Viviendo como vivimos sumergidos en una percepción de la historia Pop regurgitada no por libros ni profesores sino por televisión y cine, el origen de la democracia moderna se nos ha presentado en tres sabores; Atenas, la Carta Magna inglesa y La Guerra de Independencia Americana. Un observador casual llegaría a la nada desencaminada conclusión de que estando el cine y la televisión que consumimos tan dominadas por lo angloamericano, resulta lógico que esos sean los hitos que se destaquen. Un observador peor intencionado verá, además, el relato que dichos hitos cuentan.
Admitiendo que esta noción también tiene mucho de Pop, que no busca rigor y que sale de las tripas, mi referente fundacional está en cambio en la Revolución Francesa de 1789. Erase una vez el Hombre… tiene tanto que ver con esto como cien telefilms sobre padres fundadores emitidos a la hora de la siesta en una televisión española porque salen baratos y a nadie le interesaría ver algo sobre la vida de, no sé, Espartero. O la ingle de su caballo. En vez de escribir nuestra historia se la compramos barata y en paquetes a otros, por eso hace una semana todos los telediarios hablaban de JFK como si hubiese dicho “Ich bin ein berliner” delante de la Puerta de Alcalá o el tiro se lo hubiesen dado en una calle de Valencia. Porque AP y Reuters tenían oferta y las imágenes de archivo montadas becario mediante están tiradas.
Me disperso… Decía que el fervor democrático me lo enciende mucho más la Marianne que Washington cruzando el Delaware . Como todo pensamiento político, primero es algo visceral y luego lo racionalizamos cuando encontramos las palabras que lo ponen en contexto, palabras normalmente prestadas de alguien que pudo querer o no decir lo que nosotros queremos entender. En mi caso, la frase es de Mao:
La Democracia nace del cañón de los fusiles.
Y quiere decir exactamente lo que dice. Que los derechos no se otorgan, se conquistan. No nacemos con ellos, los tomamos. Que nadie regala nada y que en ausencia de un respeto nacido de estar entre iguales bueno es que al menos te teman. El relato de la democracia anglosajona siempre ha pintado la Revolución Francesa como un desastre, una barbarie sangrienta que solo pudo producir un dictador que amenazó con devorar Europa. 200 años de historia Pop nos han dejado a un Bonaparte envilecido, un retaco que jamás existió, imaginado por caricaturistas londinenses y después repetido hasta la nausea en una suerte de damnatio memoria versión mass media.
No te tienen por qué gustar mucho los franceses para gustarte su relato nacional. En Francia la algarada es un método de expresión política válida y tienen una de las policías más bestias del mundo porque al estado le hace falta que sea así. Le hace falta porque saben que llegado el caso se les puede hacer responsables de cada consecuencia de sus actos. Hace unos años leía a una corresponsal gabacha (son muchos párrafos sin haber usado el término) sorprenderse del grado de aguante del español, de la poca voluntad de protesta, de lo mal utilizado de nuestra “pasión”. Cuanto Bizet, pero tenía razón.
La Nueva Ley de Seguridad Ciudadana que pasea el gobierno pretende limitar el derecho de expresión y reunión, así como cortar de raíz nuestra capacidad para fiscalizar a los cuerpos en los que se supone hemos depositado el monopolio de la violencia. Son la clase de medidas duras que toma quien empieza olerse que se está rifando una hostia. Que la próxima tarta lo mismo no lleva nata. Que hay un número finito de veces en los que la gente solo rodee el congreso sin decidirse a entrar. Bien.
Hace 100 años, cuando subía un céntimo el pan el gobierno tenía que sacar a la Guardia Civil a la calle para apagar la rebelión. La Guardia Civil a caballo y con sables. Nos hemos pasado décadas sumergidos en un relato histórico favorable a la paz . No la paz del satisfecho sino la de los mansos, la paz del plutócrata que ni siquiera tiene que protegerse de ti porque ya le proteges tu mismo con tus impuestos y tu aceptación.
No hace falta sembrar las plazas de guillotinas pero sí acordarse de ellas. Y apretar más, porque el miedo de un gobierno a sus ciudadanos nunca puede ser algo malo.
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