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Cartas desde el exilio guineano por José Eburi Palé

Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.

Enero de 1969. La "memoria histórica" hoy y cuarenta años de deliberada amnesia pública

José Eburi Palé

Un pequeño gran fracaso
Francisco Macías encarga en diciembre de 1968 a LP y otras personas de su confianza, una discreta gestión en Madrid ante autoridades clave españolas. Esta utópica intermediación —como era de esperar— resulta estéril. Los despachos oficiales permanecen cerrados “para ellos” y sus ocupantes sumidos en el más absoluto autismo respecto al tema guineano.

Macías en su trono
LP regresa a Guinea acompañado de su esposa en la tercera semana de enero y el mismo día de su llegada departe con Macías respecto al pobre resultado de las gestiones en Madrid, dialogan y esbozan otras posibles soluciones a corto plazo.
Al día siguiente, LP se dirige temprano con su Land Rover de siempre a sus dependencias de trabajo, las mismas de los últimos veinte años de su vida. Nada más enfilar el acceso, le da el alto un grupo ¿uniformado? de miembros de las “juventudes” que no vacilan en meter los cañones de los fusiles por las ventanillas bajadas del jeep, antes de ninguna otra cuestión previa. Le hacen bajar y solicitan su documentación; él se la muestra y responde a las preguntas de rigor. Los individuos —apenas adolescentes— tenían una actitud arrogante y desde luego una sobredosis de alcohol. La situación de tensión resultó insólita hasta ese momento para él en Guinea.

Inmediatamente después de llegar a su despacho, solicitó por teléfono una entrevista con Macías. Al cabo de una corta charla con alguien anónimo, comunicó, ante las indecisiones de su interlocutor, su decisión de personarse en el palacio de gobierno en el tiempo que tardara en llegar a la plaza de España. Así lo hizo, accedió al palacio y sin más trámites le acompañaron hasta el despacho del presidente que sin duda estaba avisado.

- Sr. Presidente, hace poco hablamos del futuro de Guinea y de su decisión de contar conmigo para coordinar algunos proyectos en marcha. – Si Sr. LP – Pues bien, esta mañana he sido amenazado y detenido por un grupo de chavales armados y ebrios que casi me impiden acceder a mi despacho, en esas condiciones me es imposible cumplir con mi trabajo. – Ha sido un error Sr. LP, comprenda que no le conocían y son la salvaguarda de la seguridad. – ¿Cual es la inseguridad Sr. Presidente? – Usted Sr. LP no lo comprende, yo tengo enemigos. No se preocupe, en este momento le están preparando un salvoconducto para que se mueva con total libertad por la isla, firmado de mi puño y letra. – Sr. Presidente, si los que hoy me han dado el alto, lo han hecho porque no me conocen, mañana pueden hacerlo otros en Batoikopo, que tampoco me conozcan. Las juventudes no parecen disciplinadas por una jerarquía de mandos controlados por usted al cien por cien. – Cierto Sr. LP, son jóvenes y no conocen la isla, pero serán advertidos y no tendrá más problemas, le doy mi palabra. – Sr. Presidente, yo no puedo desarrollar mi actividad a pleno rendimiento sin cierta seguridad personal, no le podría garantizar un trabajo eficaz. – Lo comprendo Sr. LP, lo resolveremos. Si le parece, en dos o tres días salimos de inspección.
Por mi parte no hay objeción Sr. Presidente, esperemos lo mejor.

Esa fue la última vez que LP vio a Macías en persona.

Macías, una mente un caos

Ondó y Fraga: el beso de Judas
En el mes de enero de 1969, Guinea cruza la divisoria entre la escalada sorda de tensión antes de las navidades, y el principio de un resbaladizo descenso a ciegas por una pendiente sin fin.
Macías en diciembre, no ha tenido los arrestos necesarios como para organizar una campaña de prensa como acordó con LP. Ha tirado la toalla como buen conocedor de sus limitaciones y en lugar de eso, se traslada fugazmente al continente. El 16 de enero pronuncia en Bata un discurso sincopado en el que afirma cosas inconexas, tales como su admiración hacia Hitler; ya que según él, ”hizo posible la libertad en África”. También afirma que Franco le ha dicho: “Yo estaré detrás de ti”, ”el único que ama Guinea es el General Franco”.

