Víctor R. Ruiz y Martin Pawley
La relación entre la mitología y el cielo se remonta a los albores de la literatura.
Troya
El pasado mes de mayo se estrenó una nueva versión cinematográfica de La Ilíada. Protagonizada por súper-estrellas de Hollywood, su director Wolfgang Petersen condensa en ella la guerra entre griegos y troyanos. La historia gira alrededor de Aquiles (encarnado por Brad Pitt), guerrero legendario y temido en vida. Hijo de la diosa Tetis, Aquiles busca la inmortalidad en el campo de batalla de la única forma que le será posible: siendo recordado por sus hazañas.
La mitología griega está llena de héroes —y algún que otro villano— a los que el Dios del Olimpo concedió el honor de ser recordados durante la eternidad, elevándolos a las estrellas y tomando forma de constelaciones: Orión, Hércules, el Escorpión, el León, las Pléyades... pero Aquiles no está entre ellos y, sin embargo, su nombre aún resuena en nuestra cultura, tres milenios después de luchar contra los troyanos. Fue Benjamín Franklin quien sentenció que «si no quieres ser olvidado, tan pronto estés frito, escribe cosas que valgan la pena ser leídas o haz cosas que valgan la pena ser escritas». La historia juzgó que Aquiles hizo cosas que valió la pena escribir, y que Homero hubo de relatar para gloria de ambos.
Carl Sagan contaba a menudo una anécdota. De pequeño fue a la biblioteca pública de Brooklin acompañado de su madre. Quería un libro sobre estrellas y venciendo su timidez, así se lo requirió a la bibliotecaria. Al momento ésta regresó... con un ejemplar sobre actores de Hollywood. No cabe duda que el director y los actores de Troya buscan también cierta inmortalidad, pero aún con el supuesto reparto estelar, si Brad Pitt, Peter O'Toole, Eric Bana o Wolfgang Petersen disfrutarán de algo más que fama efímera es algo que hoy en día no podemos saber, aunque podemos adivinar que sus hazañas no son comparables a las de Aquiles y Homero. Y, afortunadamente, ni los nombres de las estrellas ni de las constelaciones están en venta (trileros aparte).
Homero continúa el relato de la Ilíada con el retorno de Ulises a su hogar, lo que constituye La Odisea. Son estas dos obras de Homero fundamento de la rica mitología griega que conocemos hoy en día, aunque se fue cultivando después de la muerte del escritor. Nosotros heredamos de ella —entre otras cosas— los nombres de las constelaciones y estrellas. Cierto es que muchas de ellas fueron recogidas de la tradición mesopotámica. Por ejemplo, una de las más conocidas de nuestros días, la Osa (Mayor) es mencionada como tal por Homero. Los sumerios se referían al asterismo como Ma-Dig-Da... el "carro", que es precisamente el otro nombre con el que conocemos la constelación. Homero canta:
Y dispuso en él
la tierra y el cielo y el mar
y el Sol infatigable,
la Luna llena y todas las estrellas de las constelaciones
de las que está el cielo coronado,
las Pléyades, Híades y la fuerza
de Orión y la Osa, aquella
a la que Carro asimismo llaman
de sobrenombre, y en el mismo sitio
gira, y mira, aprensiva a Orión.
Ilíada, Canto XVIII
Otras odiseas
Son muchas las obras que se han inspirado en Homero, empezando por las suyas propias. Los eruditos creen que sufrieron un proceso de normalización, especialmente por el ateniense Hiparco quien reformó la poesía homérica para los festivales panatenienses. Siglos después, encontramos los cuentos de Simbad el Marino del libro de las Mil y una Noches o, más recientemente, la serie de animación Ulises 31 y la película de los hermanos Cohen "O'Brother". Pero quizás, su más digno heredero intelectual es la novela Ulises del escritor irlandés James Joyce. Esta particular versión de la Odisea transcurre en las calles de Dublín el 16 de junio de 1904. Aunque en realidad Joyce nunca llegó a confirmar que esa fecha coincidiese con algún hecho relevante en su vida, suele darse por hecho que ese fue el día en el que dio un paseo por vez primera con su futura mujer, Nora Barnacle. Los personajes de Homero toman nueva forma en la novela de Joyce como Stephen Dedalus (Telémaco), Leopold Bloom (Ulises) y Molly Bloom (Penélope). Es una novela de muy difícil lectura, escrita en un idioma provocativo y complejo que se recrea en juegos de palabras casi ininteligibles. Existen muchas guías para seguir la trama, tanto espacial como temporalmente (aunque aún existen problemas no resueltos al respecto), pero en el fondo lo único imprescindible para su lectura son buenas dosis de paciencia y de sentido del humor.
