La lectura de ficción no ha muerto, pero las formas de entretenimiento se han diversificado enormemente en el último siglo. Consumimos ficción, mucha más que antes, pero en formatos muy variados. A la recepción de relatos orales y la posterior aparición de la novela le sucedieron la radio, el cine, la televisión y los videojuegos. Y quizás, como en tantas otras cosas, nos cueste asimilar el cambio. Quizás hacer tanto hincapié en la promoción de la lectura sea una reminiscencia de la explosión de alfabetismo burgués del XIX.
Esta columna, “Computación creativa y otros sueños”, empezó con el propósito de hablar de la posibilidad de construir software con capacidad creativa, corriendo pareja a una asignatura de libre elección que empecé a impartir por aquellos entonces. Muchos de sus artículos trataron el tema, incluso me emocioné cuando uno de ellos Creatividad, Arte, Ingeniería y grados de libertad fue leído integramente en el programa “Los imprescindibles” de Radio Clásica, hecho del que me enteré mucho después a través de un amigo…
El despacho de Marcos Taracido y de Alberto Sánchez apenas ha cambiado desde la última vez que estuve en el rascacielos de Libro de Notas: al fondo hay un par de enormes mesas de caoba llenas de papeles, pero ellos están sentados en dos butacas orejeras, frente a la chimenea, vestidos con una bata de color burdeos y con un gato ronroneando en el regazo.
Cada vez que las preguntas se complican necesitamos reformularlas dentro de un nuevo marco en el que se hace imprescindible la valentía del artista/científico y el rigor del científico/artista. El arte es humano y la ciencia también. Y en todo lo humano cuenta, y mucho, el corazón.
La Pequeña Febe se despide. Se marcha. Simplemente ya no es tan pequeña y debe volver a serlo. Para ello toma las riendas de su nuevo camino y parte hacia su retiro. Deja paso a su hermano Hiperion Warper que tanto la ha ayudado a hacerlo, a repasar su historia, a dejar a un lado la cabezonería y valorar qué es lo más importante cuando se trata del Arte Octal o de la vida misma: mantenerse fiel al niño interior, ese que juega en inocente redestrucción.