Homo Webensis es página llena de artículos, noticias y cosas sobre la seudociencia que nos invade. Hacia la razón por el humor. [Vía Jardin1003]
Marcos Taracido | 14/10/2003 | En la red | Ciencia
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Leto Martín Pérez 2003-11-22 02:01
La Luna no sólo es el peor destino donde posar una nave, sino del que mejor fingirlo. No tiene manta gaseosa que frene el más ínfimo de los meteoritos. Por un encadenamiento lógico, se puede conocer casi todo sobre ella a la vista de su ausencia de mares: pues los gases y vapores allí se desvanecen, los retrocohetes no deben abrir cráter, etcétera.
Si el ordenador que gobierna el lanzamiento de un transbordador obra merced a 200.000 microchips, el Apollo—falto de microprocesador en el ‘69—malgastaría el propergol al alunizar o se destrozaría contra la fría bola de vidrio.
El propio Isaac Asimov, en la “Nueva guía de la ciencia”, reconoce que “cinco vehículos Apollo completaron sus misiones sin un éxito digno de relieve”. Se debería rememorar que tres pobres diablos murieron por un incendio de la cápsula espacial en el ‘67, con la cuenta atrás del despiporre. Es para arrestar a los derrochadores de dinero en tanto alunizaje, cuyas conclusiones son: que la Luna se halla muerta, sin vestigio de agua ni los elementos químicos en ella solubles, y el calor volcánico fundió allí más vidrio que en la Tierra.
La Agencia impulsó al telescopio Hubble a 612 Km de altitud, allende la atmósfera por observar sin la refracción de ese prisma envolvente, y ¿ni en una sola foto lunar captaron el cielo estrellado los expedicionarios?
Las rocas lunares “traídas por los astronautas” se abalanzan sobre la corteza terrestre en forma de aerolitos. El titanato de hierro y magnesio se encontró “luego” en unas minas diamantíferas sudafricanas.
Sólo a la N A S A se le ocurre proyectar un 13 de Abril el Apolo 13, para que la superstición popular exculpara su chapucería. Los “Flash Gordons”, con la fanfarria de atravesar los cinturones de radiación Van Allen, sobreviven rocambolescamente a un cortocircuito detonante. Dos años antes, la URSS había lanzado la sonda 5-B, que orbitó en derredor de la Luna albergando “la tripulación” de un magnetófono reproductor de voces, grabadas refalsadamente.
Tan seguro de que nadie ha pisado la fúnebre Luna como del estallido del lanzador nave Challenger, minuto y poco después de su despegue. El informe Feynman, del bizarro premio Nobel, cantó claro que para la NASA mandó el autobombo contra la alerta por determinadas fisuras, despreciadas con fraude estadístico. En el ‘86, la memoria de los ordenadores astronáuticos era una reliquia con núcleo de ferrita que los viajeros cargaban unas cuatro veces diarias a partir de cintas.
No tuvo, tiene ni tendrá pijotero interés industrial un alunizaje. Los que “han vuelto” del satélite se cifran en los haces de luz que entran por telescopios y espectroscopios, los rayos láser y las ondas de radar.
LETO MARTÍN PÉREZ
2003-11-22 02:01 La Luna no sólo es el peor destino donde posar una nave, sino del que mejor fingirlo. No tiene manta gaseosa que frene el más ínfimo de los meteoritos. Por un encadenamiento lógico, se puede conocer casi todo sobre ella a la vista de su ausencia de mares: pues los gases y vapores allí se desvanecen, los retrocohetes no deben abrir cráter, etcétera. Si el ordenador que gobierna el lanzamiento de un transbordador obra merced a 200.000 microchips, el Apollo—
falto de microprocesador en el ‘69—malgastaría el propergol al alunizar o se destrozaría contra la fría bola de vidrio. El propio Isaac Asimov, en la “Nueva guía de la ciencia”, reconoce que “cinco vehículos Apollo completaron sus misiones sin un éxito digno de relieve”. Se debería rememorar que tres pobres diablos murieron por un incendio de la cápsula espacial en el ‘67, con la cuenta atrás del despiporre. Es para arrestar a los derrochadores de dinero en tanto alunizaje, cuyas conclusiones son: que la Luna se halla muerta, sin vestigio de agua ni los elementos químicos en ella solubles, y el calor volcánico fundió allí más vidrio que en la Tierra. La Agencia impulsó al telescopio Hubble a 612 Km de altitud, allende la atmósfera por observar sin la refracción de ese prisma envolvente, y ¿ni en una sola foto lunar captaron el cielo estrellado los expedicionarios? Las rocas lunares “traídas por los astronautas” se abalanzan sobre la corteza terrestre en forma de aerolitos. El titanato de hierro y magnesio se encontró “luego” en unas minas diamantíferas sudafricanas. Sólo a la N A S A se le ocurre proyectar un 13 de Abril el Apolo 13, para que la superstición popular exculpara su chapucería. Los “Flash Gordons”, con la fanfarria de atravesar los cinturones de radiación Van Allen, sobreviven rocambolescamente a un cortocircuito detonante. Dos años antes, la URSS había lanzado la sonda 5-B, que orbitó en derredor de la Luna albergando “la tripulación” de un magnetófono reproductor de voces, grabadas refalsadamente. Tan seguro de que nadie ha pisado la fúnebre Luna como del estallido del lanzador nave Challenger, minuto y poco después de su despegue. El informe Feynman, del bizarro premio Nobel, cantó claro que para la NASA mandó el autobombo contra la alerta por determinadas fisuras, despreciadas con fraude estadístico. En el ‘86, la memoria de los ordenadores astronáuticos era una reliquia con núcleo de ferrita que los viajeros cargaban unas cuatro veces diarias a partir de cintas. No tuvo, tiene ni tendrá pijotero interés industrial un alunizaje. Los que “han vuelto” del satélite se cifran en los haces de luz que entran por telescopios y espectroscopios, los rayos láser y las ondas de radar. LETO MARTÍN PÉREZ