Hace un par de semanas, el 16 de junio de 2004, se cumplieron 100 años de los eventos relatados. Desde 1954, los seguidores se reúnen en Dublín y en otros lugares del mundo para celebrar el "Bloomsday", que por cierto, este año estuvo a punto de sufrir un revés importante. Stephen Joyce amenazó con llevar a los tribunales a aquellos que leyeran la obra de su abuelo en público sin pagar los preceptivos derechos de autor. La cosa acabó con la intervención del Parlamento irlandés que aprobó una modificación ad-hoc de las leyes de propiedad intelectual. Camino errado para conseguir la gloria.
En la obra obra de Joyce también hay amplias menciones a astros y eventos astronómicos. Como Homero, menciona a la Osa Mayor, a las Híades y a Orión, aunque también a Hércules y al Dragón. Se menciona un eclipse de sol venidero en el capítulo 8; en el 9, a la supernova de 1572 de Tycho Brahe; en el 10, Leopold compra un libro sobre astronomía; en el capítulo 17, menciona un libro titulado "la Historia de los Cielos", que forma parte de su biblioteca...
Ulises y las líridas
Donald y Marilyn Olson publicaron recientemente un artículo sobre estas citas en el que afirman que Joyce utilizó las efemérides astronómicas del Thom's Official Directory de 1904. En concreto, los Olson centraron su atención hacia el final de la obra, en el amanecer del 17 de junio. Forma parte del penúltimo capítulo de la novela, que adquiere la apariencia de un extenso cuestionario en el que se repasan y amplían muchos de los acontecimientos que han sucedido durante el día en un estilo que imita y parodia la precisión del lenguaje científico. De madrugada, cuando Stephen Dedalus está a punto de marcharse de la casa de Bloom, ambos observan un curioso fenómeno:
"What celestial sign was by both simultaneously observed?
A star precipitated with great apparent velocity across the firmament from Vega in the Lyre above the zenith beyond stargroup of the Tress of Berenice towards the zodiacal sign of Leo."
Joyce no aporta aparentemente suficientes detalles como para ubicar con absoluta exactitud en que momento sucede esta escena. Las diferentes guías de la obra, basándose en referencias indirectas ("el sonido del repiqueteo de las horas nocturnas por el carillón de la iglesia de Saint George"), se mueven en un margen de un par de horas, entre la una y las tres y media. La astronomía sirve en este caso para aportar más luz. Hay una pista fundamental: "Lyre above the cenit". En esa madrugada del 17 de junio de 1904 las estrellas de la constelación de la Lira asomaban en el cielo de Dublín próximas al cénit alrededor de la una. Por esa zona inició su trayectoria descendente una estrella fugaz que "se precipitó con gran velocidad" hasta desaparecer cerca del horizonte por el noroeste, cruzando en su recorrido las constelaciones de Hércules, el Boyero y Coma Berenices, para alcanzar finalmente la constelación de Leo poco antes de ponerse. Pudo tratarse de una estrella fugaz aislada, como tantas otras que podemos ver cada noche, pero es también muy posible que Stephen Dedalus y Leopold Bloom, o si lo prefieren James Joyce y Nora Barnacle, fuesen las primeras personas que dejaron constancia escrita de haber observado la muy esquiva lluvia de estrellas de las Líridas de junio, que se produce a mediados del mes y que empezó a tener presencia en los anuarios astronómicos a partir de los años sesenta.
Lux aeterna
No hay duda ninguna que Joyce, como Homero, también ha pasado a la historia. Sus párrafos serán recordados por los hijos de nuestros hijos, leídos durante generaciones, estudiados hasta la eternidad. Pero en esta Era Digital, dominada por la abundancia de autores y obras, ¿quiénes gozarán de tan alta consideración? ¿Hemos visto el fin del Olimpo literario?
Referencias
[1] The June Lyrids and James Joyce's Ulysses, Donald W. Olson y Marilynn S. Olson. Sky & Telescope, julio 2004.
[2] Historia de las constelaciones, Daniel Marín
[3] Bear country, E.C. Krupp. Sky & Telescope, mayo 1999.
El Señor Victor Ruiz no deja de sorprenderme. Magnífico texto, muy sugerente. Enlaza de un golpe dos momentos clave de la literatura occidental, dándose una vuelta por el cielo estrellado: lo que cambia / lo que permanece... Magnífico.
Comentado por daniel el 5 de Julio de 2004 a las 11:06 AM