El despacho de Marcos Taracido y de Alberto Haj-Salekj, Hag-Saldrueh… Al-Saleh… Un momento, casi lo tengo: Marcos Tarascón y Alberto Hansal… Disculpad, vuelvo a comenzar:
El despacho de Marcos Taracido y de Alberto Sánchez apenas ha cambiado desde la última vez que estuve en el rascacielos de Libro de Notas: al fondo hay un par de enormes mesas de caoba llenas de papeles, pero ellos están sentados en dos butacas orejeras, frente a la chimenea, vestidos con una bata de color burdeos y con un gato ronroneando en el regazo.
Al lado de sus sillones hay dos pequeñas mesas: en la de Alberto Pi vemos una copa en la que probablemente había brandy, mientras que en la de Marcos hay un vaso de plástico verde del que sale una pajita en espiral. “Captura todos los aromas del whisky escocés de 18 años que me acabo de beber”, explica, ofreciéndome un sobre de peta-zetas a modo de recibimiento.
Las paredes están recubiertas de libros desde el suelo al techo. “Ahora son todos electrónicos. Mira aquí tenemos Guerra y paz —Marcos saca un Kindle de la estantería—, Leve historia del mundo —sostiene con cariño un segundo Kindle— y aquí está mi viejo amigo Heródoto —me pasa otro Kindle—. También tenemos los tuyos, por supuesto”, añade, mostrándome un reloj Casio con correa de goma.
Así que aquí es donde ocurría toda la magia. “Efectivamente —explica Alberto Steinschneider—. En esas dos cajas están guardadas nuestras viejas Underwood, con las que hemos subido tantos contenidos a la red de redes durante tantos años”.
“Qué recuerdos tendríamos —apunta Marcos—, si no fuera porque todo lo hacíamos en un muy avanzado estado de embriaguez y esa etapa se ha borrado de nuestra memoria casi por completo”.
Una lagrimilla le resbala mejilla abajo y no tengo más remedio que preguntarles por qué dejan Libro de notas. ¿Es por algo que he hecho?
“Lo dejamos principalmente porque ya nos hemos cansado de ganar dinero”, explica Alberto Gómez, mientras se suena la nariz con un billete de quinientos euros. “Llega un punto en el que ya no sabes para qué quieres un tercer avión privado. Y luego caes en la cuenta de que eres alérgico a tu propio gato, así que está bien que pueda volar en ese avión, pero ¿para qué un cuarto?”
“Tenemos otros proyectos en marcha —añade Marcos—, que sentimos más propios. Yo estoy intentando acabar el Candy Crush, por ejemplo, mientras que Alberto von Sachsen-Coburg und Gotha está grabando un disco de canciones electorales interpretadas al ukelele”.
Marcos y Alberto de Guermantes tienen muy claro qué ha sido lo mejor de estos más de diez años difundiendo los mejores contenidos de internet (incluidos mis libros, insisto):
—El sexo salvaje con groupies en limusinas.
—Haber podido coincidir con gente maravillosa que nos ha aportado tanto, en especial las groupies.
No podemos olvidar la enorme influencia política que ha tenido Livre de notes a lo largo de todos estos años. Marcos Taracido y Alberto de Saboya y Dos Sicilias han decidido elecciones, tanto en España como en parte de Europa. Fue un furibundo artículo de Marcos el que inclinó la balanza a favor de George W. Bush en las elecciones del año 2000, por ejemplo, y no es casualidad que en la lista de invitados de las fiestas de Berlusconi apareciera siempre el nombre de Alberto, por lo general mal escrito.
-Jaime, deja de escribir tonterías, por favor —afirma Marcos.
-Déjale, déjale. Además, lo de Berlusconi es cierto —responde Alberto Hancock.
¿Pero qué hay de todos los contenidos que los seguidores de The Notebook hemos ido siguiendo desde que se fundara en 1883, siendo el primer blog telegrafiado del mundo? “No hay ningún peligro —explica Marcos—, tenemos guardados todos los contenidos de Libro de Notas en este pen drive de dos gigas que nos regalaron con La Razón. Como sobraba espacio, también tengo las fotos de mis vacaciones; luego te las enseño”. Y no sólo los contenidos, como explica Alberto Romanovich Raskólnikov, indicándome que les siga hasta un ascensor con el que bajamos a los sótanos.
“No permitiremos que les ocurra nada a los colaboradores de la web. Pasa, pasa…” Entramos en un pasillo rodeado de celdas. Ahí están todos los colaboradores, vestidos de naranja, un color que favorece bien poco. No falta nadie: César Vidal, que hojea El Jueves; Fernando Sánchez-Dragó, que me susurra algo así como “ven aquí, niñita”; Pío Moa, que se entretiene haciendo bricolaje…
Pe… Pero, pero ¿esto es legal? Y lo más importante, ¿Y YO QUÉ?
—Verás, Jaime –comienza Marcos—, no sabemos cómo decirte esto, pero en fin… Er…
—Estás despedido —concluye Alberto Smith.
Resignado, abro mi sobre de peta-zetas y me echo un puñado en la boca. Marcos y Alberto de la Calzada me acompañan a la puerta donde, por los viejos tiempos, sueltan a los perros, que me alcanzan poco antes de llegar a la valla y me devoran las orejas.
Os voy a echar de menos. A vosotros y a mis orejas. Quizás más a mis orejas, lo admito. Las usaba casi cada día para guardar cosas.
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