Para Marcos Taracido, de cuerpo entero
No es que la lluvia no moje como cuando eras un niño, o que el amarillo líquido de los ginkgos no lastime tu mirada o que el roce de la persona amada no te frene la respiración o que al pisar las hojas en el parque no sientas cómo cruje el otoño en tu esqueleto. La lluvia humedece los cristales, la rama del árbol se arquea con el peso de tanta luz y te sabes de memoria el cuerpo que amas. En tardes como estas recuerdas que te falta un milímetro para ser el dueño total. Todavía te pierdes en el parque y sientes escalofríos al no encontrar la salida. Es la vida que te roba ángulos, olores, sabores, perfiles, amores, entradas y salidas. Llueve y anochece: qué fácil es decirlo y que difícil es entenderlo. Me traes una taza de té caliente y humeante oliendo a canela, a miel y a otoño y la lluvia arrecia y uno de los viejos cuartetos de Haydn parece que está recién compuesto como lo está la noche. Tienes miedo de ser tan feliz y temes hacer ruido y despertar a la que duerme. Cómo quisiera saber el milímetro que me falta para no temer a nada ni a nadie. Para ser el dueño de tu universo.
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