Jueves, 20 de mayo.- Si viéramos sus fotografías podríamos ver unos cuerpos en flor, refulgentes, sólo lugar para la vida, el esplendor, cuerpos jóvenes, apenas si dibujados por el tiempo, no arrugas, cuerpos con uniformes, la ametralladora colgada al hombro, en grupo, sonriendo, preparados para la guerra.
Ahora vemos y leemos sus nombres en un bronce lleno de pólvora mojada. Nombres que no tienen rostro, apellidos perdidos, un sonido en el bronce de gestos con palabras, nombres que posiblemente están olvidados.
Pero en esta mañana de mayo nos acercamos al parque que acaba de descorrer las cortinas y abrir las ventanas. Cerca del lago, donde un vapor llamado Independence lo circunda lentamente asustando con su ruido a los peces que piensan burbujas de anzuelos, un monumento semi-circular, con un soldado tan hermoso como un héroe griego, corona de laurel en su mirada, está abrazado por un ángel -¿o es la muerte?- que lleva el rostro tapado por un velo de tul que le pone de niebla los rasgos de la cara, lejana la mirada, los labios fríos. Mientras la luz mueve las columnas llenas de musgo e invierno del monumento yo repaso los nombres de los que murieron en una guerra. Nombres que al ser acariciados por las yemas de mis dedos parecen que queman, nombres que sin ver sus rostros parecen que están vivos.
Mientras volvemos caminando entre árboles en flor, la primavera desordenada, el parque desbordado, la enorme pradera llena de cuerpos que corren, juegan, duermen, pasean, la hierba tapando las trincheras del invierno, recuerdo a tantos hombres que en tiempo de guerra tuvieron que dejar las citas que tenían, citas con la vida, para cumplir otra cita en primavera con la muerte. Lo dice Alan Seeger, un poeta inglés que murió en 1916 a los veintiséis años en una guerra injusta como todas. Un compañero suyo de clase, llamado T.S. Eliot en 1917 reseñó en The egoist, elogiosamente, la poesía de Seeger. (The work is well done, and so much out of date as to be almost a positive quality). Pienso en lo difícil que debe de ser morir en primavera en un campo de batalla en Europa en una guerra, sabiendo que se tiene una cita con la muerte.
Rendezvous
I have a rendezvous with Death
At some disputed barricade,
I have a rendezvous with Death
At some disputed barricade,
When Spring comes back with rustling shade
And apple-blossoms fill the air—
I have a rendezvous with Death
When Spring brings back blue days and fair.
Cita. Tengo una cita con la muerte / en alguna conflictiva barricada, / tengo una cita con la muerte / en alguna conflictiva barricada, / cuando la primavera vuelva con su sombra susurrante / y los manzanos en flor llenen el aire / yo tengo una cita con la muerte / cuando la primavera traiga de nuevo días azules y limpios.
cuánta tristeza!
qué contraste entre la primavera y la muerte!
parecen incompatibles, como cuando un niño interroga: pero cuándo me voy a morir? y le tapas la boca con la mano, intentando alejar la idea para siempre, y que ni se le vuelva a ocurrir llamarla.