Al mismo tiempo acusa a España de crear un bloqueo económico en la república y declara que:”No acataremos la Constitución”, que califica como “impuesta por España”. Macías en eso tiene razón, pero su mente enferma es incapaz de discernir u organizar una línea política argumentada, se limita a vociferar sin control y a exteriorizar exabruptos como los hervores de una olla a vapor sobrecalentada.
La tercera semana de enero Macías regresa a Santa Isabel donde tiene que resolver cuestiones que le inquietan, como es el caso de los braceros nigerianos.

Ha regresado a Santa Isabel, pero sabe que ha de volver en breve a Rio Muni. Su ausencia del continente deja un vacío de “clan”, que puede volverse en su contra porque allí hay mucho nerviosismo y cierta agitación. Los partidarios de Ondó Edú y Atanasio Ndongo en las recientes elecciones —pertenecientes a otras etnias— no están conformes con el reparto de poder. Las “juventudes” totalmente descontroladas, se dedican al bandolerismo y la intimidación de blancos y negros de otras tribus. Además, el rumor acerca del envenenamiento de Ondó Edú circula insistentemente. Demasiadas cuestiones que resolver para un personaje limitado como Macías. Su propia supervivencia como presidente está en juego a su juicio, no sin cierta lógica, y su “carisma” de clan, provinciano al fin y al cabo, no es suficiente para manejar una situación general, compleja sin duda.

El problema de la mano de obra nigeriana

El boato que amaba Macías
La que fue Guinea española solo tres meses antes, era un territorio con una base social viva y próspera; poseía una economía floreciente que se había permitido el lujo durante décadas de dar trabajo a mano de obra procedente de los países limítrofes, como era el caso de Nigeria. Las autoridades españolas tenían unos acuerdos con el gobierno nigeriano mediante los cuales trabajadores de ese país eran contratados para trabajar en las duras labores de las fincas de cacao, café y en otros sectores. Se les garantizaba alojamiento, manutención y una cantidad en metálico, y el resto del sueldo le era entregado vía consular, a sus familias en Nigeria; todo un modelo social adelantado a su tiempo. Esa masa laboral llegó a ser de 40.000 trabajadores en 1968, básicamente en la isla de Fernando Poo. La población isleña autóctona de la etnia bubi, nunca realizó ese tipo de trabajos primarios; por ley, cada individuo tenía derecho a la propiedad de unas doce hectáreas de tierra, que les sobraba para su manutención. Se daba el caso de que muchos bubis arrendaban sus tierras a españoles blancos, obteniendo así unos ingresos y calidad de vida nada desdeñables. Por lo general los españoles autóctonos bubis, optaban por trabajos de índole administrativa, comercial etc, a los cuales se adaptaron con eficacia.

El problema de la masa laboral nigeriana para Macías estaba agravado en esas fechas por partida doble. De un lado: la falta de liquidez de Guinea y de todos sus estamentos hacía inviable el pago de los salarios con el consiguiente descontento general. De otro: la prohibición del uso del aeropuerto de Santa Isabel para el pasillo aéreo que la Cruz Roja Internacional había establecido en la guerra de Biafra, había creado tensiones y el recelo de esa parte sur de Nigeria. Ese país estaba en plena guerra civil entre el norte, de religión islámica y el sur, Biafra, de religión politeísta afín a la guineana y a la que pertenecían la mayor parte de los trabajadores nigerianos en Guinea. De forma que Macías vuelve a Santa Isabel imaginando sin fundamento una rebelión de los braceros nigerianos e incluso una invasión nigeriana: su mente ya ha decidido expulsarlos del país. Lo que no ha planeado es cómo solucionar la continuidad del laboreo en las fincas de café y cacao, estas últimas de reconocido prestigio mundial y única fuente estable de riqueza para Guinea, junto con la madera del continente. El petróleo entonces, sólo era un secreto, a voces, pero un secreto guardado para si por los EEUU, para tiempos mejores como ha demostrado la historia.

