Tebeos raros

[Álvaro Pons]

Editor de La cárcel de papel

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Héroes y bichos

Si hay un autor que en este país ha conseguido el calificativo casi unánime de “maldito”, ése es sin duda el valenciano Micharmut. Sus obras suelen ser poco apreciadas por el público y menos por los editores, que se alejan de él como de un enfermo contagioso.

Craso error, craso error el que se comete, porque Micharmut es uno de los grandes con mayúsculas que ha dado el tebeo español, uno de los autores que ha seguido una evolución más personal, más inclasificable y más espectacular. Innovador radical en los tiempos en que la crítica se llenaba la boca con eso llamado “línea clara”, veinte años después Micharmut sigue siendo una molestia por su constante transgresión y espíritu renovador, siendo incomprendido por unos y otros que no alcanzan a comprender el alcance de sus hallazgos. Poeta de la estética línea quebrada, creador de escenarios imposibles donde lo inanimado toma vida y lo animado se ralentiza hasta convertirse en espectador, sus referencias son, paradójicamente, los clásicos del humor de la escuela valenciana que llenaban de surrealismo las páginas de Jaimito y Pumby, un surrealismo que alcanza su máxima expresión en la sorprendente y maravillosa «Raya», uno de los mejores tebeos españoles que uno recuerda y, por desgracia, uno de los menos recordados.

Afortunadamente, hay algún editor que todavía confía en la obra de este autor y sigue apostando que él. Edicions de Ponent acaba de editar en un precioso álbum a todo color «Pip», obra publicada en la revista valenciana infantil Camacuc hace ya demasiados años y que parecía irremediablemente condenada al olvido.

«Pip» es un maravilloso homenaje a los cuadernillos de aventuras que inundaron de portentosas aventuras la imaginación de toda una generación de niños. Tebeos que tenían la firma de los míticos Gago, Bermejo o Quesada y que estaban plagados de valientes caballeros que arriesgaban su vida por sus amadas o por sus ideales con la espada en alto y el corazón puro. Ese sentido de la maravilla se reproduce en la Sierra de Espadan a una escala diminuta, microscópica si cabe, la de los insectos Pip, Spigol y May, aventureros que se enfrentan al peligro de tribus prehistóricas como las que poblaban las páginas de Purk. Pero Micharmut no se queda en el homenaje, dando pinceladas de ácida crítica que analiza y reflexiona sobre ese mundo de evasión en épocas de dolor.

Y por supuesto, el dibujo de un autor que inunda de líneas imposibles, de espacios infinitos, de viñetas definidas con apenas unos esbozos de fuertes colores que contrastan vivamente e impactan en el lector.
Una obra magistral.

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