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El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

El Dream Team que la guerra destrozó

Dream Team sólo ha existido uno. Aquel imponente equipo de baloncesto, formado por Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, Charles Barkley, Karl Malone, John Stockton, Scottie Pippen, Patrick Ewing y compañía, que participó en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, es el único y genuino merecedor de tal apelativo. Todas las escuadras estadounidenses que vinieron después, hasta el día de hoy, no han sido sino meros sucedáneos descafeinados. No obstante, poco antes de la existencia del equipo de ensueño americano, hubo, al otro lado del océano, una selección que reunió a una colección de enormes talentos, hasta el punto de que se podría considerar a aquel equipo como el Dream Team europeo.

El 19 de agosto de 1990, en el estadio Luna Park de Buenas Aires, la selección yugoslava de baloncesto se proclamaba campeona del mundo al derrotar en la final, por un incontestable 92-75, a una Unión Soviética diezmada por la ausencia de sus jugadores lituanos —los Sabonis, Homicius, Marciulonis y Kurtinaitis—, debido a la renuncia de estos por la aspiración independentista de Lituania. En semifinales los balcánicos habían eliminado a Estados Unidos, cuyo equipo estaba formado todavía entonces por jugadores universitarios, con Alonzo Mourning, Christian Laettner, Billy Owens y Kenny Anderson como hombres más destacados. Los yugoslavos ratificaban así su hegemonía en el baloncesto mundial, ya apuntada un año antes con la victoria en el Eurobasket disputado en Zagreb. El abrazo, nada más finalizar la final, entre Drazen Petrovic y Vlade Divac, las dos grandes estrellas de aquella selección, representaba el triunfo de una extraordinaria generación que jugaba al baloncesto con una naturalidad y una brillantez asombrosa y además se divertía haciéndolo, transmitiendo ese placer al espectador.

Es difícil encontrar más talento reunido que en aquella selección que se coronó en el Mundobasket de 1990. El cinco inicial estaba formado, ahí es nada, por Jure Zdovc, Drazen Petrovic, Toni Kukoc, Zarko Paspalj y Vlade Divac. En el banquillo, veteranos como Cutura y Obradovic —buen jugador entonces y mejor entrenador después— se mezclaban con jóvenes promesas como Perasovic, Savic y Komazec. Si sumamos a Dino Radja, titular habitual en aquella selección pero ausente ese verano por culpa de una inoportuna lesión, amén de jugadores a punto de eclosionar como Djorjevic o Danilovic, no resultaba difícil pronosticar un dominio yugoslavo durante la década recién estrenada, teniendo en cuenta la juventud de sus mejores jugadores. Petrovic, el mayor de todos ellos, apenas contaba entonces con 25 años.

Con una Unión Soviética en declive, lejos de la todopoderosa selección dominadora de los 80, lastrada por la ausencia de sus jugadores lituanos; con España e Italia en horas bajas, sin encontrar relevo generacional a los Riva, Magnifico, Epi, Fernando Martín, Andrés Jiménez y demás estrellas de la década anterior; con Gallis, Giannakis y Fassoulas, los grandes astros de Grecia, enfilando la recta final de su carrera; con el debate abierto en Estados Unidos acerca de la conveniencia de la asistencia de jugadores profesionales de la NBA a los torneos internacionales; con todo ello, los yugoslavos tenían todo a favor para dominar el baloncesto europeo e incluso mundial durante la década de los 90. Sólo una desgracia podía alterar el curso de los acontecimientos, sólo un hecho extraordinario podía malograr el futuro de una generación llamada a la gloria.

Unos segundos después del referido abrazo entre Petrovic y Divac, el gesto que sellaba el triunfo del talento, la amistad y el compañerismo, sucedió algo irrelevante a priori, pero muy significativo de lo que estaba por venir. Mientras los jugadores celebraban en la cancha la victoria, un aficionado saltó a la cancha con una bandera de Croacia, uno de los estados que entonces formaban la Yugoslavia unida. El serbio Divac, molesto con aquella presencia inesperada, se dirigió hacia el aficionado y le arrancó la bandera croata de las manos con gesto airado, al considerar que la única bandera que unía a todos era la yugoslava. Un gesto que no gustó nada al croata Petrovic, hasta el punto de que su relación con Divac se enfrió a partir de aquello. La estrecha amistad entre ambos sufrió un súbito deterioro a raíz del incidente, como narra de manera extraordinaria el imprescindible documental de ESPN Once Brothers (traducido al castellano como Hermanos y enemigos). Los dos amigos que unos instantes antes se abrazaban efusivamente se convirtieron casi en dos extraños en un instante. Las frecuentes y extensas conversaciones telefónicas entre ambos cesaron y la relación cercana y cordial se convirtió en prácticamente inexistente. La prematura muerte de Drazen en junio de 1993 impidió la posible reconciliación.