El discurso de san carlos
El día 20 de enero de 1969 Macías organiza una visita a San Carlos, hoy Lubá, en la isla de Fernando Poo. En él desata sus demonios más profundos de una forma convulsiva y caótica. La publicación del discurso en el periódico del lunes, acaba de convencer a la población sensata de que aquel hombre ha perdido definitivamente el control de si mismo. Está inquieto, fuera de si y no hay una idea organizada en sus palabras; si hay ira, caos mental y un reparto indiscriminado de culpabilidades a discreción por la situación de Guinea. Sus palabras son una prueba directa de su falta de preparación y de capacidades personales, más aún como presidente de un país.
Cualquier descripción del discurso, resultaría insuficiente ante el texto real, que puede leerse aquí.

Nuestro embajador – la mediocridad sin limites
Nuestro insigne embajador en Guinea pertenecía, como no podía ser menos, al entorno de un gobierno caduco y decadente. Su destino guineano era más bien una cruz pasajera que engrosaría su currículo personal a la espera de tiempos mejores. Es verdad también que su libertad de acción estaba limitadísima por la apatía y la parálisis de Madrid por los asuntos guineanos. La suma de todo esto, al desconocimiento absoluto de nuestro cuerpo diplomático acerca de la forma de ser de los guineanos, anunciaba la chapuza venidera. Nuestro embajador, personaje inoperante donde los haya, pertenecía a la “orbita” de Fernando María Castiella, paradigma de la “inquebrantable adhesión al caudillo”, de la cobardía política por tanto, y de la práctica diplomática “de escuela”, engolada, snob, arrogante, petulante y quijotesca.

No contento nuestro embajador con su ineptitud para congraciarse con Macías, su mediocridad le lleva a cometer una más de tantas torpezas, indigna de un diplomático cabal. En un sitio provinciano y pequeño como Santa Isabel, no se le ocurre nada mejor, que dejar encima de una mesa y al alcance de un tropel de funcionarios tediosos, un informe dirigido a Madrid presuntamente confidencial, en el que hace comentarios acerca de la adicción a los “estupefacientes” del ministro de Asuntos Exteriores guineano, Atanasio Ndongo.

Como cualquiera sabía en Guinea, el consumo personal de derivados del cannabis era una práctica social extendida entre la población autóctona, parte de su bagaje cultural desde hacía siglos y habitualmente respetada por cualquier persona sensata, en el marco de la intimidad personal y privada de cada quién.
Sin duda era esa para él una cuestión de la máxima prioridad diplomática dentro de la vacía rutina diaria de nuestro embajador y sin duda, la forma discreta con la que trató el asunto fue “altamente profesional”. Huelga decir que el funcionario de turno leyó el informe y en cuestión de horas, Atanasio Ndongo, Macías y toda la población de la isla, sabían de las calidades y cualidades personales de D. Juan Durán Lóriga. Es de agradecer al Sr. Durán, su granito de arena en aras del progreso de Guinea y de los guineanos de todos los colores, su habilidad en esto fue inestimable y sus memorias, el paradigma del mayor indigestible almíbar edulcorado jamás escrito.
Gracias también por su estimable responsabilidad, en la génesis, desarrollo y resolución, de la inminente “guerra de las banderas” en Bata, unos días después.

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La mayoría de fotos aportadas, provienen del fondo fotográfico de: http://www.raimonland.net/

José Eburi Palé | 29 de mayo de 2007

Comentarios

  1. Eli
    2007-05-29 15:06

    Estas cosas me parecen sorprendentes, algo así como de ciencia ficción.
    Apenas sabemos nada de nuestras recientes descolonizaciones.
    Mal está que en los sesenta, se hicieran chapuzas de este estilo, pero sorprende el hecho de que un país como Guinea en el que se habla español, excepcionalmente en África, esté olvidado en nuestras vidas.
    Yo no me hago a la idea de que en un territorio propio de las películas de tarzán en blanco y negro, la gente hable español y se llamen José o Pedro. Curioso.
    Supongo que Guinea tendría que estar más presente en nuestra vida diaria, no entiendo porqué no es así.

  2. Marcos
    2007-05-29 15:15

    Eli, esa pregunta nos la hacemos muchos; yo tengo mi particular respuesta: torpeza tradicional de nuestra política exterior; incapacidad para asumir nuestras propias derrotas, múltiples en este caso; ausencia de interés en los sucesivos gobiernos por recuperar los lazos, pues requiere esfuerzo múltiples y costosos inicialmente.
    Al menos gracias a José Eburi vamos sabiendo algo.

