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El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

El arte de subir

Moto 1

De pie sobre los pedales, las manos en la parte baja del manillar. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince pedaladas. Sentado en el sillín. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince. De nuevo de pie. Una, dos, tres… Como una metódica locomotora, sin pausa, a ritmo infernal, esta era la manera de ascender los puertos del ciclista italiano Marco Pantani. Así se mostró ante el mundo subiendo al Mortirolo en el Giro del 94 el día en que Indurain demostró ser mortal y así se impuso a Ullrich en el Tour del 98, dando una portentosa exhibición en el ascenso al Galibier.

Pantani

(Foto: Pantani. Fuente: Wikipedia Licencia CC)

En mitad de una meteorología infernal, con frío, lluvia y niebla, después de haber coronado el menguado pelotón La Croix de Fer y con el final en alto en Les Deux Alpes en el horizonte, Pantani se jugó el órdago de su vida. El italiano lanzó un incontestable ataque en las rampas más duras del Galibier que dejó a Jan Ullrich, líder hasta ese momento e indiscutible favorito, sin respuesta. Nadie pudo resistir el endiablado ritmo del italiano y en la cima del puerto la diferencia respecto al alemán ya era de casi tres minutos. En la meta final en Les Deux Alpes un asfixiado Ullrich se dejaba nueve minutos y, con ellos, el Tour. Pantani no sólo había enjugado los tres minutos de desventaja en la clasificación general con que arrancó la jornada, sino que salía de la etapa reina de los Alpes con seis minutos de ventaja respecto a su gran rival. Una proeza histórica. La diferencia obtenida le bastó para coronarse campeón en París seis días después.

Aquel día, en el Galibier, resucitó un estilo de ciclismo que parecía enterrado tras los años de dominio de ciclistas fuertes y potentes como Lemond, Indurain, Rijs y Ullrich. Camino del Galibier, Pantani reivindicó a esa estirpe de ciclistas que sufren lo indecible en las primeras semanas de las grandes vueltas, cuando el pelotón camina agrupado a lo largo de interminables llanos. Unos corredores a los que la solitaria lucha contra el reloj se les hace eterna, pero que encuentran su hábitat natural cuando el asfalto tropieza con un desnivel. Cuanto mayor sea el porcentaje, mejor. Se trata de corredores que han convertido el ciclismo en un espectáculo inigualable, haciéndonos a muchos amar este bello deporte, emocionándonos y sacándonos del sopor en muchas tardes estivales. Es por ello que cada vez que se acerca una gran carrera por etapas (la Vuelta, el Giro y, sobre todo, el Tour), nuestros cerebros rescatan del olvido estampas borrosas y amarillentas de cuerpos retorciéndose en épicas subidas a los Lagos de Covadonga, el Mortirolo, el Tourmalet o Alpe d’Huez.

Moto 2

Años 80. Ascensión a un duro puerto alpino o pirenaico (pongamos que se trata de Alpe d’Huez, aunque bien podría ser el Tourmalet o Luz Ardiden). Pedro Delgado necesita distanciar a su rival en la clasificación general (pongamos que se trata de Stephen Roche, aunque podría tratarse de Lemond y/o Fignon) de cara a la contrarreloj final. Queda un grupo de corredores reducido a los ocho o diez más fuertes, entre los que se encuentra el segoviano. De pronto, Perico empieza a perder posiciones y se sitúa al final del grupo. Parece que atraviesa un momento de debilidad. Un rictus de sufrimiento se adivina en su rostro. Entonces, en un momento determinado, Perico echa mano al cambio, se levanta súbitamente de la bicicleta y, a golpe de riñón, inicia un demarraje seco que deja clavados a sus acompañantes, que contemplan cómo se aleja hasta perderse por una curva.

Esta es una típica imagen del Pedro Delgado que peleaba verano tras verano en las cumbres francesas contra rivales más grandes, más fuertes y mejores rodadores que él. Perico era genial, imprevisible e irregular, tan capaz de deslumbrar en las cumbres más pronunciadas como de quedarse cortado en un abanico o despistarse y llegar casi dos minutos tarde a la salida del prólogo en el Tour del 89. Un corredor capaz de hacer vibrar al espectador en una etapa para exasperarlo al día siguiente, pero nunca de dejarlo indiferente.

Sucesor de los Bahamontes, Fuente y Ocaña y precursor de Chava Jiménez, Escartín y Beloki, Delgado convivió en el pelotón con otros grandes escaladores españoles, como Angel Arroyo, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Anselmo Fuerte o Lale Cubino. Después de Perico llegó Indurain, y después Olano, pero hasta ese momento hablar de ciclista español era hablar de un tipo pequeño, liviano, enjuto y escalador. Combativo y currorromerista. Como Perico.

Moto 3

Ascensión a los Lagos de Covadonga en la Vuelta a España de 1987. El colombiano Lucho Herrera ya había enseñado los dientes en las llegadas a Andorra y Cerler, arañando tiempo a Sean Kelly, Pedro Delgado, Reimund Dietzen, Laurent Fignon y demás favoritos, pero la subida a los Lagos en la undécima etapa era el momento propicio para asestar un golpe definitivo de cara al triunfo final. Así lo entendió Lucho, que arrancó en las primeras estribaciones del puerto, dejando a todos atrás, y no paró hasta cruzar en solitario la meta en los Lagos, consiguiendo el maillot amarillo.

Herrera formó parte de la legión de ciclistas colombianos que desembarcó en los años 80 en las grandes rondas europeas a bordo de equipos como el Postobón o el Café de Colombia. Se trataba de corredores pequeñitos —fueron denominados con el apelativo de escarabajos— a los que se les atragantaban las contrarrelojes y las etapas llanas pero que montaban zafarrancho a la menor pendiente. Corredores como Patrocinio Jiménez, Edgar _Condorito_ Corredor, Pacho Rodríguez, Martín Ramírez, Abelardo Rondón, Oscar de Jesús Vargas, Oliverio Rincón o Martín Farfán se convirtieron en protagonistas en las cimas míticas de Vuelta, Tour y, en menor medida, Giro. Pero por encima de todos ellos dos ciclistas representaron como nadie el auge del ciclismo colombiano: Lucho Herrera y Fabio Parra.

Si Parra era el más atípico de los colombianos al defenderse decentemente en todos los terrenos (llegó a ser tercero en el Tour de 1988), Herrera era el típico escalador sudamericano, genial en las cumbres y endeble en el llano. A pesar de ese hándicap se convirtió en el primer (y único hasta el momento) colombiano en ganar una gran vuelta por etapas tras adjudicarse la Vuelta a España de 1987. Una victoria que empezó a fraguarse aquella tarde camino de los Lagos de Covadonga.

Javi Martín | 15 de julio de 2011

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