1. Problema del contenido: ¿qué es cultura? Se viene asimilando lo cultural a lo que tradicionalmente se conoce como las letras y las artes: literatura, pintura, música… y cierta permisividad o condescendencia permitía incluir a disciplinas inicialmente menos creativas como la historia, o a géneros como el ensayo o incluso a todo un modo de presentar contenidos como es el libro. Con el siglo XX se admite que el término englobe a incorporaciones tecnológicas como un medio, la radio, o un arte, el cine, pero se sigue dejando fuera a las ciencias… ¿tiene sentido en el siglo XXI, cuando la interdisciplinariedad es un potente motor de creatividad y conocimiento mantener esa distinción?
2. Problema de la terminología: ¿seguimos utilizando el término «cultura»? ¿Sería más apropiado y justo «conocimiento»? El término «cultura» tal y como es utilizado actualmente por el lenguaje del poder (perdón, pero entiéndaseme: por aquellos que dialogan con los poderes fácticos y tienen la capacidad de influir directamente en ellos e infiltrarse, como colegas o hermanos ligeramente díscolos, en los aparatos que aseguran el status quo). No me gusta la alternativa adjetivada «cultura libre», me parece algo presuntuosa e infantil, pero tampoco soy capaz de proponer otra más útil y exacta.
3. Porque lo que es evidente es que la cultura no está en crisis, ni lo ha estado nunca, ni lo estará; muy al contrario, estamos en un momento de explosión de la emisión de conocimiento (científico, artístico, de ficción…) sin parangón en la historia de la humanidad. Lo que está en crisis es la industria cultural, un modelo con menos de un siglo de funcionamiento y que corre parejo al auge y crecimiento del capitalismo. Si acaso, pues, estaríamos ante un cambio de modelo.
4. Y más que cambio de modelo, recuperación y adaptación de otro más antiguo: el medieval, el de la cultura oral, popular, un mar de voces más o menos anónimas que tienen en la repetición y la modificación, en la creación local y limitada su herramienta creativa y de difusión. Un modelo horizontal —con muchos matices— frente a uno vertical. Un modelo democrático (cualquier ciudadano puede ser alcalde, concejal, presidente) frente a uno monárquico en el que la distinción se hereda o se logra ejerciendo el papel de Cenicienta: esperando que el príncipe te salve del anonimato.
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