    Saludos

  3. Eri Bubi
    2007-06-08 23:08

    Todo lo que estoy leyendo en esta serie, me parece como el guión de una película no estrenada.
    No acabo de entender como es posible que sea una página oficial en blanco.
    Me sorprende también, la capacidad de los estados para hurtar información de este calibre.

  4. Eli
    2007-06-09 13:05

    66ª Feria del Libro de Madrid

    “La integración no significa que comamos chorizo”

    ANDREA AGUILAR
    Madrid

    EL PAÍS
    Cultura
    09-06-2007

    Hace más de 30 años que Donato Ndongo (Niefang, Guinea Ecuatorial, 1950) descendió por primera vez a las galerías del metro en Madrid. Llegó a esta ciudad desde la entonces colonia para acabar sus estudios de bachillerato. Convertido en escritor en lengua castellana, este profesor de la Universidad de Misouri-Columbia ha trasladado de alguna forma aquella escena de su adolescencia al presente. Con ella arranca su nueva novela, El metro (El Cobre).

    Los libros que hasta ahora ha publicado son lectura obligatoria en universidades y liceos de Gabón, Costa de Marfil o Madagascar y han sido traducidos al inglés y francés. Ndongo reclama el derecho de África a expresarse: “No se puede pretender construir África sin los africanos. Tenemos cosas que decir los que viven allí y los que vivimos aquí”.

    Lambert Obama Ondo, el protagonista camerunés de esta historia, no puede evitar quedar sobrecogido cada vez que entra en el suburbano para disponer sobre una alfombra su mercancía ambulante. Piensa que quizá en las oscuras galerías se tope con las ánimas de sus antepasados. “Cuando una persona llega de una cultura diferente estas cosas impresionan. Podría pasar lo mismo en un ascensor, que al elevarte por encima de la tierra puede infundir pavor a quien no está acostumbrado”, explica en conversación telefónica desde Murcia, donde este refugiado político pasa el verano. ¿Y qué puede provocar una sensación parecida en los occidentales que visitan África? Ndongo no lo duda: “La selva es lo que fascina de esta misma forma a quien no la conoce”.

    La proclamación de la independencia de Guinea Ecuatorial sorprendió a este escritor en España. “No pude regresar, y tras la elección democrática de Francisco Macías como presidente pronto se instauró una de las peores dictaduras de la historia”, recuerda. En 1985 consiguió instalarse en su país, pero no sería por mucho tiempo. “Como millones de africanos, la vida me ha llevado sucesivamente a varios exilios. Hay exilios interiores del pueblo a la ciudad, de ruptura con las tradiciones, como el que vive el protagonista, y exilios exteriores más allá del mar. A nuestra generación nos ha tocado vivir el exilio como a otras les tocó la esclavitud o el colonialismo”.

    En 1994, Ndongo tuvo que escapar de la persecución política de Obiang. “Nuestras independencias no han traído ni libertad, ni desarrollo. En lugar de esto, nuestros países se han convertido en satrapías y dictaduras que se dedican al latrocinio de sus pueblos”, denuncia. Cuenta este escritor que desde hace tres décadas vuelve una y otra vez sobre una misma pregunta en cada una de sus historias: “¿Cuáles son las causas que nos obligan a salir de nuestras tierras, donde están nuestros paisajes y almas?”. Con El metro ha tomado cierta distancia respecto del personaje protagonista, “no soy camerunés, ni vine en una patera”, y ha sido gracias a los testimonios de muchos africanos inmigrantes como ha logrado reconstruir el viaje por el Estrecho. “El inmigrante se siente que ya no tiene control sobre sus movimientos o ilusiones. No tiene horizonte, vive el día a día y muchas veces la propia ley fuerza su caída en la ilegalidad”.

    Las soluciones que Ndongo plantea a medio y largo plazo para África pasan porque se modernicen algunas tradiciones y costumbres, por acabar con las dictaduras y porque los países occidentales cesen su neocolonialismo. Pero el autor de El metro también mira de frente el presente: “La integración no significa que comamos chorizo, sino que las sociedades que nos acogen sean suficientemente flexibles para comprender algunas de nuestras costumbres”.

    Me ha parecido interesante


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