Junio, 3.- Es un peso que te hace ligero y te eleva a nubes invisibles y al mismo tiempo es un peso que te arrastra hacia el fondo de lo oscuro. Es como cuando el día es tan hermoso que uno se siente como nuevo en el paisaje, desconocidos los rostros de los árboles o el andar de la hierba. Es como cuando deja de llover y le llega a uno ese olor a algo más que a tierra mojada, un perfume que empapa nuestras raíces. Es la felicidad de mirar a unos ojos que, aunque han sido mirados por miles de veces, aparecen como nuevos, o el roce de dos cuerpos que producen un sonido nuevo, tal vez más reposado, pero distinto. Es el miedo al orden en las cosas que te rodean, que a veces aparecen sucias y viejas, no hay polvo en la voz, la luz es la exacta, los argumentos de la sombra son equilibrados, hasta los personajes malos aparecen como buenos y la silla ofrece algo más que descanso. A uno le hubiera gustado escribir un poema que hablara del miedo a la felicidad, del peso de la felicidad, del temor al olor del abrazo, a ese momento que una mirada significa un paseo hacia la alcoba. Uno no sabe cómo decir estas cosas y tiene que refugiarse en otras voces que dijeron lo mismo y mucho mejor que él lo pudiera decir. Ahí está la magia y el poder de la poesía: libro abierto de experiencias, misal cerrado de metáforas, libro de horas de consuelo y alegría. Rosalía, entre soledades y melancolías, también sintió en su sensibilidad herida y soportó en su mirada llena de musgo y verdín el peso de la dicha:
¡incomprensible arcano!,
cáseque n'é mentira anqu'a pareza—
ll'a un pesa d'o ser tanto.