equipo local.

Black Power

La selección anfitriona, dirigida por Terry Venables, era una de las grandes favoritas del torneo. Tras 30 años de sequía, era el momento de que los fundadores reivindicaran el lugar de privilegio que les debía corresponder. Jugadores como Paul Ince, David Platt, un prometedor Steve McManaman, el goleador Alan Shearer o el genial e imprevisible Paul Gascoigne avalaban la candidatura local. En el mismo grupo de Inglaterra estaba encuadrada la talentosa selección holandesa, formada por la base del formidable Ajax de Louis Van Gaal que deslumbraba en Europa a mediados de los 90. Entre las favoritas también contaban Francia, pese a la controvertida decisión de Aimé Jacquet de dejar fuera a dos enormes talentos como Cantona y Ginola; la compacta España de Clemente, siempre a la espera del salto definitivo; Croacia, con Prosinecki, Boban y Suker supurando talento a chorros; y Portugal, que acudía con la maravillosa generación de Figo, Rui Costa, Fernando Couto, Paulo Sosa y Joao Pinto. Y, por supuesto, había que contar con Italia y Alemania, sempiternas potencias europeas y aspirantes al máximo allá donde jueguen.

Entre todos estos gigantes futbolísticos aparecía una modesta selección que debutaba en una competición de alto nivel. Tres años antes, en 1993, se había producido la división de Checoslovaquia, resultando de ella la aparición de dos repúblicas: Chequia y Eslovaquia. La Eurocopa de Inglaterra suponía el estreno a nivel internacional de la débil selección de fútbol checa, que se presentaba como víctima propiciatoria dentro del temible grupo C, donde estaban encuadradas las inaccesibles Italia y Alemania. Si alguien había de dar la sorpresa en el grupo, ese lugar estaba reservado a la Rusia de Karpin, Onopko y Mostovoi, nunca a los desconocidos checos. Todo lo que fuera no quedar eliminados a las primeras de cambio sería considerado una sorpresa.

La sorpresa checa

La selección que entrenaba el veterano Dusan Uhrin estaba configurada en su mayoría por futbolistas muy jóvenes que jugaban en la liga de su país, principalmente en las filas de los dos grandes equipos de la capital, el Sparta (Nedved, el guardameta Kouba) y el Slavia de Praga (Poborsky, Bjbel , Smicer). De este club había salido un año antes, camino del Borussia Dortmund, Patrik Berger, la más firme promesa entonces del fútbol checo a sus 22 años. Un par de años más tarde todos estos jugadores estaban diseminados por todo el continente y eran sobradamente conocidos en el concierto internacional, pero en 1996 aún eran perlas por descubrir.

Completaban el plantel, arropando a esta cuadrilla imberbe, aportando veteranía y galones, había algunos hombres curtidos en la Bundesliga: el interior Jiri Nemec (30 años), enrolado desde 1993 en las filas del Shalke 04; el central Miroslav Kadlec (31), en el Kaiserlautern desde 1990, y el delantero Pavel Kuka (27 años), también en el Kaiserslautern desde 1994.

El debut checo, frente a los alemanes, no se salió del guión previsto. En media hora los germanos ya habían marcado dos goles y matado el partido ante los tímidos checos. En el otro partido del grupo Italia ganaba a Rusia. Todo parecía en orden. El siguiente encuentro enfrentaba al equipo de Uhrin con Italia, uno de los favoritos de la competición, con el mítico Sacchi en el banquillo. Una previsible derrota dejaría a los checos sin opciones y convertiría el postrero partido contra Rusia en intrascendente. Apenas habían pasado cuatro minutos desde el pitido inicial cuando Nedved adelantaba a su equipo. Un espejismo, pensaron sin duda en ese momento todos los que presenciaban el encuentro. Un accidente, debió de pensar Sacchi, que había reservado a su estrella Zola. En el minuto 18, Chiesa devolvía tablas y cordura al marcador, pero a 10 minutos del descanso Bejbl volvía a desatar la locura checa. A partir de ahí, un infructuoso quiero y no puedo de una Italia mermada por la temprana expulsión de Apolloni. La victoria infundía esperanzas en el bloque de Uhrin y ponía en serios aprietos a los de Sacchi.

La última jornada del grupo fue de infarto. Para pasar a cuartos, Chequia debía vencer a Rusia, virtualmente eliminada. El empate incluso bastaba, siempre que los italianos no ganaran su partido frente a Alemania. Los dos encuentros, jugados a la misma hora, tuvieron desarrollos opuestos. Mientras Italia veía pasar los minutos sin ser capaz de perforar la meta alemana, a pesar de su manifiesto dominio, la República Checa cobraba rápidamente una renta notable (2-0 en el descanso) y la desperdiciaba con la misma facilidad (2-2 a los 9 minutos de la reanudación). Así las cosas, a cinco minutos del final, Beschastnykh adelantaba a los rusos (2-3) en lo que parecía el desenlace definitivo. Las manecillas del reloj se acercaban inexorables al minuto 90 cuando Smicer, que había saltado al campo unos minutos antes, lograba el empate, mandando a su selección a cuartos y a los italianos de vacaciones.

La boda

Con su gol, Smicer se había convertido en héroe nacional, pero le había surgido un problema personal. No debía de tener el delantero checo mucha confianza en el futuro de su selección, pues había fechado su boda para el día 21 de junio, justo después de concluida la primera fase y antes de los cuartos de final. Ante los nuevos acontecimientos, la fecha tuvo que ser pospuesta una semana.

