Jueves, 15 de abril.- El año 1934 en España había 23 millones de habitantes, todos de raza blanca, con una economía basada en estos tres productos: vino, uvas y cebollas. La extensión era de 196, 607 millas cuadradas. El sistema de gobierno era la República. Estos datos provienen de Worldwide Stamp Album, de John W. Nicklin. Un precioso tomo encuadernado en tela roja con no sólo todos los sellos de todos los países que en aquel entonces existían, sino también con una historia de cada país lo que le hace un ilustrado libro de texto. De estar completo el libro ahora valdría una fortuna, pero la persona que me lo dejó sólo tenía unos pocos sellos coleccionados. (Entre ellos el que ilustra esta nota.) A mí me trae, en esta tarde lluviosa de abril, la mirada azul del dueño, que nació el año que se proclamó la República y que murió en primavera con el rostro amarillo, el cuerpo seco y sus manos como dos ramas de forsitia. Y me trae el recuerdo de España, su historia y sus sellos. Un libro con un aparente final feliz: "In 1931 a successful revolution (el subrayado es mío) deposed Alphonso XIII, last of the Bourbons. Spain became a republic". Pensar que la historia se detuvo ahí y que no tuvimos que usar nuestra lengua en otros sellos con otros rostros o perfiles y que no tuvimos que aprender a pronunciar otros nombres de jefes de estados, presidentes de gobierno o reyes, que ya son o serán olvidados. Pero la historia sigue y se repite y siempre hay alguien que espera que vuelva a ocurrir otra "successful revolution". Este libro para mí ahora vale una fortuna. Entre las páginas amarillas, los sellos desvaídos, los datos pasados, las cifras obsoletas y la historia sin acabar me recuerda que hoy esa Republica y ese amigo mío hubieran cumplido 73 años.
Lunes, 26 de abril.– Doña Libertad ha dejado por un momento la antorcha y el libro, tan pesados. Se ha liberado de símbolos y con las manos libres, la mirada conquistadora y los pechos erguidos ha perdido la compostura y, sin quitarse la diadema, se ha liado la manta a la cabeza. Se ha bajado del pedestal y se ha ido a Washington en busca de Doña Justicia a la que ha bajado del frontispicio donde palomas sin escrúpulos se pesaban en la balanza, la ha cogido de la mano y se la ha llevado frente a la Casa Blanca y delante del Presidente la ha cogido de la cintura, doblado un poco hacia atrás, sostenido su cabeza con la otra mano, sentido su cuerpo dorado junto al suyo verde e, imitando las posturas más famosas del cine de Hollywood, le ha dado un beso de tornillo que a Justicia le ha hecho tambalear su cuerpo de oro, la balanza y la espada que ha dejado caer a los pies de la mujer del Presidente. Justicia, poca teta eso sí, no se ha quitado la venda de sus ojos, pero ha sacado su lengua y se la ha metido en la boca de Libby y se han besado apasionadamente delante de la América liberal y de la América reaccionaria. No muy lejos de la Casa Blanca, dos mujeres de carne y hueso, como usted y como yo, que han vivido juntas por muchos años, temblorosas, frágiles, libres y felices se han besado después de haberse casado delante de América. Sonreían y su sonrisa resplandecía e iluminaba a todos los presentes. El beso público que se han dado ha sellado un amor que, por mucho tiempo, tuvieron que ocultar. Un beso suave y dulce que firmaba su amor y su entrega. Dos mujeres de esa edad no se besan por frivolidad. Se besan por necesidad y por lealtad de una a la otra. Un beso que perturbó a media América y serenó a la otra media. Un beso que unió más a Justicia y a Libertad y separó a Doña Iglesia y a Doña Intransigencia. Pero todavía, baby, hay un largo camino por recorrer.