por Germán Machado
A esta altura, hemos tomado nota sobre una realidad: la red de redes, como ámbito de intercambio y construcción colectiva de sentido, no prosperó. O al menos, no prosperó como lo esperábamos. Los nodos de la red, donde podían llegar a enlazarse discursos (o comentarios) para generar un nuevo sentido, y darle continuidad a un entramado de pensamiento dialógico, o al entramado de un diálogo pensado, han sido sustituidos por la coincidencia momentánea, y rápidamente cambiante, de lo que es etiquetado para llamar la atención de las audiencias. Mientras duró el intento aquel, qué duda cabe, la experiencia fue muy buena. Vamos, que la hemos disfrutado a pleno, y hemos aprendido mucho en esos menesteres, y además nos han quedado unos vínculos virtuales bien entramados para adelante.
El signo del hashtag, esa grilla, ese espacio vacío para el tatetí de la casualidad, hoy día es el signo del nuevo tiempo de las redes: un tiempo en el que no hay más tiempo que el limitado para la frase rápida, la invectiva, el aplauso, el insulto, la confirmación de un gusto o un disgusto. A veces, la astucia, el acierto en la frase, el chiste bien hecho, la idea ocurrente. En ese espacio delimitado por la grilla del «tres en línea» puede darse la coincidencia de dos personas o de miles, un alineamiento circunstancial que puede fascinar a los concurrentes del auditorio virtual, tal como fascinaban los eclipses a las culturas primitivas. Un alineamiento que, en todo caso, sucederá como algo efímero o viral. La nota, o la noticia, se contagia rápidamente y, rápidamente, la grilla queda en blanco, para que uno tras otro puedan volver a inscribir su pequeño círculo, su pequeña cruz y ver si aciertan en el juego. Y acierten o no, poco quedará instantes después; poco, o nada. Esto también se puede disfrutar, aunque dudo que se aprenda mucho en ese juego, y más dudo de que se puedan establecer vínculos duraderos.
Si lo dicho anteriormente tiene visos de realidad, si efectivamente estamos tomando nota sobre algo que acontece en el mundo virtual con la (a)normalidad de los cambios climáticos, si la red 2.0 es, o fue, una vía muerta, la pregunta que sigue es: ¿vale la pena seguir anotando, escribiendo, archivando bajo sus viejas reglas? Me gusta pensar que uno lee de verdad una nota solo cuando la relee. Me gusta pensar que en el hiato entre la primera vez que se lee una nota y la segunda (o la enésima, da igual), recién ahí, se construye sentido, vale decir, el lector es consciente de que lee lo que ha leído y que ha leído más de lo que podía leer en lo anotado y en lo vuelto a anotar. En ese sentido, la temporalidad de la lectura es ajena a la nueva dinámica de las redes de audiencias: en estas nadie vuelve sobre sus pasos. Nadie relee nada. No es grave.
Y es que esto, esta nueva virtualidad de las redes (¿sociales?), es tan circunstancial como lo fue el primer intento de construcción de sentido que encararon los prosumidores de la red 2.0. Prosumidores, sí, nosotros, también nosotros, los que estamos hace años alrededor de este Libro de Notas, los que lo leíamos, los que posteábamos en él, como estuvieron tantos otros que hacían sus cosas a la vez por aquí o por allá. Y entonces, si se escribe para que otro lea (y relea), ¿sobre qué escribiremos aquí, y ahora, y en adelante? ¿Qué nuevas redes tramarán nuestras lectoescrituras virtuales?
En su libro Resistir. Insistencias sobre el presente poético, Eduardo Milán mentaba «la obligada reivindicación de un mutismo siempre latente en todo poeta». Quiero creer que el silencio en el que entra este Libro de Notas a partir de ahora tiene algo de esa reivindicación. No se trataría, entonces, de un viaje sin retorno. No se trataría de quemar las notas. Como una vez me dijo un viejo maestro: vos metele, que algo siempre queda.
Me gusta pensar que aquí se sembró mucho, incluso contra las asperezas de los malos tiempos. Y que el actual tiempo, no menos malo que los anteriores, es tiempo de barbechar. Quedará aquí un puñado de notas para ser (re)leídas. Un puñado de notas puestas en remojo, pero no por el temor de lo que pueda haberle sucedido al vecino, sino porque las legumbres de un nuevo intento de abrir mundos requieren, también, que parte de lo cosechado crezca hasta estar a punto para una mejor cocción.
Mientras tanto, podremos jugar al tatetí, sin afán de ganar y sin temor de perder: y es que allí se trata de un juego en el que los jugadores atentos siempre empatan. Un juego que, a la larga, es aburrido.
¿Círculo o cruz? Ustedes siguen. Y yo.
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