El rival en cuartos sería Portugal, un equipo tan desbordante de talento como escaso de pegada. Una deliciosa vaselina de Poborsky a los 8 minutos de la segunda parte fue suficiente para sellar el pasaporte a semifinales, donde esperaba Francia. El partido con los galos fue discreto, con más control que fútbol y más miedo que audacia. 120 minutos no bastaron para alterar el 0-0 y se llegó a la tanda de penaltis. Ahí todos los lanzadores fueron cumpliendo con su cometido hasta que, en el sexto lanzamiento, Pedrós falló. Zidane y compañía tendrían que esperar dos años para triunfar, mientras Chequia, contra todo pronóstico, estaba en la final de Wembley. La cenicienta estaba a punto de convertirse en princesa.

Una semana después, Smicer se encontraba con el mismo problema, pues había retrasado la boda hasta el 28, justo dos días antes del gran partido. El jugador, antes de la semifinal, había instado a su seleccionador a que, en caso de superar el partido contra Francia, le dejara volar a Praga para casarse y volver para disputar la final. Uhrin accedió y, una vez superada la semifinal, no tuvo más remedio que cumplir su promesa y permitir a su jugador el viaje relámpago. Smicer, con los cinco puntos de sutura en la cabeza que Thuram le había dejado como regalo de bodas en la semifinal, voló la noche previa hasta Praga, contrajo matrimonio el viernes 28 por la mañana y volvió a Londres para disputar la final del domingo. La noche de bodas y el viaje de novios tendrían que esperar un par de días.

El gol de oro

Aunque no era ya el temible equipo de los 70 y 80, Alemania era clara favorita en la final, más aún tras derrotar a los anfitriones en semifinales. No era una selección sobrada de talento, sobre todo tras la baja para la final del sancionado Möller, pero sí más experimentada. La jerarquía en defensa de Sammer, el olfato de gol de Klismann y el talento de Hässler y el juvenil Mehmet Scholl en el centro del campo debían de alcanzarle para lograr la victoria. Sin embargo, los animosos checos empezaban a creer en el milagro. Dos antecedentes invitaban al optimismo. Por un lado, la final de la Eurocopa disputada 20 años antes en Yugoslavia, donde los alemanes eran también favoritos y una genialidad de Panenka destrozó las quinielas. Por otro, la sorpresa danesa de 1992, ganando el campeonato casi sin entrenar, con victoria en la final precisamente ante Alemania.

Como casi todas las finales, el encuentro tuvo altas dosis de emoción pero un juego espeso y vulgar. Empezaron dominando los alemanes, con Chequia agazapada atrás, buscando un contragolpe certero. Con la cercanía del descanso, los checos se empezaron a estirar y a los 14 minutos del segundo tiempo un empujón de Sammer a Poborsky fue sancionado con penalti. Las protestas alemanas, que consideraban que el derribo se había producido fuera del área, no sirvieron para cambiar la opinión del colegiado y Berger convirtió el lanzamiento. El sueño checo estaba a media hora de materializarse. En el minuto 72, cuando nubes negras se cernían sobre el combinado alemán, un cabezazo de Oliver Bierhoff, que acababa de sustituir a Scholl, empató el partido. Alemania apretó en los minutos restantes pero no pudo evitar la prórroga.

Allí estaban, checos y alemanes, después de 90 minutos de partido, de 23 días de competición, de meses de preparación, jugándoselo todo en 30 minutos. O quizás menos, puesto que la UEFA, con el fin de fomentar el fútbol ofensivo en las prórrogas, había instaurado en aquella Eurocopa un nuevo invento denominado gol de oro. Según la nueva norma, llegada la prórroga, en el momento en que un equipo marcara un gol, el árbitro señalaría el final del partido, sin opción de réplica por parte del rival. Cuatro partidos habían llegado al tiempo suplementario en la Eurocopa, pero en todos ellos la especulación había vencido al atrevimiento y habían acabado decidiéndose desde el punto de penalti.

Apenas se habían jugado 5 minutos de la prórroga cuando Bierhoff recibió un balón en el interior del área, de espaldas a la portería. El delantero alemán se giró y encontró un resquicio para pegarle con la izquierda. El guardameta Kouba, mal colocado, rozó la pelota con sus guantes pero no puedo evitar contemplar cómo ésta se colaba mansamente botando dentro de la portería, haciendo añicos el sueño que había ido cristalizando lentamente durante las últimas tres semanas. Gol de oro y final del partido. La extrema alegría alemana contrastaba con la desolación de los checos, constatando la crueldad del nuevo invento de la UEFA.

Black Power

Todavía siguió vigente el gol de oro durante algún tiempo, pero acabó sepultado al demostrarse contraproducente: el miedo de los equipos a recibir un tanto que terminara de golpe con el partido los hacía más temerosos y precavidos en la prórroga. Durante un breve tiempo la FIFA ensayó el gol de plata, una fórmula mixta que permitía al receptor del gol empatar el partido hasta el final de la primera parte de la prórroga. El experimento tuvo aún menos éxito y se abolió tras la Eurocopa de 2004. En aquel campeonato, Dellas marcó el último gol de plata de la historia, clasificando a su selección para la final. El rival de Grecia en aquella semifinal era, curiosamente, una República Checa en la que aún jugaban Nedved, Poborsky y un Smicer que para entonces ya lucía anillo de bodas.

Javi Martín | 15 de septiembre de 2011

Comentarios

  1. Luis Alcázar
    2011-10-17 19:44

    Gran relato, me ha hecho volver la vista atrás unos cuantos años. La gran decepción esa Euro la llevé con Rusia, ya por aquél entonces me fascinaba el ‘fútbol frío’. Cruel y vacío de romanticismo y encanto el “gol de oro”.


Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal