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El último partido de George Best por Javi Martín

Genial con el balón en los pies, ocurrente ante los micrófonos, seductor dentro y fuera del campo, George Best sigue jugando cada mes su último partido en Libro de Notas. Javi Martín, autor de esta columna, solía fantasear con emular las andanzas del genio de Belfast. Enfrentado con la cruda realidad, ahora se conforma con escribir apasionadas historias sobre el mundo del deporte. Su hígado lo agradece.

De George Best a Ryan Giggs

Si Alex Ferguson lo cree conveniente, Ryan Giggs jugará el próximo 28 de mayo su cuarta final de Liga de Campeones. Un extraordinario colofón a una sobresaliente carrera en el fútbol de élite desde que debutara, hace más de veinte años ya, contra el Everton en un partido de Premier League el 2 de marzo de 1991. Veinte años de regates y goles, de carreras por la banda izquierda, centros precisos y pases en profundidad, de abundantes éxitos y algunas decepciones, siempre fiel a la camiseta roja de su querido Manchester United.


Foto: Ryan Giggs licencia CC

Para los aficionados al fútbol más jóvenes, Ryan Giggs siempre ha estado ahí. Cuando él debutó en la liga inglesa, Chicharito Hernández, la flamante estrella de los red devils, no había cumplido los tres años. Cuando Giggs jugó su primer partido todavía no existía la Premier League (fundada en 1992) como tal y la Champions League aún era la Copa de Europa y era jugada solamente por los campeones de Liga, mediante sistema de eliminatoria a doble vuelta desde la primera ronda. En estos veinte años, el galés ha convivido en el vestuario con varias generaciones de futbolistas, desde Paul Ince y Mark Hughes hasta Wayne Rooney o los jovencísimos Chicharito y Nani. Giggs vio pasar por el vestuario a estrellas como Cantona, Keane, Beckham, Van Nistelrooy, Tevez y Cristiano Ronaldo. Mientras todos ellos llegaban, triunfaban y se marchaban, él se mantenía ahí, sin hacer demasiado ruido, cediendo a otros el protagonismo, siempre en un discreto segundo plano, pero siendo tan importante como el que más.

12 Ligas —la última conquistada ayer mismo tras empatar con el Blackburn Rovers—, 2 Ligas de Campeones, 4 Copas de Inglaterra, 4 Copas de la Liga, 1 Supercopa Europea y 1 Intercontinental. 159 goles marcados en 875 partidos oficiales disputados. Son solamente datos, fríos números que apenas sirven para intentar explicar la magnitud del jugador, el poso que dejará el mito cuando el futbolista se extinga. Un vano esfuerzo intentar condensar en simples guarismos dos décadas de fútbol puro, de talento desbordante, veinte años de lealtad a unos colores.

Cuando Giggs debutó, con sólo 17 años, lo primero que llamó la atención de aficionados y periodistas fue su regate, su velocidad y su descaro. Pertenecía a esa raza de futbolistas, cada vez menos frecuente, que, pegados a la cal de la banda, hacen del regate y del desborde un arte. Las inevitables comparaciones no tardaron en surgir: Giggs era el nuevo George Best, el sucesor de la última gran estrella que se había paseado por el césped de Old Trafford.

Como Giggs, Best también debutó con los red devils a los 17 años. Pronto causó sensación por su enorme habilidad corriendo con el balón pegado al pie. Al igual que Giggs, la posición de partida del norirlandés era la de extremo, derecho o izquierdo indistintamente, pero Best, incontrolable, se movía por todo el frente del ataque, haciendo estragos en las defensas rivales y siendo más incisivo de cara al gol que el galés.

Pese a ser dos de los más grandes en sus respectivas épocas, tanto Best como Giggs se quedaron con las ganas de disputar una gran competición de selecciones. El hecho de jugar para dos selecciones débiles como Irlanda del Norte y Gales explica esta carencia. No disputaron un Mundial, ni una Eurocopa, aunque sí brillaron, y de qué modo, en la máxima competición continental de clubes, la Copa de Europa.

La primera final de Copa de Europa que disputó el equipo mancuniano tuvo lugar en 1968 contra el Benfica. Allí estaba Best. No sólo eso, sino que resultó la estrella de aquel emocionante y tenso partido. Los 90 minutos terminaron con resultado de empate a uno y a los tres minutos de iniciada la prórroga Best recogió un saque largo del guardameta red Stepney, se introdujo en el área rival y, tras driblar al portero del Benfica, empujó el balón a la red con la pierna izquierda. El desempate estaba roto y el partido se inclinaba del lado inglés. Los posteriores goles de Bobby Charlton y Kidd no hicieron sino certificar la victoria, la primera Copa de Europa que conseguía un equipo inglés. Trece años habían tardado los inventores del fútbol en lograr al máximo galardón continental. Gracias a Best, el ídolo del momento. Campeón de Europa y Balón de Oro a los 22 años, su carrera se encontraba en la cima del fútbol internacional, pero a partir de ese momento comenzó un lastimoso declive. Lo que debería haber sido solamente un escalón más en la subida al olimpo deportivo se convirtió en un sorprendente punto de inflexión.

Para entonces George Best ya era toda una celebridad, no sólo por su desempeño en el césped, sino también por sus andanzas fuera de él. Conocido como El Quinto Beatle, era un habitual en la vida social inglesa. Su imagen y su carácter lo convirtieron en lo más parecido a una estrella del rock y, poco a poco, el ícono pop fue devorando al jugador de fútbol. Su rendimiento en el campo iba cayendo en picado mientras que sus correrías nocturnas eran cada vez más frecuentes. El talento no se había extinguido, pero las dosis en que aparecía eran cada vez más exiguas. A los 27 años, edad de la madurez para la mayoría de los jugadores, Best era ya una sombra de sí mismo y abandonó el Manchester, empezando su peregrinaje por equipos y ligas menores. Durante tres o cuatro años, Best había deslumbrado al mundo, había brillado como nadie, pero su llama se extinguió demasiado pronto.

Si hay algo que diferencia radicalmente a nuestros dos protagonistas es precisamente su carácter y profesionalidad. Best era extrovertido, arrojado y ocurrente; Giggs, adusto, responsable y parco en palabras. Si los excesos de Best acabaron prematuramente con su carrera, la extraordinaria longevidad de la de Giggs se explica por su plena dedicación al deporte. Ese mismo temperamento se traslada dentro del campo. El de Belfast era frecuentemente expulsado por sus protestas y sus malos modos, mientras que Giggs no ha visto jamás una tarjeta roja en estos veinte años.

Tres finales más de la Copa de Europa ha disputado el Manchester United después de aquella victoria frente al Benfica con George Best en papel estelar. En las tres estuvo presente Ryan Giggs. La primera, en Barcelona en 1999 contra el Bayern de Munich, célebre por la asombrosa remontada lograda por los mancunianos en el descuento del partido, con dos goles de Sheringham y Solsksjaer tras el bote de sendos córners.

En la final de 2008, que enfrentó a United y Chelsea, Giggs parecía un convidado de piedra, pero se terminó convirtiendo en protagonista. Para entonces el galés ya no era el jugador incisivo de antaño. A medida que perdía velocidad, Giggs se iba reciclando para ocultar sus defectos y explotar sus virtudes. Fue centrando su posición en el campo, abandonando la banda para aprovechar su visión de juego y experiencia, supliendo con inteligencia la pérdida de explosividad. Aquella final la comenzó Giggs en el banquillo y saltó al campo en el minuto 87, cuando el marcador señalaba empate a uno y el horizonte de la prórroga se atisbaba con nitidez. En los 30 minutos suplementarios Giggs tuvo la ocasión de cerrar el partido con un remate a puerta vacía que la cabeza de Terry repelió. Daba igual, la historia había reservado al galés otro papel, también estelar. Se llegó a la famosa tanda de penaltis donde Chech detuvo el lanzamiento de Ronaldo, Terry se resbaló en la lluvia moscovita y Van der Sar atajó el disparo de Anelka. Cuando la tanda alcanzó el séptimo lanzamiento llegó el momento de Giggs y este no falló, regalando así la tercera Copa de Europa a las vitrinas de su club.

La tercera —y última hasta el momento— final de Giggs no tuvo un desenlace tan dulce. Fue hace dos años, en Roma, contra el Barcelona y el equipo de Guardiola ganó siendo superior. El galés fue sustituido por Paul Scholes (otro incombustible) a falta de 15 minutos para el final cuando su equipo ya perdía por 2-0. Dos años después, a sus 37 primaveras, Giggs jugará, Ferguson mediante, su cuarta final de Champions. A pesar de lo que su edad pueda sugerir, sería demasiado aventurado afirmar que esta será su última gran final europea, puesto que el jugador y el club acordaron hace unos meses la renovación por una temporada más. Todavía le quedan, por tanto, unos cuantos partidos que disputar. Por eso, entre otras razones, esta columna que hoy ve la luz no lleva por título ‘El último partido de Ryan Giggs’.

Javi Martín | 15 de mayo de 2011

Comentarios

  1. Javimetal
    2011-05-15 15:32

    Desde aquí, mi admiración por Ryan Giggs (por juventud, siempre lo he visto jugar), y mis felicidades tanto a la “Dirección Editorial” de LdN como al nuevo fichaje, Javi.

    Y ya sobre el artículo, dos reflexiones “múltiples”.

    George Best si fuese entrenado por Alex Ferguson, ¿lo habría largado a la primera de cambio o lo habría manejado para mantenerlo como mejor jugador del mundo. Si ya hubiese equipos con petrodólares y jeques, ¿se habría ido al Manchester City?

    ¿Es tan alargada la sombra de Giggs que se aprecia demasiado poco la figura de Scholes? ¿Se mantendrán Raúl, o Totti, en “plenitud sostenible” hasta la edad del galés?


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