La anécdota ocurrida durante la celebración en Luna Park no fue más que un indicativo de la situación de las cosas en esos momentos y un presagio de lo que estaba por venir. Los vientos de cambio en la república yugoslava estaban a punto de llegar, arrastrando con ellos, como un vendaval, todo lo que se pusiera a su paso. La caída del Muro de Berlín había servido de catalizador a las ansias independentistas de las distintas repúblicas que formaban Yugoslavia en un proceso que ya resultaría imparable.

Aunque la tensión en la zona cada vez era mayor, Yugoslavia aún acudió al Eurobasket de 1991 disputado en Roma, aunque con la ausencia de Petrovic, no está muy claro si por motivos políticos, por diferencias con el seleccionador Ivkovic o por el interés del jugador en preparar la siguiente temporada en la NBA. Mientras el equipo maravillaba con su juego en Italia, arrasando a todos sus rivales, el país estaba a punto de saltar por los aires. La medalla de oro conseguida en la final contra Italia se vio empañada por la triste ausencia del esloveno Zdovc. El 25 de junio Eslovenia proclamaba la independencia, originando la denominada Guerra de los 10 días, y reclama el abandono de la selección yugoslava de Zdovc, único esloveno del equipo, justo antes de jugarse las semifinales, bajo la amenaza de ser considerado traidor.

El Eurobasket disputado en Italia fue la última competición que jugó la Yugoslavia unida. Poco después Croacia también proclamó su secesión y los Balcanes se vieron sumidos en una trágica e interminable guerra. La ONU estableció una sanción para Yugoslavia que le impidió competir a nivel mundial hasta 1995, mientras las repúblicas independizadas iniciaban su andadura deportiva, cada una por su lado.

La quiebra de aquella fantástica selección es, obviamente, una anécdota al margen en el contexto de los terribles acontecimientos ocurridos en los Balcanes durante los años 90. Un hecho menor, pero acaso simbólico. El distanciamiento entre jugadores croatas y serbios, el muro invisible levantado entre ellos, compañeros y amigos hasta entonces, independientemente del origen, puede ser representativo de lo inútil e inexplicable de una guerra fraticida y cruel que enfrentó a vecinos, amigos y familiares y que destrozó durante una década la zona.

En los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, el equipo americano, formado por primera vez por jugadores NBA, no tuvo rival. Aquel maravilloso Dream Team dio un recital en cada partido, venciendo a todos sus rivales por más de 30 puntos de ventaja. Los pases de Magic, las penetraciones de Jordan y los lanzamientos de Bird no encontraron réplica ni siquiera en la Croacia de Petrovic, Radja y Kukoc, que cayó en la final por un contundente 117-85. Es estéril pensar lo que podría haber pasado si junto a los baloncestistas croatas hubieran formado sus antiguos compañeros Divac, Paspalj, Zdovc y demás. Es casi seguro que el poderoso Dream Team norteamericano hubiera vencido de igual forma, pero también que los balcánicos unidos habrían ofrecido sin duda más resistencia. Se trata, en cualquier caso, de inútiles elucubraciones. Baloncesto ficción.

Javi Martín | 15 de junio de 2011

Comentarios

  1. luis castro
    2011-09-15 09:11

    Buen post. Creo que de no haberse separado la Urss ni Yugoslavia habrían dado mas pelea al “dream team” de los Estados Unidos, aunque igual hubiesen perdido por 20 o 25 puntos.

    La verdad nunca he podido entender el porqué de la separación de Serbia y Croacia, son países donde se habla el mismo idioma, igual Montenegro. En fin, supongo que debió ser por causas políticas y religiosas, y no tanto “raciales” como se ha repetido hasta el cansancio. La separación de Lituania y los países bálticos de la Urss, es mas entendible.


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